Todos los sistemas electorales tienen ventajas y desventajas. El binominal promueve grandes corrientes políticas y, a través de esa vía, otorga estabilidad al obligar a cambios graduales antes que pendulares. Sin embargo, con el paso del tiempo sus desventajas se han hecho notar cada vez con más fuerza. Está la falta de competitividad, resultante del hecho que ambas coaliciones tienen prácticamente asegurado un cupo en cada espacio electoral, trasladando la elección desde la ciudadanía a las cúpulas partidistas, pues la selección de candidatos que éstas hagan define, en la práctica, a los futuros parlamentarios. Los ciudadanos se alejan de los políticos y la preocupación de estos últimos por los intereses de los primeros se debilita, porque el cargo se lo deben más a las cúpulas que a los electores. Así, es inevitable que se ponga en duda la legitimidad de los legisladores y su representatividad. Además, como la nominación es cupular, y para elegirse es suficiente competir por los votos duros de cada coalición, los candidatos compiten por satisfacer a éstos antes que al votante de centro. Adicionalmente, su carácter cupular dificulta desafiar a los titulares y su preferencia por las dos primeras mayorías desincentiva la renovación política.
Este último atributo se puede lograr mejor con un sistema proporcional. De hecho, es su mayor atractivo, ya que al elegir a varios parlamentarios en cada circunscripción se admite la existencia de múltiples partidos con posibilidades de representación. Se aumenta automáticamente la competencia.
Sin embargo, su gran desventaja es que tiende a la fragmentación política, incluso en sistemas con umbrales mínimos de votación para sentarse en el Congreso. Los partidos pequeños, al definir las mayorías, pueden tener un poder desmedido respecto de su votación, lo que puede resentir la gobernabilidad, sobre todo en un régimen presidencial. Hay que recordar que mucha de la literatura sobre las ventajas de los sistemas proporcionales proviene de democracias parlamentarias. En estos regímenes al Ejecutivo le resulta muy difícil encontrar mayorías parlamentarias claras con las cuales negociar y acordar sus proyectos de ley. Ello pone en riesgo la estabilidad de los países y la posibilidad de legislar de modo oportuno.
Nos parece que el sistema uninominal, en el que se elige un parlamentario por cada distrito y circunscripción, como en las grandes democracias anglosajonas, ofrece una mejor solución. Ello obliga a competir por el centro político, lo que impulsa una mayor moderación de las posturas de los candidatos y tiende a generar dos grandes conglomerados, lo cual aumenta la gobernabilidad. Además, como el ganador se lleva la única candidatura en disputa, la competencia es alta, los candidatos deben ser los mejores, los conglomerados deben preocuparse de elegirlos cuidadosamente, y la ciudadanía puede exigir mayor responsabilidad a su representante.
Una vuelta apresurada al sistema proporcional que el país tuvo en el pasado podría poner más trabas a la gobernabilidad. Las propuestas para cambiar el binominal podrían producir el efecto de que partidos pequeños sean los que definan poniéndose nuevamente en duda la representatividad.
Para implementar un sistema uninominal en Chile, se requiere aumentar y rediseñar distritos y circunscripciones, algo que es resistido por los parlamentarios en ejercicio. Otra desventaja es que el costo de entrada para nuevas fuerzas políticas es elevado, dificultando la renovación. Para resolver ambos problemas, sobre todo el segundo, se podría instaurar un sistema mixto. En el caso de la Cámara Baja, se podría optar por mantener el número de diputados electos ampliando levemente el número de distritos, por ejemplo, de 60 a 80, todos uninominales, dejando 40 cargos a ser elegidos en una gran circunscripción nacional. En las propuestas que han circulado en los últimos años, particularmente la de la Comisión Boeninger, se sugiere aumentar a 150 el número de diputados. Si se acordase este camino, nuestra propuesta significaría aumentar el número de distritos a cien y elegir cincuenta diputados de modo proporcional en listas nacionales. Se votaría así por una persona y un partido político. Dos tercios de la Cámara serían elegidos de manera uninominal y un tercio de manera proporcional. Se lograría así combinar la gobernabilidad y competitividad del uninominal, con la renovación política que posibilita el proporcional. Algo similar se podría hacer, con algunas variantes, en el Senado.
Creemos, entonces, que un modelo de estas características es superior al proporcional, incluso a las tres alternativas propuestas por la Comisión Boeninger. En todas ellas se privilegiaba un aumento en la proporcionalidad, pero se descuidaban la gobernabilidad y la estabilidad. Se ha argumentado, sobre la base de los resultados electorales de los últimos años, que un sistema uninominal dejaría en muy mal pie a la coalición oficialista. Sin embargo, como muestra la elección de alcaldes, donde el desempeño de este sector es bastante bueno, el comportamiento político es endógeno al sistema electoral.
Ahora, es muy importante que un cambio del binominal se haga luego de una reflexión pausada e ilustrada, y sólo sea válido para la elección subsiguiente. Los errores pueden ser muy costosos. Una vuelta apresurada al sistema proporcional que el país tuvo en el pasado podría poner aún más trabas a la gobernabilidad. Asimismo, las propuestas que se han hecho para modificar en el margen al binominal, podrían producir el inconveniente efecto de que partidos pequeños sean los que definan el curso legislativo del país, poniéndose nuevamente en duda la representatividad del sistema político.