El domingo 8 de febrero de 2111 un eclipse de sol adornará el cielo del salar de Maricunga, cerca de Copiapó. La máxima oscuridad se espera para las 9 de la mañana con 1 minuto y 44 segundos. Conocemos las leyes de la gravedad, que nos permiten hacer estas asombrosas predicciones con la misma precisión con la que conocemos la física de las nubes y del viento. ¿Por qué, entonces, podemos obrar el prodigio de predecir un eclipse con 100 años de antelación y estamos nerviosos ante la posibilidad de que una lluvia imprevista nos agüe el asado del próximo domingo? Este importante acertijo fue resuelto de manera accidental hace exactamente 50 años.
Edward Lorenz, matemático y meteorólogo norteamericano, trabajaba en su laboratorio del MIT intentando producir modelos que pudiesen explicar y predecir los fenómenos climáticos. Había decidido volcarse a la meteorología luego de ser reclutado durante la Segunda Guerra Mundial para realizar pronósticos climáticos en el Cuerpo Aéreo del ejército de los EE.UU. Lorenz había elaborado un conjunto de ecuaciones que modelaban las distintas variables climáticas, tales como el viento, la temperatura y la presión. Resolverlas era una tarea compleja, pero que su rudimentario computador de tubos de vacío realizaba eficazmente. En un minuto podía simular el clima de un par de días, y los patrones que obtenía eran muy similares a aquellos que se observaban en la naturaleza.
Una gélida mañana de enero de 1961, Lorenz decidió hacer algo que no había hecho nunca. Quiso estudiar con más detalle una secuencia climática entregada por su computador. Decidió repetirla, pero introdujo condiciones iniciales que diferían en forma ínfima de las originales. Su sorpresa fue mayúscula al comprobar que los patrones resultantes eran completamente distintos a los de la simulación anterior. La casi imperceptible diferencia inicial se amplificaba con el transcurso del tiempo, provocando cambios enormes en las predicciones. Inicialmente pensó que se trataba de un problema mecánico de su computador, pero a la larga comprendió que era una característica inherente del modelo.
Fue Lorenz quien acuñó el término "efecto mariposa" para referirse a esta propiedad, en una charla titulada "¿Puede el batir de alas de una mariposa en Brasil causar un tornado en Texas?". Se refería a que una pequeña perturbación, como la provocada por el aleteo de una mariposa, podría entrañar cambios sustanciales en la posterior evolución de la atmósfera. Este fenómeno, presente en buena parte de los modelos realistas de la naturaleza, es lo que llamamos caos. En la práctica, dado que todos nuestros instrumentos poseen un cierto grado de inexactitud, la aciaga consecuencia es que no podremos predecir casi nada a mediano plazo, pues la imprecisión en nuestros datos iniciales se amplificará indefectiblemente.
La mañana del 8 de febrero de 2111 brindará un hermoso eclipse de sol a quienes visiten el salar de Maricunga. De eso estamos seguros. Lo que no podemos garantizar, independientemente de nuestros esfuerzos predictivos, es que no alce vuelo por esos días una inoportuna mariposa en Brasil, y acabe interponiendo una nube que arruine el espectáculo.