Por Emilio Maldonado Diciembre 1, 2011

En el mercado de la salud aseguran que Mikel Uriarte le cambió el rostro a Fonasa. Según la consultora GfK, el capital de su marca supera al de las isapres. También es uno de los servicios públicos mejor evaluados por los consumidores.

El pasado 19 de octubre, Mikel Uriarte (58) tuvo que ir a Valparaíso. En su rol como director del Fondo Nacional de Salud (Fonasa) debía defender el presupuesto de su institución para el 2012. La tarea no era fácil, pero él estaba determinado a conseguir los cerca de US$ 7 mil  millones (equivalentes al 85% del presupuesto de toda la cartera) necesarios para financiar la salud de 12,7 millones de chilenos. En Santiago lo esperaba un deber más personal: su mujer, la escultora María Angélica Echavarri, inauguraba su primera exposición en el Museo de Bellas Artes,  a las 19.30. El monto fue aprobado en forma unánime por el Congreso, pero él llegó de vuelta a la capital faltando un cuarto para las cuatro de la mañana.

Algunos amigos lo han notado más cansado o, derechamente, lo han visto menos. Pero Uriarte aún resiste como uno de esos "técnicos de excelencia" que el gobierno de Piñera prometió para la administración pública. A diferencia de otros, el ex presidente de la Asociación de Aseguradores ha logrado sobrevivir en el mundo político sin sacrificar su espíritu ejecutivo. "Es un acierto del ministro de Salud", dice Claudio Santander, presidente de la Isapre Masvida, "su dirección técnica ha significado mucho ahorro al Minsal".

Aunque su gestión en Fonasa no ha estado exenta de críticas, en el mercado de la salud muchos aseguran que Uriarte le cambió el rostro a esa institución. "Antes, todo el mundo consideraba a Fonasa como una organización ineficiente y completamente endeudada", asegura un ejecutivo del sector. Pero hoy las cosas han cambiado. De acuerdo a estudios de la consultora GfK, el capital de marca de Fonasa supera a el de las isapres. También es uno de los servicios públicos mejor evaluados por los consumidores, sólo superado por el Servicio de Impuestos Internos y la Tesorería General de la República.

Este giro, dicen desde la institución, se ha producido por el enfoque que ha propiciado la nueva dirección: garantizar una atención de calidad a sus "asegurados" y, por otra parte, fomentar el rol recaudador del organismo. Para ello se aumentó la fiscalización. Esto se traduce en la disminución de la evasión por parte de las empresas que deben entregar el 7% del sueldo de sus trabajadores para su cotización en salud. Y, por otro lado, identificando a 503 mil personas que incorrectamente estaban calificadas en el grupo A del sistema, es decir, el de menos recursos.

Además, durante estos 20 meses de gestión, Uriarte ha encabezado un proceso de modernización que incluye desde la implementación de la huella dactilar y medios de pago electrónicos hasta el mediático fin de las listas de espera AUGE. Ahí fue vital el bono AUGE, que permitía a los pacientes acudir a instituciones privadas si su servicio de salud no lo atendía. La medida, aunque aplaudida por muchos, también tiene férreos detractores, quienes lo ven como otro paso más hacia la privatización de la salud pública.

Pero para Uriarte los resultados hablan por sí solos: "Al principio algunos hospitales pensaron que era una amenaza que no se iba a cumplir. Sin embargo, cuando el sistema comenzó a operar, los mismos hospitales empezaron a dejar de recibir recursos focalizados en la persona. Los centros de salud se vieron obligados a reorganizarse. Terminado el proceso, el 97% de los casos se soluciona dentro de la red.  Y sólo un 3% se resuelve en el mundo privado".

Dentro de la institución se ha notado su mano. "Este director es rapidito. Se dice, se estudia, se hace el proyecto y se empieza a concretar", dice una jefa de departamento en Fonasa, "antes había ideas claras, pero ahora hay más exigencias en las metas cortas".

 

El ejecutor vasco

Cuando llega a reuniones con gente del mundo de la salud, Uriarte muchas veces repite la misma broma. "Yo no soy médico, pero aquí en el edificio hay uno o dos doctores". De esa forma intenta despejar las suspicacias que genera el hecho de ser un ingeniero en un ambiente dominado por delantales blancos. Él, sin embargo, no se amilana. Está acostumbrado a dirigir y ejecutar. Por lo mismo, le molesta cuando sus colaboradores se van por las ramas y se pone nervioso cuando suena la frase "mesa de trabajo". "A mí no me interesa cómo ocurrieron las cosas antes, me interesa mirar cómo mejorar. Eso al principio suena un poco brusco, pero ha funcionado bien", asegura.

"Es frontal y va al grano", dice el abogado Alejandro Sande, quien comparte con él en el directorio de Emprebask, la asociación de empresarios vasco-chilenos. Si hay que polemizar, polemiza, pero su voz calmada y su humor suavizan su personalidad vasca, aseguran quienes lo conocen.

Su padre llegó a Chile de un pueblo de pescadores, escapando de la guerra civil. Mikel nació en Chile y estudió en la Academia de Humanidades y luego en la Escuela Militar, donde terminó en primer lugar. Habría sido la primera antigüedad si hubiera continuado en ese campo, pero prefirió entrar a Ingeniería Comercial en la Universidad Católica, en 1971. Ahí fue compañero de Joaquín Lavín, Cristián Larroulet, Marcos Zylberberg y Baltazar Sánchez,  entre otros. Terminada la universidad decidió partir a Europa. Cursó un Máster en Dirección de Empresas en la Universidad de Deusto y, en paralelo, trabajó en el Banco de Bilbao.

Al volver a Chile comenzó a trabajar con el grupo Edwards, donde fue uno de los primeros empleados del Banco Constitución, que luego tomaría el nombre de sus dueños. En 1981 llegó al servicio público por primera vez. Fue intendente de Seguros en la Superintendencia de Valores y Seguros. "Mi experiencia ahí me sirvió bastante. En el sistema público sólo puedes hacer lo que la ley te dice. Imagínate lo que es eso para uno que es ejecutivo", dice Uriarte.

Cuando nació su tercer hijo decidió dejar el gobierno y comenzó a trabajar en el grupo Mapfre, donde abrió las operaciones en Argentina y notó el aumento de empresas chilenas. "Nos dimos cuenta de que algunos chilenos eran algo soberbios y que estábamos empezando a caer mal", recuerda. Luego de ver artículos en los diarios y hasta la quema de un ataúd chileno, creó un grupo de empresarios para afianzar los lazos con Argentina y compartió con políticos como Menem y Cavallo.

En Argentina puso especial énfasis en las contrataciones. "Si queríamos que la empresa fuera estable en el tiempo, debíamos contratar a gente de ahí, ellos son los que mejor conocen su realidad", explica. Algo similar ha hecho en Fonasa: ha priorizado los recursos humanos con los que se contaba cuando llegó.

En 1996 volvió a Chile y al poco tiempo lo contrató el grupo Angelini para encabezar la aseguradora Cruz del Sur. Desde ahí notó que la Asociación de Aseguradores necesitaba un cambio y decidió asumir la presidencia de la institución. Durante su periodo creó un consejo de autorregulación y un defensor del asegurado. "Nos anticipamos muchos años. Hoy ninguna empresa puede avanzar si no piensa en integrarse a la sociedad con este tipo de normativas", explica.

Tras la muerte de Anacleto Angelini, comenzó a preparar su "independencia" laboral. Formó una compañía de aseguradores de crédito. Además, se lanzó como candidato a concejal por Las Condes. "Se gana poco y nadie me puede criticar por eso", pensó. Sacó casi cinco mil votos, pero Carlos Larraín arrastró a toda su lista y Uriarte no fue electo. Cuando Ximena Ossandón renunció para trabajar en la Junji, él llenó su cupo. "Es un tipo achorado, pero en buena onda. Regula que no haya ningún despilfarro", dice el concejal David Jankelevich.

Cuando se independizó, Uriarte también empezó a jugar golf, pero eso le duró poco. Mientras estaba en uno de sus viajes anuales al País Vasco, recibió un llamado desde el gobierno: querían que dirigiera Fonasa. "Yo había criticado mucho cómo se habían desarrollado los gobiernos pasados en esta área. Creo que había muy buenas ideas, como el AUGE, pero por temas de gestión no funcionaban", dice Uriarte. Por eso, no pudo decir que no: "Uno no puede criticar si no participa".

 

Fuego cruzado

Como director de Fonasa, Mikel Uriarte ha ganado poder en el gobierno. "Él está conduciendo las políticas de salud casi más que el ministro", dice la presidenta de la Confusam, Carolina Espinoza. La dirigente sindical ve con malos ojos su cercanía con el mundo privado y ciertas medidas que ha impulsado, como el bono AUGE. "Puede resolver los problemas hoy, pero al final sólo logrará desangrar al sistema de salud pública", explica Espinoza, quien también ha cuestionado las estadísticas entregadas sobre la disminución de las listas de espera.

Sin embargo, Uriarte defiende su gestión y el complemento entre lo privado y lo público. "Al tipo que está enfermo, que está adolorido, le da lo mismo de dónde venga la solución. Hay que aliviar la congestión de los hospitales públicos y solucionar desde el mundo privado", dice Uriarte, quien, sin embargo, cree que hay que priorizar los hospitales públicos para los temas de alta complejidad.

Pero las críticas no sólo vienen del frente interno. También ha recibido ataques de sus antiguos pares. En un artículo publicado por El Mostrador a mediados del año pasado, ejecutivos de algunos laboratorios y clínicas cuestionaron duramente su estilo a la hora de renegociar las deudas que Fonasa mantenía con esas instituciones. En pocas palabras, se le culpaba de imponer sus términos a todo evento para resolver esta situación, obligando a estas empresas a rebajar la deuda en un 50% a cambio de recibir los pagos a corto plazo.

Uriarte matiza: "Quise hacer una conciliación contable. Había un desorden en las compras que hacían los hospitales y los servicios de salud. Entonces cuando se paga mal, pagas dos veces. Lo que yo dije fue que nunca más podemos estar pagando sólo por cumplir". Por eso, Uriarte decidió pelear con los laboratorios para pagar los precios que él creía que correspondían. "Quizás se esperaban que, por venir del mundo privado, yo no iba a hacer bien mi pega", se defiende.

De todas maneras, Uriarte está tranquilo. Cuenta con el apoyo del ministro Mañalich, con quien habla casi todos los días, y ha recibido comentarios positivos de políticos de oposición. "Cuando hablamos en privado me dicen cosas como 'has tenido los cojones de hacer lo que nosotros no hicimos, nos estás dejando el tema ordenadito'".

Con todo, hoy sus esfuerzos están puestos en que el sistema funcione de manera autónoma.  "Creo que ya debería estar moviéndome de acá, puesto que si no soy capaz de dejar una estructura institucional, soy un mal administrador. Pienso que mientras menos necesario sea uno, mayor es el éxito de las instituciones".

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