Por Axel Christensen | Director ejecutivo BlackRock Abril 3, 2010

Previo al terremoto del 27F, uno de los mayores desafíos que enfrentaba el equipo político de la nueva administración era tratar de modificar la imagen de que éste sería el gobierno de los empresarios. Tarea nada de fácil, dada la trayectoria del propio presidente y de muchos que lo acompañan. Apenas se dieron a conocer los nombres de quiénes serían sus ministros, aparecieron voces que evocaron al fantasma del "gabinete de gerentes" de los primeros años de Jorge Alessandri, el que concluyó con la necesidad de recurrir a los partidos.

Se podía entender el nerviosismo en los círculos políticos -incluyendo a la misma Alianza- respecto a los resultados de esta "nueva forma de gobernar". De ser exitosa, ello significaba un enorme riesgo: que se abra a competencia el actual oligopolio que mantienen los partidos sobre la agenda política y la conducción del Estado. Sin embargo, por ahora la historia ha estado del lado de los partidos. A la experiencia de Alessandri se sumaba una más reciente. Si bien Bachelet inicialmente le dio la espalda a los partidos e intentó gobernar con gente proveniente del "sector civil", ante los fracasos del Transantiago y la "marcha de los pingüinos" debió echar marcha atrás.

Fue precisamente el discurso que prometía un nuevo estilo de gobierno lo que le permitió a Piñera captar el 52% de las preferencias. Se instalaba así esta administración, con toda la energía de una nueva coalición que toma el poder, pero enfrentando también un inmenso riesgo: la resistencia política, no tan sólo de una oposición que gobernó durante 20 años, sino también la de los propios partidos hoy oficialistas, quienes se sintieron excluidos de protagonismo.

Piñera, habituado a este tipo de decisiones, estuvo dispuesto a tomar este riesgo, calculando que el retorno que obtendría más que lo compensaría. Estuvo, incluso, dispuesto a asumir los peligros que surgían de los conflictos de intereses que podían aparecer en el tránsito de personas desde el mundo privado hacia el público. Cómo no hacerlo, pues su mismo triunfo evidenciaba que la mayoría de los chilenos (no así la elite) no le asignaba demasiada importancia a los propios conflictos no resueltos del entonces candidato.

Éste era el complicado entorno que enfrentaba el equipo político que encabezaba Rodrigo Hinzpeter, a sólo días de asumir el nuevo gobierno, y que hacía prácticamente imposible el éxito de esta verdadera "Operación Mar Rojo": separar las aguas entre Piñera y el empresariado, y conducir a la Alianza a perdurar más allá del 2014.

Sin embargo, el terremoto y la brusca irrupción de la tarea de la reconstrucción en la agenda, cambiaron drásticamente el cuadro. Y le dio una nueva oportunidad a la operación "Mar Rojo". Es interesante ver cómo el financiamiento de la reconstrucción se ha convertido en un campo de competencia para dos visiones que ya se pueden vislumbrar dentro del gobierno.

¿Podrán convivir ambas posturas: la de Teatinos 120 y la de La Moneda? ¿Se convertirán éstas en lo que pueda considerarse las dos almas del gobierno? ¿Tendrá el mismo efecto desgastador la pugna entre ambas visiones como lo tuvo en la Concertación?

Por un lado, el polo dominante en Teatinos 120 lo ve como una oportunidad para empujar una agenda que permite volver a proyectos de concesiones con el sector privado e incluso retomar privatizaciones, principalmente de posiciones minoritarias, como las que el Estado aún mantiene en las sanitarias (parece que para incluir a Codelco y ENAP se requerirá de un terremoto mayor a 8,8).

Por el otro, la visión que predomina en La Moneda ve la oportunidad de retomar el objetivo de separar aguas entre los empresarios y el gobierno. Por cierto, ayuda la resolución, tardía, del capítulo LAN. Pero también lo hace la chance de buscar un espacio para discutir un aumento en los impuestos, sobre todo si éste pareciera estar dirigido al segmento de las grandes compañías.

¿Podrán convivir ambas posturas? ¿Se convertirán éstas en lo que pueda considerarse las dos almas del gobierno, esta vez de la Alianza? ¿Tendrá el mismo efecto desgastador la pugna entre ambas visiones como lo tuvo en la Concertación?

Es quizás demasiado pronto para tratar de responder estas preguntas e incluso para confirmar que existen estas dos almas. Pero si lo intentamos, vale la pena echarle una mirada a la historia reciente. Primero, es interesante notar que la reciente crítica que surgió durante la venta de LAN por parte de Piñera -en relación a buscar mecanismos que sean tributariamente eficientes (es decir, que minimicen o al menos reduzcan el pago de impuestos)- se origine en incentivos creados durante el gobierno de Lagos (reforma de Mercado de Capitales I, entre otros). Recuerdo bien que en su discusión, algún columnista mordazmente comentó que sólo un gobierno de centroizquierda podía reducir impuestos, cosa que se hizo con los tramos de ingresos más altos o eliminando el que afectaba a la ganancia de capital en acciones y fondos accionarios. Para ser justos, hay que reconocer que la Concertación también subió gravámenes. Todos tenemos presente el royalty minero, pero también fue dicho conglomerado el que hizo permanente lo que se suponía sería un aumento temporal del IVA.

Veremos ahora si lo inverso también es cierto: que sólo un gobierno de centroderecha puede subir impuestos, sobre todo los que pagan las grandes empresas. Quizás sea más llevadero, particularmente para empresarios y líderes políticos de la Alianza, si convive con un aumento de las concesiones y privatizaciones. Pero el equilibrio entre estas alternativas para financiar la reconstrucción es precario en términos políticos. Si se carga la mano en los tributos, el gobierno corre el riesgo de alienar a su base política y el apoyo del empresariado. Sin embargo, privilegiar en demasía el otro extremo puede restarle credibilidad al esfuerzo del equipo político e imposibilitar el objetivo de elevar a Piñera desde el sitial de empresario al de estadista.

Claramente, Hinzpeter y compañía tienen un interesante desafío por delante. Veremos si el esfuerzo de separar aguas requerirá de la misma intervención sobrehumana que se necesitó, miles de años atrás, para abrirse camino por el Mar Rojo en pos de la Tierra Prometida.

* Director ejecutivo de BlackRock

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