Estoy sentado escribiendo estas palabras, en el antiguo Café del Príncipe, a metros de las Cortes Españolas.
Recordando aquellas navidades de 1977, en que llegamos a encontrarnos con mi padre, el mismo que había viajado meses antes a Madrid, que nos esperaba cargados de regalos, a mi madre y a mí y mis dos hermanos.
Nosotros llegábamos de ese Chile atroz, infame, gris y azotado por el golpe militar apenas tres años antes.
En España, en cambio, en sólo un par de años, había muerto Franco y comenzaba aquella luminosa transición, con Adolfo Suarez a la cabeza, llenos de vértigo, miedo y temor por el futuro, pero cargados de esperanza e ilusión.
Ayer en la noche escuchaba en Ferraz, la sede del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), a Pedro Sánchez. Sus palabras fueron algo así como “nos quisieron aniquilar, todos juntos fueron a por nosotros, pero aquí estamos, sobrevivimos al todos contra el PSOE”.
Luego interpeló al magullado Rajoy, para que constituyera gobierno como corresponde al presidente del partido que ganó las elecciones generales.
Minutos después desde la Plaza del Museo de la Reina Sofía, Pablo Iglesias leía acelerado, inflamado y algo engolado, un discurso que más parecía un manifiesto rockero que una arenga política.
Terminaba sus palabras citando a Salvador Allende: "La historia es nuestra y la hacen los pueblos". En ese instante, he de reconocer, se me pusieron los pelos de punta.
Lo que vino después no lo imaginaba: toda esta gente, en esa fría noche madrileña de diciembre, desemboca en el paroxismo de cantar a voz en cuello el himno de la Unidad Popular chilena: “el pueblo unido jamás será vencido”, resonaba, por supuesto, entre puños izquierdos levantados.
Cada uno de los candidatos se declara triunfador, a su modo, todos califican la noche como histórica.
Y yo sigo teniendo en la retina aquella noche del ‘82, hace treinta y tres años cuando un joven Felipe González, desde un hotel en Madrid, anunciaba que el PSOE ganaba las elecciones generales con mayoría absoluta.
Todos los candidatos califican la noche como histórica, como el fin del bipartidismo, como el inicio de las reformas que el país tanto requiere, de la constitución de la educación de la sanidad pública. ¿No les parece conocido?
¿No es lo mismo acaso que estamos tratando de impulsar en Chile por lo que hemos vivido dos años muy difíciles e intensos?
Sin embargo, existe una gran diferencia, en Chile las fuerzas de centroizquierda hemos hecho un larguísimo camino de acuerdos y concertar.
Han pasado treinta años del acuerdo nacional para derrotar la dictadura, el que luego derivaría en la Concertación de Partidos por la Democracia, y que hoy por hoy ha mutado en el conglomerado político Nueva Mayoría.
Treinta años en que derrotamos pacíficamente a una de las dictaduras más brutales del siglo veinte, para luego encabezar el periplo más próspero de la historia de Chile.
Aquello se pudo hacer sobre la base de partidos políticos que años antes habían sido más que adversarios, francamente enemigos, y que pudieron ponerse de acuerdo en apoyar a un sólo candidato a presidente en cada una de las elecciones y construir listas parlamentarias unitarias.
En resumen, ha sido un largo y dificultoso camino, el mismo que deberán recorrer las fuerzas progresistas de izquierda en España, si quieren terminar con el gobierno de los populares, gobierno que de manera firme y sostenida ha ido desmantelando el Estado de bienestar que tanto le costó a la democracia española construir.
No he observado en las declaraciones iniciales de los actores opositores a Rajoy ese ánimo de pactar, esa conciencia que sólo la unidad los puede conducir a cristalizar sus encendidos discursos, compañeros.
Desde luego que como socialista me parece que el llamado a encabezar ese esfuerzo unitario debe ser Pedro Sánchez, no sólo porque es socialista, sino que también porque es el único partido que puede combinar experiencia efectiva de gobernar con impulso y convencimiento de que el estado de las cosas debe cambiar.