Por Felipe Kast* Septiembre 19, 2009

"La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas", ironizaba nuestro antipoeta  frente a la polarización ideológica de 1972. Treinta y seis años más tarde, luego de un buen tiempo de convergencia en materias económicas y sociales -y tras un caluroso apretón de manos entre Fidel y Lavín-, pareciera que la ironía se transforma en profecía. 

Por mucho que en tiempos de campaña algunos se esfuercen en decir que existe un abismo entre izquierda y derecha, lo cierto es que para el ciudadano chileno las diferencias son cada vez menos evidentes. Uno podría preguntarse entonces,  considerando el nivel de polarización que existía cuando Parra escribió esas líneas, quién abandonó sus posiciones iniciales.

¿Experimentamos una convergencia cargada hacia la derecha o hacia la izquierda? ¿Quién ganó esta batalla (o más bien guerra) de las ideas?

La respuesta está a la vista, y es posible que ambos equipos se declaren vencedores sin faltar a la verdad.  Pero más interesante aún es pensar en lo que viene. Al parecer, el país enfrenta una crisis de identidad política similar a la experimentada a fines de los 80,  y por lo mismo la elección de diciembre tiene una connotación especial. Puede ser el comienzo de un nuevo período donde Chile busque definir sus rasgos de personalidad. No pretendo hacer psicoanálisis, pero sí preguntarme sobre quién podría liderar esta nueva etapa.  Mientras la izquierda sigue mirando con nostalgia el pasado, pienso que Sebastián Piñera puede ser la funcional bisagra -similar a Patricio Aylwin a comienzos de los 90- que Chile necesita para liderar una nueva transición.

El valor de la convergencia

Para algunos convergencia es sinónimo de traición; para otros es una positiva dialéctica darwiniana donde lo menos bueno queda atrás por selección natural. Los primeros se escandalizan con Lagos abrazando la economía de mercado.  Los segundos se alegran cuando Longueira se reúne con familiares de detenidos desaparecidos.

Afortunadamente la mayoría de los chilenos se encuentra en el segundo grupo. El tiempo hizo su trabajo. Datos de una encuesta -realizada el 2008 por ILD, CEP, PND, Cieplan y Proyecto América- sobre partidos políticos y sistema electoral  muestran que nuestra sociedad ya no tolera los atajos ideológicos de antaño. Por ejemplo, el 90% "desaprueba totalmente" que se "realicen actos violentos durante manifestaciones callejeras" o "para lograr objetivos políticos". Lo mismo sucede cuando le preguntan al ciudadano por sus creencias en relación al rol del Estado: lo prefieren más subsidiario que redistributivo.

La crisis de los 35

Luego del colapso en los 70, Chile se ve obligado a reinventarse. Quienes nacimos en esa fecha hemos sido testigos de un país que evoluciona raudamente, casi tanto como nuestro propio ciclo de vida.

Tras aprender a caminar durante nuestra niñez, a fines de los 90 Chile fue capaz de superar ansiedades propias de la adolescencia. Y a partir de entonces hemos vivido con el desdeño del adulto joven. Hoy enfrentamos la crisis de los 35 y nos vemos obligados a pensar estratégicamente en el futuro. No hay excusas. Entendemos con nitidez los errores del pasado y ya no somos esclavos de los fantasmas de la violencia y la subsistencia. Si queremos comenzar a gozar de las dimensiones más complejas de nuestra vida, y si queremos sentirnos orgullosos de nuestro proyecto social, entonces debemos definir (o al menos discutir) nuestra identidad. Chile: ¿quién quieres ser cuando seas grande?

Lo que se juega en Diciembre

Basado en lo anterior, y dado el nivel de convergencia observado, alguien podría argumentar que la elección de diciembre no tendrá mucha incidencia en nuestras vidas.

El argumento es válido, pero sólo en las dimensiones más básicas, mirando los miedos del pasado. Diciembre no da lo mismo si miramos hacia adelante. En diciembre se define quién gobernará  durante  el próximo ciclo político de Chile, que va más allá de los próximos cuatro años del gobierno de turno. De alguna forma quien gobierna tendrá que resolver nuestra crisis existencial, lo que genera un espacio inédito para nuevos liderazgos -si no pregúntenle a  Marco-.

El conservadurismo de la izquierda

La pregunta relevante es averiguar quién será capaz de tomarse este nuevo ciclo político. Mirando hacia la Concertación es fácil pensar que Lagos podría haber liderado el proceso. Lagos  -como buen darwiniano-  no tiene complejos a la hora de mutar posiciones iniciales. Permanentemente se encuentra dibujando la narrativa de su nueva izquierda. Era consciente de su potencial, pero no tuvo la fuerza o el valor para tomar los riesgos que implicaba liderar este proceso. Hace pocas semanas se excusó en Tolerancia Cero frente a una pregunta de Fernando Villegas, diciendo que en esta última definición presidencial su coalición no logró entender su liderazgo natural. Pero sería injusto descargar todas las culpas en una persona. Lo cierto es que sus camaradas todavía se encuentran de luto -y con culpa- por el pragmático abandono de ideas que fueron una verdadera religión. Para ellos el mercado es funcional,  pero muchos no han podido procesarlo como parte de sus nuevas creencias.  Siguen mirando el pasado con nostalgia, como quien busca recoger y zurcir trajes que dejaron botados en el proceso de convergencia.

Darwin se toma la centroderecha

Puede parecer una paradoja, pero la izquierda chilena se ha vuelto más conservadora que su contraparte. De un tiempo a esta parte la centroderecha muestra mayor libertad para enfrentarse a los fantasmas del pasado mirando hacia el futuro. Mientras que en la centroderecha  pocos tienen problemas de hablar explícitamente sobre la violación a los derechos humanos en el gobierno militar, no sucede lo mismo en la contraparte al momento de juzgar la violencia socialista que nos llevó a un golpe militar. En la centroderecha hay acuerdo sobre la necesidad de intervenir los mercados cuando existen imperfecciones, pero no sucede lo mismo en la Concertación cuando se plantea eliminar imperfecciones impuestas por el Estado, como el Estatuto Docente y el cuoteo.

Semejanza entre Aylwin y Piñera

Guardando las diferencias de contexto,  Sebastián Piñera es a la centroderecha lo que Patricio Aylwin fue para la centroizquierda.  Mirando hacia la centroderecha es difícil pensar en un perfil más adecuado para liderar este periodo de transición.  No sólo por sus conocidas cualidades para gestionar en forma efectiva procesos complejos, o porque bajo su liderazgo resulta difícil atacar a la centroderecha por una supuesta falta de vocación democrática, sino también, y probablemente más importante, porque Piñera es un complemento ortogonal a la UDI popular. Lo que algunos ven como una falta de sintonía, es el complemento perfecto cuando busca  lograr una mayoría nacional.

Después de la transición

Es difícil imaginar el rostro de Chile en dos décadas más, pero podemos ser optimistas si seguimos siendo fieles a Darwin.  El encargado de dibujarlo -nuestra generación- tiene un profundo sentido de urgencia con la injusticia social.  No se queda esperando, y de ser necesario toma la pala y el chuzo para construir la casa con sus propias manos. Es una generación soñadora, tolerante y con pocas fijaciones ideológicas, que no se conforma hasta que observa un cambio en la realidad.  La única amenaza real (y bastante real) es la falta de coraje para tomar por asalto los espacios políticos relevantes. Pronto sabremos si estuvimos a la altura del desafío, o si finalmente dejamos pasar el tren, tal como ocurrió con los príncipes de la Democracia Cristiana que hoy  bailan con un candidato que interpreta música del pasado.

* PhD Harvard. Director Programa Social ILD y profesor UC.

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