Si la economía global fuera una cartelera de cine, no hay país que se asociaría mejor con una película de zombis que Japón. Desde que estallaron las burbujas inmobiliaria y bursátil a comienzos de la década de los 90, ese país ha entrado y salido de recaídas recesivas por ya cerca de 30 años.
El que fuera modelo de la nueva economía, que reemplazaría el liderazgo global de EE.UU. de la mano de sus empresas que conquistaban los mercados, pasó a ser el ejemplo en los libros de finanzas para explicar el dañino efecto de la deflación (la caída en los precios o lo contrario a la inflación).
Interesantemente, el presidente de la Reserva Federal de EE.UU., Ben Bernanke, es un economista que, especializándose en la economía japonesa, supo lo crítico que fue tomar medidas decisivas ante la crisis financiera del 2008 y evitar así que la economía de su país siguiera el mismo camino.
Nos situamos ahora en el 2013 y la economía y el mercado japoneses muestran claras señales de que no estaban muertos. ¿Qué ha pasado para que el índice bursátil Nikkei -que ha subido más de 25% este año- le haya robado el protagonismo al que estábamos acostumbrados a ver en indicadores de mercados emergentes como el Bovespa o el Shenzhen?
La respuesta se puede resumir en un nuevo término: Abenomics, que se refiere a la agresiva propuesta de reactivación económica que llevó al primer ministro Shinzo Abe a ganar por amplia mayoría las elecciones en diciembre pasado.
El plan de Abe, que ya había ocupado esta posición entre el 2006 y 2007, se centra en lo que él define como la agenda de las “Tres Flechas”. La primera flecha, quizás la más controversial, implicó abiertamente intervenir para que las autoridades del poderoso Banco Central de Japón lanzaran una política de estímulo monetario de proporciones sin precedentes, llegando a comprar el equivalente del 40% del PIB japonés o 4% del PIB mundial en activos, junto con establecer una meta explícita de inflación anual de 2%.
Con estas medidas se buscaba también crear una masiva devaluación del yen, cuya apreciación en los últimos años había llevado a la pérdida de competitividad de automotrices y tecnológicas. Como resultado, la moneda se ha depreciado más de 10% en lo que va del año, provocando que los analistas hayan ajustado el alza de utilidades de exportadores.
La segunda flecha es un viejo conocido de gobiernos anteriores: un plan de estímulo fiscal que contiene un gran número de iniciativas de inversión en obras públicas. Tampoco es desconocida la manera que el gobierno busca financiarlas: será a cuenta de la ya abultada deuda pública, que ya está sobre el 200% de su PIB, superando incluso a Grecia. La gran diferencia es que siguen financiando al gobierno los propios japoneses, invirtiendo en bonos que apenas pagan un 1% al año.
La última flecha, quizás la de más difícil implementación, pero la más importante para asegurar que la reactivación sea sustentable, es un paquete de reformas estructurales que buscan promover la inversión por parte del sector privado, tanto para locales como para extranjeros. Esto último ha sido un tema tabú en Japón desde que el comodoro americano Perry forzara a Japón a abrirse al resto del mundo en 1852.
Hasta hace poco, el mercado financiero le había dado el beneficio de la duda a la revolucionaria Abenomics, pero la reciente volatilidad del mercado japonés (con caídas de hasta 7% diarias en las últimas semanas) apunta a que el plan no está exento de riesgos. Adicionalmente, la depreciación del yen ha gatillado otros movimientos en monedas asiáticas, de países que luchan por no perder competitividad en la “guerra de monedas”.
No son pocos los escépticos que dicen que las objetivos del “Plan de las Tres Flechas” son demasiado ambiciosos y que ya han visto la película antes, con los resultados de siempre: volver a ser una economía “muerta viviente”.