El "cuatrito" que le puso Arturo Fontaine a los primeros quince días de Sebastián Piñera cayó como una bomba en La Moneda. Claro, nadie esperaba que el director del CEP, centro de estudios vinculado al empresariado chileno, fuera el más lapidario evaluador del actual gobierno. Nadie esperaba que el hermano del ministro de Economía sacara la voz para criticar la gestión del presidente y de su gabinete. La molestia quedó clara en la fuerte respuesta del titular del Interior, Rodrigo Hinzpeter, quien no sólo aludió en tono irónico a la veta de escritor y poeta de Fontaine, sino que además descalificó a quienes critican desde sus "cómodas oficinas".
Las palabras de Fontaine, más allá de las motivaciones personales, vienen a reflejar un estilo que puede convertirse en una constante en el actual gobierno. Y éste se traduce en una especie de desconfianza que existe entre la elite de derecha y el actual presidente. Una lectura superficial puede llevar a pensar que Piñera es una suerte de representante de los empresarios en La Moneda. Sin embargo, la realidad dista mucho de ello. Por de pronto, en el círculo más duro de los hombres de negocios, Sebastián Piñera nunca fue visto como un empresario. Lo consideran un trader. Un hombre con una habilidad extraordinaria para aprovechar oportunidades, pero que no responde a la visión clásica de la persona que ha formado empresas y las ha desarrollado.
Tampoco les gusta su carácter, su forma de ser. Le critican su falta de carisma para formar equipos y su afán de estar en todas partes. En esto, la película negativa que describe Fontaine es clara: "El estilo de mando, contra todas las predicciones, no resulta eficaz. Los ministros y altos funcionarios de Estado no son empleados, sino más bien colaboradores… Veo ministros cautelosos a la hora de tomar decisiones por temor a ser desautorizados… Veo a ministros tratando de contentar al presidente, en lugar de decirle la verdad cruda".
Esta visión del estilo Piñera está muy arraigada en la elite de la derecha chilena. Y no les gusta dicho estilo. Si bien en esto puede haber mucho de verdad, al menos hay que decir dos cosas. Primero, no sería el único presidente al que le gusta mandar. ¿O no se acuerdan de Lagos? Segundo, que pese a ello, Piñera logró convocar a un grupo extraordinario de colaboradores, personas todas inteligentes, que conociendo las virtudes y defectos del presidente, se integraron a su equipo. Por ello sería muy extraño que se conviertan de la noche a la mañana en títeres. Por el contrario, lo que cabría esperar es que fueran verdaderos colaboradores, con opiniones sólidas y dispuestos a jugarse por ellas. Conociendo personalmente a varios ministros de la actual administración, no me imagino un escenario distinto, sobre todo porque muchos de ellos no necesitan estar en el gobierno para vivir ni para tener poder, tal como sucedía con bastantes funcionarios de la Concertación.
"Conformar un equipo de colaboradores de lujo no significa para Piñera ganarse a la elite de la derecha. Estos grupos siguen mirando al gobierno desde la distancia. Aquí la pregunta de fondo es hasta dónde la derecha se va a jugar por el gobierno de Piñera".
Por otra parte, Piñera, pese a lo que se cree, ha generado una mística extraordinaria en muchos jóvenes profesionales, que han abandonado sus promisorias carreras para incorporarse a la actual administración. En este sentido, recorrer hoy los pasillos de La Moneda es gratificante. En todas partes aparecen jóvenes, con una energía propia de la edad, muchos de ellos sin cargo alguno, pero que están convencidos y felices de trabajar para el gobierno. En cierta forma recuerda a Odeplan de Miguel Kast, con toda la mística que tenía en esos días. Es cierto, son funcionarios que trabajan 24 por 7, y algunas veces se les ve cansados, pero no están "ansiosos, incómodos, ni mal dormidos", como dice Fontaine. Tienen, por el contrario, el entusiasmo de todo aquel que posee la convicción de que está haciendo algo importante.
Este escenario, sin duda, es infinitamente superior al de los últimos gobiernos de la Concertación, donde las mismas personas, ya gastadas y sin energía, se repartían los cargos de gobierno. Piñera, prometió un cambio, y lo ha logrado.
Pero conformar un equipo de colaboradores de lujo no significa para Piñera ganarse a la elite de la derecha. Estos grupos siguen mirando al gobierno desde la distancia. Aquí la pregunta de fondo es hasta dónde la derecha se va a jugar por el gobierno de Piñera. Éste es un punto no menor, porque significa en parte asegurarse el poder por más tiempo que sólo cuatro años. En esto la Concertación dio una clase magistral. Cuando alguien de sus filas salía a criticar era castigado con las penas del infierno. Así gobernaron 20 años y cuando la mística se perdió y las peleas se hicieron públicas e incontrolables, simplemente perdieron el poder.
Pero antes de eso, partiendo por Patricio Aylwin, había un sentido de épica en el gobierno. Uno que hacía que todas las diferencias y errores quedaran bajo tierra. Si la derecha quiere hacer lo mismo, debe, por ende, darle un sentido superior al gobierno actual. Lo anterior no quiere decir que no se pueda criticar y disentir. Pero, una vieja regla en política dice que la ropa sucia se lava en casa. No frente a las cámaras. Pero también significa salir a defender al gobierno y actuar como escuderos frente a las críticas de la oposición. Significa, en definitiva, jugarse por Piñera.
* Rector de la Universidad Adolfo Ibáñez.