El año 2000, Edgardo Boeninger dio una entrevista al Centro de Investigación y Documentación en Historia de Chile Contemporánea de la Universidad Finis Terrae (Cidoc). En dicha conversación -inédita hasta hoy- el entonces senador comparaba a dos ex presidentes con quienes había compartido y trabajado en sus gobiernos.
"Fui funcionario de Frei Montalva y ministro en tiempos de Aylwin y le voy a decir que la diferencia en la capacidad de tomar decisiones entre uno y otro era sideral. Frei era un hombre muy intelectual y muy hamletiano; es decir, vivía con las dudas más feroces del to be or not to be. Era la mezcla de gran intelectual y de estadista de proyección mundial con este hombre que era indeciso y se arrepentía de las decisiones que tomaba... Patricio escuchaba, razonaba, se iba para la casa por último, si necesitaba tiempo, y decía esto se hace. Fue muy fácil trabajar en el gobierno de Aylwin, en gran medida porque sabíamos que frente a cualquier problema había un árbitro final, a quien se le dio la autoridad de ser árbitro y la ejerció magníficamente... Era mucho más complicado Frei como gobernante que Aylwin".
La visión de Boeninger no hacen más que resumir la excelente relación que mantuvo con el ex presidente, cimentada a fines de los 80, cuando el economista apostó por el abogado, hasta que éste llegó a La Moneda. Aquí, en palabras del propio Aylwin, el estilo, el pensamiento y la influencia de quien fue su ministro más influyente de su gobierno.
-¿Cuándo conoció a Edgardo Boeninger?
-Lo conocí cuando era rector de la Universidad de Chile, pero nuestra relación más cercana empezó a raíz del golpe militar. En ese momento, me visitó y me dijo que quería inscribirse en el partido. Era un gesto espontáneo que me llamó la atención, porque él no era católico. El Partido Demócrata Cristiano es de beatos (se ríe) y Edgardo hasta entonces no había tenido ninguna relación con nosotros. Era un librepensador, más cercano al radicalismo probablemente. En esa época no éramos amigos pero yo le tenía respeto por su labor en la universidad.
-¿Qué pensó usted cuando un hombre agnóstico y liberal como el ex ministro optó por entrar a la DC?
-Me sorprendió gratamente. Le dije: "Aquí tienes tu casa y que te incorpores a la familia democratacristiana es para mí una gran satisfacción. Tú nos puedes ayudar mucho". De ahí nació una relación distinta a la que habíamos tenido, porque yo antes lo veía muy académico.
-¿No lo aproblemó su agnosticismo?
-Esto de ser democratacristiano era reñido con su agnosticismo, es cierto, pero la verdad es que lo recibimos con los brazos abiertos.
Golpe de estado
-Tanto usted como Boeninger respaldaron el golpe de Estado. ¿Fue un tema que, transcurrido el tiempo, conversaron?
-No recuerdo haber conversado esto con Edgardo. No creo que él y yo hayamos respaldado el gobierno de Pinochet. La verdad es que producido el golpe militar no quedaba más que actuar a partir de esa realidad. Pero respaldarlo o haber aplaudido, empujado o promovido está muy lejos del pensamiento y los valores en que Edgardo y yo creímos. Por el contrario, fuimos críticos del golpe, pero no teníamos nada que hacer para lograr que desapareciera y que los militares se fueran para su casa.
-En la entrevista del Cidoc de la U. Finis Terrae, Boeninger afirma: "La DC no lo reconocerá jamás, pero la gran mayoría de los dirigentes, la totalidad de sus simpatizantes , eran partidarios del golpe. No cabe ninguna duda de que era así".
-No creo que la palabra respaldar sea la adecuada. Una vez producido el golpe, uno descansó de una situación que parecía inmanejable y que no se sabía hacia dónde iba. Parecía que el país iba a un precipicio y el golpe militar nos salvó de eso, porque estaba el riesgo de la amenaza de un eventual régimen comunista en el país o de un colapso de la sociedad chilena. A mí el golpe militar no me gustó y creo que a Edgardo tampoco le debe haber gustado. No recuerdo habernos reunido para pronunciarnos acerca de eso. Probablemente nuestros comentarios eran: "¡Qué va a pasar, ojalá que esto dure poco y volvamos a la democracia!". Las violaciones sistemáticas de los derechos humanos a los pocos días ya nos empezaron a erizar y a poner en una actitud crítica, pero tampoco teníamos poder para cambiar las cosas.
Los heridos de un pragmático
"Desde este momento a Boeninger lo suprimo de mi vida", dijo Gabriel Valdés en una entrevista a El Mercurio el 28 de junio pasado. La razón de su molestia, según explicó entonces, obedeció a la forma en que el ex ministro de Aylwin se refirió a él en sus memorias publicadas un poco antes.
Sin embargo, para quienes conocen la relación entre ambos, la dura respuesta de Valdés tiene su origen en un episodio de 1987. Boeninger era el brazo derecho del ex canciller en el CED, el instituto de estudios desde donde se proyectaba la plataforma de su candidatura presidencial. Pero contra todo lo previsto, el economista dio un duro golpe a su liderazgo al deslegitimar su estrategia frontal para combatir a Pinochet. Desde entonces, Boeninger se cuadró con la posición política más moderada de Patricio Aylwin y con el paso del tiempo se transformó en un decidido impulsor de su opción a La Moneda. A partir de ese momento, Valdés se convirtió en el enemigo político más conocido de este artífice de la transición, pero no en el único que dejó en el camino su implacable pragmatismo.
Inmutable a los insultos de los estudiantes, según recuerda Sergio Molina, Boeninger jamás se dio por vencido como férreo detractor del gobierno de Salvador Allende. "A partir de algunos incidentes se generó una cierta animadversión de Allende hacia mí. Y yo tampoco le tenía mayor simpatía", contó en la entrevista del Cidoc de la U. Finis Terrae. Una fuerte discusión entre los dos en La Moneda -por la toma del Canal 9- y la negativa de Boeninger de ir a recibir a Fidel Castro al aeropuerto ("fui el único rector que no fue a esperarlo a Pudahuel"), sembraron la ruptura definitiva.
Durante la administración de Aylwin su influencia como ministro de la Segpres le ocasionó roces con los titulares de Interior, Enrique Krauss, y de Defensa, Patricio Rojas, pues los dos resintieron su injerencia en los temas claves de la transición. A la lista se sumó también el ministro de Salud de la época, Jorge Jiménez. Aunque tenían una amistad de años, Boeninger no intervino para evitar su salida de la cartera como consecuencia del paro médico que desestabilizó los primeros meses del gobierno de Aylwin.
Patricio Aylwin: "Más que un seguidor, Edgardo fue mi impulsor"
Aylwin sí, Valdés no
-Boeninger relataba que usted lo invitó a ser vicepresidente del partido en 1987. ¿Por qué razón lo convocó si él no era un militante típico, de gran historia en la DC?
-Tenía gran confianza en su eficiencia como operador, pues poseía la capacidad de transmitir convicción a los demás. Entonces consideré que era clave.
-Él contó que en esa ocasión, en 1987, optó por su línea opositoria frente a la del régimen militar y no por la de Gabriel Valdés, con quien mantenía una relación de gran amistad. El propio Boeninger reconoció que Valdés tardó mucho en perdonarle eso.
-Bueno, estas cosas tienen mucho que ver con la empatía. Entre Edgardo y yo -tal vez porque ambos fuimos académicos y proveníamos más del mundo universitario que del político- había más afinidad que con políticos que pudieran ser más muñequeros. Hubo una relación más de confianza conmigo que con otros camaradas muy respetables, pero que tal vez él no consideraba tan cercanos como a mí.
Frente al gobierno militar, Edgardo procuró evitar una confrontación y optó por actuar más bien de una manera persuasiva.
-Recordando el período post-plebiscito, Boeninger decía que usted no estaba dispuesto a competir por la presidencia en 1989. ¿Él fue testigo de esto?
-Edgardo nunca me vio como una persona con ambiciones de ser Presidente de la República. Pero llegó el momento, después del triunfo en el plebiscito, en que me di cuenta de que no tenía más que seguir adelante. No podía desembarcarme de la estrategia que el equipo que yo dirigía había establecido con éxito para derrotar a Pinochet. En ese sentido, más que seguidor, Edgardo fue mi impulsor. Él fue uno de los que me ayudaron a definir que yo no podía rehuir la posibilidad que se planteaba después del triunfo del No.
Un monumento para dos
-¿Por qué lo designa en la Secretaria General de la Presidencia?
-Quería tenerlo cerca. La Secretaria General de la Presidencia y la de Gobierno son dos ministerios muy cercanos al mandatario. En consecuencia, lo elegí a él y a Enrique Correa (respectivamente), porque proviniendo de visiones distintas, me daban garantías de ser eficaces en la tarea de proyectar el gobierno en la sociedad.
-Boeninger era el estratega y Correa el operador...
-Tuvimos el mérito de conformar un equipo muy afiatado. Yo era inflexible: había un consejo de gabinete cada dos semanas. Ni yo me arrancaba con los tarros ni ninguno de mis ministros. Creo que la dupla Boeninger-Correa cumplió muy bien su tarea, cada uno con su estilo, que se complementaban. La suya era una visión más política y más amplia de lo que acontecía: fijaban la posición del gobierno ante las preocupaciones del acontecer.
-¿Cuál fue el aporte de su ex ministro en el gabinete?
-En la proyección hacia fuera del gobierno, Edgardo fue un factor importante de credibilidad. Aunque él se inscribió en la DC, su imagen no era la de un político de partido. Entonces aparecía con mucha independencia tanto para los equipos del gobierno como hacia el exterior. No figuraba teniendo algo bajo el poncho, ni era partidario de la pequeña política, de los grupos, de las facciones o ideologismos.
-Siempre se ha destacado su visión estratégica y su habilidad como negociador. ¿Cómo era su estilo?
-Era un maestro para eso: muy inteligente, simpático, buen argumentador. Como ministro fue clave en las negociaciones con el Congreso para sacar adelante nuestros proyectos de ley, porque tenía una capacidad de convicción muy fuerte. Indudablemente fue uno de los arquitectos de la transición.
-¿Cómo define el ascendiente que tenía Boeninger sobre usted? Se ha dicho que fue el ministro más influyente de la historia de la Concertación.
-No sé hasta qué punto sea riguroso todo eso. Nadie puede ignorar la tremenda capacidad que tenía. Era un político muy hábil, confié mucho en él y fue muy leal. Entonces se llegó a producir....no le digo que lo ponga en la entrevista, pero yo se lo dije a él en algún momento… Si la sociedad chilena después de que yo me vaya a otro mundo estima que debiera tener un monumento, a mí me gustaría estar junto a Edgardo Boeninger, tal como hay otro monumento a un presidente que está con su ministro: Manuel Montt y Antonio Varas. Sin menospreciar en lo más absoluto a los demás ministros -todos de gran desempeño: Krauss, Foxley, Silva Cimma y Enrique Correa-, el eje político de mi gobierno, las líneas gruesas, estuvieron cimentadas en la dupla Aylwin-Boeninger.
Entre el lápiz bic y el hipódromo
A pesar de ser un hombre culto y estudioso y de haber estado al tanto de la actualidad hasta el final, Edgardo Boeninger no se llevaba del todo bien con la tecnología. "No usaba máquinas de escribir ni computador. Los mails los revisaba su mujer, Martita Gómez, o su secretaria de turno", cuenta uno de sus amigos más cercanos, el ex subsecretario de Marina, Ángel Flisfisch.
Boeninger tomaba apuntes. Otro amigo, el ex ministro Sergio Molina, recuerda su obsesión por dejar todo por escrito: "Siempre andaba con cuadernos comunes y corrientes y lápices Bic. Escribía lo que presenciaba, con todos los detalles. Y cuando estaba solo agregaba comentarios e información a dichos apuntes". Entre sus escritos aparecían nombres de caballos e historias hípicas. "Le gustaban las carreras. Varias veces lo pasé a buscar a su casa de Las Malvas y de ahí partíamos al Hipódromo. Casi siempre acertaba en las primeras carreras, porque estudiaba previamente los datos y estadísticas de los caballos", dice el diputado Jorge Burgos.
Era fanático de los deportes. Del tenis y fútbol. No se perdía transmisión por TV. El ex subsecretario general de la Presidencia, Ricardo Solari, recuerda: "El año 90 vimos la final del Mundial de Fútbol de Italia en la oficina de Edgardo en La Moneda". A veces empezaba la jornada haciendo ejercicio. "Cuando era senador salía a trotar por la playa y recién después se dirigía al Congreso", cuenta la senadora UDI, Evelyn Matthei, una de la figuras de la derecha con quien tenía mayor cercanía. Además, sus conocidos destacan su pasión por la lectura y los viajes y sus dotes de bailarín. De hecho, en la DC recuerdan que cuando, en enero del 2005, Soledad Alvear -una de las personas de la colectividad más cercanas al ingeniero- ganó la presidencia del partido en una estrecha votación, se vio al ex ministro bailando al ritmo de una batucada en los pasillos del edificio Diego Portales.
Patricio Aylwin: "Más que un seguidor, Edgardo fue mi impulsor"
Relación con Pinochet
-¿Cómo fue la relación de Boeninger con Pinochet?
-Le oí a Edgardo que siempre trató de mantener la menor relación posible con Pinochet. Después de la parada, el general me invitaba a mí y a los ministros a un cóctel. De los cuatro encuentros que nos tocaron, Edgardo sólo fue a dos. No le interesaba tener una relación muy cercana. El tuvo la relación indispensable con Pinochet.
-El concepto que usted acuñó en temas de derechos humanos -"justicia en la medida de lo posible"- fue desarrollado con el propio Boeninger. Con la perspectiva del tiempo ¿piensa que su gobierno quedó en deuda en ese tema?
-Curar las heridas de la violación sistemática a los derechos humanos cometida en dictadura era muy difícil con Pinochet no sólo vivo, sino que como comandante en jefe del Ejército, con todo el ascendiente que tenía. Formar la Comisión de Verdad y Reconciliación fue una decisión audaz, porque el otro caballero seguía como comandante en jefe y dicha comisión a los que ponía en la condición de acusados era a quienes habían cometido violaciones en el gobierno encabezado por el propio Pinochet. Además, las instituciones armadas en mayor o menor medida habían sido partícipes de esa política. Boeninger estuvo muy cuadrado con esto.
-¿Con Boeninger conversaron sobre juzgar a Pinochet en ese momento?
-Mire, no recuerdo que se haya siquiera pensado ni conversado, porque era de un irrealismo absoluto. Las violaciones a los derechos humanos habían sido una realidad institucional del gobierno de la época y no veo cómo el gobierno siguiente hubiera podido encauzar a los jefes del gobierno anterior por la política seguida por ellos.
-¿Existía temor frente al poder de Pinochet en esa época?
-Juzgar a Pinochet era declararle la guerra a las Fuerzas Armadas. Todos hubiesen solidarizado: Ejército, aviadores, marinos y carabineros. Era generar un conflicto en que ,lo más probable, es que los civiles hubiésemos terminado yéndonos para nuestras casas.
¿Y cómo lo hicimos?
-Unas de las críticas que le hacen a usted -y también a Boeninger, su principal asesor- es sobre el carácter que tuvo precisamente la transición: que fue excesivamente negociada, hasta timorata.
-Yo creo que el proceso de la transición exigía ser firmes y definidos, pero al mismo tiempo no pisar callos, no ser agresivos, barrer para adentro y no para afuera. Y en ese sentido, mi equipo trabajó en esa dirección.
Le oí a Edgardo que siempre trató de mantener la menor relación posible con Pinochet. Después de la parada, el general me invitaba a mí y a los ministros a un cóctel. De los cuatro encuentros que nos tocaron, Edgardo sólo fue a dos. No le interesaba tener una relación muy cercana. Tuvo la relación indispensable con Pinochet.
-Luego de dejar el gobierno ¿ambos hicieron una evaluación con más distancia de la transición?
-Indudablemente que tanto a mí como a é,l en más de alguna ocasión se nos ocurrió pensar cómo lo habíamos hecho y cuál sería la imagen de nuestro gobierno en la historia. Yo creo que él participaba de la misma convicción mía: sin falsos personalismos ni creerme un capo, creo que lo hicimos bien. Fue un buen gobierno y la historia lo va a juzgar así. La tarea de recuperar la democracia, fue un proceso pacífico, bastante civilizado, en gran medida consensual.
-¿En el último tiempo se habían visto con Boeninger?
-Sí, con frecuencia. Nunca dejamos de ser cercanos. Intercambiábamos opiniones sobre cómo veíamos las cosas. Nos juntábamos a comer y conversábamos sobre actualidad o recuerdos del pasado.
- El secretario de Estado fue muy activo tras el fin de su gobierno: colaboró con las administraciones posteriores, fue senador...
-Estuvimos en una disposición favorable a colaborar con los gobiernos que nos sucedieron. La relación con ellos siempre fue buena. Edgardo estuvo más cerca que yo. Por el hecho de ser ex presidente para muchas cosas no me llamaban... Ningún presidente llama a un ex presidente para decirle ¿en qué me puedes ayudar?
El ingeniero de la política
Hay una escena que grafica la personalidad de Boeninger: era común verlo revisar el listado del Senado para poder asistir a todas las comisiones durante el día, como si fuera un rotativo de películas. "Así se armaba un programa completo sin dejarse un minuto libre", cuenta Alejandro Foxley. "En todas las comisiones se introducía al detalle en los proyectos de ley, y cuando había uno que se empezaba a trabar, hablaba con la oposición. Por ejemplo, el Código de Aguas estuvo entrampado durante años, hasta que él encontró una fórmula, la negoció y la sacó adelante", agrega.
Andrés Zaldívar, que coincidió con Boeninger cuando presidía el Senado, recuerda incluso que tenía comisiones favoritas, como Trabajo, Constitución, Salud y Hacienda. "Como era designado no tenía obligaciones parlamentarias. Por eso él siempre decía que tenía que rendirle cuentas a un solo elector: el Presidente de la República", relata Zaldívar. Y añade: "Yo le decía que era un ingeniero de la política, porque era el único capaz de hacer un diseño".
Enrique Correa explica que este fanatismo por estudiar tenía una razón: "Él pensaba, y en eso coincido, que Chile nunca debía abandonar el camino de las reformas y quedar sometido a la tiranía del statu quo. Además, tenía una obsesión: que había que volver a hacer bailar a un mismo compás la política con la economía".
Otra evidencia de su capacidad de estudio y concentración la demostró cuando en 1989 ofició de coordinador programático de la Concertación y redactó el plan económico: "Me fui a Tongoy de veraneo y escribí una cuestión de como quinientas páginas en medio de las vacaciones. Llegué en marzo y convoqué a una reunión programática y deposité este tremendo ladrillo arriba de la mesa". A muchos, al comienzo, no les cayó bien que él llegara con todo listo. Pero Boeninger tenían sus razones: "La lógica es que cuando uno plantea una idea y la pone por escrito tiene una ventaja de partida sobre los demás. Entonces, finalmente ese ladrillo sirvió de base para un documento", dijo en una entrevista al Cidoc de la U. Finis Terrae.
Sin embargo, toda esa frialdad para negociar y proponer se desvanecía cuando tenía que hablar en público: lo detestaba. Ricardo Solari recuerda él que solía mojarse la cara con agua cuando algo lo tensionaba en el difícil camino que fue la transición.