Por Marisol García Agosto 15, 2009

Cuarenta años después de la invasión de hippies a la granja lechera del agricultor Max Yasgur, en Bethel (estado de Nueva York), las plantaciones de alfalfa se han recuperado del pisoteo histórico del que fueron objeto, y la idea de un nuevo Woodstock no pone nervioso ni al apoderado más puritano.

Se convoca así a un "concierto tributo" al festival original, con uno de los mismos organizadores de 1969 (Michael Lang) a cargo de dos shows simultáneos en Berlín y Brooklyn, precisamente los días 15 y 16 de agosto. Pero, sorpresa, ninguna firma se interesa en auspiciar los recitales, y el tributo se suspende.

Algunos de esos mismos hippies que creyeron que disolverían la guerra de Vietnam en una nube de marihuana y que el modelo de familia burguesa podía destruirse a punta de riffs de guitarra eléctrica son hoy -ya fácilmente en sus 60 años- representantes corporativos que prefieren ubicar el dinero a su cargo en iniciativas más rentables. ¿Cómo culparlos? La recreación de Woodstock ya se intentó hacer, y mal, en 1994 y 1999. La palabra "desastre" es suave: mal sonido, saqueos, fogatas sin control, incluso violaciones.

Se puede aglutinar a bandas de moda bajo un discurso "libertario", pero no hay cómo reproducir lo esencial: el espíritu de época.

Los ex hippies podrán haber traicionado sus ideales juveniles, pero, perdida la ingenuidad de antaño, hoy son rápidos para detectar la diferencia entre forma y fondo. Sucede que hay cosas irrepetibles. La generación de Woodstock gozó de algunos privilegios que no volverán: la música rock despegada del imperativo de lucro, por ejemplo; y la alineación sincera de sus intérpretes más rutilantes, si no con las causas, al menos con las esperanzas de cambio.

Las decenas de libros, discos y documentales que se editan en estos días a propósito del aniversario de los originales "tres días de paz y música" idealizan un momento histórico que, sí, nos saca cierta ventaja en asuntos como creatividad musical y conciencia colectiva; pero, no, resultó insuficiente como fuerza de desapego material y fortalecimiento pacifista.

Cuarenta años más tarde, Woodstock luce mejor como recuerdo estático que como modelo de conducta traspasable al hoy.

*Periodista especializada en música

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