Los lotes o tendencias existen desde siempre en la derecha y eso caracteriza en parte su largo historial de desencuentros. Están los liberales y conservadores de la primera mitad del siglo XX; los que más tarde cruzaron la vereda para fundar la Falange; aquellos que vieron en el régimen de Pinochet una dictablanda versus quienes justificaron la dictadura a secas; los protagonistas del intento frustrado por conformar un solo partido entre Unión Nacional, el Frente Nacional del Trabajo y la UDI; hasta llegar a los estratégicamente disímiles RN y UDI en los 90, historia que terminó 10 años después con el pez pequeño comiéndose al grande, luego del avasallador crecimiento electoral del partido que fundó Jaime Guzmán.
Un hecho gravitante en la historia de los alineamientos ideológicos en el sector lo marcó la detención de Pinochet en Londres y la consiguiente distancia (o cercanía) que sus dirigentes empezaron a tomar respecto de él. Pero la influencia que este acontecimiento tuvo no puede separarse de otro hito: la campaña de Joaquín Lavín.
Imposible olvidar que Baltasar Garzón sirvió para que Lavín y otros empezaran a sacarse algunas amarras históricas. Se acercaron a los DD.DD. y comenzaron los cuestionamientos a los llamados enclaves autoritarios. Fue el primer paso. La estrategia del recambio de banderas empezaba a asomar. Y la lideraba un conservador.
Pero fue durante la segunda aventura presidencial de Lavín y con la irrupción de Sebastián Piñera que lo que hoy percibimos como el nuevo mapa comenzó a tomar forma. Ya no eran sólo ésas las banderas: ahora muchas de las que la Concertación había enarbolado en materia económico-social empezaban también a ser parte del discurso de la Alianza. Pero todavía no penetraban lo suficiente. Y el triunfo de Bachelet lo dejó en evidencia.
La persistencia de Piñera y el desgaste de la Concertación dieron pie a que el discurso empezara a legitimarse. Prometer hacer lo mismo pero mejor, se volvió creíble e instaló, después de medio siglo, por la vía democrática a la derecha en La Moneda.
Hoy la pregunta es "de qué va" esta "nueva derecha". ¿Se encamina a ser una suerte de PP español, donde los más pragmáticos de ambos partidos se "comerán" a los más puristas? ¿Es el triunfo de los liberales sobre los conservadores? ¿Estamos ante el inicio de un gran parto político del que nacerá la "nueva derecha" moderna y competitiva, de la que tanto se habló tras el 21 de mayo?
El erizo y el zorro
¿Quién es quién en el sector que gobierna el país? Hay una categorización que para su autor pudiera resultar abusiva, pero que permite responder la pregunta.
En su famoso ensayo El erizo y la zorra, Isaiah Berlin -basándose en un proverbio griego antiguo- divide a las personas en dos grupos. Los zorros -dice- son aquellos que siguen muchos objetivos al mismo tiempo. Los erizos, por el contrario, son quienes simplifican la complejidad del mundo en una sola idea que unifica y guía todo lo demás. "El zorro sabe muchas cosas, el erizo sabe una sola gran cosa", sentencia el proverbio.
Mientras los erizos relacionan todo con una visión central, con un único principio organizador -dogma religioso, mandato ideológico o una rigurosa jerarquía de valores-, los zorros persiguen muchos fines a la vez, a veces contradictorios o conectados por necesidades de hecho, no por imperativos morales o estéticos, lo que les permite captar una gran variedad de experiencias.
En la derecha hay erizos y hay zorros. Hay grupos que actúan coordinada u organizadamente, en algunos casos de forma más espontánea que articulada, y que podrían dividirse -a partir de la fábula que resucitó Berlin- entre los partidarios del contraste y los de la confusión.
Los del contraste serían, en este caso, los erizos. Son los que piensan que la derecha debe tener una posición que la diferencie claramente de la izquierda, bajo la lógica de que para ganar hay que levantar las banderas de aquellos temas en que su posición es más popular que la de los adversarios: delincuencia, descentralización, oportunidades. Es una tendencia con un claro sesgo ideológico.
Los erizos quieren que ganen sus ideas y por eso su tarea es hacer crecer al sector para ganar.
Los zorros son los partidarios de la confusión: creen que se obtiene una victoria cuando para la gente la diferencia entre que gane la derecha o que gane la izquierda es relativamente pequeña. Creen que el sector es estructuralmente minoría y, por lo tanto, se debe conseguir que la gente esté dispuesta a "arriesgarse", a probar. Apuestan a acortar distancia en aquellos temas en que la izquierda es más popular y, al mismo tiempo, se mantienen firmes en esos donde tienen la mayoría de su lado. Para este grupo las elecciones no son efecto, sino causa: no tienen que crecer para ganar; al revés, hay que ganar para crecer. Los zorros, entonces, son pragmáticos.
Los slogans publicitarios de dos de las principales marcas deportivas permiten graficar lo que hay detrás de los estilos de zorros y erizos. Para los primeros aplica la frase de Nike: Just do it; para los segundos, la de Adidas: Impossible is nothing. Acción versus emoción. Haz todo lo que reditúe; haz todo lo que no altere tus principios.
La derecha
¿Quién es quién?
Zorros y erizos tienen adherentes bastantes claros.
Es erizo por definición, Jovino Novoa y, aunque suene curioso, en los últimos años Allamand se ha acercado bastante a esta tesis. El desalojo es una estrategia de contraste. Su último libro cuenta la historia de cómo "nosotros" les ganamos a "ellos".
Pero hay muchos otros erizos. Se encuentran principalmente en la UDI: Darío Paya, José Antonio Kast, los hermanos Villarroel, Hernán Büchi. Todos ellos han entendido siempre que el proyecto del gremialismo es de largo plazo. Incluso cuando surgió la opción presidencial de Lavín, luego de sus resonantes éxitos electorales en las municipales, se resistieron ante su evidente flexibilidad. El caso de Lavín demuestra que el contraste del erizo no está vinculado al conservadurismo ni al dogmatismo.
En RN los erizos no son tan evidentes. Y eso tiene explicación en la raíz del partido. No hay un derrotero común; RN siempre ha padecido de una tensión entre la vertiente laica y la conservadora y, además, ha sido objeto de liderazgos personalistas circunstanciales.
Más fácil resulta identificar a los zorros o partidarios de la confusión, quizás porque son los que en esta oportunidad triunfaron. Entre ellos están el mismo Sebastián Piñera, Rodrigo Hinzpeter, Lavín o Andrés Chadwick. Lo que muestra, de nuevo, que esta división estratégica está cruzada por las posiciones ideológicas. Algo que parecen haber entendido el actual presidente y su jefe de gabinete: siguieron durante 10 años la estrategia que tempranamente vio Lavín, pero de manera más sutil y, por cierto, más exitosa.
Otros dos buenos ejemplos de esta "transversalidad" son Cristián Larroulet y Miguel Flores: dos conservadores que actúan pragmáticamente desde La Moneda.
Piñeristas y neofácticos
Vamos a los subgrupos.
En torno a la figura del presidente se arma el primero: el piñerismo. No son "piñeristas". Algunos podrán serlo y otros terminarán siéndolo, pero no es lo que los une. Sí los une el estilo. Son la proyección en la política de una nueva clase empresarial, que se rebela contra el monopolio de los tradicionales vinculados a la elite. Son más agresivos, astutos, no cortesanos, meritocráticos, más liberales en lo valórico, prefieren pedir perdón antes que pedir permiso.
En torno a la figura del presidente se arma el piñerismo. Los une el estilo. Son la proyección en la política de una nueva clase empresarial, que se rebela contra el monopolio de los tradicionales vinculados a la elite.
Son Hinzpeter, Laurence Golborne, Felipe Morandé, Jaime Mañalich. Son asimilables a "la nueva forma de gobernar", aunque también los hay entre los parlamentarios: los Monckeberg, Joaquín Godoy, Lily Pérez.
Este lote, con el que se están identificando también jóvenes rostros de la UDI, como Felipe Kast o Ena von Baer, se parece al PPD original y podrían compartir escritorio con los "gerentes" DC. Tienen buena llegada en los medios de comunicación, pero escasa base electoral, aunque aún cuentan con cuatro años para construirla.
Un segundo grupo se podría bautizar como el de los neofácticos o guardianes del modelo, liderados por representantes del CEP y el ILD: Eliodoro Matte y Arturo Fontaine, Luis Larraín y Hernán Büchi. Tienen poder en los medios, con una relación privilegiada con El Mercurio, mucho poder económico y cultural, pero a la baja en el ámbito político y nula presencia electoral.
Aquí todavía convive la oligarquía, la vieja clase empresarial, ya sacudida del estigma pinochetista que por tanto tiempo arrastraron. Con la mayor parte de ellos, especialmente con el CEP, Piñera tiene distancia. Lo que podría hacer pensar que este grupo esté iniciando un proceso de decadencia. Fueron mucho más poderosos con Lagos y Bachelet. Hoy, el presidente se somete al rito, como cuando fue candidato, pero no rinde ni examen ni pleitesía.
La UDI es grupo aparte y hay que mirarla con detención. No es asimilable aún al piñerismo. Ha sido sacudida por dos golpes: la instalación del gobierno y los casos de abusos en la Iglesia. Sigue siendo muy influyente en lo electoral y tiene algunos liderazgos que confunden su propósito central. Longueira y Coloma no querrían estar en el contraste, pero se ven desconcertados. Van Rysselberghe, Evelyn Matthei y Hernán Larraín aparecen como zorros, jugando a la confusión e incluso vestidos de piñerismo, cuando lo que parece moverlos son sus agendas presidenciales. Ésa es una pugna pendiente en la UDI que, seguramente, marcará el sello definitivo que el partido adopte.