Agustín Edwards en la intimidad
(Diario de vida) 27.12.02: Ayer fui al fundo de Agustín Edwards en Graneros y vi cosas increíbles... La casa de Graneros es simplemente fantástica. Salones gigantescos rodeados de libros, obras de arte, artículos históricos. Pero la biblioteca va más allá de todo lo imaginable. Es de una cuadra de longitud, está a cargo de una bibliotecaria, tiene ya 30.000 volúmenes en dos pisos de estanterías decoradas con maderas talladas por un especialista inglés. Tiene una bóveda como las de los bancos, con incunables de cientos de años. Tiene una página auténtica de la Biblia de Gutenberg. Todo con aire acondicionado, computadores para ubicar libros, grabados medievales. Todo perfecto, impecable. Tiene en las cocheras más de veinte carruajes históricos, «carros de sangre» de Valparaíso, el coche de Diego Portales (amplio y cómodo), los que eran de la Presidencia. Agustín me dijo que se los mostró a Lagos y le ofreció que los usara cuando quisiera en alguna ocasión solemne, pero Lagos le contestó: "Esos coches son para los reyes"... Caballos holandeses negros de linaje certificado, en pesebreras de lujo. Todo es una maravilla. Estuve en el dormitorio principal, lleno de obras de arte y muebles finos. Es otro mundo. Almorzamos con Agustín, la Malú, el padre Guarda y Cristián Edwards.
No era lo que pensaba
Mis primeros años forjaron en mí la noción de pertenecer a un excepcional rango y privilegio. Pero con el transcurso del tiempo y el contacto con el medio externo, me fui dando cuenta de que si bien mi hogar era acomodado, no calificaba para pertenecer al nivel socialmente más alto. Pues, como lo he expuesto con bastante detalle, y no sin una cuota de erudición, en mi libro Los chilenos en su tinto, en la sociedad chilena los apellidos mediante los cuales uno puede aspirar a pertenecer a la aristocracia están específica, precisa y cuidadosamente catalogados. A medida que uno crece se vincula con más gente de la sociedad santiaguina y se instruye, los aprende perfectamente, sin que nadie en particular se los enseñe, aunque si alguien lo hace, mejor. Y el hecho fue que ya antes de la adolescencia caí en la cuenta de que los apellidos míos (al menos los dos primeros) no estaban catalogados como aristocráticos. Más de una vez estuve en grupos de chiquillos y chiquillas que jugaban a decir todos sus apellidos, hasta llegar a más de diez. El juego era popular en la clase alta, porque así los que no tenían muy buenos apellidos iniciales estaban en condiciones de reafirmarlos con otros mejores que vinieran después. En general, todos aportaban, ya a la altura del quinto o el sexto, uno o más reconocidamente «buenos». Pero yo, para llegar al mejor que tengo, y casi el único indubitablemente «bueno» (Edwards), debo recorrer una veintena de otros que son considerados «más o menos» o definitivamente «raros»...
Sebastián Piñera me dijo perentoriamente: -Hermógenes, yo sé que vas a sacar a relucir el tema del Banco de Talca y te advierto que, si lo haces, yo voy a revelar que recibiste un cheque de diez millones de pesos del general Pinochet.
Pero ya estando en el colegio yo empecé a comparar con casas de amigos y me di cuenta de que había gente que vivía todavía mejor que nosotros. Y a la altura de los doce o trece años, ya cursando Humanidades, recuerdo que un grupo del curso empezó a farsantear con apellidos y posición social. Cuando yo quise echar mi cuarto a espadas a ese respecto, fui parado en seco por Juan Pablo Izquierdo, el hoy famoso director de orquesta, que en el Saint George's estaba en mi mismo curso (y que, por lo demás, era muy buen compañero), quien me hizo con toda claridad y sin ninguna agresividad una aclaración:
-Mira, a los Izquierdo los conoce todo el mundo; en cambio, a los Pérez de Arce no los conoce nadie.
Me dejó bastante desconcertado.
<>
El Banco de Talca y el cheque de Pinochet
En ese año 1989 habían recién aparecido los primeros teléfonos celulares y la compañía nos había entregado en préstamo un aparato a cada uno de los candidatos. Una mañana, temprano, en que iba saliendo a cumplir mis actividades como tal, sonó mi aparato, provocándome gran alegría, porque casi nadie me llamaba a él. Era Sebastián, que me dijo perentoriamente:
-Hermógenes, yo sé que vas a sacar a relucir el tema del Banco de Talca y te advierto que, si lo haces, yo voy a revelar que recibiste un cheque de diez millones de pesos del general Pinochet.
Yo no tenía presente en ese momento que Sebastián había sido encargado reo como gerente de dicho banco, pues lo había olvidado, y esto sucedía mucho antes del programa Decisión '89, a raíz del cual mi amigo empresario me había hecho llegar fotocopia de las publicaciones de prensa al respecto. Entonces le respondí, desconcertado, a Sebastián:
-¿Y qué pasó en el Banco de Talca?
Mi pregunta, a su turno, lo desconcertó a él, que no supo qué responder y sólo resolvió insistir en lo del cheque del general Pinochet.
Esto último era estrictamente verdad, pues uno o dos días antes de ese llamado, estando en plena sesión con las personas a cargo de mi comando electoral, yo había recibido en el mismo celular otro del general Jorge Ballerino, que era probablemente el uniformado más próximo al Presidente en ese momento, en que me había dicho más o menos lo siguiente:
-Hermógenes, quiero que sepas que el Presidente me ha ordenado hacerte llegar un cheque de diez millones de pesos como ayuda a tu campaña. Te advierto que se trata de recursos personales de él y no tienen que ver con el gobierno. Es plata de él.
Yo había quedado muy agradecido, pero, obviamente, no era una cosa que fuera a andar publicando, ni mucho menos... El hecho fue que, cuando llegué a mi comando, tras recibir la amenaza de Sebastián y contestarle que nada sabía de lo del Banco de Talca, referí la llamada a quienes me ayudaban, manifestándoles mi extrañeza por el hecho de que él supusiera que íbamos a hacer semejante cosa. Entonces, uno de los del comando me dijo:
-Es que justamente hace un rato se planteó esa idea y la discutimos.
O sea, Sebastián había sido informado antes que yo sobre las ideas y estrategias que se debatían en la cúpula de mi comando. ¡Dentro de éste había un "topo" que trabajaba para Piñera!
Autobiografía desautorizada
Explicaciones por la novela
Este tema se ha prestado para diálogos muy divertidos, como uno que tuve con mi única hermana, Zuni, y que se desarrolló en términos parecidos a los siguientes:
-Hermógenes, no puedo creer lo que me ha contado una amiga. Dice que se está vendiendo una novela tuya titulada "Los Pezoncitos Rosados".
-Zuni, mi novela no se titula así, sino "Está Temblando", que creo es un título perfectamente decente y apegado a la realidad del país en que vivimos.
-Pero entonces ¿de dónde sacó mi amiga lo de los "pezoncitos rosados"?
A esas alturas yo carraspeé dos veces y le dije:
-Bueno, tengo que reconocer que esa expresión es empleada por un personaje femenino de la novela cuando está teniendo una relación con el protagonista y éste no logra una excitación suficiente. En esas circunstancias, ella le aconseja de muy buena fe concentrar su atención y sus caricias en las partes de su cuerpo a que se refiere tu amiga. Pero es una sola línea...
Jaime Guzmán y la muerte
En 1978, siendo yo director de La Segunda, fui un día al edificio Diego Portales convocado por no recuerdo qué alto funcionario, así como tampoco recuerdo el motivo de la convocatoria. Estaba recién anunciada la Consulta Nacional que se llevaría a cabo ese año. Cuando yo iba entrando al edificio, me topé con Jaime, que iba saliendo y me saludó con mucho afecto, tratándome de «muy apreciado amigo».
Me sorprendió que, en la breve conversación que tuvimos de pasada, me dijera que la consulta había sido un último salvavidas para el gobierno militar, que estaba, en sus palabras, «prácticamente caído». Me sorprendió mucho su pesimista opinión y la refuté enérgicamente, recordándole que los militares estaban férreamente unidos (lo que no era tan así, pues las rebeldías del general Leigh eran cada vez más ostensibles) y que yo no veía posibilidad alguna de que el gobierno militar cayera. Tras ese amable diferendo nos despedimos, pero a mí sus pesimistas palabras se me quedaron grabadas...
En 1982, cuando asumió la dirección de El Mercurio Agustín Edwards, me encargó personalmente redactar la «Semana Política» dominical, el más importante artículo de opinión de la página editorial, que hasta entonces redactaba casi siempre el anterior director, Arturo Fontaine Aldunate, si bien muchas veces delegaba esa tarea en el joven redactor y médico, pero de pluma muy bien dotada, Juan Pablo Illanes.
En ese tiempo, y seguramente enterado de que Agustín me había asignado esa responsabilidad, Jaime Guzmán me llamaba por teléfono todos los viernes, sabiendo que yo dedicaba la mañana de ese día a tal artículo, y me hacía un extenso lavado cerebral acerca de cuáles eran sus ideas sobre la actualidad. Yo me entretenía oyéndolo y no tenía ningún problema en que me sometiera al brainwashing, sobre todo porque siempre estaba de acuerdo con los puntos de vista que él defendía y, en todo caso, cuando no lo estaba, simplemente los dejaba de lado y no hard feelings. Pero sus conversaciones me servían mucho como fuente de información, reflexión y análisis.
En esos años, Jaime una vez me convidó a una comida en su departamento, a la que fueron alrededor de media docena de otros amigos de ambos. Fue muy agradable e interesante, aparte de sobresalientemente bien servida, bajo la tuición de una empleada mayor y respetable que trataba al dueño de casa maternalmente. Hicimos un tour por su amplio departamento de la plaza Las Lilas y, al mostrarnos su dormitorio, nos sorprendió ver en el velador una calavera y, frente a ella, un reclinatorio para orar. Le pregunté el propósito de tener esa calavera tan cerca, y me contestó:
-Es para tener siempre muy presente la realidad de la muerte.
Pinochet lo quiere "exiliar"
Anteriormente, siendo Director de La Segunda, tras un almuerzo con el Presidente Pinochet en el Edificio Diego Portales, él me pidió que me quedara unos momentos, cuando todos los concurrentes nos estábamos despidiendo. Entonces me ofreció la Embajada de Chile en Colombia. Yo le agradecí sinceramente y le dije que era un honor, pero en el mismo acto le expresé mis razones familiares y personales para no aceptar.
Por cierto, yo sabía que ese ofrecimiento tenía como propósito, más que llenar una sentida necesidad de nuestro servicio diplomático, alejarme de una manera elegante, adecuada al trato que merecía un partidario del Gobierno, de la Dirección de La Segunda, donde frecuentemente la amplia libertad de que yo hacía uso para informar provocaba mucha molestia en el mismo Gobierno.
Por ejemplo, en una ocasión me llamó un general altamente colocado en el régimen y me dijo textualmente, a raíz de un Top Secret aparecido en el diario acerca del itinerario que iba a tener un viaje al exterior de la señora Lucía Hiriart de Pinochet, que yo era "un traidor". Afirmaba que yo había puesto en peligro la vida de la señora del Presidente, constantemente amenazada, como la de éste y el resto de los suyos, por terroristas de extrema izquierda. Yo le contesté al general que no podía aceptar ese tratamiento y, simplemente, le anuncié que iba a cortar la comunicación, cosa que hice.
Minutos después me volvió a llamar, diciéndome confidencialmente que las expresiones proferidas antes no correspondían al concepto que él tenía de mí, sino que las debió hacer obedeciendo una orden perentoria del Presidente Pinochet de decírmelas. Para verificar el cumplimiento de la orden, me dijo, éste se había mantenido junto a él en el teléfono por el cual me llamaba.
Autobiografía desautorizada
Candidatura presidencial frustrada
Un día Máximo Silva me llamó y me dijo que le fuera a pedir el apoyo para mi candidatura presidencial al propio Jefe del Estado, el Presidente Pinochet. Y me consiguió una audiencia con él en La Moneda, a mediodía, cuando estaba toda la prensa.
Yo llegué, me hicieron pasar y lo primero que hice, tras saludar a don Augusto, fue agradecerle que me recibiera, explicándole, como si yo fuera inocente de lo que sucedía (lo cual era en parte verdad) que había personas impulsando una precandidatura presidencial mía y manifestándole, con toda franqueza, que el propósito de mi visita era pedirle su apoyo. Él me contestó textualmente:
-Sí, yo lo apoyo, pero no tengo plata para ayudarlo.
Yo me sorprendí mucho, porque, como parte de mi arraigado hábito de no darme cuenta de las cosas, ni siquiera había pensado en el tema de las platas para la campaña. Suponía, dada la experiencia que había tenido en 1973 (candidato a diputado), que éstas de todas maneras saldrían de alguna parte y terminarían siendo suficientes. Entonces le dije al Presidente que no se me había ocurrido pedirle apoyo económico, sino que sólo aspiraba a una manifestación pública de que simpatizaba con mi designación como candidato.
-Claro- me dijo, y sin más, tal vez para librarse luego de mí, añadió -salgamos a decírselo a los periodistas.
Y me guió hasta la puerta del salón donde estábamos, tras la cual había numerosos hombres y mujeres de la prensa, cámaras y micrófonos, y dijo públicamente que apoyaba mi nombre como candidato presidencial.
Esto, por supuesto, fue disimulado por la mayoría de los medios.
La casi primera detención del general
Ante el ilegal secuestro de Pinochet en Londres, y a instancias de mi amigo Máximo Silva Bafalluy, él y yo partimos a esa ciudad en diciembre de 1998, y llegamos cuando el ex Presidente llevaba menos de dos meses detenido. Conseguimos todas las credenciales necesarias y, finalmente, arribamos por tren a Virginia Water (sin "s"), la localidad donde había debido arrendar una morada que le sirviera de lugar de reclusión. El ex Presidente chileno había sido advertido del peligro que envolvía su viaje, pero él, muy ingenuamente, creyó que la inmunidad diplomática y la legislación internacional, que sus asesores jurídicos le aseguraron lo protegían debidamente -lo cual era verdad en derecho, pero también lo era que, respecto del Gobierno Militar chileno, ni el derecho ni la verdad rigen- tenían algún valor. Además, don Augusto olvidó un detalle, que yo conocí mucho antes de su viaje.
En efecto, cuando fui a Londres a correr la maratón anual de esa ciudad, en 1993, el entonces embajador chileno allá, Hernán Errázuriz Talavera, convidó al grupo de maratonistas chilenos a comer a su casa.
Cuando el diario El Mercurio se llenó de cartas de gente de derecha proclamando que había dejado de leerme o preguntando hasta cuándo yo iba a seguir sosteniendo los puntos de vista que exponía, me di cuenta de que, en realidad, habiendo siempre escrito "para alguien", aunque hubiera sido una minoría, ahora estaba escribiendo "para nadie".
Fue un encuentro muy agradable y después de comida salimos a caminar por las calles aledañas a la embajada. Hernán nos llevó hasta la cercana casa-habitación de Margaret Thatcher, ya retirada de la política.
En la conversación, con características de discusión política, que tuvimos con Hernán (porque teníamos diferentes posiciones, sobre todo con respecto al Gobierno Militar), surgió un antecedente muy interesante: nos refirió lo siguiente, que reproduzco según mi leal saber y entender y confiado en mi memoria:
-Cuando el general Pinochet estuvo aquí en Londres hace algún tiempo, me enteré de que se había puesto en marcha una acción judicial izquierdista para obtener su detención. Se había obrado muy sigilosamente y se me informó que la orden de captura era inminente. Entonces me fui al hotel donde estaba el general y exigí hablar con él, pero en su entorno me dijeron que dormía siesta y que no se le podía despertar hasta una hora más. Como yo sabía que la detención podía tener lugar en cualquier momento, me impuse, hice que lo despertaran inmediatamente y que hiciera su equipaje y se fuera al aeropuerto a tomar el primer vuelo que pudiera conseguir. Y así logré sacarlo de Londres, porque si no su detención se habría materializado unas horas después.
Sin duda, el ex Presidente olvidó todo lo anterior. Después de su muerte, su hija Lucía me ha confirmado que lo referido por Hernán Errázuriz, hoy lamentablemente fallecido, era efectivo.
¿Soy un ultra?
(Diario de vida) 01.06.02: El miércoles estuve conversando más de una hora con Agustín Edwards en su casa. Me habló de los cambios que quiere hacer en el diario... Me dijo que yo era un "ultra", pareciendo significar que no le gusta la idea de que la opinión del diario se identifique con la mía...
Adios El Mercurio
...llegó el último día de 2008, en que escribí mi columna final para El Mercurio. La causa necesaria y suficiente para poner término a cuarenta y seis años de pertenencia a la empresa y ventisiete años de columnista semanal fue la de encontrarme en los inicios de una campaña presidencial, en la cual mi vocación de opinante conducía indefectiblemente a que, una y otra vez, contraviniera el parecer y el sentir del único sector de la sociedad que, hasta ese momento, compartía mis predicamentos políticos.
Cuando el diario se llenó de cartas de gente de derecha proclamando que había dejado de leerme o preguntando hasta cuándo yo iba a seguir sosteniendo los puntos de vista que exponía, me di cuenta de que, en realidad, habiendo siempre escrito "para alguien", aunque hubiera sido una minoría, ahora estaba escribiendo "para nadie". Porque, si la mayoría siempre había discrepado de mí y eso no me importaba, ahora también discrepaba la minoría, y eso sí me importaba.
Me pregunté, entonces: ¿qué sentido tiene irritar a todo el mundo? Y me respondí: ninguno.