Por Álvaro Bisama Octubre 20, 2017

Andrónico Luksic 15,3%

Hay algo inquietante en el desplazamiento que una figura como Andrónico Luksic ha tenido en la esfera pública los últimos años. En cierto modo, se trata de alguien cuyos contornos se equilibran entre varias imágenes disímiles. Estas imágenes, además, terminan revelando cierto mapa secreto de nuestra cultura. Por ahora, se me ocurren dos. La primera data del 2013. En ella, Sebastián Dávalos asiste a una reunión entre Natalia Compagnon, su esposa, y el empresario. Ese encuentro es el centro del escándalo del caso Caval y es quizás el momento exacto en que el gobierno de la Nueva Mayoría hipotecó su credibilidad moral. La segunda es más reciente y parece casi un chiste: Edmundo Varas, estrella caída en desgracia de un reality show, le escribe por Twitter a Luksic y le pide trabajo en Canal 13, en tanto dueño del canal. Luksic le responde que no puede hacer nada, que él no ve las contrataciones de la estación y Vargas termina ese mismo día escribiéndole a Marcelo Tinelli, el animador argentino.

Entre el secretismo de una y el exhibicionismo de la otra, entre las redes sociales y los acuerdos privados del poder, pareciera existir una contradicción, pero aquello ahora mismo es una ilusión tan anacrónica como consoladora, pues en realidad estamos en una colección de semejanzas o más bien de una suerte de línea de continuidad encubierta. Mal que mal, Luksic, la misma figura que ahora habita feliz las redes sociales (al punto de que fue a tomarse un tecito con un follower de Estación Central), alguna vez demandó al abogado Rodrigo Ferrari de suplantar su identidad el 2011, a causa de una cuenta paródica de Twitter. Ferrari ganó la demanda pues no había delito en la sátira y cualquier otra posibilidad hubiese sido un atentado contra la libre expresión que esa parodia construía.

Ahora esa parodia está al centro de la escena; en el caso de Luksic el poder implica volverse un meme, ser un meme. Nada nuevo con eso, basta pensar que, por ejemplo, en 1990 el mejor indicador de impacto de la influencia en la cultura de una autora como Susan Sontag no provino de ningún ensayo crítico, sino de una película como Gremlins 2. Ahí, entrevistado por un anciano vestido de vampiro, un gremlin parlante afirmó que su raza quería “la convención de Génova, música de cámara, Susan Sontag”, puesto que todo aquello era lo que la “civilización ha demorado siglos en conseguir”.

Con Luksic sucede algo parecido mientras participa de la ilusión que las redes sociales proveen en tanto campo de representación del debate ciudadano. Por supuesto, no se trata de un proceso que se diera de modo automático. Para que funcionase tuvieron que pasar cosas, más allá o más acá de Dávalos y Varas: la explosión nuclear del caso Caval, los insultos que le propinó Gaspar Rivas, la parodia que le hizo Yerko Puchento en Vértigo y quizás la percepción de que en el mundo virtual el poder y la influencia son cualquier cosa menos abstractas y secretas. Hay harto de lavado de imagen ahí pero también de una confusa sensibilidad pop, pues está ahí la necesidad de asumir la propia caricatura como un mecanismo de defensa, como algo parecido camuflaje.

Luksic, la misma figura que ahora habita feliz las redes sociales (al punto de que fue a tomarse un tecito con un “follower” de Estación Central), alguna vez demandó al abogado Rodrigo Ferrari de suplantar su identidad el 2011, a causa de una cuenta paródica de Twitter.

Por lo mismo, quien mejor ha comprendido a Luksic ha sido DJ Icho, un chico que hace remixes en YouTube. Dj Icho toma fragmentos de declaraciones de figuras públicas y los remezcla en videoclips de reguetón. No es el único pero es uno de los más interesantes. Ha hecho videos con Donald Trump, Arturo Vidal, Oriana Mazzolli y Junior Playboy, entre otros, tomando sus palabras para desmontarlas y destruirlas. Cortando en pedazos las imágenes icónicas de nuestra vida actual, Icho juega con los loops construidos a partir de sílabas cortadas, desnudando las contradicciones de quienes satiriza. Así exhibe sus muecas idiotas, la ridiculez de sus poses y lo impostado del culto a la personalidad que ejercen. Arte hecho con la inmediatez, muchos de sus trabajos son brevísimos, duran menos de dos minutos y pueden ser leídos como meros chistes rápidos. Pero se trata de una superficialidad y una ligeraza aparentes. Icho sabe que la única manera de entender al poder es abordarlo como una parodia, así comprende el lenguaje audiovisual como algo vivo y maleable, un material listo para ser intervenido. No hay diferencia entre entender algo y tergiversarlo.

Por lo mismo, el remix que le dedicó a Luksic debe ser uno de sus mejores trabajos. Ahí tomó el video donde Luksic habla de la querella contra el diputado Gaspar Rivas para “samplear” su frase más famosa (“Si me querello y me va bien, va a ser un poderoso contra un pobre diputado. Si me querello y me va mal, bien hecho que el poderoso cague”). El resultado es una pequeña pieza bailable donde el estribillo de la canción son las palabras del millonario y su imagen aparece en una repetición constante, ambos vueltos un pequeño infierno revelado gracias a la fragilidad de la parodia. Así, DJ Icho comprende el poder de Luksic y lo desmonta para poder darle la vuelta. Su resistencia es banal pero eficaz al triunfar sobre cualquier operación de comunicación estratégica: comprende a Luksic como una colección de tics antes que una persona, un meme que reemplaza a uno de los millonarios más influyentes de Chile. Así, gracias al remix cualquier gravedad desaparece, sus palabras se convierten en una comedia cruel y boba; de hecho se puede literalmente bailar con ellas. De este modo, todo lo que  Luksic dice queda en suspenso, ya no hay lecturas entre líneas, sobrevive como un cliché que exhibe su propio vacío.

Convertido en meme, Luksic es otra imagen más digna de ser parodiada, del mismo modo que los futbolistas de la Selección o de las estrellas confusas que no han podido salirse del reality show que hay en sus cabezas. Con eso, DJ Icho lee a Luksic mejor que cualquier analista de las redes sociales o politólogo experto. Eso es lo que hay, eso es lo que queda; acaso la condición indiscernible que hay entre el poder y sus parodias.

Es la venganza del pop sobre la política, del usuario sobre el sistema, pues el meme de Luksic quizás termina por reemplazarlo, por volverse su esencia: el rostro es ahí tanto una máscara como una demostración de cercanía y una forma demoledora de retrato.

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