El magallánico Ramón Vargas venía imaginando este día hace tiempo.
-Llámame al mediodía -me dijo.
-¿Por qué?
-Porque nos vamos a tomar el muelle Prat a eso de las 2 de la tarde.
Punta Arenas aún no despertaba del todo, pero Vargas estaba lo suficientemente consciente como para entender que lo que sucedería ese martes 11 de enero iba a ser noticia en Chile. Eran las nueve de la mañana. Los autos daban vueltas a la plaza Muñoz Gamero, la lluvia caía de a poco sobre la gente y la bandera de Magallanes descansaba tranquila afuera del edificio municipal. Ramón Vargas no había dormido más que tres horas, pero se mantenía perfectamente en pie.
-¿Dónde nos juntamos?
-Cuando me llames te digo. Y otra cosa.
-¿Qué?
-No le vayas a decir a nadie. Existe un paro oficial, programado para esta medianoche. Pero nadie sabe que los movimientos comenzarán varias horas antes.
Ramón es microempresario. Tiene 49 años, un negocio de muebles y un pequeño programa en la televisión local llamado Fuerza Pyme. Pero nada de eso explica lo que él, junto a varias otras personas, estaba organizando. Para eso, quizás, había que buscar otras cosas. Como que Vargas es el coordinador general de la Asamblea Ciudadana, una institución regional -creada en octubre de 2010, la cual reúne a más de una decena de entidades gremiales-, y que en Santiago puede no decir mucho, pero en Punta Arenas existe por una sola razón: rechazar cualquier tipo de alza al gas.
Eso fue justamente lo que sucedió.
A fines de diciembre ENAP, la petrolera estatal, aprobó un alza de 16,8% al precio del gas natural que entregaba Gasco Magallanes, reduciendo el histórico subsidio. La medida comenzaría a correr a partir de febrero y, en corto, significaba que en una casa donde pagaban cuentas de $ 20.000 mensuales, ahora pagarían cerca de $ 25.000. El 30 de diciembre, el gobierno avisó a los cuatro parlamentarios de la zona sobre la nueva medida. Ese mismo día, a las 18 horas, los diputados y senadores organizaron una conferencia de prensa para advertir a la comunidad sobre el nuevo escenario. La alerta quedó encendida.
La medida conllevaba otros temas. Como que en invierno, donde no es noticia que un termómetro marque -5°C, una cuenta normal de gas puede salir fácilmente $ 50.000 en Magallanes. Y ahí, las alzan duelen. Sobre todo en una economía local donde el transporte público se alimenta del gas y donde el kilo de pan cuesta $ 1.200. Subir el valor del gas en Punta Arenas significa que el precio de la vida subiría. Los taxis, las micros, los colegios y los alimentos. Todas las alzas se terminarían traspasando a los bolsillos de una región extrema que se sentía tranquila porque hace cerca de un año Sebastián Piñera, que entonces era candidato, prometió que esa región mantendría un trato preferencial en sus cuentas de gas.
-Y a los magallánicos -me diría Vargas horas más tarde- no nos gusta que nos mientan.
La mecánica vecinal venía preparándose desde noviembre pasado. Los magallánicos, de alguna manera, olfateaban lo que se podía venir: sabían que el contrato que Enap Magallanes mantenía con Gasco vencía en diciembre. Sin embargo, la organización del paro regional se concretó días después del anuncio del alza.
No era más que eso: dos tipos en una fuente de soda llamada Lomitt's, sentados atrás en la parte de fumadores, comiendo churrascos italianos a la hora de almuerzo, ese día martes 11.
-Vine con un periodista -les dijo Vargas.
Los que estaban ahí, eran Filippo Queirolo y Pedro Aguilar, dos empresarios camioneros no sindicalizados, que estaban llenando el estómago antes de tomarse el muelle Prat. Pedimos un café y Queirolo preguntó qué pasaba si llegaban carabineros.
-Si llegan los pacos -le respondió Aguilar-, tendremos que enfrentarlos.
Vargas sonrió y después pidieron la cuenta.
Las primeras conversaciones entre los dirigentes comenzaron a fines de diciembre. Vargas se reunió con Alejandro Kusanovic, presidente de CPC Magallanes, y con la cabeza de la Asociación de Taxis, Marcelino Aguayo, entre muchos otros. Las movilizaciones eran inminentes, aunque finalmente se desencadenaron ese 5 de enero, justo después de las declaraciones del ministro de Energía, Ricardo Raineri. Allí, marcharon 3.500 puntarenenses y se bloquearon los caminos. Luego vino la movilización del domingo 9, donde se contabilizaron más de diez mil personas en las calles. Al bloqueo del muelle Prat llegarían unos 20 camiones reunidos por la Asamblea Ciudadana, la unión de vecinos, empresarios y líderes sindicales, que logró paralizar la región sin más protocolos que sobremesas en boliches como el Lomitt's, llamadas que entraban y salían de una BlackBerry a otra, y reuniones en la sede de la Unión Comunal de Hernando de Magallanes, dos o tres veces por semana.
Esa mecánica vecinal venía preparándose desde noviembre pasado. Los magallánicos, de alguna manera, olfateaban lo que se podía venir: sabían que el contrato que ENAP Magallanes mantenía con Gasco vencía en diciembre. Sin embargo, la organización del paro regional se concretó días después del anuncio del alza. En una semana, Ramón Vargas -el operador que aglutina los distintos brazos del movimiento- montó una puesta en escena que incluía banderas negras, un equipo que desde el martes entregaría comunicados de prensa cada cuatro horas y todo un levantamiento que perseguía sólo una cosa: llamar la atención.
Vargas desfiló por el centro de Punta Arenas con una caravana de 20 camiones antes de tomarse el muelle. Sólo para provocar. Pero en todo su trayecto hubo una cosa que le llamó la atención: "No veo ni un paco. No puedo creer que nos hayan dejado pasar por el centro así no más".
El rugido de Magallanes
Punta Arenas no sólo es el milagro de que exista gente dispuesta a vivir en el extremo del mundo, a bajísimas temperaturas. Punta Arenas también es el puerto donde se logra romper con el sistema binominal, y donde las elecciones municipales puede ganarlas un relator de fútbol que cantaba los goles de Colo Colo. Ése es Vladimiro Mimica.
El alcalde, que es bajo y canoso, trabaja en una oficina de madera con sillones de terciopelo rojo, donde no hay muchos recuerdos de su vida en los locutorios, pero sí una oración por Magallanes pegada en la pared. Desde que comenzaron las manifestaciones en Punta Arenas ha conversado con Rodrigo Álvarez, Carlos Larraín, Iván Moreira, Guido Girardi, Carolina Tohá, Osvaldo Andrade y Marco Enríquez-Ominami. En cosa de una semana, Mimica pasó de ser la anécdota curiosa de una municipalidad austral, a un caudillo del fin del mundo.
"Aquí se habla de mala gestión de la ENAP, que sí la hubo. Pero poco se ha dicho que muchos de esos recursos que hoy aparecen como pérdida, esos US$ 4 mil millones fueron puestos para amortiguarles el alza de la bencina y el petróleo a los chilenos. La ENAP subsidió a todos los chilenos. Y ahora nos sacan en cara de que haya subsidiado el gas en Magallanes con 15 millones de dólares. ¿Por qué no se le inyectan recursos a ENAP para que siga explorando la potencialidad del suelo magallánico? ¿Por qué asociarse a estas transnacionales? La empresa Methanex, por ejemplo, aquí se lleva la tajada del león. Un 60% para fabricar su metal versus un 40% para Magallanes. Y a un valor preferencial. Entonces cuando dicen que quedan seis años más de gas y después se acaba, cerrémosle la cañería a Methanex pues. ¿Cuál es su apoyo a la región? Nada".
A Mimica, sus contrarios pueden criticarle su falta de experiencia para el cargo y una gestión que está lejos de ser óptima. Pero el viejo periodista deportivo sabía que para que su relato épico y reivindicador perdurara, necesitaba de un enemigo visible. Y Ricardo Raineri, el ministro de Energía, ya había hecho méritos suficientes cuando, a propósito del alza del gas, dijo que en Magallanes "se había acabado la fiesta".
Esa desafortunada salida dejó al ministro mal evaluado en Palacio, dicen en La Moneda. No sólo porque desde el comienzo debió haber habido un paquete de compensaciones para paliar el alza, sino también porque le faltó sensibilidad política para tratar un tema que en Magallanes despierta la sangre. Raineri habló y se desató el conflicto. Partiendo por las ideas en la Intendencia de Liliana Kusanovic de hacer una campaña que enseñara que el gas se está acabando y que explicara que por eso es necesario que los privados inviertan. Que en ese contexto, el alza era justificable. Magallanes, lo quisieran o no, tenía que volverse atractivo para los productores de gas natural del mundo.
Un día después de participar de las protestas por el alza -el jueves 6 de enero-, Mimica viajó a Santiago.
En invierno, aquí una cuenta normal de gas puede salir fácilmente $ 50.000. Y ahí, las alzan duelen. Sobre todo en una economía local donde el transporte público se alimenta de gas y donde el kilo de pan cuesta $ 1.200. Subir el valor del gas en Punta Arenas significa que el precio de la vida subiría: los taxis, las micros, los colegios, los alimentos.
-Viajé por otras razones: hablar con los presidentes del Consejo de Defensa del Estado, por un problema que tenemos con los funcionarios municipales. Y en la tarde tenía una entrevista con el subsecretario del Interior, por un tema de seguridad ciudadana. Por eso, fui a La Moneda. Cuando llegué, todos los periodistas se acercan a mí. Y, evidente, aproveché la oportunidad para poner en la agenda nacional el tema del gas. Cuando el ministro Raineri supo que estaba ahí, me mandó a buscar. Me dijo que quería conversar conmigo al otro día. Le dije que perfecto.
-¿Cómo resultó eso?
-La entrevista con el ministro fue a tutti. Muy frontal. Estuvimos una hora y veinte reunidos. Le comenté sobre el pésimo manejo político, la falta de voluntad, el desconocimiento que tenía sobre Magallanes, que era inaceptable que hubiera dicho que en Magallanes se nos iba a acabar la fiesta.
-¿Qué le contestó?
-Él es un técnico. Políticamente no tiene respuestas.
Fue como si, de pronto, Santiago hubiese descubierto que Magallanes podía ser una patria distinta. Que esos 132 kilómetros cuadrados reunían códigos diferentes que parían una estirpe distinta de la que caminaba por La Moneda. Tanto que hace un tiempo Rodrigo Utz, conductor de Cappuccino, un programa de la radio Presidente Ibáñez, comenzó a hablar de la República Independiente de Magallanes. La frase, que partió como un arranque algo atrevido de un tipo al que le pagan por hablar, quedó y su sonoridad se fue multiplicando. En Magallanes, las raíces y las costumbres son distintas.
-Por la condición climática -explica Utz-, compartimos mucho en espacios cerrados. Y si a eso le sumas que sentimos que geopolíticamente no se nos ha dado importancia, no es difícil entender cómo nacen estos movimientos ciudadanos.
"La gente se conoce, y las fuerzas se aúnan fácilmente. Eso explica que las marchas se hayan organizado casi espontáneamente", explica el presidente de la CPC Magallanes, Alejandro Kusanovic.
El magallánico tiene tradiciones musicales y gastronómicas muy distintas a Santiago. Y no sólo porque el 50% es chilote o descendiente de chilote y existe un gran número de inmigrantes, sobre todo de la ex Yugoslavia. Sino que también debido a un sentimiento regionalista muy fuerte, donde la referencia típica no es el huaso, sino que el gaucho, la comida tradicional es el cordero, no la empanada, y la vida nace y termina con esa sensación de que ahí todo ocurre demasiado lejos del resto de Chile. Para que te hagas una idea -dice Kusanovic- la distancia de Santiago a Puerto Montt es la mitad de la que hay entre Puerto Montt y Punta Arenas.
El rugido de Magallanes
Y a esa condición de isla que sienten en Punta Arenas hay que sumar, como recuerda Rodrigo Utz, algunas cifras.
-Hace 50 años Magallanes, aportaba 4,8% del ingreso bruto de Chile a través de hidrocarburos, ganadería, pesca. Hoy, marca el 1%. Por eso también que hace 50 años éramos el 1% de la población del país, y hoy el 0,89%. En vez crecer, nos hemos achicado.
Por eso, el gas importa. Porque en Magallanes lo ven como algo propio y sienten el subsidio como el único cariño que le hace el país a una región donde el viento corre a 130 kilómetros por hora y obliga a los árboles a crecer torcidos.
-En Santiago, dice Mimica, la gente dice "pagamos seis o siete veces más que el gas que pagan los magallánicos". Pero eso es como mezclar peras con manzanas. Nosotros tenemos el gas acá. En el patio de la casa. Ustedes para calefaccionarse importan el gas desde Asia. Es distinto. ¿Tú sabes que aquí pagamos 600% más por el valor del gas que los argentinos de la Patagonia, teniendo el mismo clima?
-¿Listo para la ruta al infierno?
El paro tendría que haber comenzado a la medianoche, pero ya a las diez, Punta Arenas era una ciudad en llamas. En el centro, las bocinas no dejaron de sonar desde la hora de almuerzo, y en las poblaciones y villas, la ciudad no era más que fogatas, neumáticos quemados y niños moviendo pedazos de madera con los rostros cubiertos. Juan José Arcos, un abogado que ayudaba a gente de esas barricadas, y que también había organizado la campaña de Piñera en Punta Arenas, se ofreció a llevarme por las barricadas de la primera noche de paro. Y entonces dijo:
¿Listo para la ruta al infierno?
Juan José es bastante cercano a Ramón Vargas quien, alguna vez, le pidió ver si existían argumentos jurídicos para lograr que Magallanes fuera declarada zona independiente de Chile, a través de Naciones Unidas.
-Pero no queremos dejar de ser chilenos -me dijo Arcos arriba de su Land Rover-. El deseo íntimo es poder generar una autonomía y formar un estado federado, como Andorra en España. Que la administración de los recursos quede en Magallanes. Y si sobra, compartirlo con el resto de los chilenos.
Por la ventana se veía que Punta Arenas era, desde ese momento, una ciudad completamente bloqueada, cubierta por una nube negra de humo. Los camiones tapaban el acceso norte de la Ruta 9, y también se detuvo el flujo en el camino hacia las Torres del Paine y hacia la frontera argentina. Cada vez que podíamos, nos deteníamos en una barricada para escuchar lo mismo. Que la derecha nunca más ganaría en Magallanes.
"Por la condición climática -explica Rodrigo Utz, conductor radial-, compartimos mucho en espacios cerrados. Y si a eso le sumas que sentimos que geopolíticamente no se nos ha dado importancia, no es difícil entender cómo nacen estos movimientos ciudadanos".
-Yo voté por Piñera, pero a menos de un año estoy arrepentido -le dijo Arcos a una dirigente de la población La Concepción, donde pocos metros más allá un grupo saqueaba un depósito de maderas para armar fogatas y bloquear las calles-. De hecho, yo creo que si Piñera se postulara a una elección hoy, en Magallanes sacaría negativo.
Juan José se volvió a subir a la Land Rover y sintonizó el programa de Rodrigo Utz, donde decían que Melissa Silva, de 23 años, y Claudia Castillo, de 19, habían fallecido después de ser atropelladas por una camioneta que había cruzado rampante sobre una barricada en la Villa Prat.
Eran las primeras muertes de la noche y eso ya significaba algo.
Que la protesta había dejado de ser limpia.
Que algo había empezado a joderse en las poblaciones.
Arcos me preguntó si me interesaba ir a la Población Ibáñez del Campo, que era una villa difícil y emblemática. Le dije que sí. En quince minutos estábamos frente a otra barricada con un fuego que se alimentaba de las llamas que salían de dos autos dados vuelta y quemados.
Un grupo de diez tipos se acercó al camión. Arcos apagó el motor y abrió su puerta.
-Hola, estamos haciendo un recorrido. ¿Quieren hablar con la prensa?
Los tipos gritaron que no querían nada y se abalanzaron frente a la camioneta, intentando volcarla. La empujaban de un lado a otro y, de pronto, parecía que la Land Rover terminaría girando. Estaban a los lados, en la parte trasera, y uno intentó subirse al techo. Juan José volvió a encender el motor y aceleró, mientras el fotógrafo y yo le gritábamos que había que arrancar de ahí. El auto agarró velocidad y todos se desprendieron. Todos menos uno, que seguía colgado de atrás y que no se bajó sin antes recordarle a Juan José, con su aliento donde bailaba el vino, que él había votado por Piñera. Que había organizado su campaña. Y que por eso, él, en parte, era culpable de esto.
Después de ese recorrido, Arcos me llevó hasta mi hotel jurando que si no arrancábamos, esos tipos eran capaces de quemarnos vivos. Igual que los dos otros autos que se consumían en llamas.
Cuando llegué a mi pieza, llamé a Vargas para preguntarle que cómo se habían llegado a esto. "No nos mintamos. Esto se nos fue de las manos". A pesar de ello, los magallánicos siguen en pie de guerra.