Por Carlos Correa, ex subdirector de la Secom Septiembre 23, 2015

Se ha escrito mucho sobre cómo el terremoto cambió la agenda política, y todas las expectativas de los analistas hablan de un alza en las esquivas encuestas. No solamente por la excelente reacción del gobierno ante la tragedia, que causó admiración en el mundo, sino por el desempeño de la propia presidenta que volvió a ser lo mejor de sí misma.

La presidenta ha sido virtud del gobierno y de la exitosa campaña, y por ello cuando su imagen está en problemas, se produce una especie de estado de confusión en su entorno. Probablemente sea esa la razón de lo profundo que caló el caso Caval, o un asunto no estudiado lo suficiente, los daños que provocó la caída de su hijo político, el ex ministro Rodrigo Peñailillo.

"El terremoto hizo despertar, junto con las fuerzas de la tierra, a la Bachelet más profunda. La Presidenta en un manejo genial y propio de las comunicaciones, hizo lo aprendido: no fue a la Onemi y dejó que las autoridades encargadas de la emergencia manejaran las primeras horas y, en especial, la evacuación ante el eventual tsunami".

A lo largo de su historia, ha sido siempre la presidenta la que ha roto los moldes, la que ha impuesto la agenda, y por arte de sus propias habilidades, y no de modelos planificados, la que ha roto todos los paradigmas de la política chilena.
Lo que más ira causaba en sus detractores era que hasta sus errores parecían aciertos comunicacionales, como la caída del zapato en la inauguración del Mundial Femenino de Fútbol.

Dick Morris, en su libro El Nuevo Príncipe dice que el liderazgo de un presidente debe mantener un impulso lo suficientemente adelantado como para controlar los acontecimientos y mover la política sin perder el apoyo público.
En ese arte, Bachelet no tenía competencia alguna. En su primer gobierno y en la campaña, lograba, por su propio impulso, que la política se moviera a su ritmo, tanto cuando hablaba como cuando callaba.

No se veía, entonces, a nadie de su entorno, hablar de planes para derrocarla, actos sediciosos, deslealtades y todos los epítetos que se han leído en estos días. El caso Caval le puso signo contrario a todos los actos de gobierno. Todos los esfuerzos del ejecutivo por controlar los acontecimientos parecían improvisaciones. Como si estuvieran atrapados en un sortilegio, su entorno ha cometido en el último mes, error tras error, como lo fue el manejo de la manifestación de 13 camiones, convertida en una crisis, o las increíbles explicaciones sobre el protocolo para formatear el computador de Sebastián Dávalos.

Más aún, en los días previos a las Fiestas Patrias, parecía que el gobierno seguía en el negocio de perder apoyo público. Una conversación poco beneficiosa para la imagen presidencial de supuestos golpes blandos, estimulada por La Moneda y una discusión insólita, entre periodistas y el vocero, sobre la ficha médica de la presidenta, aumentaba el récord de autogoles comunicacionales.

Pero el terremoto hizo despertar, junto con las fuerzas de la tierra, a la Bachelet más profunda. La Presidenta en un manejo genial y propio de las comunicaciones, hizo lo aprendido: no fue a la Onemi y dejó que las autoridades encargadas de la emergencia manejaran las primeras horas y, en especial, la evacuación ante el eventual tsunami.

Con su viaje al día siguiente a la zona más afectada, suspendiendo su agenda de actividades para el 18, evitó malas imágenes que se preveían para Fiestas Patrias: la inauguración con el baile de la cueca presidencial. Hay que recordar que su compañero de baile el año pasado fue Dávalos, por lo que era inevitable la imagen de comparación, y la consiguiente referencia al peor escándalo político de los últimos tiempos.

Para concluir la amarga jornada, la presidenta iba a tener que ver la gala en el Teatro Municipal con fragmentos de la Ópera de Verdi Los dos Foscari, cuya trama principal coloca al principal gobernante de Venecia en un dilema entre su amor familiar y el sentido de Estado ante actos de traición de su propio hijo. La inapropiada selección del tema ya se estaba convirtiendo en una crisis y, off mediante, altos funcionarios públicos se estaban acusando unos a otros por el desaguisado.

Y en vez de ello, el viaje a la zona más afectada, con los zapatos con barro, con la gente más humilde que la tocaba y abrazaba, rogándole por apoyo, y ella como en aquella mítica tanqueta en el año 2002 desde donde recorrió sectores de Santiago también afectados por una catástrofe natural, confesando que no estaba pensando en las encuestas, sin miedo a nada, sin sobreprotección de escoltas y asesores, ni un escenario planificado lleno de partidarios, y diciendo a viva voz y segura de sí misma que Tongoy volverá a levantarse.

Probablemente la presidenta se estaba hablando a sí misma: Bachelet volverá a levantarse.

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