De todos los partidos políticos, la UDI es el que más cambios experimentó en el último tiempo. Pasó a ser el más grande del país en el curso de una década, tiene la bancada de diputados más numerosa, está en el gobierno y enfrenta en agosto su segunda elección interna consecutiva. Hoy, las diferencias se ventilan en conferencia de prensa, hay contrapuntos valóricos y hasta actos de rebeldía. La lógica del partido de amigos se desmoronó para dar paso a una dinámica de partido grande, lo que es resistido por el núcleo duro de sus fundadores y bienvenido por aquellos que llevan tiempo dando la pelea para que el esquema de toma de decisiones -y con ello la institucionalidad- cambie.
La UDI es un partido neoconservador, en el que confluyen ideas de libre mercado en materia económica y planteamientos tradicionales en temas culturales relativos principalmente a la familia, además de una visión ética según la cual todos sus militantes se deben al servicio público, fórmula tremendamente efectiva para atraer y reclutar jóvenes.
Pero si bien el éxito de estos 20 años tiene que ver con aspectos programáticos, tanto o más importante ha resultado el modo de hacer política de sus dirigentes y, sobre todo, la forma en que se ha desarrollado la vida partidaria. Disciplina y audacia están en el eje, y son éstas las que le permitieron jugarse en hitos clave, como el apoyo a Gabriel Valdés para presidir el Senado en 1990, las negociaciones con la UCC para incorporar a sus miembros, el apoyo a Joaquín Lavín en su giro en temas de DD.HH. en 1999, o el que le dieron a Pablo Longueira para el salvataje del gobierno de Lagos en 2003.
Esa audacia, que a ratos raya en la temeridad, tiene su origen en la forma de constituirse, en los mecanismos de decisión interna y en un rasgo común a su dirigencia: el partido prima (o primaba, dirán hoy algunos) por sobre los intereses individuales y las agendas personales.
Ese respeto secular a los fundadores respondió por mucho tiempo a la convicción y audacia de esos dirigentes y a los éxitos alcanzados. Todo implicó la consolidación de la UDI, pero también abrió la compuerta para que se comenzaran a desdibujar aquellas recetas que garantizaron el éxito. El partido de familia se transformaba en el partido más grande.
La UDI fue concebida como un partido de amigos, convencidos de que la forma de relacionarse de los miembros de una organización es lo que finalmente la caracteriza. Mientras su comisión política estuvo integrada por 25 miembros, la discusión interna para el buen funcionamiento resultaba eficiente y las decisiones las tomaba la misma cúpula que se mantuvo inalterable por casi 20 años, pero que, crecientemente, despierta oposición, especialmente entre quienes han estado en la segunda línea pero -como dicen- "con los pies en el barro".
En ese modo de operar influyó la biografía de sus dirigentes en relación a Jaime Guzmán, así como sus redes sociales. Pero también el que las formas de relación interna han estado fuertemente influidas por un apego a la jerarquía y el respeto a la autoridad de sus fundadores. Ese respeto secular respondió por mucho tiempo a la convicción y audacia de esos dirigentes y a los éxitos alcanzados. Nadie cuestionaba que las decisiones se tomaran en un grupo reducido porque los resultados los avalaban: más parlamentarios, más alcaldes, un candidato propio a punto de llegar a La Moneda. Todo implicó el asentamiento y consolidación de la UDI, y redujo la ventaja de RN y del resto de los partidos. Pero también abrió la compuerta para que se comenzaran a desdibujar aquellas recetas que garantizaron el éxito. El partido de familia se transformaba en el partido más grande. No sólo habían incorporado gente por conveniencia mutua (en la caza de candidatos populares que la UDI emprendió), sino que además hubo nuevos postulados programáticos y un evidente distanciamiento del gobierno militar, especialmente en DD.HH. y orden institucional.
Hoy la UDI enfrenta desafíos: ¿cómo cambiará después de cuatro años en el poder? ¿Cómo cambiará el foco desde la lógica de mercado que hoy inspira muchas de sus decisiones a la de cambio social que moviliza a muchos de sus dirigentes más jóvenes? ¿Volverá a construir un núcleo que le dé identidad o pasará a un esquema de grupos?
Las lógicas internas del partido empezaron a variar: más actores, menos espacio para el debate ordenado, más cuestionamientos a las decisiones de la cúpula y crecientes grados de insatisfacción de las generaciones nuevas. Hay aquí algunos hitos que dirigentes mencionan como clave: la estrategia "crecedora" de la candidatura presidencial de Lavín (que en boca de Gabriel Villarroel, uno de sus fundadores, le costó caro al partido); el caso Spiniak (que muchos mencionan como la razón de un distanciamiento entre Longueira y Novoa, aunque éste lo desmiente categóricamente); la ausencia de unanimidad con que Hernán Larraín llegó a ser presidente del partido en 2006 (lo que implicó el quiebre del núcleo histórico y la pérdida de confianzas y de la definición de roles); y la falta de apoyo con que se encontró Longueira cuando quiso erigirse como presidenciable en 2006. La candidatura de José Antonio Kast a la presidencia de la colectividad en 2008 -primera elección competitiva para definir su directiva- fue la gran señal de los resistidos cambios que el partido ha experimentado.
Hoy, enfrenta nuevamente ése y otros desafíos: ¿cómo cambiará después de cuatro años en el poder? ¿Tendrá espacio para acoger a la oleada de jóvenes que ingresaron al gobierno y que luego querrán asumir cuotas de poder partidario? ¿Cómo cambiará el foco desde la lógica de mercado que hoy inspira muchas de sus decisiones a la de cambio social que moviliza a muchos de sus dirigentes más jóvenes? ¿Volverá a construir un núcleo que le dé identidad o pasará a un esquema de grupos?
Revisar la taxonomía de la UDI sirve para entender la dificultad y el momento histórico que hoy enfrenta y por qué hay quienes hablan de lo que podría ser "la última batalla de los coroneles".
La nueva UDI (o la última batalla de los coroneles)
"Accionistas" y "coroneles"
La cuna de la UDI está en el gremialismo que surge en la UC, en 1966. Por entonces, los estudiantes de Derecho Jaime Guzmán y Jovino Novoa, uno militante conservador y el otro liberal, habían descartado la idea de integrarse al Partido Nacional, tras la disolución de sus referentes de origen, abatidos por la aplanadora electoral DC de 1965. Se decidieron a fundar un movimiento nuevo, que se contrapusiera a la excesiva politización de la sociedad, a la instrumentalización de las organizaciones estudiantiles -según rezaba su discurso- y a partidos que no convencían, a una derecha agotada y cupular, cada vez más lejana de la gente. El impulso final vino de la mano de la toma de la casa central de la UC, en agosto de 1967.
El tronco fundacional de la UDI tiene dos ramas: la de los amigos y contemporáneos de Jaime Guzmán (artífices junto a él y Jovino Novoa del gremialismo); y la de quienes fueron reclutados por éstos. Los "generales" y los que más tarde se perpetuarían como "los coroneles". Los ideólogos y los que "hicieron la pega".
Los que fueron pares de Guzmán y que estuvieron con él en el origen del gremialismo universitario fueron Jovino Novoa, Raúl Lecaros, Hernán Larraín, Juan Eduardo Ibáñez, Ernesto Illanes, Máximo Silva, Manuel Bezanilla, Luis Monge, Rodrigo Mujica, Roberto García, Willy Arthur y Sergio Gutiérrez.
Entre los que fueron "reclutados" por el grupo anterior, pero especialmente por Guzmán, estaban, entre otros, Coloma, Longueira, Andrés Chadwick (ellos pasarían a ser "los coroneles"), Luis Cordero, Jaime Orpis, Domingo Arteaga, Gabriel Villarroel, Carlos Villarroel, Patricio Melero, Iván Moreira, Gonzalo Rojas, José Yuraszeck, Ernesto Silva, Miguel Kast y Cristián Larroulet.
Entre los "generales" hubo quienes participaron de la creación de la UDI, otros se mantuvieron en calidad de fundadores o históricos, con cupos en el consejo general y fuerte presencia a la hora de las decisiones. Son quienes participan conectándose con los que han hecho "la pega" (los del segundo grupo) y colaborando en las campañas, con ideas y recursos. Eran contemporáneos de Jaime Guzmán; la mayoría, sus amigos. Todos convergían en la necesidad de crear un proyecto generacional completamente inédito. Más tarde se sumarían a la oposición a Allende y la defensa del gobierno militar. Llegaron al convencimiento de que en 1973 colapsó el sistema institucional y que era necesario darle un nuevo ordenamiento, a partir de una derecha distinta de la que tradicionalmente defendió los derechos de clase. Hoy, siguen pesando en las decisiones, conectados principalmente a través de Novoa (el único de ese grupo que ha estado siempre activo y ejerciendo cargos en el partido) y, en menor medida, de los "coroneles". Internamente, los definen como los "accionistas" de la UDI, con poca vocación de mayoría y más dogmáticos, defensores de banderas (muchas del gobierno militar).
El último grupo de gente reclutada por Guzmán se define como los que han hecho parte importante del trabajo, ganando votos. Hoy, muchos están en el Congreso y en el gobierno y se sienten más identificados con Kast que con los Coloma y los "coroneles". Es más, se declaran "desafectados" de los históricos: "Se aburguesaron".
Los del segundo grupo aportan orígenes adicionales al gremialismo universitario (que partió en la UC, pero se extendió a la U. de Chile y a regiones): hay funcionarios del gobierno militar (que incorporaron a la UDI la vertiente Chicago y también la social) y quienes participaron en la fundación del partido. Se los define como una generación con vocación de poder y de mayoría. De hecho, son vistos como quienes llevaron a la UDI a ser el partido más grande. En este grupo es donde incluyen al mismísimo Lavín, aunque no son pocos quienes lo definen como "un bicho raro", pues su participación en la UDI fue post fundación e incluso post Pinochet.
Comandados por los "coroneles", hicieron crecer al partido y estuvieron a punto de instalar a Lavín en La Moneda. De Chadwick, Longueira y Coloma se dice que son el equipo político más notable del que se tenga registro. Eso mientras actuaron de común acuerdo y coordinadamente. Un militante influyente, pero alejado de la interna, define el aporte de cada uno: Chadwick, la inteligencia; Longueira, el liderazgo; y Coloma, la muñeca. Una vez que muere Guzmán son ellos los que toman el control del partido y se deciden a hacerlo crecer, en un ejercicio que tuvo virtudes y defectos. Uno de estos últimos es "haber llevado de candidato hasta al mono del zoológico sólo por ser popular", dice, entre risas, un UDI histórico.
La historia de la UDI está marcada por los "coroneles" y su generación. Al punto que algunos la definen como la del quiebre: con los fundadores, por romper amarras con Pinochet y su legado; con los sectores más conservadores y tradicionales (que representa José Antonio Kast), por llevar candidatos sacados de la farándula o por propiciar -como Andrés Chadwick- iniciativas como el Acuerdo de Vida en Común. "Se enterró el gobierno militar y también lo valórico como temas que cohesionaban y frente a los cuales había un discurso monolítico. Ahora, las diferencias son manifiestas", describe un conocedor de las lógicas de la UDI.
El tronco histórico se extiende hasta otra rama: el último grupo de gente reclutada por Jaime Guzmán. Fueron testigos de la formación de la UDI a partir de sus fundadores, pero no han llegado a tener su nivel de influencia. Y hoy lo persiguen. Aquí están, entre otros, Darío Paya, Gonzalo Müller, Gonzalo Cordero, Marcela Cubillos, Rodrigo Alvarez, Gonzalo Uriarte y José Antonio Kast.
Todos convivieron con Guzmán y fueron sus amigos, sin ser contemporáneos suyos. La mayoría abogados, sobre todo de la UC y la UDP, con fuertes lazos de amistad entre ellos. "Sesenta personas a toda prueba", como describe uno de sus integrantes. Los unía la mística de constituir un partido diferente. Pero nunca lograron equivalencia con el peso del tronco fundacional.
Las nuevas generaciones de la UDI no conocieron a Jaime Guzmán, y sus diferencias de origen han contribuido a quebrar definitivamente el eje valórico como elemento unificador. Son los que "andan en busca de su destino" -como dice uno de ellos- e intentan construir un core que los reúna e identifique.
Se definen como los que han hecho parte importante del trabajo, ganando votos y expandiendo el partido. Hoy, muchos están en el Congreso y en el gobierno y se sienten más identificados con Kast que con los Coloma y los "coroneles". Es más, se declaran "desafectados" de los históricos: "Se aburguesaron", cuestiona uno de ellos. Ya, simplemente, les creen menos.
Nuevas generaciones
Ya entrados los 90, viene el ingreso de nuevos rostros, básicamente por dos vías: la Fundación Jaime Guzmán y la juventud del partido. El primero es un semillero más valórico y conservador, mientras que el segundo es más político (ingresan atraídos por la actividad partidaria y por el éxito de Lavín en la presidencial) y liberal.
Aquí se instalan muchas de las caras que hoy vemos en los municipios, en la Cámara de Diputados y en el gobierno de Piñera: Ernesto Silva Méndez, María José Hoffmann, Felipe Ward, Jaime Bellolio, Ena von Baer, Jacqueline van Rysselberghe, Francisco Moreno, Juan Antonio Coloma (hijo) y Cristóbal Leturia.
Con excepción de Ernesto Silva, quien es hijo de fundador y era líder de los secundarios de la UDI cuando murió Guzmán (participó como guardia en el funeral), este grupo no conoció a su ideólogo, y sus diferencias de origen han contribuido a quebrar definitivamente el eje valórico como elemento unificador. Son los que "andan en busca de su destino" -como dice uno de ellos- e intentan construir un core que los reúna e identifique.
Los últimos en llegar
El último grupo es el que instala en la UDI la lógica de partido grande. Son los que han terminado militando ahí por el oficio de la política, porque tanto ellos como el partido vieron en su ingreso una oportunidad recíproca. No se formaron en la colectividad: se encontraron, eran buenos candidatos y se ganaron el espacio. Aquí hay alcaldes y parlamentarios, como Gustavo Hasbún, Francisco de la Maza, Cristián Labbé, Pablo Zalaquett, Mónica Zalaquett, Andrea Molina y Virginia Reginato.
A este último grupo es al que se mira con cierto escepticismo. Dicen que no tienen convicciones suficientes, que no aportan a la construcción de una identidad (al contrario, la desdibujan) y que tienen agendas muy personales y les interesa más influir afuera que adentro.
Quienes buscan tener peso interno están convencidos de que la UDI necesita urgentemente construir un nuevo núcleo que le devuelva identidad. Son los "conceptuales", que quieren imponerse a los "prácticos" que han dominado la colectividad hasta ahora. Pero no porque le teman a la lógica de partido grande, como les ocurre a muchos fundadores que quisieran reinstalar el partido de amigos. Más bien apuntan a la falta de renovación de ideas y a traumas que les han impedido entender por qué al partido le fue bien entre la clase media laica y aspiracional.
*Decano de la Facultad de Ciencia Política y Políticas Públicas de la UDD.