Por Alejandro Zambra // Escritor // Foto: GettyImages Agosto 18, 2017

A mi lado viaja Kalámido Crastnh. Nos conocimos anoche en una cena con unos poetas que se definían como detectives salvajes, aunque de salvajes tenían poco y lo único que les interesaba investigar era la manera de no pagar la cuenta.

Antes de despedirnos, Kalámido me dijo que había leído todos mis libros y quería entrevistarme. Me pareció que enfatizaba la palabra todos, lo que en cierto modo me alarmó, porque hay libros míos que yo quiero que nadie lea nunca más. Tampoco me dijo si le habían gustado y por supuesto no se lo pregunté. Como teníamos pasajes para el mismo tren, me propuso que hiciéramos la entrevista durante el viaje.

No sé si el tren avanza rápido o lento, pero estoy seguro de que avanza. Abro el computador y tecleo muy rápido, para que crea que tengo un asunto urgente que resolver. No me gustan las entrevistas, pero me gusta que empiecen, porque eso significa que en algún momento van a terminar.

‘Mis libros son 32% autobiográficos’, le digo. Me temo que Kalámido entienda que hay ironía de mi parte. No es mi intención. Mi respuesta es totalmente honesta”.

Kalámido estudió filología en la exclusiva Oincaskc Unyinversdaorc, luego hizo un máster en Hiper Periodismo en la misma universidad (“pero en otra facultad”, aclara) antes de empezar su PhD en la prestigiosa Universidad de Ertyuing, que finalizó con un inapelable summa cum laude. Así y todo, a pesar de su intimidante currículum, lo primero que me pregunta, nada más encender la grabadora, es lo siguiente: “¿Son sus libros autobiográficos?”.

Finjo que no entiendo la pregunta. Kalámido me la replantea de este modo, pronunciando cada palabra con esmero, se diría que con fe: “¿Cuánto de ficción y cuánto de realidad hay en sus libros?”.

Trato de imaginar a Kalámido en su Llaslamnlcmas natal, una ciudad pequeña al oeste de Nlncclael, más o menos cercana al hermoso lago Aslvfvsd. Lo veo cuando niño, en la nieve, esperando un improbable arcoíris, y después, de adolescente, leyendo con devoción y desconcierto a Emilia Qwerty, a Pol Uiop, o al extrañísimo Asd Fghjkl. Pienso que Kalámido jamás hubiera importunado a Emilia Qwerty con una pregunta como la que acaba de hacerme. La comparación no es buena, porque la Qwerty nunca concedió entrevistas, pero creo que Kalámido tampoco hubiera formulado una pregunta como esa al flaco Uiop o a Fghjkl, que sí las dieron (quizás demasiadas). Me siento ofendido, pero lo dejo pasar, he sufrido humillaciones bastante peores. Guardo silencio, pero no lo guardo bien, porque soy demasiado sociable. Decido responder. Y decido, además, aunque sé que esto es completamente innecesario, decir la verdad.

“Mis libros son 32% autobiográficos”, le digo.

Me temo que Kalámido entienda que hay ironía de mi parte. No es mi intención. Mi respuesta es totalmente honesta. Estudié en un colegio atroz, donde sólo enseñaban matemáticas, estoy acostumbrado a esa enfermiza clase de exactitud. Mi temor, por suerte, es infundado: Kalámido anota la cifra en su cuaderno, bebe dos sorbitos de un té que no sé de dónde sacó, y me mira de frente, como pensando en voz alta, como mirándome en voz alta, si es eso posible.

“Lo sabía, 32%”, dice.

“Y yo sabía que lo sabías”, miento.

“Y yo sabía que sabías que lo sabía”, dice.

Y así seguimos un rato, la raja. Hay onda entre nosotros. Nos caemos bien. Kalámido podría ser mi amigo, pienso. Deberíamos intentarlo, de a poco iríamos afinando el ritmo de la amistad. Pienso que el ritmo de la amistad se baila así: risas, silencio, risas, silencio, risas, silencio. La raja.

Kalámido me pregunta por el futuro de la literatura latinoamericana y por el futuro de la literatura a secas. Y por el futuro a secas. Y por el futuro de la palabra futuro. Y por el futuro de la palabra palabra. Todo fluye, todo va de maravillas, hasta que llega la crucial, la terrible, la campeona mundial de las preguntas difíciles: la de la isla desierta.

¿Que qué libro me llevaría a una isla desierta? Como no soy tonto, trato de negociar: le propongo que en vez de una isla desierta trabajemos con la idea de una isla pobremente habitada. Kalámido me responde que no puede modificar la premisa, porque su editor es un tirano. Le pido, entonces, que me deje llevar más de un libro. Niega con la cabeza. Le digo que su pregunta es deprimente. Le digo que lo último que haría en esa isla desierta de mierda sería leer.

Kalámido aprueba mi respuesta con una risa cómplice y me convida un poquito de té. Está todo muy bien. La entrevista no ha terminado, pero estoy seguro de que en algún momento va a terminar. El tren avanza rápido o lento o quizás se queda inexplicablemente detenido, no lo sé ni me importa: lo único que quiero, por ahora, es seguir contestando las preguntas de Kalámido con total, con absoluta honestidad.

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