Por Francisco Javier Díaz Mayo 28, 2010

La izquierda chilena está cambiando. En rigor, viene haciéndolo desde 1989, cuando se derrumbó el socialismo real y con él gran parte de sus ideas, pero no así de sus valores. Porque hay que decirlo claramente: más allá de declaraciones rimbombantes -como la del famoso Congreso de Chillán en 1967- o de grupos menores -como el MIR- la izquierda actuó correctamente en el marco de la democracia. Allende en su momento criticó la invasión a Checoslovaquia, a la vez que en una ocasión escuché decir a Volodia que siempre miró "con ojeriza" a Stalin. Más allá del ambiente de la guerra fría que polarizaba posiciones, y más allá de la inflamable pero inconsecuente retórica guevarista, no era infrecuente encontrar en la izquierda esbozos de crítica hacia los socialismos reales, de lo que se deriva el peculiar llamado a construir un rojo amanecer en libertad, con empanadas y vino tinto.

Sin embargo, en lo que era su programa de gobierno, en lo que era la propuesta izquierdista para la economía o las políticas sociales, ciertamente los ladrillos del Muro le pegaron a más de alguien en la cabeza. A los comunistas se les cayó la casa, a los socialistas al menos se les vino abajo la biblioteca. Desde entonces, la izquierda comenzó un peregrinar ideológico y social de variado tinte y profundidad. Algunos abrazaron el progresismo liberal, otros la socialdemocracia más tradicional. Hubo quienes intentaron mantenerse en la fe marxista, mientras que otros cambiaron una causa por otra, y se refugiaron en el ecologismo. En definitiva, la izquierda chilena de poncho y charango, la izquierda de vino navegado y peña, la izquierda de los Inti y los Quila, terminó fragmentándose en diversos subgrupos, los que recién ahora, después de la derrota de parte de la izquierda en la Concertación, parecen querer volver a encontrar un tronco común.   

La izquierda clásica

Se trata de la izquierda clásicamente izquierdista. Se agrupa en torno al Partido Comunista, pero no se agota ahí, pues se suman una serie de colectivos de ultraizquierda de insondable proveniencia, tanto laica como cristiana, más algunos movimientos sociales.

Su ideología se construye a partir de una serie de revisiones contemporáneas del marxismo clásico. Nunca adhirieron a Gramsci ni mucho menos a la Escuela de Francfort, pero hoy leen con interés las teorizaciones de Immanuel Wallerstein y Noam Chomsky, el activismo de Antonio Negri y la crítica pop de Naomi Klein. A su tradicional plataforma de clase han allegado nuevas causas ambientales e indigenistas.

La izquierda factoría es menos ideologizada que la clásica, más lúdica, con retazos de liberalismo, gotas de populismo y una afición extrema al people-meter. Contradictoria, ecléctica y pop. MEO, conciencia y fusil.

En lo programático, se puede decir que le pegan más bien a la problemática que a la solucionática. Desde 1989 han tenido dificultades en armar un conjunto coherente de políticas públicas para presentar al país en forma de programa de gobierno. Pero cuentan con dos legitimidades: la de la abnegada lucha por la democracia, así como la de no haber estado en el gobierno durante tanto tiempo, lo que los dota de cierta antídoto frente al desgaste de la clase gobernante. Cuentan con el Cenda y el Instituto Alejandro Lipschutz, los que proveen algunos buenos estudios, todos, eso sí, de análisis más bien macro y sistémico -propio de todo wallersteniano que se precie de tal- y con nada de microdato ni consideración individual. En lo internacional, siguen defendiendo a Cuba, aplauden con algo de cautela a Chávez, simpatizan con Evo Morales y son entusiastas en la causa altermundialista y el Foro Social.

La izquierda clásica posee una red de dirigentes sociales en diversas áreas, como en las federaciones de estudiantes universitarios, comités de deudores habitacionales y sobre todo, en una serie de gremios y sindicatos formales e informales. En parte por la influencia del exilio, en los años 90 fueron dejando atrás el ascetismo soviético y abrazaron con entusiasmo la música y estética cubana. No es poco común verlos bailar salsa en Bellavista y seguir guitarreando a Silvio Rodríguez, con mucha boina, ron y guayabera.

Votaron por Jorge Arrate y su perro Tin-Tan. Entusiasmadísimos por el candidato no estaban -de hecho, el mirismo se escindió de este grupo para unirse a la otra izquierda, la de MEO-. Se trató más bien de una buena plataforma para lograr el verdadero objetivo de la elección pasada, que era obtener representación parlamentaria. Si es verdad que el poder desgasta, ellos entendieron que no tener nada de poder desgasta aún más. De ahí la arriesgada apuesta, que resultó finalmente exitosa.

En lo electoral, rondan el 5% a 6% dependiendo de la elección, con algunos bastiones comunales de importancia. Sin embargo, los tres votos que tienen en la Cámara son mucho más que tres. El pulgar hacia arriba o hacia abajo de Teillier en materia laboral o de Gutiérrez en derechos humanos pesará bastante más que el pulgar de los jefes de bancada de la Concertación.

La izquierda

La izquierda factoría

Se trata de una izquierda menos ideologizada que la clásica, más lúdica, con retazos de liberalismo, gotas de populismo y una afición extrema al people-meter. Contradictoria, ecléctica y pop. MEO, conciencia y fusil. Es la izquierda que siguió a Enríquez-Ominami en la campaña de 2009 sin saber bien por qué, más allá del rechazo a la candidatura que presentó la Concertación.

El gurú central es su candidato, Marco Enríquez. Él da forma y vida a este cigoto de partido. Sus raíces ideológicas son algo difusas. Se trata más bien de un acervo doctrinario empírico, o sea, que se nutre de una promesa de cambiar prácticas más que políticas, no porque éstas no haya que cambiarlas, sino que porque todavía sencillamente no entra a analizarlas en profundidad. El ingreso más constante de Carlos Ominami y Chile 21 puede darle la solidez programática que necesita. Hasta ahora ha sido básicamente una izquierda factoría, por cuanto avanza por el mar político cual buque factoría, agregando todo tipo de causas y resentimientos varios, aun cuando sean contradictorios entre sí.

Es de lejos la izquierda más joven, si bien casi no posee dirigentes sociales reconocidos. No tiene estética bien definida, si bien el terno sin corbata y la bufanda roja comienzan a transformarse en uniforme. Tienen claras influencias francesas en lo político, en lo filosófico y en la ininteligible manera de expresar ambas.

Electoralmente, sus activos son algo riesgosos. Obtuvo 20% en la candidatura presidencial, pero por obra y gracia del sistema electoral, casi no tiene representación política alguna. Su poder radica, sin embargo, en la alianza estratégica que parece estar formando con sectores del PPD y del PS, e incluso, con el PRSD. Las municipales de 2012 puede ser la prueba de fuego de esta izquierda, cuando agregue a diversos caudillos locales (como buque factoría) y los procese en una lista que puede poner en jaque a la lista de la Concertación, y buscar entendimientos tácitos con sus aliados cercanos dentro de ella.

Del zeitgeist progre-moderno a las máquinas del PPD

El PPD en la actualidad es un partido de gobierno que no está en el gobierno, lo que puede ser un problema. Nació como obra y gracia de Ricardo Lagos Escobar y en sus primeros años, fue capaz de convocar a miles de ciudadanos que desde fuera de la política veían en él una opción progresista moderna, más fundada en valores que en ideologías. Por muchos años, era común que jóvenes profesionales se definieran como "independientes onda PPD". O sea, existía algo así como el "zeitgeist PPD", laxo, amistoso, catch-all y posmaterialista, que le permitía sintonizar con el espíritu mayoritario noventero de crecimiento, democracia y equidad.

Pero llegó el cambio de siglo y el PPD cambió con él. Con Lagos en La Moneda, se terminó por consolidar la tendencia de drenaje de los cuadros técnicos hacia el gobierno, abandonando el partido. Surgieron a su interior diversas tendencias protoideológicas que lucharon arduamente por el control partidario. Los cargos de gobierno pasaron a ser objetos de lucha interna y, poco a poco, el partido perdió su mística. Si bien conserva un poderío electoral de consideración, aquella "onda PPD" parece haberse extinguido y ha pasado a ser un partido más en la Concertación.

Construido a retazos por ex MAPU, ex IC, ex PS, ex PC y varios más ex, el PPD no logró cuajar una estética propia. Los hay izquierdistas clásicos de boina y guayabera; los hay yuppies tecnócratas de terno fino y corbata de seda; los hay de look cristiano, de chaqueta tweed y parche de cuero en el codo; están los modernos de look europeo, chaqueta de cotelé marrón, camisa lila y calcetín rayado; y hay muchos que parecen retrato hablado del operador político tradicional: terno de cuatro botones y nudo ancho en la corbata. En música, mucho disco de la vieja guardia izquierdista, más los jingles babosos del rock latino ochentero. En definitiva, es una amalgama de estéticas, sentimientos e historias de gente que, cuando se le pregunta en serio, se sigue definiendo como socialista.

Los socialistas jóvenes rápidamente se ponen viejos. No cuentan con la irreverencia y el dinamismo de la izquierda factoría. Y tal vez haya allí un complejo en el PS, lo que lo lleva, de cuando en vez, a radicalizar sus posturas.

Hoy, el PPD se encuentra fracturado. El reciente acuerdo entre las listas de Tohá y Auth más parece una détente que una alianza. Lo concreto es que hay allí una fisura de difícil recomposición. El PPD siempre tuvo una serie de tendencias a su interior (liberales, laguistas, socialdemócratas y girardistas), pero esta vez la brecha es mayor. Por una parte, existe un grupo -que rodea a Chile 21-, que insiste en acusar a la tecnocracia de la Concertación y sus ministros de Hacienda como culpables de la derrota electoral de 2009, mientras que el otro grupo -el de ProyectAmérica- aún no logra hacer la síntesis entre orgullo por el pasado y propuestas de futuro. Lo que queda por ver es cómo se desarrolla la alianza privilegiada que el primer grupo parece estar formando con MEO y la izquierda factoría.

El PPD posee un buen número de intelectuales, por lo que su ideología es de diverso tipo. Algunos que adhieren a movimientos variados: feministas, ecologistas, federalistas. Otros han coqueteado con el liberalismo progresista. Pero el grueso ha seguido a la Tercera Vía de Giddens, el cardosismo, Touraine, el republicanismo de Pettit y cuando se sienten culpables leen a Pierre Bourdieu. Sus economistas más liberales se sienten cómodos con el neokeynesianismo y el neoestructuralismo, y ven en las políticas de innovación y la inversión del Estado en ello una suerte de nueva política industrial.

El Socialismo criollo

El PS posee tantas tendencias como núcleos tiene. Es difícil describir un solo PS, pero al mismo tiempo hay que reconocer que se trata del partido de mayor perdurabilidad en la izquierda. Todo socialista es allendista. Todo socialista canta La Marsellesa con el puño en alto. Todo socialista se trata de "compañero". Y todo socialista tiene -o cree tener- a los trabajadores como principal bandera.

El PS es, en el fondo, un partido muy criollo. Muy propio de nuestra idiosincrasia. Muy de centro de Santiago, muy de tinterillo de calle Huérfanos, muy de empleado público. Muy de incontables barrios y poblaciones en todo Chile, donde no falta el compañero que es el mejor vecino, el que organiza -a la chilena- a toda su gallada. Muy de picada y poco de parrilla. Muy de vino y poco de ron. Muy de conversa y poco de baile. Muy de panza y poco de gimnasio.

Ideológicamente, el PS se distinguió desde temprano del marxismo más clásico. Tuvo brotes nacionalistas de izquierda, nasserismo, algo de tercermundismo, y mucho de guevarismo durante los 60. Hoy se asume como socialdemócrata, pero en su versión más estatista, a pesar del esfuerzo de algunos de sus dirigentes y economistas por conseguir un semblante más heterodoxo. Sus intelectuales fueron los primeros en leer a Gramsci y luego a Habermas. Hoy, se abocan al estudio de políticas públicas y los modelos de bienestar europeos. Leyeron a Giddens en su momento, pero también a Rosanvallon y Esping-Andersen. En lo económico, piden prestados conceptos a Stiglitz y, en menor medida, a Krugman. Educación pública y negociación colectiva son hoy, quizás, sus principales banderas.

La estética del PS no es policromática. Es, más bien, la estética de Chile. Terno gris o marengo. Blusa y falda. En fin de semana, no mucho más que jeans, chaqueta y mocasines. Música de todo tipo, pero se dice que Américo la lleva por estos días, además de toda la canción de protesta de los años 70 y 80 -una suerte de must para todo socialista que se precie de tal-.

Los socialistas más jóvenes rápidamente se ponen viejos. Distinguirlos se hace más difícil que en otros partidos, pues no cuentan con la irreverencia y el dinamismo de la izquierda factoría. Y tal vez haya allí un complejo en el PS, lo que lo lleva, de cuando en vez, a radicalizar sus posturas.

Electoralmente, el PS es un verdadero electroencefalograma plano en 11% durante toda la transición, si bien destaca su militante Bachelet, que ganó la Presidencia y se mantuvo en las encuestas con altos porcentajes.

*Abogado y cientista político. Ex asesor de Michelle Bachelet.

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