No son pocos los que ven a Brahm como una supraministra. Aunque esta percepción varía. Algunos, incluso, relativizan su influencia real. "Existen dos tipos de poder. El de control y el de visión. María Luisa encarna sólo la primera versión", recalca un asesor de la Presidencia. "Ella controla, pero no es una pieza clave en la toma de decisiones estratégicas".
Los velos que cubren los ventanales del segundo piso de La Moneda ya no se abren. Desde junio pasado, quienes circulan por el patio de los Naranjos no pueden descifrar qué ministros, qué asesores y qué autoridades entran o salen de ahí. En esas dependencias, las más míticas de Palacio, sus residentes ya no dan espacio para la especulación.
Desde arriba, sin embargo, la perspectiva es total. No sólo porque el delgado tul que cubre los vidrios es translúcido, sino que además porque es precisamente allí donde María Luisa Brahm -jefa de asesores del presidente- tiene sus cuarteles generales. Y ella mira. Y escucha todo. En completo hermetismo. Con cortinas cerradas. Como ella misma lo ordenó.
Nada se le escapa. Hoy, junto a su equipo de 11 personas, monitorea el diseño del discurso del 21 de mayo, una fecha clave considerando que es ese día cuando el presidente Piñera debe dar cuenta pública al país de las promesas cumplidas y los nuevos desafíos. Desde enero, con ese objetivo, Brahm se lo lleva en reuniones y llamando por teléfono a ministros y asesores: la idea es saber qué han hecho, qué falta y dónde se debe poner el acelerador, para que el "hito comunicacional" se concrete impecablemente.
Ha pasado un año desde que Sebastián Piñera asumió como presidente. Meses antes de aterrizar en el gobierno, el mandatario le ofreció a Brahm ser ministra, pero ella finalmente aceptó ejercer desde las sombras. Eso le acomoda. No sólo por su carácter firme y reservado, sino que también porque su realidad familiar, comentan, así se lo impone. "Es divorciada, madre de dos hijos y jefa de hogar, por lo que no puede darse el lujo de navegar en las incertidumbres que conlleva una cartera de gobierno", dice uno de sus cercanos.
Luego de 13 meses en el corazón de La Moneda, Brahm ha logrado definir con acuciosidad su rol en el gobierno y consolidar su poder. Si bien no encabeza ningún ministerio, en la práctica opera como si fuera uno de ellos. Es más: por primera vez una jefa de asesores asiste a todas las reuniones importantes del presidente. Mensualmente se sienta junto a todos los secretarios de Estado en los consejos de gabinete.
Asiste a todas las "bilaterales" -reuniones que el mandatario sostiene con sus distintos ministros para tocar los temas particulares de cada cartera- y además es cara fija en el Comité Político que reúne a Sebastián Piñera con Rodrigo Hinzpeter, Cristián Larroulet, Felipe Larraín y Ena von Baer dos veces por semana.
Pero su papel va más allá: es ella quien monitorea a los ministros para que cumplan las tareas que el jefe de Estado les ha encomendado. Además, visa los recursos que entran y salen de la Presidencia, convirtiéndose, para muchos, en la verdadera ama de llaves de Palacio.
Por esto y más, no son pocos los que la ven como una especie de supraministra. Aunque esta percepción varía. Algunos, incluso, relativizan su influencia real. "Existen dos tipos de poder. El de control y el de visión. María Luisa encarna sólo la primera versión", recalca un asesor de la Presidencia. "Ella controla, pero no es una pieza clave en la toma de decisiones estratégicas".
Otros la definen como una herramienta, un fusible, el brazo ejecutor de Piñera o algo así como el mayordomo en una novela de Agatha Cristi. Porque cuando de lineamientos políticos se trata, el mandatario acude a otros: el ministro de Interior, Rodrigo Hinzpeter, el único que con propiedad se atreve a contrariar al presidente, y el ministro secretario general de la Presidencia, Cristián Larroulet, quien se ha erigido como el estratega predilecto del mandatario. Brahm, en cambio, "se debe al presidente. Le hace la pega, pero jamás le discute", dicen en el gobierno.
El laberinto de Brahm
María Luisa Brahm ya no llega a su oficina a las 7 de la mañana, como solía hacerlo durante los primeros meses de la administración Piñera. Hoy se despierta bastante más relajada. Se alcanza a despedir de sus hijos (18 y 16 años), y una vez en el auto lee en su Blackberry el resumen noticioso que reciben todos los funcionarios de gobierno. A las 7.45 a.m abre las puertas de su despacho, sintoniza la radio Beethoven y revisa uno por uno los cientos de e-mails que le envían diariamente. Intenta contestarlos todos.
Su oficina se ha transformado en una especie de sala de mediación. Hasta ella llegan los ministros a preparar las reuniones bilaterales. También se zanjan allí las diferencias que pueden tener los distintos secretarios de Estado frente a un proyecto de ley determinado. El objetivo principal es que no existan sorpresas cuando éstos se enfrentan al presidente. Ese trabajo se hace, prácticamente, todos los días en temas tan diversos como el salario ético familiar, el cambio de hora y las diferencias entre Agricultura y Hacienda por franquicias tributarias.
Pero su rol varía cuando están a puertas cerradas y de cara al presidente. Sentada a un extremo de la gran mesa de madera que existe en la sala de reuniones, ubicada justo al lado de la oficina de Piñera, María Luisa Brahm adopta un papel bastante más pasivo. Sus intervenciones son escasas y en la mayoría de los casos se remite a manejar el Power Point que guía las conversaciones. En estos encuentros, la jefa de asesores del mandatario generalmente permanece en silencio, anotando con detalle las peticiones de Piñera y los compromisos que adoptan los secretarios de Estado. Todo queda registrado en un cuaderno universitario que Brahm siempre lleva con ella. Esos apuntes, escritos con lápiz a pasta negro o azul, son la base para las minutas que Brahm luego elabora para seguir la pista a los acuerdos allí alcanzados.
Son los ministros menos avezados en la arena política los que más golpean su puerta. Y también los que piden más consejos. Saben que es ella la indicada para sugerirles cómo deben enfrentar al mandatario y el canal más rápido para llegar a él. Asimismo, son las ministras mujeres las que han logrado más sintonía con ella. Salvo Ena von Baer, con quien mantiene distancia. Dicen que la ve como una buena vocera, pero débil en el manejo de las comunicaciones globales del gobierno y el liderazgo de las cerca de 500 personas que dependen de ella. Con el otro que ha mantenido un vínculo algo tenso es con el ministro Larroulet. Las diferencias se hicieron patente sobre todo en el comienzo del gobierno, pues muchas de sus tareas se topaban y sus evaluaciones no coincidían. Desde Palacio aseguran que desde agosto ambas metodologías se homologaron y hoy la relación se ha vuelto más cordial.
En todo caso, así como media entre los ministros y Piñera, muchos aseguran que la forma como ella ejerce su labor, en algunos casos, entorpece los nexos. A diferencia de lo que ocurría en los gobiernos de la Concertación, cuando esta relación era bastante más fluida y sin intermediarios.
Ahora, los secretarios de Estado con más experiencia, como Joaquín Lavín, Cristián Larroulet y Andrés Allamand, generalmente prescinden de su acción y acuden directamente al presidente. Si bien en un comienzo ella fue partidaria de tener un gabinete de tinte técnico, con el paso del tiempo ha reconocido a sus cercanos que ése fue un error. Hoy ve con buenos ojos el arribo de ministros más políticos, independientes y con expertise en el manejo público.
Con todo, hay una suerte de formalidad que Brahm ha sabido imponer entre el presidente y sus ministros. A todos ellos, la jefa de asesores los obliga a tratarlo de "presidente", aun cuando muchos lo conozcan hace varios años. Así, también, lo llama ella. Tampoco permite que a las reuniones, ellos ingresen con más de dos asesores. Pese a que en un comienzo estas imposiciones generaron bastante ruido, finalmente fueron aceptadas y en el entorno del mandatario las ven con buenos ojos, porque logró dotar de cierta investidura a un presidente caracterizado por su informalidad.
Tan lejos, tan cerca
Así como le preocupa arrancar los malos hábitos dentro de Palacio, Brahm despliega toda su pulcritud y rigurosidad en su casa. Sus labores en el gobierno no le dejan mucho tiempo libre para quehaceres domésticos, pero los domingos en la mañana suele dedicarlos a desmalezar el jardín que tiene en el primer piso de su departamento en La Dehesa. Sólo cuando arranca la mala hierba, Brahm logra desligarse completamente de tus tareas en la Presidencia. De hecho, le cuesta dormir. Por ello, para paliar sus desvelos ha debido aumentar las pequeñas dosis de medicamentos que toma para dormir.
De un voluntarismo extremo, la jefa de asesores del presidente logra lo que se propone. Hace ocho años, por ejemplo, decidió dejar de fumar. Y lo hizo de un día para otro, pese a consumir dos cajetillas diarias. Esta característica que muchos observan como una de sus mayores fortalezas, a otros les cae mal.
Muchas veces la perciben como una mujer dura, dogmática y rígida, que entra golpeando para obtener rápidamente sus cometidos. Incluso más: algunos ministros recuerdan que en ciertos episodios Brahm les ha llamado la atención en público y delante de sus subalternos, desautorizándolos. Pero hay otros que apuntan a que este estilo es herencia del propio presidente. "Piñera está acostumbrado a esta dinámica desde niño, cuando su padre en los almuerzos familiares hacía competir a sus hijos y los ridiculizaba cuando se equivocaban", dice un amigo del jefe de Estado.
Su cercanía profesional con el presidente -a quien conoce desde comienzos de los noventa cuando lo asesoraba en su trabajo senatorial a través del Instituto Libertad- es innegable. Hablan varias veces al día, y es ella quien administra sus tiempos. Decide cuándo y quiénes se reúnen con Piñera. Y hace llamados diarios en su nombre, cuestión que a muchos disgusta. Pero a ella no le importa: su misión es que se cumplan al pie de la letra el contenido del programa de gobierno y la palabra empeñada por el mandatario.
Sin embargo, Brahm y Piñera no son amigos. De hecho, como pocos, ha rechazado en innumerables oportunidades invitaciones al parque Tantauco y almuerzos en la casa que el presidente tiene en San Damián. Sabe que si se mezclan los dos planos alguien saldrá perjudicado. Ese mismo estilo lo aplica con sus asesores. "No trata a la gente con guante de seda. Es dura al momento de llamar la atención y es intolerante a la falta de pericia. Por eso toma distancia".
Sus cercanos, sin embargo, aseguran que hay un antes y un después en la forma de ser de Brahm. Solía ser una persona sociable y de risa fácil. En sus primeros años de trabajo, en Odeplan, muchos recuerdan que era de aquellas personas que invitaban a su casa. Hoy eso no sucede. Muchos concuerdan que el cambio vino justo después de su separación hace 16 años. Tras ese episodio se volcó a sus hijos y a su trabajo.
Lobo estepario
El poder lo vive a puertas cerradas. Sin aspavientos. Tampoco tiende puentes. Pese a haber trabajado cerca de 20 años en el Instituto Libertad, el think tank ligado a RN, nunca le interesó generar redes. Con el mundo de la Concertación no tiene mayores vínculos. Tampoco grandes consejeros dentro de la Alianza.
La soledad no es sólo una característica en su desempeño profesional. Cuando no trabaja, prefiere escaparse sola a su departamento en Santa María del Mar, en Santo Domingo -donde dos de sus hermanos tienen casa de veraneo-, y leer libros que también evocan un mundo solitario. Tokio blues, La mujer justa, y la Soledad de los números primos fueron los escogidos el verano pasado.
Quizás asume esta soledad como parte de su libertad. Pese a que es una mujer con ADN político ligado a RN nunca ha querido militar en ese partido. Ni siquiera cuando fue parte de la directiva que lideró Sebastián Piñera entre 2001 y 2004. Tampoco ha participado en movimientos religiosos ni en grupos gremiales.
Quienes la conocen aseguran que tiene alma hippie. "En su juventud en Puerto Montt, la María Luisa andaba de zuecos y usaba el pelo largo y ondulado. Le gustaba la música de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés". Por ello, tal vez, desde entonces se ha tejido la historia de que es una mujer liberal. Con todo, Brahm es más conservadora de lo que parece: está en contra del aborto, la eutanasia y la legalización de la marihuana. Votó por el Sí. Y si bien acepta que el binominal no es el mejor sistema electoral, es partidaria de reformarlo más que de eliminarlo por completo.
María Luisa Brahm se preparó durante 20 años para llegar al gobierno. Hoy está abocada a que éste sea recordado como el mejor de la historia, como suele repetir a quien le pregunte por sus ambiciones. Por ello, no es extraño que reitere con insistencia entre los asesores de Piñera que "aquí estamos para gobernar más que para comunicar". Ése es su norte. No se pierde. Y nadie tiene que enterarse. Ella mira, vigila. Detrás de las cortinas.