Los gestos
En este debate, no sólo hubo palabras. También gestos. Y muchos. La extrema seriedad de Enríquez-Ominami, comportándose con un nerviosismo como si el debate fuera una disertación escolar. El relajo y la sonrisa de Frei como si ésta fuera una asignatura que ya ha cursado antes. Los tics de Piñera en los ojos, que mostraban su tensión, junto a las manos casi siempre empuñadas para mostrar manejo. La seguridad de Arrate al hablar, moviendo la cabeza y los hombros, sin la tensión del que tiene que ganar.
Frei se vio tranquilo, pero no seguro. Logró proyectar cercanía. Al contrario, Piñera se vio tenso pero seguro, aunque en escasas ocasiones pareció cercano: a diferencia de Frei, miró poco a la cámara y habló como si fuera un profesor muy didáctico, pero sólo a la audiencia del set y no a los televidentes. Su mejor momento fue al final, cuando apareció más cercano.
A ME-O lo perjudicó su postura tensa, su mirada hacia abajo que lo mostró leyendo las respuestas, su inmovilidad y su boca seca que lo obligaban a pasarse repetidamente la lengua por los labios. Apenas se le vieron las manos. Sobre todo la derecha, que estuvo casi tan quieta como su cuerpo.
El candidato concertacionista, incluso en los escasos momentos tensos del debate, sonrió. Un gesto que lo mostró empático y afable, muy al estilo Bachelet. Y aunque Frei gesticuló poco, en su caso no afecta: ésa es su manera de ser. Sin embargo, toda la empatía y tranquilidad que transmitió durante el debate no logró cristalizarlas al final, cuando tuvo que dar las razones para ser el próximo presidente.
Piñera partió tenso y lleno de tics que mostraron su ansiedad habitual. Pero poco a poco logró soltarse. Aunque no lo suficiente: sus constantes miradas hacia arriba se leyeron como alguien que estaba recordando un discurso que se sabe de memoria. Pero si sus ojos le jugaron en contra, sus manos lo ayudaron: cuando manejaba bien un tema y tenía proyectos empuñaba sus dos manos dando una señal de quien toma el volante y luego, cuando abría sus brazos hacia el público, proyectaba que quería escuchar.
Sin duda, el más relajado fue Jorge Arrate: suelto, coherente, con la actitud de un estadista republicano, que recordaba a Ricardo Lagos. Y a diferencia de los otros candidatos, sin la preocupación de ganar el debate: sólo le interesaba transmitir su mensaje.
La voz
Si algo quedó en claro en el debate del miércoles es que hay veces en que el exceso de entrenamiento puede opacar la esencia de un político. Una sobredosis de coaching y clases con el fonoaudiólogo mejoraron indudablemente la articulación y dicción del ex diputado PS Marco Enríquez-Ominami, pero apagaron en la primera fase del foro televisivo, la actitud provocadora que hace interesante su puesta en escena. Sobre todo en un set de televisión.
En toda la primera parte del encuentro, ME-O mostró una disfonía crónica, que ya se ha hecho una marca en su registro a causa de unos rebeldes nódulos. Además, debido a su excesivo rigor por la dicción, perdió espontaneidad: incluso él mismo bromeó con el tema de su preparación. A eso se suma su mala respiración, lo que produce -además de la sequedad de boca- una voz que pareciera surgir de la garganta.
Piñera demostró que también ha recibido entrenamiento. Usó las metáforas con las que suele explicar los "hechos concretos" o "medidas concretas" que implementará en un eventual mandato. Su tono contenido y una mejor articulación estuvieron enmarcados por una aproximación seria al elector-telespectador, con un tono pedagógico y explicativo en la mayor parte del foro. Piñera redujo las enumeraciones y utilizó paralelismos para armar sus ideas. Sigue hablando en forma entrecortada, probablemente debido a una respiración "alta", que en muchas ocasiones se debe a la ansiedad.
La voz calmada de Eduardo Frei pecó, a ratos, de exceso de tranquilidad y sólo en momentos pareció más enfático, como cuando enrostró a Piñera su aparición en el informe de Transparencia Internacional por la multa cursada tras la compra de acciones de LAN, en 2006. Su desafección, que intentaba dejar a la vista un discurso respaldado por la experiencia, sigue sin conseguir una articulación apropiada. Por lo pronto, no pronuncia ninguna "d" intervocálica y mantiene su seseo. El uso de la "r" doble vibrante y sus problemas de dicción -fue el que tuvo más errores de pronunciación- se mantuvieron durante el foro.
Arrate mostró su formación republicana en un discurso finamente acabado -en cada uno de los tópicos-, preocupándose de marcar los énfasis en los pasajes más ideologizados de su mensaje. Golpea el inicio de la frase, pero termina bien la idea, al cerrar acertadamente los finales.
El metadebate presidencial
La vestimenta
Sebastián Piñera lució un traje oscuro que transmitió formalidad y elegancia. Usando una corbata retro, también oscura, tejida y listada. Distinta de las que se le habían visto en la campaña. Más sobria, mucho menos costosa de lo que varios esperaban, pero que en la segunda parte del debate se le corrió hasta casi llegar a su hombro, sin que se diera cuenta. La razón de su elección sería simple: Piñera, a pesar de ser el único candidato con la chaqueta cerrada -algo que demuestra rigidez-, quería verse ordenado pero no ostentoso.
Esto, a diferencia de ME-O que apareció demasiado elegante. Casi como un maniquí o una estrella de cine vestida para una pasarela en Hollywood. Muy maquillado, muy arreglado, muy fashion, y con una corbata azul brillante con un nudo relativamente grande, que quería gritar juventud.
Con su corbata fucsia, Eduardo Frei dejó en claro su interés por mostrar afecto, calidez y su deseo de buscar el voto femenino. Un color que además de dejar en claro sus ganas de capitalizar la llegada afectiva de la presidenta Bachelet, intenta hacerlo ver más joven, menos rígido y menos empaquetado.
Jorge Arrate fue quizás el candidato que menos se preocupó de su vestuario. Lució una chaqueta que se le veía grande de hombros y de puños. Su llamativa corbata naranja.
Las posturas
En los últimos meses, nos acostumbramos a un Piñera contento. Pero en el debate del miércoles, el candidato de la Alianza estuvo tenso. Escasas sonrisas. Aunque trató de buscar empatía, su postura de académico no le permitió alcanzarla. Fue el más atacado. No miró a la cámara, perdiendo conectividad con la audiencia. Y si bien aguantó hasta al final -en el tercer bloque despertó su ironía-, queda la sensación de que estuvo rígido.
Eduardo Frei se paró con la tranquilidad de un ex presidente. Los nervios no lo traicionaron e incluso cuando las preguntas se volvieron en su contra, su pose de "hombre de hierro" lo acompañó. Atacó cuando fue necesario y se dirigió directamente a los televidentes. Claro en su postura. Pero no tanto en sus mensajes.
Se echó de menos al candidato mediático que hasta ahora había sido ME-O. Se mostró tenso. Contracturado. Con el cuello tieso. Expuso inseguridad. Justo lo que no quería. Recién a los 60 minutos de debate, apareció el hombre que ironiza y confronta. Ése que sube en las encuestas. Y logra que los otros candidatos se desarmen cuando los increpa. Pero le faltó. Siguió muy empaquetado. Tuvo sus momentos, pero no llegó a su máximo.
Arrate fue el más tranquilo. Se tomó el tiempo que quiso para responder e incluso se dio el lujo de contestar lo que quiso, aunque no se lo preguntaran. Con un discurso directo y eficaz, logró lo que pretendía: traspasar su mensaje. Aprovechó su postura para poner en tela de juicio los temas que más sacan roncha. Esos que pusieron incómodo al resto. En sus palabras finales, hasta se dio el gusto de declararse allendista sin perder un ápice la compostura. Relajado.
Verónica Bagladi es PhD en Psicología Clínica, coach empresarial y subdirectora del magíster en Psicoterapia Integrativa de la UAI. // Ignacio Fernández es psicólogo organizacional, máster en Dirección de RR.HH., coach empresarial y director del magíster en Psicología de las Organizaciones de la UAI. // María Olga Matte es actriz, magíster en Literatura, coach empresarial y asesora del Centro de Innovación y Aprendizaje de la UAI. Fotos: José Miguel Méndez