Algunas novelas distópicas con varias décadas en sus tapas han vuelto a estar en las librerías independientes norteamericanas. La razón, al parecer, es para ayudar a descifrar a la nueva administración Trump que, como una muy mala novela comercial, ha sido del todo predecible y, a la vez, extraordinariamente sorpresiva y hasta fascinante (sí: es peor de lo esperado, sí; supera la realidad). Y aquí se produce algo de ruido con esto de leer libros viejos para entender el hoy: todas esas novelas se imaginaron una catástrofe bélica o violenta de proporciones para lograr instalar un nuevo statu quo autoritario. Trump, siendo fiel a sí mismo, logró instalarse usando la televisión, los medios digitales y los votos. Trump no se entiende leyendo buena literatura sino viendo malas películas. Algunos observadores más cínicos de la cultura pop creen que todo este revival es un tanto burdo y hasta engrupido y que todo es una una suerte de pose buena onda por parte de la elite liberal y culta que perdió para ayudar a contribuir con la rebelión antigubernamental leyendo este tipo de libros. Es poco probable que la caída del caudillo de pelo naranja se logre desde un café, subrayando novelas distópicas y tomando cappuccinos con leche de soya.
"En su libro clave, The Art of The Deal, Trump parece no recordar o sentir nada que no sean sus triunfos.
Gracias a Donald Trump, quizás el más iletrado de los presidentes, 1984 o Un mundo feliz y El cuento de la criada, de Margaret Atwood, se han hecho más relevantes que cuando fueron publicadas. Lo mismo sucede con Fahrenheit 451 y The Man in the High Castle. La versión cinematográfica de 1984 con John Hurt se ha vuelto a estrenar a la medianoche y jóvenes estudiantes que nacieron después de ese año corren a verla. Pero sucede que no todas las novelas anti Trump son obras maestras o son tan importantes; muchas poseen mejores ideas que prosa. Todas se resumen de manera muy eficaz. Son un tanto populistas aunque, en su momento, pocas lograron conectar con el público. Es fascinante asociar literatura con resistencia y sin duda que están ligadas. Se lee para combatir, escapar, zafar y para resistir a nivel personal. La razón por la que los libros son considerados peligrosos es que contienen, dentro de sus narrativas, personajes y poéticas, ideas. Pero no ideas procesadas, sino algo más clave: la capacidad de formar tus propias ideas y así disentir.
Sea como sea, a los dictadores y a los megalómanos no se los derrota leyendo literatura correcta ni seria (Pinochet no cayó gracias a que todos ese año 1984 leímos 1984). Lo que sin duda es cierto es que leer Hijos de hombres de P. D. James o It Can´t Happen Here de Sinclair Lewis sirve como una suerte de esos jugos multivitamínicos que fortalecen las defensas. Leer, digamos, Fahrenheit 451 en el metro es enviar una señal a los que piensan igual. El problema es que aquellos que siguen defendiendo a Trump no sólo no leen, sino que no captan el mensaje de aquellos que leen estas publicitadas novelas que no dicen nada tan nuevo. Fueron escritas desde una pesadilla y un temor, pero ahora se leen para buscar claves sobre el hoy. Ahí está el error: todas intentan descifrar la sociedad desde lo grotesco, desde lo intolerable. Trump puede ser grotesco y hasta intolerable, pero la sociedad que gobierna aún no ha llegado a ese sitio y el orden mundial aún no cae.
Trump parece iletrado, pero lee la prensa y ya sabemos que tuitea mucho y a veces hasta con una gracia que asusta. Detesta a Stephen King, el autor pop más vendido y acaso uno de los más leídos por su seguidores. Si ocurre una debacle literaria, si algún libro hace caer a alguien como Trump, mi apuesta es que podría ser vía la imaginación terrorífica y pop del autor de El resplandor y Carrie. El actual presidente tampoco es fan de Bret Easton Ellis que, en 1990, hizo que su narciso y asesino yuppie Patrick Bateman, de American Psycho, fuera un fan del Trump millonario que ha logrado comprarse Manhattan y lo cita más de treinta veces en su novela. Bateman le recomienda a todos The Art of The Deal, las memorias insólitas con tufo de auto- ayuda. En su libro clave, Trump parece no recordar o sentir nada que no sean sus triunfos. La voz que sale de las páginas se parece a la voz de Twitter, donde no hay lugar para la duda, la culpa o la verguenza. Aquellos que pierden son aquellos débiles que se lo merecen.
No todo el que ha escrito libros es gente culta o sensible, a pesar de que en el imaginario popular está instalada esa idea. Pinochet fue autor, Hitler también. Trump posee una docena de libros, aunque todos fueron escritos con ayuda (algo que no tiene nada de malo en sí). Lo fascinante es que alguna gente sí leyó The Art of The Deal y que ese libro quizás terminó afectando más mentes de las necesarias. Dentro del grupo que rodea a Trump hay gente que lee y no les interesa demasiado la ficción. El único libro que sí atrae al círculo de hierro es la novela que conquista a todo fascista: El Manantial de Ayn Rand seguido de La rebelión de Atlas, de la misma mujer.
Algunos analistas le atribuyen a la consejera Kellyanne Conway el concepto de alternative facts y sostienen que viene del “doble pensamiento” de Orwell en 1984. Otros libros repartidos por la Casa Blanca son los que ha colocado el estratega y consejero Steve Barron. Uno, The Fourth Turning: What the Cycles of History Tell Us About America’s Next Rendezvous with Destiny, de Strauss y Howe, que predice una inminente guerra y explica una teoría de ciclos. Otra novela que ha comentado que le abrió los ojos es El campamento de los santos (1973), del francés Jean Raspail. Es el libro de culto de la derecha extrema al narrar sobre un campamento de inmigrantes del tercer mundo que se instala en Francia y que termina por hundir a Occidente.