Por Cony Stipicic* Mayo 14, 2010

© Rodrigo Saenz

Apenas lleva el 4,1 % de su período y el gobierno de Sebastián Piñera ya está siendo objeto de fuego cruzado: amigo y enemigo. Es la luna de miel política más corta desde el regreso de la democracia. No sólo tiene una compleja oposición al frente -que por desconcertada y disgregada no hace fácil el entendimiento-, sino que ya comienza a registrar turbulencias en casa.

Si la historia de la UDI y RN está llena de tropiezos, ni hablar de la personal entre Piñera y los máximos dirigentes del gremialismo. Con los dientes apretados, lo proclamaron su candidato, trabajaron por él y esperaron que éste fuera su gobierno. Ahora sienten que hasta el momento es el gobierno de Piñera, no el de la Coalición por el Cambio y menos el de la UDI. Ese reclamo, que hasta hace poco se oía en los pasillos de calle Suecia y del Congreso, comenzó a transformarse en grito en la base (con dirigentes que siguen esperando ser nombrados en cargos clave) y se cristalizó ante la opinión pública en un alegato directo y sentido de parte de Pablo Longueira, líder indiscutido y eterno potencial abanderado.

En la desafección que Longueira dice representar hay forma y fondo. Es innegable que la elección interna de la UDI es una variable determinante, y en la entre línea de su discurso hay indesmentibles reparos hacia Juan Antonio Coloma. Ahora, también hay elecciones en RN, dirán algunos, y las cosas andan en orden. Pero ahí existe una diferencia, o dos. Se trata del partido del mandatario y Carlos Larraín -el a ratos díscolo e independiente presidente- no quiere dar motivos para que le digan que hizo su propia campaña a costa de criticar a La Moneda. Además, en el balance de las designaciones, su partido no tiene grandes quejas (de hecho, varios ex vicepresidentes ocupan hoy ministerios).

Pero con la UDI el proceso de instalación ha sido ingrato. Y las decisiones de proyectos de ley que le revuelven las entrañas, les han pasado por el lado y con discusión inmediata. Ni hablar de las heridas que casi reabre la fallida designación de Mirko Macari en La Nación, por el rol periodístico que le imputa la UDI en el caso Spiniak.

Los problemas de Coloma

Juan Antonio Coloma, presidente del gremialismo, tenía todo para coronarse como el jefe partidario más exitoso de su colectividad: logró la proclamación de Piñera, obtuvo excelentes resultados en la municipal y en la parlamentaria (con 40 diputados, es la fuerza más grande) y finalmente el triunfo del candidato, con muestras visibles de trabajo en su apoyo. Sólo faltaban los nombramientos para que -por unanimidad- la UDI le pidiera que se quedara a cargo de la conducción por otro período.

En el gobierno dicen tener clara la necesidad de restablecer el diálogo. Rodrigo Hinzpeter ya fotografió la situación, pero el problema es que es justamente en él en quien la UDI encarna todos los males. Porque no quieren tocar a Piñera y porque -dicen- el ministro del Interior les está dando motivos.

Pero las cosas empezaron a oler mal cuando, tras la segunda vuelta, Piñera instaló a un equipo de confianza -integrado por María Luisa Brahm, Rodrigo Hinzpeter, Cristián Larroulet y Miguel Flores- a trabajar en el diseño de los cargos. Y los mandató a hacerlo bajo el más estricto sigilo y sin filtraciones. Ni a la prensa ni a los partidos. Resultado: Coloma se enteró el mismo día del anuncio de que el gabinete era "cero UDI", como dicen en Suecia. El tronco histórico no tuvo representación. Porque a Lavín -que de tronco histórico tiene poco- lo daban por descontado; era como el "desde".

Faltaban los subsecretarios para arreglar el desaguisado. Pero no quedaron conformes y el punto no fue para Coloma. Ante la prensa y las bases, fue Pablo Longueira el que, con un inesperado regreso de sus vacaciones, quedó como el artífice de la mejora. Luego, irían por intendentes, gobernadores y seremis. Y vino el terremoto, que trastocó prioridades, puso de cabeza a los equipos designados y restó importancia al tema. No hay intencionalidad, se apura a comentar alguien desde La Moneda; más bien es obra del "despelote", que ya algunos reconocen y que ha comenzado a dejar en evidencia la falta de experiencia, de la mayoría, en el aparato público. Aquello de que otra cosa es con guitarra… y burocracia, habría que agregar. Pocos saben que pagan los 20.

El ruido comenzó a volverse ensordecedor para Coloma cuando José Antonio Kast, que en la anterior interna obtuvo el 38%, salió a recorrer Chile para capitalizar el descontento.

El premier y la UDI

Ministro en la mira

En el gobierno dicen tener claro el panorama, así como la necesidad de restablecer el diálogo. Rodrigo Hinzpeter ya fotografió la situación, pero el problema es que es justamente en él en quien la UDI encarna todos los males. Porque no quieren tocar a Piñera y porque -dicen- el ministro del Interior les está dando motivos.

Tiene una relación privilegiada con el presidente y comparte el estilo. Se levantó como artífice del alza de impuestos y notificó por la prensa que el reinado de los ministros de Hacienda se había acabado. Aparece como el delfín indiscutido y, a estas alturas, se ha posicionado como una suerte de premier o factótum. Para un partido que también mira al 2014, como la UDI, nada más amenazante. Y eso personaliza la disputa en Hinzpeter, porque de proyectarse, Piñera lo hace con miras al 2018.

No es que a Longueira le preocupe especialmente que Hinzpeter se le plante a Felipe Larraín. Sabe que el economista es más cercano a RN que a la UDI y que, además, es amigo del presidente. Más bien le inquieta que del reinado de Hacienda se pase al reinado de Interior, en desmedro del resto de los gremialistas que figuran en el gabinete, incluyendo a los de La Moneda: Cristián Larroulet y Ena von Baer. Ninguno es visto como fiel representante de su sensibilidad, pero ya están ahí. Al igual que Felipe Kast, en quien más de alguno pone fichas.

Dos hombres fuertes en palacio, con relación privilegiada entre ellos -uno omnipresente y el otro empoderado-, son vistos como "riesgosos" por la UDI. Y eso sólo alimenta las suspicacias.

Dos hombres fuertes en palacio, con relación privilegiada entre ellos -uno omnipresente y el otro empoderado-, son vistos como "riesgosos" por la UDI. Y eso sólo alimenta las suspicacias. De ahí que lo que hace Longueira es notificar a Hinzpeter -a través de la entrevista en La Segunda- de que el trabajo debe hacerse en equipo y que ellos no son sus aliados, sino parte del gobierno. Una cosa es repartir el poder y coordinarse entre ministerios y otra es cambiar de rey. De eso habla Longueira, quien percibe en esta movida el intento del ministro del Interior de ganar espacios de poder, más que de instalarse como un verdadero jefe de gabinete. Hinzpeter, en todo caso, ha ganado adeptos dentro del Ejecutivo, especialmente entre quienes no quieren verse sometidos a la dictadura implacable de la billetera fiscal.

Hay un episodio de esos que pasan inadvertidos a ojos de muchos, pero que de ser real habla por sí solo de la dimensión que podría estar adquiriendo el desplazamiento de Hinzpeter. Cuando se resolvió el alza de impuestos, El Mercurio lo ungió a él como artífice y triunfador de un supuesto gallito entre Interior y Hacienda. Pero La Tercera publicó un reportaje donde se daba cuenta de que el único autor de la iniciativa fue el propio Piñera. Si la filtración salió del mismísimo gabinete presidencial, podríamos estar ante un mandatario sospechoso de los alcances de la movida político-comunicacional de su delfín. Una autoridad de gobierno dice que no fueron ellos precisamente los más sorprendidos al leer la versión de El Mercurio. "El plop más grande me imagino que fue del presidente", indica.

Estrategia a prueba

La estrategia de alejarse de los partidos cuando se llega a La Moneda, no es nueva. Michelle Bachelet fue su mejor exponente. Su alza en las encuestas fue inversamente proporcional al deterioro de la imagen de las colectividades de la Concertación.

Un consejo en esa dirección recibió Piñera de Sarkozy en los salones del Palacio Eléseo, cuando se reunieron en plena campaña: independencia de los miembros de la propia coalición, que se molestarán, pero el pueblo lo terminará agradeciendo.

La banda hoy la tiene Piñera, aún con el 95,9% de su período por delante para demostrar  -y convencer de ello a la UDI- que su estrategia sí funciona.

* Directora de Radio Duna.

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