Las preguntas sobre aborto terapéutico de la UDP a la ciudadanía y a los diputados exponen la relación actual entre sociedad civil y clase política; también muestran que la agenda valórica tiene profundas raíces históricas.
La configuración del sistema de partidos en Chile a mediados del siglo XIX estuvo marcada por las diferencias que la historiografía ha simplificado, como la oposición entre liberales y conservadores. Esta imagen suele olvidar que la cultura política de las elites tenía un fuerte componente valórico, nutrido desde los púlpitos, y que sólo entró en conflicto cuando el liberalismo asumió su defensa de la libertad individual, de la separación entre la esfera pública y la privada y, en consecuencia, de laicización de las instituciones del Estado y de secularización social. El liberalismo, fuente de la cual bebieron quienes construyeron un Estado republicano, renegaba de las fuentes de legitimidad trascendente. Los conservadores, carentes de una ideología coherente, asumieron la postura de la defensa del cambio gradual como antídoto a la transformación política radical.
La novedad más impactante se da en el terreno de los parlamentarios aliancistas. Comprueba la vigencia del clivaje laico-religioso. Y el problema de la derecha actual: las dificultades de conciliar un partido declarado liberal y, en consecuencia, tolerante en temas valóricos, RN, y un partido, la UDI, que incluso dentro del catolicismo se ubica en los márgenes más tradicionalistas.
Aunque el liberalismo venció con las "leyes laicas" de los años 1880, el catolicismo perduró como fe común de la elite. Por esto, la secularización social se postergó hasta que los sectores medios y populares, de carácter laico, presionaron para lograr reformas sociales inclusivas. La despenalización del aborto terapéutico, consagrada en el Código Sanitario de 1931, fue una de las medidas atribuibles a este contexto. Pero los sectores "conservadores", especialmente los de filiación católica tradicionalista, mantuvieron su resistencia a la secularización social, al mismo tiempo que el mundo católico se diversificaba internamente.
El estudio de la UDP muestra que los clivajes históricos, construidos en gran parte en torno a los ejes catolicismo-laicismo o modernidad-tradición, continúan vigentes.
La modernidad laica, la del electorado "concertacionista", se inclina por demandas de tipo igualitario y libertario, expresando la compleja problemática social y de conciencia que implica afectar la vida intrauterina desde una postura que separa la esfera privada de la pública. De allí que sean más proclives a despenalizar el aborto terapéutico cuando se trata de proteger la vida de la madre (una intervención de signo positivo), que cuando el feto viene con graves defectos. Las cifras expresan la ausencia de certezas derivadas de una esfera trascendente o un credo religioso.
En el caso de los diputados DC, sus referencias cristiano-católicas explican su postura equidistante de los dos bloques políticos respecto del aborto terapéutico para proteger la vida de la madre, debido al peso que les otorgan a las posturas eclesiásticas que lo permiten, aun en circunstancias de riesgo fetal. De allí que la heterogeneidad respecto de este punto pueda entenderse como fruto de un diálogo interno sin conflictos de tipo dogmático. Algo distinto ocurre respecto del aborto de un feto inviable; dos tercios de sus parlamentarios se oponen, influidos por la falta de directrices claras desde el ámbito religioso.
La novedad más impactante se da en el terreno de los parlamentarios aliancistas. Comprueba la vigencia del clivaje laico-religioso. Y el problema de la derecha actual: las dificultades de conciliar un partido declarado liberal y, en consecuencia, tolerante en temas valóricos, RN, y un partido, la UDI, que incluso dentro del catolicismo se ubica en los márgenes más tradicionalistas. Recordemos que algunos próceres UDI fomentaron la promulgación de la llamada "Ley Merino" que modificó la disposición de 1931, impidiendo hasta hoy "cualquier acción cuyo fin sea abortar".
La discusión valórica sólo puede tensionar al bloque aliancista. Ambos partidos de la derecha se necesitan. Pero en un sistema político donde emerge la complejidad de la vida y las decisiones personales no pueden imponerse por decreto, debieran aumentar los conflictos entre partidos de orientaciones incompatibles.