Por Danilo Díaz Mayo 2, 2016

Pocas actividades más democráticas que el fútbol. Todos opinan, todos creen saber y tener las recetas adecuadas para que la actividad en su conjunto ­-o bien el club de sus amores- cumpla los objetivos trazados. Quizás por eso se lanzó con tanta liviandad la idea que el torneo local fue un desastre y se impuso el menos malo.

No es la Premier League ni tampoco la Bundesliga o la Liga Española, pero el torneo del fútbol local responde a los niveles habituales de las ligas sudamericanas en la actualidad.  El argumento se puede retrucar con la pobre actuación de los clubes chilenos en la Copa Libertadores o en la pasada Copa Sudamericana. Sin embargo, la realidad de nuestros representantes al momento de enfrentar la escena internacional suele sorprenderlos en un mal pie.

Colo Colo pagó caro en el frente interno y externo la conformación de un plantel muy corto y veterano. Cobresal disfrutó su competencia internacional, pero carecía del presupuesto necesario para afrontar un compromiso de primer orden. El tercer cuadro en la Libertadores fue Universidad de Chile, que pudo clasificar al ganar la Copa Chile. Un espejismo para los azules, que desde el 1 de enero de 2015 ofrecen un rendimiento paupérrimo. Entonces, que a la U le fuera mal en la Copa Libertadores no es ninguna novedad.

El justo premio

De los tres clubes grandes de nuestro medio, Universidad Católica es el que cuenta con menores recursos a la hora de competir. No está en la misma escala que Colo Colo y Universidad de Chile, pero por su hinchada –muchos de ellos influyentes en el ámbito político, empresarial y social– y la historia de sus gastos millonarios en los ’90, tiene las mismas obligaciones.

La prensa suele no recordar este detalle y hace eco del voluntarismo de los hinchas, olvidando la relevancia de los presupuestos. El título de la UC es el premio a una política silenciosa, pero eficiente en el fútbol joven. Los cruzados vienen sumando de manera sostenida jugadores bien formados, en general con equilibrio emocional (demasiado importante en estos tiempos), que responden a una tradición de buen juego. Trece futbolistas surgidos de las series menores actuaron con regularidad o alternaron.

No era fácil dar la vuelta olímpica en la UC. Los golpes sucesivos que sufrió el club desde 2011, cuando en unos días quedó eliminado en cuartos de final de la Copa Libertadores y perdió la final del Apertura ante Universidad de Chile, instalaron la idea del fracaso permanente. Error grave. No conseguir los objetivos es muy distinto a fracasar. Los cruzados, salvo en la etapa de Julio Falcioni, siempre estuvieron en la discusión. Pelearon por algo. Muy distinto, por ejemplo, con lo sucedido en la U, a los tumbos desde hace un año y medio.

En la cancha, los de la franja fueron sólidos en casa. Terminaron invictos, superaron a Wanderers, Unión Española, Antofagasta, Cobresal, Universidad de Chile y Audax. Empataron con Iquique y Huachipato. Tuvieron cuatro derrotas de visitante, dos inesperadas (San Marcos y San Luis), pero ratificaron que en el sistema actual de puntuación, con tres unidades al vencedor, perder no es tan mal negocio si se gana seguido.

Mario Salas movió las líneas a lo largo del torneo, muchas veces sorprendiendo, equivocándose al amontonar gente en ataque cuando iba perdiendo, pero nunca renegó de su idea matriz. Fue protagonista en todas partes, no especuló y en las últimas siete fechas –con excepción de la caída en Arica- mejoró la producción defensiva. Clave resultó la juventud del plantel, con los toques justos de madurez y veteranía, para plantear un padrón donde el verbo correr lo conjugan todos.

El reacomodo

Sus rivales tradicionales miran con inquietud. Universidad de Chile es el más complicado. Totalizó tres campañas paupérrimas, no clasificó  a la liguilla de la Copa Sudamericana y apenas se salvó del descenso un par de fechas antes de terminar el torneo.

¿Qué ocurrió? Ante todo hubo un error gigantesco del directorio que preside Carlos Heller, el mayor accionista de la concesionaria Azul Azul. Elegir a Sebastián Beccacece como entrenador era un riesgo grande. En el fútbol nada garantiza el éxito, pero la prudencia y la experiencia indican que el camino de los directores técnicos se construye desde la base. Ser el ayudante de Jorge Sampaoli era un antecedente, pero no podía constituirse en el principal argumento para su contratación.

Beccacece pecó de impulsivo, tomó malas decisiones incluso antes de fichar en la U. El episodio de llamar a los jugadores mientras su antecesor, Martín Lasarte, aún estaba en dirigiendo, lo marcó. Despotenció el plantel de tres cuartos de cancha en adelante, sabiendo que apenas podía realizar tres incorporaciones. Se quedó sin opciones y debió recurrir a juveniles que no estaban preparados. Con la crisis de resultados instalada, sus declaraciones mostraron que vivía una realidad paralela: en cada rueda de prensa solía ver partidos que el resto no veía.

Su crédito se agotó. Sólo lo mantiene el alto costo de la rescisión de su contrato, otro grueso yerro de Heller. Refundar un plantel agotado implica una inversión costosa, pero necesaria. El tema es que por ahora la U no tiene competencia internacional por los próximos 12 meses. Echar al entrenador significa hipotecar la opción de sumar refuerzos.

El otro grande, Colo Colo, enfrenta varias disyuntivas, aunque sí tiene una certeza: necesita potenciar su plantilla con al menos cinco jugadores. En los últimos dos años compitió con no más de 13 futbolistas. Le alcanzó para los títulos del Clausura 2014 y Apertura 2015, pero fue incapaz de avanzar a los octavos de final de la Copa Libertadores.

Sus figuras envejecieron y no tienen recambio. Pero quizás el mayor problema es que Aníbal Mossa, en su afán de conseguir legitimidad y congraciarse con los jugadores, permitió que éstos formaran casi un cogobierno.

Los dichos de Julio Barroso, cuestionando de manera brutal el trabajo de José Luis Sierra, no sólo fueron un mazazo para el entrenador. También pusieron en la palestra el principio de autoridad. El mismo zaguero argentino, cuando en el Apertura 2014 puso en entredicho la probidad del campeonato ante lo que parecía una pérdida evitable del torneo, volvió a instalar una bomba atómica en el Monumental.

Sierra, a pesar del contrato vigente, por los resultados y juego de la etapa final de este semestre, puede irse. Sería discutible, pero no un despropósito. Sin embargo, lo que no puede suceder es que Barroso vuelva a salir indemne. En un club serio sus días estarían contados. Los dirigentes albos no deben permitir que un grupo de jugadores se entronice y maneje la institución.

La clase media

Si bien la temporada aún no concluye (resta definir el último clasificado a la Copa Sudamericana y el segundo ascenso a Primera División), podemos concluir que O’Higgins, más allá de la frustración por una corona que tuvo al alcance de la mano, consolida un proyecto. Los celestes son protagonistas de la competencia y nutren su plantel con futbolistas de la casa, además de extranjeros de proyección. En la banca, Cristián Arán también es otra buena noticia.

Universidad de Concepción y Palestino clasificaron a la Copa Sudamericana reiterando su solidez institucional. Ronald Fuentes creció como entrenador y va en ascenso, luego de una vuelta larga. En los tricolores, Nicolás Córdova hizo sus primeras armas y muestra que dispone de las condiciones para el recambio de los entrenadores locales. No debe apurarse.

En la lucha por evitar el descenso, se salvaron Deportes Antofagasta y San Luis. Bajaron Unión La Calera, golpeada institucionalmente desde la fuga de Sergio Jadue, y San Marcos. No sorprende lo de los ariqueños, víctimas de una institucionalidad demasiado precaria.

En Primera B, el ascenso de Deportes Temuco recupera una plaza relevante. Igual, fue muy extraño una temporada sin Cobreloa. La nostalgia por la camiseta naranja la sentimos todos.

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