Por Cristóbal Bellolio* Octubre 17, 2009

Asistí al debate presidencial de TVN invitado por el comando de Marco Enríquez-Ominami. Fue extraño mirar desde la vereda opuesta a la mayoría de mis contactos políticos, los que estaban sentados en la barra de Sebastián Piñera. Fue incómodo para ser sincero. Sentí los comentarios venenosos por la espalda. Al final del debate, con el candidato de la Coalición por el Cambio nos saludamos cordialmente, pero no alcanzamos a cruzar un par de frases antes de que le recordaran que estaba hablando con un "traidor". Me hizo sentido lo que dijo Felipe Lamarca respecto del bullying político: La tribu de origen castiga a los que cruzan el río.

El fenómeno de cambiar de bando es tan viejo como la política misma. Pero la valoración del hecho es distinta dependiendo de quién se beneficia del giro. Para la Alianza, el desembarco de Fernando Flores y Jorge Schaulsohn en la campaña de Piñera fue una excelente noticia, que daba cuenta, según algunos, de la valentía y estatura de estos dos ex líderes concertacionistas: habían sido capaces de romper lealtades configuradas en base al pasado, apuntando a la construcción de un futuro común.

En el oficialismo la interpretación fue otra: Flores traicionaba su propia historia y mancillaba su vínculo allendista; Schaulsohn era un malagradecido y un oportunista.

Ambas reacciones son políticamente esperables, ya sea por consideraciones afectivas (ganar o perder un amigo), estratégicas (ganar o perder un elector) o simbólicas (ganar o perder un aliado), pero es ilusorio pretender realizar una valoración justa del hecho cuando el criterio utilizado es la pura conveniencia propia. Siempre recibiremos con los brazos abiertos a quienes vieron la luz y echaremos maldiciones sobre quienes abandonaron el buen camino. Pero ni la luz ni el buen camino son términos absolutos.

Lo paradójico es que en esta pasada es la oposición quien más necesita votantes que se den vuelta la chaqueta. Con un padrón electoral muy similar al de los últimos veinte años, el comando piñerista tiene claro que la clave de la victoria no está en los nuevos inscritos, sino en adherentes blandos pero históricos de la Concertación. Mucha gente tiene que "cambiarse" para que gane el Cambio. Es un fenómeno deseable y promovido desde la sede de Apoquindo, sólo mientras sea unidireccional hacia la derecha… Ya hay notificados: la fuga de votos hacia Marco Enríquez-Ominami será social y políticamente sancionada. Pero la recomendación política es la contraria: despenalizar el cambio, no sólo por coherencia con el discurso propio, sino además pensando estratégicamente en una eventual segunda vuelta frente a Frei, donde los partidarios de ME-O seremos determinantes en el resultado.

Por supuesto, no todas las motivaciones para el cambio de bando son iguales. Seguramente coexisten o alternan razones de fondo y de forma. Podemos distinguir básicamente tres.

Primero, quienes sienten que sus convicciones se han mantenido inalteradas, pero acusan al resto de haber extraviado la brújula. Para éstos, lo relevante es la lealtad a las ideas más que a personas determinadas. El grueso de los adherentes de Marco Enríquez-Ominami proviene de esta visión, que no se siente traicionera de la Concertación.

Podemos identificar un segundo grupo, cuyo cambio en las preferencias políticas apela a cuestiones más contingentes, como un episodio puntual de enfrentamiento interno, la promesa de mayor protagonismo, una ventana de oportunidad o un cupo privilegiado. Concordaremos en que las experiencias de los colorines en la DC, de los humanistas cristianos con Piñera o el reciente desembarco de Trivelli en el marquismo tienen que ver, aunque se diga lo contrario, con esta familia de motivaciones.

Pero hay un tercer grupo, aun más interesante, porque asume hidalgamente que ya no piensa como antes. Son los que reivindican el cambio de mirada, como parte de un proceso evolutivo consciente. No significa reconocer necesariamente que estuvieron equivocados, pero sí que son autocríticos frente a su historia. Esta especie contribuyó a la renovación socialista en Chile, cuando puso en tela de juicio su propio dogmatismo. De esta especie proviene tanto el ministro PPD Francisco Vidal como el senador UDI Andrés Chadwick. El primero en su juventud perteneció al Partido Nacional y el segundo al MAPU. Ambos hicieron uso de su derecho a la evolución intelectual, aunque en estos casos haya operado en el sentido inverso. Asegurar que uno lo hizo "para bien" mientras el otro "involucionó" es una explicación fanática y arrogante, porque parte de la premisa que los propios tienen siempre la razón, descalificando la intensidad y la complejidad de la experiencia vivida por el sujeto en el banquillo de los acusados.

No pretendo con esta reflexión animar a que la promiscuidad política se transforme en orgía. La capacidad de mantenerse fiel a un proyecto, aun cuando no nos gusta algo de él, es tremendamente importante. Cambiar la realidad desde adentro es siempre un ejercicio encomiable. Pero no se les puede pedir a todos que lo hagan. El mundo sería un peor lugar, o al menos más estático, si algunas personas no se hubieran atrevido a desafiar ciertos supuestos, mitos y prejuicios respecto del "otro" y sus ideas. Cruzar el río, cuando el motor es una convicción y no puro aprovechamiento, derriba muros de intolerancia y sectarismo. Ponerse en el lugar del otro requiere a veces estar con el otro y entender sus motivaciones respecto a la acción política. Quizás no sean tan distintas de las nuestras, pero a veces optamos por no verlas porque se gestaron en una tribu diferente. La generación de chilenos que no carga con mochilas de rencor tiene evidentes ventajas a la hora del desprendimiento, pero tampoco está desprovista de costos. Llegó la hora de empezar a mirar a los que se dan vuelta la chaqueta con otros ojos.

* Profesor de la Escuela de Gobierno de la UAI. Consejero de Independientes en Red.

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