Por Enero 21, 2011

De un tiempo a esta parte, existe en Chile la sensación ambiente de una significativa desafección entre la ciudadanía y los dirigentes políticos. Se ha culpado al sistema electoral, a los conflictos al interior de los partidos, e incluso se ha apuntado que el problema recae en la incapacidad de los parlamentarios de escuchar a sus electores.

Si bien Chile y Uruguay son, dentro de América Latina,  los países que presentan los mayores niveles de congruencia entre la elite congresista y la población en variados temas, el estudio realizado por el Instituto de Investigación en Ciencias Sociales (ICSO) de la Universidad Diego Portales (UDP) revela la existencia de importantes brechas entre lo que piensan y sienten los chilenos en contraste con sus 120 diputados. Para la comparación, se tomó como referencia la Encuesta Nacional que la misma UDP hizo en septiembre pasado.

En temas valóricos son los parlamentarios de la Alianza los que más se alejan de su base de apoyo. Por ejemplo, ante el tema de la muerte asistida, mientras simpatizantes de derecha respaldan en un 76% esta medida, los parlamentarios oficialistas apenas la apoyan en un 14%.

El tema que genera más distanciamiento entre los parlamentarios y la gente es la migración. Mientras la elite política se muestra más abierta y tolerante hacia los extranjeros que llegan a Chile, los ciudadanos son más renuentes a recibirlos y a pensar que ellos representan un aporte cultural para el país. Esto puede interpretarse a través de la experiencia de los ciudadanos, particularmente de los más pobres, quienes sienten en mayor medida que los migrantes representan un "riesgo para las fuentes laborales de los chilenos".

La distancia se hace visible también en temas valóricos. Y es la elite de derecha la que más se aleja de su base de apoyo. Por ejemplo, ante el tema de la muerte asistida, mientras simpatizantes de derecha respaldan en un 76% esta medida, los parlamentarios oficialistas apenas la apoyan en un 14%. La misma tendencia se observa en el caso de despenalizar el consumo de marihuana: un 37,8% del electorado de centroderecha apoya la idea, mientras que los diputados de la Coalición por el Cambio sólo la respaldan en un 7%. La brecha se mantiene al considerar el matrimonio homosexual o el derecho de estas parejas a adoptar hijos.

Desde la vereda opuesta, en general, los parlamentarios de oposición están más alineados con sus electores en temas valóricos. Salvo en la idea de legislar a favor del aborto terapéutico, cuando la madre corre peligro de muerte. En ese caso, sólo el 65% de los simpatizantes de la Concertación apoya la idea, mientras que sus diputados la aplauden casi en un 90%.

Las respuestas al tema del aborto terapéutico también sirven para ejemplificar uno de los aspectos más llamativos de este estudio: la constatación de que en Chile existe una elite política bastante más polarizada que la ciudadanía a la cual representa. En otras palabras, existe una mayor distancia entre los puntos de vista de los diputados oficialistas y de oposición, que entre los simpatizantes de ambas coaliciones. En este caso específico, mientras los simpatizantes de derecha apoyan la iniciativa en un 58%, sus representantes lo hacen en un 29,8%.

¿Por qué ocurre este fenómeno? Aventuremos una hipótesis. Supuestamente y dentro de otros objetivos,  el sistema binominal fue pensado para producir una competencia hacia el centro, con dos grandes coaliciones y con un número limitado de partidos. Esto, aparentemente, brindaría mayor estabilidad a la contienda política, a diferencia de la situación previa a 1973. Pero a nuestro parecer, este modelo ha generado precisamente un efecto contrario: estimula la polarización.

A diferencia de otros países de América Latina, en Chile la elite política y la ciudadanía parecen manifestar opiniones similares en varios temas. Pero hay notables excepciones. Sobre todo en el rol que juegan los partidos políticos en el sistema democrático. Si la ciudadanía confía apenas en un 11,5% en los partidos, los parlamentarios lo hacen casi cuatro veces más: 43,3%.

¿La razón? Como teóricamente se requiere sólo de un tercio de los votos para que una coalición logre un escaño, los conglomerados buscan ese tercio en electores cautivos de izquierda o de derecha. Entonces, no tienen mayores incentivos para avanzar hacia el centro.

 

¿Democracia sin partidos?

No estamos descubriendo la rueda: se sabe que la identificación con los partidos ha bajado sistemáticamente desde 1990. Sin embargo, el estudio revela que los electores, incluso los que no se matriculan con ningún sector político, presentan afinidades programáticas con los partidos. Esto es una buena noticia para evaluar la calidad de la representación. Su valor cobra más peso si levantamos la mirada a la región. A diferencia de otros países de América Latina, en Chile la elite y la ciudadanía parecen manifestar opiniones similares en un amplio abanico de temas.

Hay, en todo caso, excepciones. Sobre todo en el rol que juegan los partidos políticos en el sistema democrático. Si la ciudadanía confía apenas en un 11,5% en los partidos, los parlamentarios lo hacen casi cuatro veces más: 43,3%.

Igual cosa sucede al evaluar los niveles de satisfacción con la democracia y el apoyo a la frase "puede haber democracia sin partidos". La ciudadanía está menos satisfecha que los parlamentarios. De hecho, un 32,7% de la población considera que es viable una democracia sin partidos.  Sólo un 4,2% de los 120 diputados piensa lo mismo. La magnitud de la brecha debiese operar como alerta de emergencia para las colectividades y sus dirigencias.

En la mira

Si la foto global revela una significativa desconexión entre las opciones de la gente y las posturas parlamentarias, el análisis en detalle de cada coalición entrega luces sobre las razones de este distanciamiento.

En el caso de la Alianza, la dislocación entre su elite y las bases electorales puede responder al mayor número de diputados de la UDI respecto a RN en la Cámara. De hecho, los parlamentarios de la UDI son claramente más conservadores que los de RN. Por ejemplo, el 47,1% de los diputados de RN apoya una ley que despenalice el aborto terapéutico, mientras que los de la UDI alcanzan sólo el 22,5%. 

¿Por qué entonces la ciudadanía vota por partidos que no reflejan necesariamente sus ideas más liberales? ¿Por qué la UDI, un partido más desalineado respecto a las preferencias de las bases electorales de la propia derecha, pesa más que RN? A nuestro juicio, esto podría ser el resultado de un vínculo más "clientelar" y no tan programático entre la UDI -e incluso RN, en menor medida- y sus votantes. Como no hay una sólida congruencia programática entre sus representantes y sus representados, podría pensarse que el nexo entre partido y elector se forja sobre una relación más personalista: la gente vota más por personas que por partidos.

Respecto al Partido Demócrata Cristiano (PDC), el estudio constata que más allá de las distintas almas que conviven al interior de ese grupo político, es el que mejor capta las opiniones ciudadanas. Al menos, considerando los ejes izquierda-derecha, Estado-mercado y liberal-conservador en términos valóricos. Incluso, es el partido que mejor sintoniza a los desafectos: personas que no se identifican con ningún partido. Según nuestra mirada, esto obedecería al carácter centrista de la DC y a las opiniones intermedias de sus diputados en los ejes mencionados.

La mejor interpretación de los electores, sin embargo, no significa, necesariamente, mayor adhesión electoral. Ni tampoco mayor consistencia al interior de su elite parlamentaria a la hora de legislar. Tensionada internamente por opciones a veces antagónicas, la sombra de la indisciplina partidista revolotea sobre la DC, mermando su capacidad para capitalizar su mayor sintonía, en términos generales, con las preferencias de los ciudadanos.

Parece plausible esperar que mientras mayor sea la distancia entre los representantes y la sociedad, mayores serán los problemas para nuestra democracia. Probablemente aumentará la desafección, disminuirá la confianza en las instituciones y se promoverán vínculos personales de tipo clientelar. Nuestro trabajo brinda la oportunidad de dar cuenta de las brechas. Le corresponderá al sistema político hacer algo por resolverlas.


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