Por Claudia Farfán M. y Alberto Labra W. Julio 2, 2010

Marcia Merino (61) nunca ha participado en una celebración tradicional de Isla de Pascua, pese a que vive allí desde hace 10 años. Durante los días de febrero en que se realiza la fiesta Tapati Rapa Nui -la principal del pueblo-, permanece en su casa o bien en la tienda de artesanía Vai a Heva, donde trabaja. Como es su costumbre, mantiene una vida solitaria. Las pocas veces en que los habitantes de Hanga Roa pueden verla es cuando se asoma a fumar en la puerta del bazar.    

Así, esta mujer alta y delgada, que viste tenida formal, vive en el refugio que eligió para encontrar algo de tranquilidad. Porque a más de 3.500 kilómetros del continente es casi imposible que sus antiguos compañeros del MIR logren identificarla como "la Flaca Alejandra", la chapa que usó como militante de ese movimiento hasta el 11 de septiembre de 1973. Marcia Merino ha vivido con ese temor durante 35 años, desde que se convirtió para muchos de sus antiguos camaradas en el "símbolo de la traición". Porque no sólo delató a decenas de militantes que están desaparecidos, como ella misma ha confesado, sino que también fue una activa funcionaria de los organismos represivos del régimen militar.

Esta crítica visión se mantuvo inalterable en el MIR, hasta que en 1993 Merino pidió perdón públicamente. Para un grupo mayoritario, "la Flaca Alejandra" siguió personificando la deslealtad. No creyeron en el inédito gesto de alguien que se relacionó afectivamente con los agentes de seguridad y que los interrogó con tanta frialdad durante las sesiones de tortura.

Sin embargo, hubo algunos de su ex compañeros, en especial mujeres, que valoraron su arrepentimiento y que al conocer su testimonio personal, consideraron por primera vez la posibilidad de que Marcia Merino fuese una víctima. No sólo por los apremios físicos que sufrió en los centros de detención, sino también por el miedo que dice haber vivido durante su época como agente.

El fallecido miembro del comité central del MIR Martín Hernández denunció que en una oportunidad, mientras era torturado en Villa Grimaldi, Marcia Merino "entró a la sala alegando porque ese día nuevamente había empanadas de almuerzo".

Una militante atípica

Personaje controversial y complejo, Merino despertó distintas percepciones en el MIR desde su época más remota como militante. Según reconoce un ex integrante del comité central,  no mostraba el mismo compromiso que evidenciaron otras figuras del movimiento. De acuerdo a su versión, poco después de ingresar a sus filas, en 1967, la joven, de entonces 19 años, nacida en una modesta familia de Hualqui, "concitaba  la atención por el escaso vínculo emocional que tenía con el proceso revolucionario".

En la declaración judicial que prestó en 1992, Merino dice que mientras estudiaba Antropología y Arqueología en la U. de Concepción, ingresó a este referente de izquierda motivada por sus amistades y, al referirse a la decisión de la cúpula del MIR de pasarla a la clandestinidad, en 1969, admite haber seguido las instrucciones por "temor a la sanción moral de mis camaradas de partido".

Su rápido ascenso en la estructura partidaria obedeció a su capacidad operativa. Por esta razón, en 1970, integró el comité regional Santiago, desde donde se vinculó con la comisión política y estableció una estrecha colaboración con Miguel Enríquez. La confianza depositada en ella convenció a los dirigentes de enviarla a la base Punto Cero de Cuba, para recibir instrucción militar.

De regreso en Chile, se desempeñó en labores de logística, encargadas a los cuadros más preparados. Gracias a este trabajo conoció en detalle la estructura interna del MIR, lo que con posterioridad al golpe militar sería algo fatal para la organización.

Marcia, Alejandra o Irene

Un camino sin retorno

El 1º de mayo del año 1974, Merino sintió una pistola en su espalda, mientras era conminada a subir a un auto. En ese momento usaba un carné de identidad falso, con el nombre de Laura Sepúlveda, que le había facilitado el MIR para trasladarse dentro del país y rearticular al movimiento desde la clandestinidad. Llegaría así al centro de detención de la DINA en calle Londres Nº38, lugar donde sería sometida a intensas sesiones de tortura. Esta misma situación se repetiría luego en los recintos de José Domingo Cañas y Villa Grimaldi, comenzando un camino sin retorno como informante.

Porque fue en Londres 38 donde inició la delación de sus compañeros de militancia, entregando antecedentes acerca de sus paraderos y más tarde identificándolos en la calle, en compañía de agentes del gobierno militar.

En esos primeros meses como víctima del general Manuel Contreras, según quienes han investigado su caso, Merino experimentó sentimientos de culpa e intentó suicidarse en dos oportunidades. Según un ex integrante del MIR, incluso advirtió tiempo antes a la cúpula del movimiento que no pudo soportar el dolor físico sufrido en los interrogatorios y que se vio forzada a revelar información. Pero no habría sido escuchada, según recuerda este dirigente. "En ese sentido, tenemos responsabilidad al no haber tomado las medidas necesarias para sacarla del país en forma oportuna, porque nuestra política era no asilarnos", dice.

A "la Flaca Alejandra" se le atribuye haber incidido en la caída de Miguel Enríquez, en octubre de 1974. En la frenética búsqueda del médico se interrogó a Lumi Videla, otra importante figura de este referente, a quien Marcia Merino identificó también en la calle. El abogado de DD.HH. Hiram Villagra asegura que la ex estudiante de Antropología participó, incluso, en las sesiones de tortura que le provocaron la muerte a la joven dirigenta.

¿Colaboradora o Víctima?

Para quienes estuvieron detenidos en Villa Grimaldi hubo un hecho revelador del nuevo trato entre la DINA y Merino. A principios del año 1975, fue trasladada a una pequeña casa situada al interior de ese lugar. Contaba con un televisor, una ducha y dos habitaciones, un beneficio insólito para los prisioneros políticos. Allí vivió en los meses siguientes junto a la ex militante del PS Luz Arce, quien también reconoció haber colaborado con los organismos de seguridad.

Quienes la ven como una víctima, piensan que pagó caro su relación con los organismos de inteligencia. En las conversaciones que han sostenido con ella, ha expresado no tener tranquilidad consigo misma, y que, en caso de vivir una experiencia similar, se dejaría matar.

Numerosos son los testimonios que dan cuenta de la participación de Merino en los interrogatorios a los que eran sometidas las personas recluidas allí. En medio de los apremios físicos, ella insistía en hacer las mismas preguntas, sin dar tregua. Tampoco daba la menor señal de empatía. El fallecido miembro del comité central del MIR Martín Hernández denunció que en una oportunidad, mientras era torturado en Villa Grimaldi, "ella entró a la sala alegando porque ese día nuevamente había empanadas de almuerzo".

Este tipo de situaciones, como también el hecho recibir un sueldo mensual, hacen dudar seriamente a la mayoría de sus antiguos camaradas que ella no actuara en forma voluntaria en la DINA. "Debemos asumir que se trata de una traidora. Hay personas que están desaparecidas porque no pactaron una colaboración. Ella, en cambio, pudiendo haber escapado, siguió delatando durante mucho tiempo", afirma un ex detenido. "En algunos casos se amenazó a los colaboradores con agredir a los hijos. Sin embargo, ella no tuvo descendencia, por lo que difícilmente pudo ser presionada con ese argumento", agrega.

Una visión distinta tiene la periodista Gladys Díaz, quien también fue torturada en Villa Grimaldi en su condición de dirigenta del MIR. En esa época, ella la enfrentó. "La Flaca Alejandra" trató de convencerla de entregar información a la DINA. "¡Eres una traidora!", le dijo. Sin embargo, la solicitud de perdón que hizo Marcia Merino, en 1993, cambió la perspectiva de Díaz: "Me di cuenta que, al hacer este gesto, más allá de todo el daño hecho, se quedaba sola y había que acogerla e incentivarla a aportar cuanto sabía en los tribunales. Más allá de su quiebre, ella también es una víctima que cedió ante la tortura, y siguió cediendo, como bien sabemos. Vivir con esa memoria también es tremendo", dice.

Quienes ven a "la Flaca Alejandra" como una víctima, piensan que pagó caro su relación de 18 años con los organismos de inteligencia. En las conversaciones que han sostenido con esta polémica militante del MIR, ella ha expresado no tener tranquilidad consigo misma, y que, en caso de vivir una experiencia similar, se dejaría matar.

A diferencia de lo que ocurría en Santiago, en Isla de Pascua sólo en un par de ocasiones su anonimato se ha visto amenazado. Sucedió cuando han llegado los policías de Investigaciones a interrogarla por nuevos casos de detenidos desaparecidos. Sin embargo, ella ha mantenido su silencio respecto al destino que ellos pudieron tener. Porque si bien ayudó a identificar a varios agentes de seguridad que participaron en torturas, los abogados de DD.HH. afirman que no contribuyó con ningún antecedente nuevo sobre el paradero de las víctimas.

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