Por Diego Zúñiga Septiembre 25, 2015

No creo que seamos pocos los que descubrimos los libros de Rodrigo Rey Rosa (1958) gracias a Bolaño. Difícil hablar del guatemalteco –que acaba de ganar merecidamente el Premio Iberoamericano José Donoso– sin mencionar a Bolaño o a Horacio Castellanos Moya o a Juan Villoro, todos escritores nacidos en los 50 y que fueron la generación que tuvo que hacerle frente nada menos que al boom latinoamericano.

No era nada de fácil formarse en ese tiempo, cuando  los referentes eran García Márquez, Vargas Llosa y compañía. Pero lo lograron.

Huyeron del realismo mágico y se refugiaron en otras tradiciones, en otros géneros. Se refugiaron, por ejemplo, en Borges, como lo hizo un jovencísimo Rey Rosa, que iba a ser médico –estudiaba para eso en Guatemala– hasta que un día entró a una conferencia sobre el escritor argentino y su vida tomó otro rumbo.

De ahí en adelante, Rey Rosa escribiría cuentos, novelas, novelas breves. Conocería a Paul Bowles en Tánger, se leerían, se traducirían, descubriría lecturas claves –como Bioy Casares, por ejemplo– y entonces, a mediados de los 80, comenzaría a publicar sus primeros y sorprendentes libros. Relatos breves –cuatro, cinco, seis páginas– en los que difuminaría aquella línea que separa lo real de lo onírico, con una prosa muy cuidada, parca, incluso, en la que no abundan los adjetivos, pero que le permitía sostener aquellos mundos en los que los sueños eran un elemento fundamental.

Ahondaría en esos mundos y en esa escritura en sus siguientes libros –todos de cuentos más algunas novelas breves– hasta convertirlos en su mundo y en su estilo: niños que fracturan los huesos de un canario, hasta dejarlo inmóvil, para comprobar si Dios es capaz de revivirlo; niños que lanzan una piedra en una carretera, matan a un automovilista y luego culpan a otro; niños que sacrifican a otros niños; personajes que deambulan por un paisaje que podría ser Centroamérica, pero que nunca se explicita, porque no es necesario, porque acá no hay lugares comunes: sólo está la violencia, los silencios y los sueños.

“Rodrigo Rey Rosa es el escritor más riguroso de mi generación y al mismo tiempo el más transparente, el que mejor teje sus historias y el más luminoso”, escribió alguna vez Bolaño, y gracias a ese tipo de comentarios descubrimos el mundo del guatemalteco, descubrimos esos cuentos alucinantes que luego llegarían a otra cumbre en libros como Ningún lugar sagrado (1998) y Otro zoo (2005). Libros que hace no tantos años eran inencontrables en librerías chilenas y que ahora están reunidos en 1986 (Alfaguara), sus cuentos completos que llegaron, coincidentemente, hace un mes a librerías chilenas, y que estaban pasando algo inadvertidos.

Pero no hay pérdida en esos relatos que lo han transformado en uno de los cuentistas más importantes de Latinoamérica. Seguro que el Premio José Donoso se lo dan, entre otras cosas, por su aporte al género breve, donde es un escritor deslumbrante. Basta leer “La niña que no tuve”, un cuento que probablemente estará en todas las antologías futuras del género, para comprobarlo: un padre se entera de que a su hija de ocho años sólo le quedan ciento veinte días de vida, y debe resistir a la noticia, mantener la calma y esperar en las noches, luego de darle los remedios a la niña, a que le lleguen los ataques, sin que él pueda hacer nada.

Es un relato estremecedor, que Rey Rosa, además, sitúa en un Nueva York post 11 de septiembre; un Nueva York que parece una morgue y en el que ellos intentan sobrevivir.

Después publicaría más libros, más novelas –donde destaca, indudablemente, El Material humano (Anagrama), en la que relata, entre otras cosas, la vez que secuestraron a su madre en Guatemala–, pero su mundo ya estaba, sin duda, configurado en sus relatos. En esas historias en las que la violencia se manifiesta en sordina, de forma inesperada, perturbando inevitablemente al lector.

Pocas veces se puede confiar en un premio literario, pero es indudable que el Premio José Donoso –que entrega la Universidad de Talca– se ha convertido en un reconocimiento importante y en el que uno puede confiar. Basta ver la lista de premiados, en la que aparecen varios de los escritores fundamentales de los últimos años, como Ricardo Piglia, Diamela Eltit, Antonio Cisneros, Pedro Lemebel y Javier Marías, entre otros. Con justicia se agrega a esa lista el nombre de Rodrigo Rey Rosa.

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