Lo decía con fastidio Vicuña Mackenna, más de ciento treinta años atrás, a propósito de su propia época y del Chile de siempre. Santiago de 1877 le parecía sospechoso, similar a cuando todavía vivíamos en plena Colonia, cuando la llamada "sociedad" -en sus propias palabras- no era más que "toda una familia" y todo pasaba "entre nosotros, entre tíos y sobrinos, entre primos y cuñados". Vicuña, para ilustrar este provincianismo, se remitía a los Lisperguer -la familia de La Quintrala- y a sus múltiples tentáculos, intereses y enredos, algunos sanguinarios, dando a entender que se trataba, peor aún, de una larga herencia de poder y maldición tejida desde los inicios de este país.
Vicuña Mackenna se las daba de "demócrata" en una época poco proclive a igualitarismos aperturistas. Esto de hurgar en parentescos y antepasados, blasones y linajes, le parecía estúpido, gusto de ociosos pomposos. Los individuos, después de todo, valdrían por sí mismos, por lo que hacen o piensan, no porque se relacionan con fulano, zutano, o con tal o cual clan familiar.
Sin embargo, gran historiador que era, no podía dejar de recurrir a conocimientos genealógicos para dar cuenta de este rasgo tribal insoslayable. Sabía que Chile, a pesar de todos sus avances republicanos recientes, no era moderno y liberal. Podía ser progresista en cuanto a aspiraciones eventuales, pero su clase dirigente seguía siendo celosa y tacaña. El poder se acumula y conserva, no se renuncia o abandona. El principal y más seguro negocio de todos los tiempos entre nosotros -el político- simplemente funcionaría así, como un club cerrado con derecho a llave y a pernada. Se ganaba con ello estabilidad, aunque a costa de tratar a cualquier ambicioso de intruso y no confiable, manteniéndolo ojalá cortito.
Vicuña lo sufriría en carne propia, en 1875, al intentar una frustrada candidatura presidencial. De hecho, aunque estaba emparentado con medio Santiago, debió bajarse porque la máquina nepotista resultó ser más densa y tupida. Cuando correspondió suceder a Federico Errázuriz, el oficialismo prefirió a Aníbal Pinto, montando una convención suficientemente arreglada, donde figuraban 26 parientes del presidente saliente y 37 de Pinto. Nada del otro mundo o que escandalizara a alguien, salvo a Vicuña. Y un poco.
La sucesión dinástica
Por lo que sabemos, entre 1834 y 1888, de 599 diputados y senadores (de un total de 782 sobre quienes se tiene información biográfica), se estima que habría habido al menos 98 "sets" de hermanos, 61 de padre-hijo, 57 de tío-sobrino, 20 de primos, 12 de padre-yerno, y 32 de cuñados entre sí. También, es llamativo que en ese mismo período, 35 parlamentarios lleven el apellido Errázuriz, 51 el Larraín, 42 el Valdés e, incluso, 30 el Vicuña.
Datos que ponen en perspectiva ese otro fenómeno, tan chileno y todavía de nuestros días, el de la sucesión "dinástica" presidencial. Recordemos que 5 hijos de presidentes han terminado accediendo a La Moneda, cuestión que puede volver a ocurrir en esta elección. Ojo, pues, con los parientes en este país de parientes.
Exactamente es lo que está dando cuenta este entrecruzamiento entre los tres principales candidatos. Un escenario que, además, replica en cierta medida también la elección que llevó a Frei Ruiz-Tagle al poder en 1993, cuando la derecha le opuso un Alessandri, nieto del "León" y sobrino de su tío Jorge. En el fondo, si Piñera, Frei y Enríquez-Ominami están emparentados allá por donde no se usa pero todavía pesa, entonces, ¿qué más da? El asunto, en términos estrictamente genealógico-políticos "de siempre" está zanjado "a la chilena". No es que gane o no "el más mejor". En diciembre ganará el partido más poderoso -el de los parientes y de los ya destinados a ganar-, cualesquiera sean los méritos o propuestas personales de los candidatos. Ante lo cual, Vicuña, de seguro, se estará revolcando en su tumba.
Adán y Eva
Aunque, quizá, ni tanto. Si Vicuña viviera hoy estaría debidamente informado del estudio que publicó, hace un tiempo, Julio Retamal Favereau y otros (Familias Fundadoras 1540-1700), tres masivos tomos en que desentrañan estas curiosas conexiones entre familias y personajes.
Según largas e intrincadas tablas, La Bolocco estaría emparentada con Patricio Aylwin, Rafael Gumucio (también MEO) con Jaime Guzmán, Jorge Arrate con el "Fra-Fra", Mary Rose Mac-Gill con los hermanos Piñera Echeñique, Monseñor Medina con Viera-Gallo, Pinochet con Arturo Prat, Carlos Montes con Raquel Argandoña, yo mismo y mi hija con Vicente Huidobro, mi señora y mi hija con MEO, y así hasta nunca acabar.
¿Un juego de salón? Bueno, sí, un poco, también un espejito-espejito, como el de esa gente ociosa que, a través de Facebook y sus links de amiguis, llegan con, a lo sumo, seis saltos a la gente linda del mundo artístico, del espectáculo o de la política. No tan distinto también a lo que apunta esa canción famosa de los años 20 del siglo pasado: I danced with a man who danced with a girl who danced with the Prince of Wales ("Bailé con un hombre que bailó con una chica que bailó con el Príncipe de Gales", quien después renunció al trono de Inglaterra por la mujer que amaba: la Wallis Simpson).
Este juego, por supuesto, se juega con dados cargados. Por eso, al final, la entretención es pasajera y no tiene mayor chiste. Si nos movemos hacia "atrás", todos, más o menos, vengamos de donde vengamos, descendemos de Adán y Eva, o del mono y la mona primigenios, gente, me concederán, perfectamente olvidable.
"¡Siempre en Chile los parientes!"
Nuestros genealogistas locales (Retamal et ál) no llegan tan lejos aunque sí destacan un tronco común: el de un tal Diego Ortiz (casado con una NN), de Extremadura, abuelo de Marina Ortiz de Gaete, mujer (legítima y sin descendencia) de Pedro de Valdivia, a su vez hermana y sobrina de otros Ortiz y Gaete con cuantiosa prole de quienes, más o menos todos en Chile (quizá habría que decir de "Ortiz o Gaetelandia"), para bien o para mal, por angas o por mangas, descendemos.
La progresión con que se trabaja en este tipo de estudios es, digámoslo de frentón, simplista. Se maneja una sola variable monocausal (los nacimientos legítimos), y el universo examinado, por razones obvias, se va reduciendo progresivamente, a veces, sobre una base además insignificante. A mediados del siglo XVII, por ejemplo, la población de Santiago apenas ascendía a cinco mil habitantes sin contar los indios y negros, reduciéndose así aún más la muestra.
De modo que estas coincidencias curiosas no debieran llamar la atención. Similar a lo que ocurre con las teorías conspirativas (la muerte de John F. Kennedy, Marilyn Monroe, Elvis Presley, o ahora, Michael Jackson). Cuando se simplifica demasiado el dato que se obtiene (el nexo de parentesco en este caso), el resultado logrado tiende a magnificarse fuera de toda proporción, tanto más si se le mira desde una actualidad en que obviamente operamos con números más grandes.
Anacrónicamente clasista
Con todo, esta evidencia puede estar diciéndonos algo sustancial en que podríamos aterrizar y reparar. No es que esté dando cuenta de una conspiración burda de los "vinosos" contra los sin roce, gente común y corriente, anónimos que no figuran, o bien, desaparecen de la historia.
Es indesmentible que el poder se consolida y "reproduce" de generación en generación. Incide en nuestro caso, además, que hayamos sido tradicionalmente un país pequeño, fronterizo y distante, que nuestra elite rural haya sido endogámica y que la tendencia a gobiernos elitarios y oligárquicos se perpetuara incluso bajo el republicanismo, sólo ahora último algo más diluido el fenómeno.
Vicuña Mackenna está en lo correcto: Chile ha sido anacrónicamente clasista, de ahí que tienda a serlo todavía hoy y a riesgo de parecer aún más anacrónico incluso.
¿Les importa el pedigrí?
¿Cómo viven estos pedigrís nuestros tres candidatos, parientes entre sí? Salvo Marco Enríquez, yo creo que lo ignoran y les importa un cuesco. A Frei le basta y sobra con ser Frei, hijo de su papá y nieto de abuelo inmigrante, aunque lo de su padre le pesa cada vez menos. Frei es ingeniero hidráulico, impermeable, como que todo le fluye. Su autor favorito es Morris West, ni siquiera Jorge Inostroza o don Pancho Encina.
Con Piñera pasa algo similar. Aunque desciende de poderosos terratenientes del Valle Central (por su madre), él se ve como un self-made man o, ahora último, de "clase media". Viene, además, de un tronco democratacristiano que le expropiaba los fundos a los parientes, y su padre, al igual que él y sus hermanos, vivieron y se educaron fuera; su padre en Francia, él en EE.UU. Para Piñera la historia no vale nada; él sólo piensa en el "futuro". Uno de sus proyectos regalones es canalizar el Mapocho, no digamos que un anhelo muy histórico sensible para con esta ciudad. Por último, permítanme una anécdota personal. He estado con Piñera una sola vez, los dos viajando desde Zapallar a Santiago en el auto de su hermano "Polo". Antes de que llegáramos a la cuesta, después de Cachagua, me preguntó "¿cuánta plata gana un historiador?". Hasta ahí nuestro contacto; desde ese entonces nos evitamos mutuamente, ambos aliviados.
Marco es un caso enteramente distinto. He alternado largamente con él y sé que la historia, en especial la de su familia, le importa y pesa mucho. Buena parte de nuestras conversaciones han girado sobre sus padres, abuelos y bisabuelos (Enríquez, Ominami, Rivas Vicuña y Gumucio), políticos por todos los costados. También sobre el desgarro de la tragedia que les reportó la historia.
Y, si de nuevo me lo permiten, valga una anécdota personal que, a mi juicio, lo retrata. La primera vez que me convidó a almorzar fuimos a El Parrón, en Providencia. Estacionó atrás y los mozos corrieron para hacerse cargo del auto. Uno por uno, los saludó de mano y de nombre. Ante mi inmediata pregunta -¿dónde aprendiste a hacer eso?-, ni titubeó y respondió: "De mis abuelos", así en plural.
Ahí supe que más temprano que tarde iba a ser una carta presidencial.