Por Jaime Bellolio Septiembre 29, 2011

En marzo de 2010 llegaría una horda de profesionales preparados, con gran entusiasmo y con la disposición a trabajar 24-7 en las tareas del gobierno. Era la nueva forma de gobernar.

Y así sucedió. Muchos llegaron. Algunos, dejando promisorias carreras en el mundo privado, universidades o recién egresados. Muchos de ellos siguen en el gobierno, pero algunos, que fueron traídos como figuras que iban a descollar, se han ido.

¿Qué es lo que pudo haber pasado?

El primer portazo, para muchos, es lo que tiene que ver con las diferentes reglas que rigen uno y otro ámbito. Si en el mundo privado las leyes ponen los límites o muestran aquellas cosas que no se pueden hacer, en el sector público las leyes y reglamentos definen todo aquello que sí se puede hacer. Y si no está ahí, no se puede. Que la Contraloría, que el memo, que el visto bueno... Burocracia pura.

Y claro, si en el mundo privado alguien cometiese un erroro hiciera mal uso de los recursos, quienes se ven afectados son los mismos privados. Pero en el sector público no. Son todos los ciudadanos y la fe pública los que se ven afectados. Por ello, se justifican los mayores controles y revisiones, pero para alguien que no estaba acostumbrado pueden ser una verdadera pesadilla.

La Fundación Jaime Guzmán -en la cual trabajo- ha ayudado a que más de 350 profesionales estén desempeñándose hoy en el gobierno. Ellos ya sabían cómo se operaba en el sector público, y por lo mismo, fueron rápidamente incorporados,  junto con otros que venían de otras instituciones. Todos ellos se han quedado, no porque no haya costo alternativo, sino porque no sienten que estar en el gobierno sea un servicio militar  o  unos trabajos de verano más alargados.

Pero para quienes no habían tenido esas experiencias de sector público, hay otro factor que se sumaba a la ansiedad de no poder hacer las cosas con la misma velocidad y flexibilidad que acostumbraban: la política. En las empresas, es evidente, hay mucho de política, pero dado que el objetivo final de la organización está meridianamente claro, las diferencias que se dan son mas bien sobre cómo llegar a ese objetivo o entre distintas tácticas y estrategias.

En el gobierno, la creación de un valor público es por definición algo mucho más complejo, principalmente porque el objetivo o meta es algo difuso. Y ese valor se genera por la interacción entre la meta- o ese maldito relato del que algunos hablamos-, las capacidades técnicas y las logísticas. Y este gobierno ha tenido una dificultad en presentar ese relato.  Esto es, aquello que hace que los diferentes cambios y reformas produzcan una sinergia, y se observe un proyecto distintivo de sociedad.

Hay otra razón importante: no hay ni un Miguel Kast ni un Jaime Guzmán. Si hay algo que es transversalmente reconocido acerca de ellos -aparte de su gran capacidad intelectual- es que lograron sumar a un gran número de personas al servicio público, dejando en ellos una huella imborrable. Ambos eran épica y relato simultáneamente. Problemas  había, pero ahí estaban para darle un sentido más profundo al trabajo diario.

Hay quienes hoy han logrado crear excelentes equipos ,como Felipe Kast, Cristián Larroulet, Fernando Rojas y Rodrigo Álvarez, sólo por nombrar algunos. Pero aún queda la pregunta: ¿Quién tomará el lugar de un Kast o un Guzmán?

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