A mediados de julio pasado, Natividad Llanquileo Pilquimán (26) acababa de empezar el último semestre que le queda para terminar Derecho en la Universidad Bolivariana, en Santiago, cuando le pidieron que asumiera una de las vocerías de los presos mapuches en huelga de hambre, entre ellos Héctor (30) y Ramón (29) Llanquileo-sindicado como el segundo hombre de la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM)-, sus dos hermanos imputados por la ley antiterrorista y con quienes creció en Puerto Choque, Tirúa.
Pese a que arriesgaba perder el año académico, Natividad dejó de inmediato las clases -y también su trabajo como empaquetadora en un supermercado- y partió rumbo a Concepción. De ahí en adelante, su rostro ha aparecido casi a diario en la prensa: tuvo un rol protagónico al visitar a los detenidos en la cárcel El Manzano, junto al obispo y mediador Ricardo Ezzati, y también al convertirse en el puente entre los huelguistas y el gobierno.
"Yo tengo un compromiso con mi pueblo. Y si me llamaran otra vez para ser vocera, lo haría. Uno puede tener la profesión que sea, pero es mapuche primero que todo", dice desde el Hospital de Concepción, adonde asiste todos los días para estar al tanto del estado de salud de cinco de los 34 huelguistas.
Pero el compromiso político de Natividad con "la causa mapuche" no es sólo porque dos de sus cinco hermanos están presos y porque de niña presenció en Puerto Choque movilizaciones y vio a sus padres pelear por la recuperación de tierras. Natividad también es parte de una nueva generación de jóvenes mapuches universitarios -en muchos casos los primeros de su comunidad en llegar a la educación superior-, que además de ser activos y militantes, viven una revalorización de su cultura en lo que muchos denominan un "nacionalismo mapuche": participan en los movimientos, aprenden mapudungun, juegan palín y asisten a las comunidades en busca de reconstruir su historia para compararla con el relato "winka" u "occidental" que les enseñaron de niños en sus escuelas rurales.
"Nuestra generación sigue el ejemplo de Lautaro, que vivió con los españoles y luego, con ese conocimiento integral, regresó para hacerles la guerra. Con la universidad nos pasa lo mismo: estamos aprendiendo cómo piensan los winkas, pero sin dejar de lado lo que somos", dice Luis Penchuleo.
Y al contrario de la timidez de sus padres -a los que nunca se les enseñó mapudungun para evitar que fueran discriminados por su acento, según cuentan sus hijos-, para ellos su origen es un valor agregado. "Estamos orgullosos de ser mapuches", adelanta José Ancalao (21), estudiante de Antropología en la Universidad Católica de Temuco (UCT).
Alguien que ha seguido de cerca desde hace más de 20 años a varias generaciones de jóvenes mapuches es el sacerdote Fernando Díaz (53), de la congregación del Verbo Divino, quien llegó a la zona en 1975, específicamente a Puerto Domínguez, cuando aún era estudiante de Arquitectura en misiones de verano de la PUC. Hoy trabaja codo a codo con el obispo de Temuco, Manuel Camilo Vial, y habla cada vez mejor mapudungun. "La diferencia de esta generación con las demás que he conocido, es que está consciente de sus derechos porque ha accedido a la educación. Entonces, es lógico que se tome la palabra. Tiene interés en formarse y conocer mejor el mundo que los ha segregado para saber proyectarse, pero con historia. Y ojo: ellos no quieren ser meros beneficiarios de un modelo de desarrollo que no les es propio, porque el desarrollo es con identidad".
Luis Penchuleo, Pedro Cayuqueo y Danko Marimán
De trabajar cuando niños cuidando animales y como temporeros en los veranos, hoy desde la universidad son parte de un grupo que tiene una activa participación en el movimiento mapuche y que pretende seguir en primera línea al egresar de sus carreras, ya sea como dirigentes o trabajando en sus comunidades. Varios de ellos ya se titularon y han elegido seguir en su cultura y no "chilenizarse".
Dos ejemplos son el periodista Pedro Cayuqueo (33)-director del periódico "Azkintuwe" (El Mirador)- y el antropólogo Danko Marimán (26), quien estudió en la Universidad de Massachusetts y hoy, además de tener tres discos de hip-hop mapuche y dirigir el documental En el nombre del progreso, trabaja junto a su tío Pablo Marimán en un proyecto de reconstrucción histórica de seis comunidades del sector de Kuelñelolo o Fortín Ñelol, en Galvarino. Es que nosotros no nos sentimos chilenos: somos mapuches", dice.
Intelligentsia Mapuche
Luis Penchuleo (27) -estudiante de quinto año de Periodismo de la Universidad de La Frontera (UFRO) y ex candidato a alcalde de Lautaro por el Partido Mapuche, una colectividad en la que también milita Cayuqueo, y que a partir de octubre comenzará a recolectar las firmas que la ley le exige para oficializarse- dice: "Nuestra generación sigue el ejemplo de Lautaro, que vivió con los españoles y luego, con ese conocimiento integral, regresó para hacerles la guerra. Con la universidad nos pasa lo mismo: estamos aprendiendo cómo piensan los winkas, pero sin dejar de lado lo que somos".
Natividad agrega: "Yo, por ejemplo, estudio Derecho para buscar justicia. Uno ve el ordenamiento jurídico y se da cuenta que las leyes no están hechas para nosotros, sino para los chilenos", reflexiona. "La gente no nos conoce. De hecho, tiene una confusión con los mapuches. Sólo les gusta la parte folclórica y bonita del mapuche, pero cuando lo ve distinto, cuando ve que reclama y conoce sus derechos, ya no le gusta".
Galvarino sí, O'Higgins no
Desde que era estudiante secundario -época en que intentó sin suerte ir a clases con la manta de lana mapuche- que José Ancalao participa activamente en el movimiento mapuche: hoy es una de las caras visibles en un grupo donde todos se conocen. Creció en Purén y es hijo de un obrero forestal. Cuenta que un hecho que marcó la tendencia de su generación a volver a su cultura de origen es que, de niños, tanto a él como a sus compañeros mapuches los obligaron a "castellanizarse", lo que implicó aprender el Himno Nacional en español y en mapudungun, izar la bandera chilena y estudiar historia en su versión "winka".
"Pero nuestros héroes no son Arturo Prat ni O'Higgins, sino Lautaro, Galvarino y Curiñenco", dice.
Jonathan Zapata (21), alumno de Pedagogía Intercultural en Contexto Mapuche en la UCT y vocero de "Pelontuwe", uno de los hogares mapuches emblemáticos de Temuco -allí velaron el cadáver de Matías Catrileo en enero de 2008-, tuvo una experiencia similar: "En mi escuela rural incluso me ponían nota por las flores que llevaba para el Mes de María".
En 2005, Ancalao junto a Zapata y a Pablo Millalén (21) -hoy estudiante de Trabajo Social en la Universidad Autónoma de Temuco- fundaron, en plena revolución pingüina, "Melinewen" (Cuatro Fuerzas), la más grande organización secundaria mapuche.
"En Melinewen le dimos duro a la educación de la verdad histórica", explica Ancalao, quien en esa época, además fue dirigente regional de los pingüinos. "Un día nos dimos cuenta de que no sólo teníamos que participar como secundarios, sino también como mapuches", dice.
Esta generación se ha empeñado en aprender a hablar y escribir mapudungun. También interrogan a sus padres y abuelos para reconstruir su pasado y no quieren por ningún motivo que sus hijos tengan nombres "chilenos", como sí les ocurrió a ellos.
Junto a Alfredo Pacheco, estudiante de Trabajo Social y ex dirigente del Hogar "Purran Peyum Zugu", Zapata, Millalén, Ancalao y muchas mujeres, como Leticia Huaiqui Machil (24) o María Luisa Igaimán (25), son un botón de muestra de la generación que va a la universidad, pero que recurre al conocimiento mapuche como primera opción.
"Lo importante de estar en un hogar es que allí, entre nosotros, creamos conciencia acerca de la realidad que vive el pueblo mapuche. Y lo que ahora queremos es seguir empoderando a las futuras generaciones", dice Pacheco.
Esta generación se ha empeñado en aprender a hablar y escribir mapudungun. También interrogan a sus padres y abuelos para reconstruir su pasado y no quieren por ningún motivo que sus hijos tengan nombres "chilenos", como sí les ocurrió a ellos. "Nuestros abuelos no les enseñaron mapudungun a nuestros padres por miedo a que los discriminaran y no hablaran bien el castellano, pero nosotros queremos recuperar eso", explica Ancalao.
Desde que empezó la huelga de los presos mapuches, hace más de 80 días, las generaciones de jóvenes se han movilizado para apoyar las demandas.
Para aprender, junto con conocer las lecturas "tradicionales" de historia de Chile -ellos la llaman "la versión winka"-, leen libros y periódicos escritos por "peñis", entre ellos el "Azquintuwe" y el sitio web de noticias "Mapucheexpress". Un texto clave en su formación es "¡Escucha, winka...!" (LOM Ediciones), conformado por los ensayos de tres historiadores y un sociólogo que son parte de la intelectualidad mapuche: Pablo Marimán, Sergio Caniuqueo, José Millalén y Rodrigo Levil.
"Pero siempre nuestros modelos a seguir son nuestros antepasados, de ahí viene el kimun (conocimiento)", dice Pablo Millalén.
También escuchan sus propias canciones de protesta. La más emblemática, y por estos días ungida como "la banda sonora" del conflicto mapuche-chileno, es Una sola lucha, del grupo Weliwen, el plato más esperado en las peñas locales y archivo obligado de los celulares y MP3 que circulan por los hogares mapuches. "Una sola lucha, un sólo camino, una sola verdad. Una sola lucha, nuestra libertad. Pero el enemigo nos confunde para dividirnos. Nos deja peleando entre nosotros. Mientras nuestros hermanos se mueren de hambre y dolor. Por la opresión del poderoso. ¿Y qué vas a hacer, esconderte o luchar? Y qué voy a hacer, si hace tiempo elegí luchar. Elegí luchar, pero mi lucha no es de muerte. Mi lucha es por vivir. Mi lucha es por vivir y no para matar. Mi lucha es por vivir", dice parte de su letra.
Intelligentsia Mapuche
No es todo: muchos de ellos sueñan con formar pareja sólo con otro mapuche -y no con un occidental o una mujer chiñura- y piensan usar la universidad -o el "conocimiento winka", como le dicen- como una herramienta futura para la causa mapuche. También juegan palín, para lo que muchas veces se levantan a las seis de la mañana. "Y que no digan que los mapuches somos flojos", dice con ironía Carlos Arcos Quiñilef (21), estudiante de Ciencias de la UFRO.
"Esta generación es muy curiosa, siempre pide libros para leer. Ha ido perdiendo el miedo a decir lo que piensa y ha ido conquistando su libertad. Está orgullosa de ser mapuche y reclama a la sociedad chilena los valores de igualdad, fraternidad y libertad", explica el misionero Fernando Díaz.
Leticia Huaiqui Machil (24), una estudiante de Pedagogía Básica Intercultural en Contexto Mapuche, tiene su propio diagnóstico de la vuelta a los orígenes de su generación: "Nuestros ancestros son los que nos reclaman hacerlo. No creo que nosotros seamos capaces de hacerlo solos, sino que respondemos a las rogativas de nuestros antepasados".
Leticia está vestida a la usanza mapuche: tiene un pañuelo de seda rosado en la cabeza y una manta de lana negra le cubre los hombros. Es el mismo traje que usa cuando en la UCT le piden ir de tenida "formal" para dar un examen.
"Esta generación es muy curiosa, siempre pide libros para leer. Ha ido perdiendo el miedo a decir lo que piensa y ha ido conquistando su libertad. Está orgullosa de ser mapuche y reclama a la sociedad chilena los valores de igualdad, fraternidad y libertad", explica el misionero Fernando Díaz.
"Yo estoy en la universidad por un tema estratégico: no me identifica estudiar para trabajar para Chile, sino para ponerme a disposición de mi comunidad", dice. A su lado, en el Hogar Mapuche Lawen Mapu de Padre Las Casas, está Carlos Arcos Quiñilef (21), ex dirigente. Viste jeans y zapatillas y desde ya está pensando qué hará apenas termine su carrera. Estudia Pedagogía en Ciencias en la UFRO. "Algún día voy a volver a mi comunidad a retomar mi rol de lonko. Pero lo haré con los conocimientos que tengo ahora para fomentar este nacionalismo mapuche", dice.
De la ruca a la universidad
Además de venir del campo, muchos de quienes hoy están en la universidad y son dirigentes durmieron en rucas hasta hace pocos años. Es el caso de Jonathan Zapata y también de Pablo Millalén, quienes aún recuerdan lo desagradable que fue al llegar a Temuco a la enseñanza media, y que en el liceo los molestaran por estar "pasados a humo" porque secaban sus ropas en el fogón. "Todos eso nos marcó para lo que somos, pero no somos resentidos", aclaran.
Jonathan vivió hasta los 8 años en una ruca en la Comunidad Antonio Painemal, a 14 kilómetros de Temuco. A su casa, la luz llegó recién en 1997. Y Millalén, de niño, aprovechaba de jugar con sus amigos de la comunidad mientras cuidaba a los animales -chanchos y vacas- en el campo. "Yo jugaba con piedras a los autitos; nunca tuve un juguete", cuenta hoy. Para otros, como el ex candidato a alcalde Luis Penchuleo, quien tiene dos primos detenidos y en huelga de hambre, las bolitas eran las avellanas y las semillas de lingue.
"Una sola lucha, nuestra libertad. Pero el enemigo nos confunde para dividirnos. Nos deja peleando entre nosotros. Mientras nuestros hermanos se mueren de hambre y dolor... Elegí luchar, pero mi lucha no es de muerte. Mi lucha es por vivir. Mi lucha es por vivir y no para matar", dice parte de la letra de la canción más escuchada por los jóvenes mapuches.
En la ruca, en la comunidad Mañiuco, Pablo vivía junto a su abuela, y aún recuerda que muchas veces, ella se echaba a dormir sobre un cuero durante el día para descansar. A los ocho años fue a Galvarino, donde vio por primera vez una casa de dos pisos. A los 14, llegó a estudiar al internado Pablo Neruda de Temuco. "Quedé impactado", cuenta.
Hoy, lejos de ser seducido por la ciudad, Millalén añora compartir sus conocimientos universitarios con su comunidad. En los hogares, por ejemplo, conservan intacta su cultura. En el "Lawen Mapu", los propios estudiantes construyeron una ruca afuera del edificio principal. Allí se juntan e, incluso, cocinan. Para la celebración de Wetripan, a fines de junio, y para el cambio de luna, los estudiantes hombres (wentru) mataron un caballo para que las mujeres (zomo) lo faenaran. La grasa la usaron para freír sopaipillas.
Desde que empezó la huelga de los presos mapuches, hace más de 80 días, las generaciones de jóvenes se han movilizado para apoyar las demandas. Consideran que la huelga es la única manera de que el pueblo mapuche se haga visible en la prensa. "Para mí no es un orgullo tener mártires, porque en esta lucha no se deberían perder vidas" , dice Jonathan Zapata.