Por quepasa_admin Enero 23, 2010

El presidente francés es inagotable e incansable, y da la sensación de no poder nunca estarse quieto: por algo lo han comparado con el conejo Duracell. Conjuga una extraordinaria capacidad de trabajo con un ritmo demencial, y uno no puede dejar de preguntarse por el tipo de vida que deben llevar sus colaboradores más cercanos.

Si hay en estos días un político de derecha que marca la pauta en el mundo, ése es sin duda Nicolas Sarkozy. Luego de encabezar una campaña innovadora, en la que logró imponer los ritmos y los temas, Sarkozy alcanzó la primera magistratura tras derrotar en segunda vuelta a la carismática Ségolène Royal. Después de catorce años de François Mitterrand y doce de Jacques Chirac, Sarkozy permitió que una nueva generación llegara al poder, imponiendo un nuevo modo de hacer política.

Aquí seis claves de su gestión.

Apertura

Uno de los grandes golpes de efecto del inicio de su mandato fue la "apertura". Para conformar su primer gabinete, Sarkozy convocó a figuras venidas de los más diversos horizontes. Y aunque la cuestión tenía antecedentes (Mitterrand había intentado algo semejante en 1988), Sarkozy fue mucho más lejos, como es su costumbre. Sin duda, su principal logro fue la inclusión de Bernard Kouchner -figura socialista de primera línea- como ministro de Relaciones Exteriores, pero no se trató del único caso, pues varios ministros y subsecretarios pertenecen al mundo de la izquierda. Su gobierno ganó así una amplitud inusitada, pues conviven en él personeros de derecha más bien clásica -como el primer ministro- con actores cuyo discurso tiende a ir en sentido contrario. De paso, desestabilizó al Partido Socialista que hasta la fecha no logra dar con una réplica adecuada, limitándose a acusar de traición a los desertores.

No contento con eso, Sarkozy también realizó algo que la izquierda nunca osó: incluir en su gobierno diversidad racial, apoderándose así de un concepto que parecía monopolio de sus adversarios. Sin embargo, estas iniciativas no están exentas de dificultades. En muchos sentidos, el electorado más duro de Sarkozy se siente un poco desorientado y no se identifica necesariamente con lo que realiza su gobierno; por ello, este último no cuenta siempre con la cohesión necesaria para sacar adelante algunos de sus proyectos. En todo caso, es innegable que los beneficios han superado ampliamente los costos.

Energía

El presidente francés es inagotable e incansable, y da la sensación de no poder nunca estarse quieto: por algo lo han comparado con el conejo Duracell.

Conjuga una extraordinaria capacidad de trabajo con un ritmo demencial, y uno no puede dejar de preguntarse por el tipo de vida que deben llevar sus colaboradores más cercanos. Está siempre encima de todo, conoce en detalle cada área de la acción gubernamental y no teme involucrarse directamente en cuestiones que, en principio, son de resorte ministerial. Es cierto que gana en visibilidad y en fuerza, pero al mismo tiempo corre muchos riesgos, se expone y, a veces, le cuesta tomar distancia.

Pero quizás sea simplemente su naturaleza: el hombre no tiene nada de un intelectual y no es de aquellos que observan sentados cómo transcurre la vida. Su impulsión innata es la actividad y por eso la prensa lo llama el omni-presidente: está en todas y le cuesta mucho delegar si no es a personeros de su más absoluta confianza.

Una vez elegido, Sarkozy no se amilanó y ha dedicado buena parte de su mandato a impulsar reformas, enfrentando la dura oposición de sindicatos y gremios. Escucha hasta un cierto punto, negocia lo que considera negociable, pero no vacila al momento de decidir.

Con su estilo, ha revolucionado también el modo de ejercer la presidencia: allí donde sus antecesores eran imperiales y ceremoniosos, él es más bien informal, sale a trotar y no tiene problema en tutear a la gente en la calle. Cuentan que, durante la campaña, uno de sus asesores le aconsejaba ir más lento, ser más prudente y moderar sus intervenciones. Sarkozy habría contestado que, aunque quisiera, no podría, pues le encantaba avanzar, así, rápido, con vértigo y sintiendo la fuerza del viento en la cara. Sin embargo, esto le juega malas pasadas: es tanto su voluntarismo que le cuesta escuchar a quienes disienten, porque no le gusta que lo contradigan y le cuesta mucho admitir errores. Por lo mismo, ha generado en torno suyo una especie de corte donde pocos osan oponerse a sus designios. Por mencionar sólo el ejemplo más notorio, hace pocos meses insistió en instalar a uno de sus hijos en un cargo público para el que no tenía ninguna experiencia. Sólo dio marcha atrás cuando la prensa internacional hizo mofa de su retoño y el escándalo adquirió así proporciones inesperadas.

Reformas y más reformas

Sarkozy es un convencido de que si Francia quiere seguir jugando en las grandes ligas debe modernizar vastos sectores de su economía y de su industria. Su campaña giró en torno a la idea de ruptura y de superar los corporativismos que, decía, tenían estancado al país.

Una vez elegido,  no se amilanó y ha dedicado buena parte de su mandato a impulsar reformas, enfrentando la dura oposición de sindicatos y gremios. Sarkozy tiene un método del que no se aparta: escucha hasta un cierto punto, negocia lo que considera negociable, pero no vacila al momento de decidir. No cede nunca en sus objetivos fundamentales, ni deja que los sindicatos le ganen "la batalla de la opinión".

Y aunque este modo de actuar lo ha llevado, a veces, a situaciones de alta tensión, ha tenido el mérito de no abandonar los objetivos que él mismo había fijado al inicio. En todo caso, aún le queda mucho por hacer (basta mirar el nivel de la deuda pública francesa), y no es raro que enfrente la oposición, más o menos encubierta, de sus propios parlamentarios. Por de pronto, este año deberá conllevar quizás la reforma más difícil: la del sistema de pensiones.

¿El modelo?

Ocupa todo el espacio

Otra característica del mandatario francés es su curioso don de ubicuidad política. Como se trata de un hombre pragmático y altamente desideologizado, Sarkozy se pasea sin problemas a lo largo de todo el espectro, sosteniendo al mismo tiempo posiciones de derecha y de izquierda según los temas y la coyuntura. Por lo mismo, no hay un Sarkozy sino varios: puede ser un poco populista si la situación lo amerita, impulsar proyectos más propios de la izquierda (por ejemplo, la supresión de la publicidad en la televisión pública), y lanzar al mismo tiempo un debate sobre la identidad nacional, cuyo único objetivo es ganarle terreno a la extrema derecha. Su última obsesión es la ecología, tema en el que ha asumido sin complejos posiciones poco tradicionales en su sector: hoy por hoy, intenta instaurar un impuesto especial para las emisiones de carbono.

El mandatario, a ratos, hace dudar de la pertinencia de las clásicas distinciones políticas. De paso, asfixia a sus oponentes, dejándoles poco espacio y pocas ideas, pues los priva de sus ejes semánticos y se apropia de temas que, en principio, le eran ajenos. Ahora bien, tal ubicuidad también tiene peligros que Sarkozy no siempre ha sabido conjurar del mejor modo: tiene cierta tendencia a dispersarse y su acción no siempre es coherente. Un poco por lo mismo, su figura se ha desgastado y sus índices de popularidad actuales no son ninguna maravilla.

Mano izquierda y mano derecha

Insuperable en el metro cuadrado, Nicolas Sarkozy es por lejos el político más hábil de su generación. Su carrera es un caso que todo político joven debería mirar con detención: hijo de inmigrante, sin apellido y sin fortuna, se construyó a sí mismo a punta de puro esfuerzo personal, con la ayuda de una retórica fuera de lo común y de un talento innato que nadie podría negarle. Fue neutralizando uno a uno a sus adversarios políticos, hasta alcanzar la presidencia. Hoy mismo tiene a Dominique Strauss-Kahn (una de sus amenazas más serias para los próximos comicios) en Washington dirigiendo el FMI, al ex primer ministro Dominique de Villepin enredado con la justicia, y al Partido Socialista en una posición muy precaria. Y aunque todo esto sea cierto, Sarkozy tiene la capacidad, al mismo tiempo, de mirar más lejos y avanzar en sus objetivos. Dicho de otro modo, es hábil para la política chica, pero eso no le impide seguir pensando en grande: se puede caminar y mascar chicle a la vez.

Liberales y conservadores

Aunque la derecha francesa es ciertamente bastante más liberal que la chilena, también está cruzada por divisiones profundas en materias sensibles, como el matrimonio homosexual o la discriminación positiva.

Sarkozy, que puede ser alternativamente más o menos liberal según de qué se trate, es consciente que lidera una coalición variopinta en la que conviven sensibilidades muy diferentes y, por lo mismo, no tiene ningún interés en comprarse conflictos innecesarios atizando diferencias internas. Además, como es él quien domina la agenda, simplemente no pone estos temas sobre la mesa y, si se dan, evita intervenir directamente.

Relacionados