Por Julio 21, 2011

"Empezó el segundo tiempo". Fue la frase más repetida por las voces oficialistas tras el cambio de gabinete del lunes pasado. Sin embargo, en rigor, lo que recién comienza es el segundo tercio del gobierno del presidente Piñera. Como sea,  la metáfora futbolística se extendió durante la tarde e, incluso algún hiperventilado -quizás todavía en shock postraumático por la eliminación de Chile en la Copa América- comentó que ahora sí que se contaba con el equipo titular para enfrentar el "complemento".

Si nos apegamos por un segundo a esta sobreutilizada comparación entre política y fútbol, habría que concluir que con estos cambios el presidente optó por meter a la cancha a un par de viejos cracks -Longueira y Chadwick-, quizás con la esperanza de que las canas, los años de circo y los miles de partidos jugados por ellos ayudarán a este equipo a enfrentar un segundo tiempo que parece avecinarse largo y duro.

Curiosamente, y más allá de la natural satisfacción de una parte de la hinchada, en esta ocasión el puesto más difícil de desempeñar -justo en la mitad de la cancha y donde se pegan más patadas- se le asignó a Felipe Bulnes. Para muchos, una elección curiosa del presidente, dado que en este momento en que tanto se clama por experiencia política, la figura de Bulnes no evoca ni de cerca a un viejo crack, sino más bien a una joven promesa. A una de esas revelaciones de la que suelen hablar bien quienes han tenido la suerte de verlo jugar, pero que todavía no cuenta con esa aura de "sandía calada" de la que disfrutan algunos de nuestros tribunos.

Y entonces, con la sorpresa inicial,  surgen las preguntas obvias: ¿Cómo fue que Bulnes terminó en esto?, ¿sabrá en qué se está metiendo al aceptar Educación?, ¿habrá sido una decisión acertada esta movida presidencial?

Al pasar de los días y removida la hojarasca aquella de la que hablaba don Ricardo, comienzan los análisis sobre las razones de su designación y, de pronto, llegamos a la convicción que la decisión es la correcta. Que Bulnes es el hombre adecuado para el desafío y que hay muchas razones por las cuales esperanzarse tras su desembarco en Educación.

La primera es que Bulnes es cercano al presidente. Cercanía que, según se sabe, se ha construido en función del diálogo claro y directo y no en base a esa obsecuencia tan dañina que a veces suelen tener los subalternos con sus superiores. Que Sebastián Piñera haya designado a quien cree uno de sus mejores hombres a cargo de la cartera clave del país demuestra que el mandatario se ha tomado realmente en serio el desafío de la educación. Cuestión que, además, nos permite presuponer que tendremos un ministro plenamente empoderado en su tarea.

La segunda es que Bulnes llega a su nuevo cargo con el aval de un gran trabajo en el Ministerio de Justicia y sin conflicto de interés alguno. A estas alturas, esto es una bendición que permitirá recuperar un interlocutor legitimado ante académicos y estudiantes. Un aspecto sumamente necesario, considerando que, tras meses de fuego cruzado y más allá de su increíble capacidad de resiliencia y gran muñeca política, era evidente que Joaquín Lavín no contaba ya con la credibilidad requerida para conducir la importante discusión que se viene en este campo. En este sentido, la apuesta de Piñera por una cara nueva, más vinculada a la nueva derecha que a la antigua, más de centro, dialogante y liberal, parece ir en la dirección correcta.

En una época en que campea la política de los fines pequeños y las formas grandilocuentes, la irrupción de Bulnes permite esperanzarse en cuanto a que lo suyo ha sido exactamente lo contrario. En su año y cuatro meses en el servicio público, lo de Bulnes ha sido el trabajo serio, la distancia a la nociva farandulización de la política, la convicción de que primero está el interés del país y que la satisfacción de la galería, aunque importante, es un objetivo claramente subordinado al primero. No por nada tuvo el coraje de poner de manifiesto el incómodo y escandaloso drama de nuestras cárceles mucho antes de la tragedia de la Cárcel de San Miguel, aun cuando esa causa ciertamente no era popular, no daba votos, ni tampoco le aportaba fama y proyección. 

Quizás por todo esto es que, a pesar de mantener un perfil bajo, su nombre empezó a correr, al menos a nivel de las elites, como el de un personaje destacado que valía la pena tener en cuenta. Tal vez por lo mismo es que fue ganando una importante legitimidad ante el Congreso, como una autoridad creíble y con una gran capacidad de diálogo con la oposición, como lo reconocieron varios de sus líderes tras su nombramiento. Tema no menor, considerando que para tener éxito en su nueva cartera requerirá no sólo de sus capacidades personales, sino también y, casi especialmente, de la buena disposición de la Concertación para llegar a acuerdos.

La pregunta que se mantiene es si Felipe Bulnes podrá llevar sus innegables capacidades a la cartera más difícil del gabinete y salir airoso. Si será capaz de resistir los embates del inefable Jaime Gajardo y de la ultramediática Camila Vallejo. Si  podrá poner razonabilidad y obtener de sus interlocutores buena voluntad republicana para alcanzar acuerdos fundamentales en un área hasta hoy dominada por los eslóganes, la ideología y los intereses corporativos.

Sin duda seremos muchos los que estaremos cruzando los dedos por que tenga éxito en su gestión. Mal que mal, Felipe Bulnes simboliza hoy las esperanzas de todos aquellos que creemos que a este país le lloran nuevos hombres de Estado, que es efectivamente posible priorizar el servicio público por sobre las carreras políticas individuales, de que aventuras como las asumidas por él y Felipe Kast -por lejos la pérdida más lamentable de esta pasada- valen la pena y debieran inspirar a muchos otros a elegir la política como camino de servicio público.

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