Por Francisco Javier Díaz | Investigador de Cieplan Agosto 27, 2010

El PS acaba de renovar su Comité Central y eligió una nueva directiva. Más allá de la incuestionable capacidad política del nuevo presidente, el diputado Osvaldo Andrade, es un hecho que el partido vive días complejos e inciertos. Porque no sabemos si logrará consolidar su hoy debilitada institucionalidad. No sabemos cómo se desarrollará el congreso partidario que debe realizarse en pocos meses. No sabemos si volverán a sus filas destacados y numerosos dirigentes que abandonaron la organización en el 2009. Y no sabemos si el partido sencillamente se confiará en el liderazgo individual de Michelle Bachelet para el 2013 o si logrará armar una propuesta atractiva, que le permita superar el estancamiento político y electoral en el que se encuentra sumergido.

Todo aquello está por verse. Pero la verdad sea dicha, el PS ha sido impredecible durante gran parte de su vida. Divisiones y cacicazgos forman parte de su ADN desde 1933. Pero a pesar de la incertidumbre permanente, ha logrado erigirse en un espacio político altamente identitario. El socialismo chileno es un socialismo muy criollo.

Se distinguió entre los socialismos del mundo desde sus orígenes. A pesar de su clara raigambre marxista, ya en los años 30 miraba con distancia los socialismos reales. Y en los 40 y 50 logró contar con una camada de dirigentes de alta popularidad en distintas zonas del país, manifestando así su vocación democrática y campañera. Cuando el castrismo parecía atraer a la izquierda entera hacia la revolución y la guerrilla, el PS retóricamente se declaraba partidario de la lucha armada, pero en los hechos, montaba un efectivo aparato electoral que llevaría al triunfo de Salvador Allende. O sea, todo muy contradictorio y criollo, tan criollo como las empanadas y el vino tinto.

El PS se fue identificando con la idiosincrasia del chileno. Un partido esencialmente mesocrático, que a fines de los años 60 logró mantenerse lejano del farandulero glamour revolucionario del MIR y del aire intelectual, confesional y aristocrático del MAPU. Un partido de las clases medias y populares. De los profesionales, del funcionario público, de los trabajadores y de los estudiantes de liceo fiscal y universidad estatal.

La dictadura cayó pesadamente sobre las débiles estructuras del partido. La fatalidad es también un rasgo muy criollo y, en esa hora tan fatal, sus militantes mostraron la abnegación y el sacrificio del chileno ante la adversidad. Lo cierto es que el heroísmo de tantos hoy es parte constitutiva del PS.

Llegada la democracia, el PS siguió mostrando su criollismo. Por ejemplo, demostrando responsabilidad en el trabajo cotidiano: puso a numerosos militantes a cargo de complejas tareas de gobierno. Pero también mostró por ratos la viveza criolla. Afincada la democracia, los socialistas vuelven a su deporte favorito, el cambulloneo interno. Su debilidad como estructura le impide aprovechar la emergencia de líderes locales en diversas partes del territorio. El PS acumula en este tiempo una serie de primeras mayorías electorales en todo Chile, pero no logra consolidarse como un partido del 15%.

La práctica y estética del PS siguen siendo las mismas que las de hace 40 años. Y a pesar de contar con las dos grandes "marcas" de la política chilena -Allende y Bachelet-, se las sigue arreglando para ahuyentar a los militantes de su sede. Con inteligencia, el PS podría convertirse perfectamente en el Starbucks de la izquierda chilena.

Tuvo que ser una militante individual -y no el partido- la que lograra conectar lo mucho bueno del PS y hablarle al país de sus problemas concretos. Una socialista como Michelle Bachelet pudo por fin meterse en los hogares de los chilenos y decirles que aquello del estado de bienestar o de la justicia social eran sinónimos de una pensión más alta, de un consultorio mejor equipado, de la enfermedad que cubre el AUGE, de las casas con dos dormitorios o de los jardines infantiles en cada comuna.

No sabemos cómo el PS se recompondrá en estos años. Por un lado, tiene un desafío ideológico profundo, que denotará si el partido entiende o no a los chilenos del siglo XXI. El PS debe dar cuenta de que sus políticas y su política se han hecho cada vez más individualizantes. Al hablar de los problemas de las personas, es el individuo el que se pone como meta y como medida de su accionar. Al hablar de democracia irrestricta y derechos personales, es el ciudadano el que emerge como sujeto y objeto de su política, y no una sociedad agregada a cuyo nombre se pueden vulnerar libertades o garantías.

En el fondo, el PS ha hecho una síntesis entre sus ideales igualitarios y los derechos de los individuos, o sea, sus políticas han sido las propias de un progresismo moderno. El problema es que no lo ha reconocido. Peor aún: todavía hay muchos en su seno que tienen reparos en denominarse socialdemócratas. Menos se declararán progresistas y, menos aún, herederos de las dos vertientes justicieras de la modernidad, como son el socialismo y el liberalismo. Junto a ello, el PS debe saber traducir aquella renovación ideológica en propuestas claras acerca de los principales temas emergentes del siglo XXI, como son la energía, el medioambiente o la economía de la innovación, el conocimiento y el capital humano.

Pero el PS tiene también un desafío de forma, de práctica política: debe entender que criollo no es sinónimo de anticuado y que las organizaciones tienen que adecuarse a los tiempos.

Son muchos los dirigentes socialistas que tienen más followers en Twitter que votos en la interna. Son más los jóvenes que se conectan con la política a través de las redes sociales que a través del núcleo. El PS, en tanto organización, está completamente ausente de la sociedad chilena moderna. Su práctica y su estética siguen siendo las mismas que las de hace 20, 30 ó 40 años. Y a pesar de contar con las dos grandes "marcas" de la política chilena -Allende y Bachelet-, se las sigue arreglando para ahuyentar a los militantes de su sede. Con inteligencia, el PS podría convertirse perfectamente en el Starbucks de la izquierda chilena.

Hay, entonces, un desafío enorme por renovar profundamente el Partido Socialista y ponerlo a tono con el nuevo siglo. Los ideales los tiene, la historia también juega de su parte. Los valores progresistas son mayoritarios en la ciudadanía. Pero de lo que se trata ahora es de decírselo, y decírselo de manera atractiva. Eso es lo que no sabemos si ocurrirá en el PS. Habrá que empujar para que así sea.

*Miembro del comité central del PS.

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