Algo han cambiado las cosas en el PDC. A diferencia de lo que ocurría antaño, donde "guatones" y "chascones" dominaban el amplio espectro de la falange, por estos días el panorama es distinto. Los militantes de la flecha roja ya no son fácilmente reconocibles por sus stations de tres corridas de asientos -cómo olvidar la mítica Peugeot 505-, los veranos en Cachagua y Maitencillo o su infaltable asistencia a la misa dominical, de preferencia en la Parroquia Universitaria.
La década del 90 fue testigo de un progresivo crecimiento del padrón electoral de la DC. Ya sea por la genuina vocación política de algunos o por la oportunidad de encontrar un mejor empleo que vislumbraron otros -todo lo anterior mediado por la permanente necesidad de fortalecer máquinas o grupos internos-, es que paulatinamente se transformó la fauna interna.
Aunque las generalizaciones son injustas, cuando no odiosas, es plausible sostener que este proceso trajo consigo un evidente deterioro en la formación y calidad de la base militante. A primera vista, lo obvio sería constatar una mayor heterogeneidad ideológica y fragmentación de las ideas. Con todo, un juicio semejante supondría dar por hecho que las disputas que permanentemente sostienen las facciones que conviven al interior de la falange están motivadas por diferencias de fondo, tanto en lo que se refiere a cuestiones tácticas como estratégicas. Sin embargo, la realidad muestra otra cosa. Al igual como sucedió en la mayoría de los partidos de la Concertación, las alineaciones y lealtades internas se ordenaron más en torno a proyectos personales que a la adhesión en rededor a un cuerpo de ideas. Es así como durante las últimas décadas, con distinta intensidad y relevancia, hemos escuchado hablar del aylwinismo, freísmo, colorines, alvearismo, etc.
Cualquier taxonomía sobre el nuevo mapa en la DC exige hacer una distinción entre la caracterización de los grupos que internamente coexisten y, cosa distinta, emitir un juicio sobre la real influencia de éstos en el quehacer político. La primera es una mirada más sociológica; la segunda, en cambio, tiene estrictamente que ver con el poder.
Puestas así las cosas, podríamos en principio distinguir cinco categorías:
Los doctrinarios
Son todos aquellos que pregonan la necesidad de "volver a las raíces". Fuertemente anclada en el apego a la tradición, especialmente vinculada a los principios y valores del humanismo cristiano, su común denominador es la dura crítica a la sociedad moderna, liberal e individualista, a la que identifican como fuente de la mayoría de los males que nos aquejan. Suelen hacer continuas referencias al comunitarismo, aunque -con honrosas excepciones, como el caso de Sergio Micco, probablemente el intelectual más sólido de la falange- pocos han actualizado sus lecturas con autores como Walzer, McIntyre, Etzioni, Bauman o Taylor, por nombrar algunos.
Los nostálgicos
Muy emparentada con la anterior, son los creyentes de que todo tiempo pasado fue mejor. Con especial referencia a las décadas de los 60 y 70, nos recuerdan las bondades de la promoción popular, la sindicalización campesina, la reforma agraria o la chilenización del cobre. En sus discursos abundan las referencias a los próceres de la falange, en especial al legado de Frei Montalva, Tomic y Bernardo Leighton. Aunque en principio no reconocen trinchera en algún específico lote interno, ya que su composición es heterogénea, quizás Ricardo Hormazábal sea un nítido exponente de este grupo: una suerte de sucedáneo en el estilo, aunque sea más por lo lato de sus discursos que por lo virtuoso de sus contenidos.
Los quejumbrosos
Peyorativamente también tildados de resentidos, son parte de esta categoría aquellos que han visto a la DC como una fuente de subsistencia o identidad social. Particularmente consistentes en su desprecio hacia la elite, sea interna o externa, han hecho de la postergación un discurso permanente. Aunque es posible reconocerlos en varias instancias partidarias, se concentran más en la militancia de base, especialmente en regiones. Se trata del espacio donde probablemente haya menos renovación en los dirigentes, pues controlar pequeñas cuotas de poder local parece ser el camino para obtener mayor visibilidad e influencia.
La DC
Estas primeras tres categorías, aunque muy diferentes en sus connotaciones éticas como estéticas, poseen algo en común: una marcada sospecha hacia el mercado, lo cual los inclina hacia un estatismo más beligerante y, al mismo tiempo, cierto conservadurismo o paternalismo de cara a cuestiones valóricas o morales. Como buenos hijos de otro tiempo, la mayoría de ellos se hacen partícipes de cierta incomodidad o malestar por la cultura contemporánea.
Los gerentes
Con escaso poder al interior de la DC, construyeron su prestigio sobre la base de un buen desempeño en los cargos del gobierno. En general alejados de la dinámica interna del partido, lo que más de alguna vez se ha evidenciado en su torpeza política, pareciera que están más en sintonía con los planteamientos y demandas ciudadanas. Contrario a lo que se supone, no constituyen una comunidad política que trabaja colectivamente y, por lo mismo, es posible encontrar una gran variedad de posiciones entre sus integrantes. En esta categoría, para ejemplificar, caen René Cortázar, Mariana Aylwin o Manuel Inostroza.
Los monumentos
Se trata de líderes históricos de la falange, los que provienen de distintas corrientes pero que, hoy por hoy, no adhieren a una facción en particular. Buenos conversadores, habituales consejeros y negociadores en las ligas mayores, militantes como Andrés Zaldívar, Edmundo Pérez Yoma o Genaro Arriagada integran esta selecta categoría.
Gutenberg Martínez y Soledad Alvear constituyen una de las duplas políticas más exitosas de los últimos tiempos, la que ha sobrevivido a diversos embates y, a la fecha, no tiene real contrapeso al interior de la DC. Al igual que lo hacen sus homólogos Kirchner-Fernández, suelen operar como separados de bienes, aunque capitalizan en sociedad conyugal.
Fuera de concurso hacemos mención a los operadores políticos. Disímiles en su pericia y motivaciones, son aquellos que mejor conocen los padrones electorales y sirven de puente entre la militancia y sus líderes nacionales. Aunque en sus manos está decidir una elección, habitualmente ejecutan las instrucciones que han formulado los líderes del grupo al cual pertenecen.
¿Quién manda a quién?
Pero si de real influencia política se trata, las cosas algo se simplifican. Mientras unos se desintegran y otros se reagrupan, han aflorado innumerables grupos -muchos vinculados al amparo local de un parlamentario o alcalde- que establecen temporales alianzas según sea la ocasión. Emulando los diferentes miembros de una familia, me atrevo a sugerir las siguientes categorías:
El matrimonio
Gutenberg Martínez y Soledad Alvear constituyen una de las duplas políticas más exitosas de los últimos tiempos, la que ha sobrevivido a diversos embates y, a la fecha, no tiene real contrapeso al interior de la DC. Al igual que lo hacen sus homólogos Kirchner-Fernández, suelen operar como separados de bienes, aunque capitalizan en sociedad conyugal. Al igual que los pocos sobrevivientes al éxodo del MAPU, construyeron su capital político con una mezcla de fuertes convicciones sociales, una mirada valórica algo más conservadora y un marcado pragmatismo en la acción política cotidiana. Cuidadosos pero certeros en sus palabras, más cómodos en la trastienda que con las luces de los escenarios, cultivan un estilo que honra su origen de clase media. Con innumerables e insospechadas redes, tanto dentro como fuera de la falange, son la fuerza política más influyente y poderosa de la parroquia.
La DC
Los adolescentes
Aunque varios bordean los cincuenta, han simbolizado la renovación generacional al interior de la DC. Se trata de un grupo diverso y complejo, donde abunda el talento y la excelencia, como también las vanidades y los celos. Lo anterior, sumado a que no existe un mínimo común denominador a todos ellos, dificulta la construcción del estereotipo. Algunos, como los integrantes del clan Walker, son marcadamente más conservadores en lo valórico y liberales en lo económico. Otros, como los gemelos Orrego y Undurraga, están fuertemente marcados por la influencia social de la Iglesia. Hay quienes están más cerca de la política interna, como es el caso de Ximena Rincón, a diferencia de lo que ocurre con Víctor Maldonado, que se han distinguido en el análisis y la observación. Todos ellos confluyen en el decano Jorge Burgos, quien tiene de todos un poco. Aunque corren buenos vientos para el recambio, las elecciones internas serán una prueba decisiva para quienes ya no deberían constituir ninguna promesa.
Los huérfanos
Son los más damnificados con el desmembramiento de los grupos internos, la reciente elección presidencial o la ausencia de sus líderes históricos. Aunque el grupo está compuesto por varias categorías, la coyuntura obliga a partir por los freistas. Todavía muy dolidos e injustamente responsabilizados por la derrota electoral, todo indica que sus integrantes se han vuelto a dispersar. Mientras algunos como Belisario Velasco han pasado a los cuarteles de invierno, otros como Mariano Fernández intentan sobrevivir en las sinuosas aguas del "si mi nombre genera consenso". Como ha sucedido en otras ocasiones, nada impide que se vuelvan a juntar, pero, por el momento, el escaso poder que todavía tienen está más vinculado al rol que el propio Eduardo Frei pueda cumplir en el futuro.
En esta categoría del síndrome del padre ausente, debemos también incluir a los otrora chascones y colorines. Los primeros por la partida de sus referentes históricos, y los segundos por el viraje que hicieron hacia la derecha sus principales líderes y parlamentarios. Los que quedan han tenido que buscar cobijo en paraguas más vastos o atrincherarse en la escasa porción de poder que les va quedando.
Los hijos únicos
Representados principalmente por aquellos parlamentarios cuyo mayor anhelo sería militar en un partido que tuviera su propio nombre, han construido pequeños feudos, cuya independencia de la flecha roja hacen notar de vez en cuando. Su poder, por razones obvias, está vinculado a la negociación parlamentaria, en especial cuando sus votos son decisivos para la aprobación de alguna iniciativa legislativa. Tanto Lorenzini como Ascencio pudieran estar en esta categoría, aunque todo indica que se les podrían seguir sumando más.
Los desheredados
Aunque ya no en esta familia, y mejor descritos como los nuevos "hijos adoptivos" de la derecha, los parlamentarios del PRI -o lo que queda de ellos- conforman la última categoría en comento. De un antiizquierdismo penitente y entusiastas del camino propio, viven un fugaz momento de gloria en la medida que han vendido cara la mayoría que coyunturalmente requiere el gobierno. Con todo, no se augura buen futuro para los hijos del Indap, en la medida que -como suele suceder con estos virajes de última hora- ya no son de acá, pero tampoco son de allá.
*Abogado de Del Río Izquierdo