Con el anuncio de un acuerdo para reformar el régimen político, Renovación Nacional y la Democracia Cristiana lograron algo que, se creía, no serían capaces de hacer en esta época: sorprender.
Es cierto que la DC ha vivido bajo sospecha permanente entre sus socios y que en la derecha no pierden ocasión para recordarle que tanto su raigambre histórica como sus aliados internacionales son más bien de este lado y no del otro, pero hasta ahora ninguna coyuntura política había logrado llevar de manera tan nítida a ambos partidos a un entendimiento que pudiera ser caldo de cultivo de un hecho político mayor.
Así las cosas, Carlos Larraín e Ignacio Walker, luego que el presidente se viera forzado a patear la pelota de las reformas políticas al córner por la presión de la UDI, no sólo alcanzaron a tomar el balón antes que éste saliera -evitando el tiro de esquina-, sino que sacaron a partir de él un centro que está a punto de convertirse en gol.
La jugada de Walker y Larraín no ha dejado indiferente a nadie, pero ninguno de los actores con más experiencia quiere ser el primero en incendiar la pradera. Por una parte, Walker tuvo la delicadeza de incorporar a la mayoría de sus tendencias internas. Según se informa, la redacción del texto de la DC habría estado a cargo de Gutenberg Martínez (el que aún ronca en la falange), y entre los negociadores habrían estado Jorge Burgos, Andrés Zaldívar y Jorge Pizarro. Adicionalmente, Walker sumó a la foto a Gabriel Silber y a Laura Albornoz.
Como si fuera poco, el presidente de la DC ha procurado anclar su propuesta a tres animitas partidarias: la propuesta de Edgardo Boeninger, las actas programáticas de 1978 y los más recientes acuerdos del congreso ideológico.
Carlos Larraín, en tanto, en un solo movimiento dejó sin bandera a su ruidosa pero hasta ahora infértil oposición interna, cuya máxima aparición en este tema fue ponerse a disposición de un acuerdo para reformar el binominal, desafiando a la UDI. ¿Qué les queda a Lily Pérez, Carlos Zepeda y compañía? Tratar de arrogarse una parte de la idea y buscar cómo salvar la cara frente a un conservador que los dobló en audacia y juego de piernas.
Astuto don Carlos, conectando con la mejor tradición de pragmatismo del Partido Conservador de la primera mitad del siglo XX -que pactó, negoció y cooptó a diestra y siniestra para conservar (cómo no) las cuotas de poder político que la irrupción popular comenzaba a poner en jaque- logró materializar una alianza que pone en difícil posición a sus contradictores. Ahora, quienes acostumbraban a golpearlo por su conservadurismo deberán buscar cómo denostarlo por su osadía.
La UDI, en tanto, se debate entre salir a marcar territorio y quitarle piso al acuerdo (aumentando la presión sobre el Ejecutivo) o restarle dramatismo y apostar a que éste se enrede por las dificultades propias de avanzar en un terreno en el que la incertidumbre y el desconocimiento suelen actuar como muro de contención. Larraín arrinconó tanto a los guardianes de la doctrina como a las figuras que bregaban por conducir un acuerdo de reforma electoral.
En la polvareda tras el anuncio, sin duda que la posición más incómoda es la que le toca al gobierno.
Los socios de pacto de la DC también enfrentan su propio dilema, pero salvo algunas figuras conocidas por lo termocéfalas, la conducción de los partidos eje del conglomerado ha dado demasiadas muestras de su capacidad de lavar trastos sucios puertas adentro. El timonel socialista, por ejemplo, aprovechó el suceso para emplazar al que ha sido su único e inequívoco adversario desde que la Concertación salió del poder: el gobierno.
Mal que mal, la agenda de Andrade es volver a La Moneda y entiende que para ello requiere de un proyecto, un candidato, un partido y una alianza, y es precisamente eso lo que se dedica cada día a cultivar. Y hasta que no se invente algo nuevo, en lo que toca a los del arcoíris, la DC y el PS unidos jamás serán vencidos.
Pero en la polvareda tras el anuncio, sin duda que la posición más incómoda es la que le toca al gobierno. Porque, aunque obtuvo lo que pidió -llamó a los partidos a ponerse de acuerdo para restarle presión a las reformas electorales- y recibió de vuelta el doble de lo que había pedido, la jugada de Larraín le quitó todo protagonismo al presidente y devolvió a La Moneda un conflicto que si bien ésta había encendido, llevaba días tratando de apagar.
Más allá de las palabras de buena crianza y la natural pulsión de los actores de palacio a no mostrarse sorprendidos por nada ni nadie, la imagen de Carlos Larraín, Mario Desbordes y "Cote" Ossandón haciendo la tarea política que La Moneda no ha tenido el talento de abrochar es sin duda un trago amargo y difícil de tragar para el presidente y sus escuderos.
Si el Ejecutivo asume como propia la propuesta RN-DC, la UDI quedará como único cancerbero de la institucionalidad de la Constitución del 80, cuestión que incluso podría quebrar la siempre frágil alianza de gobierno. Por el contrario, si habiéndose generado las bases para un cambio el gobierno se resta de participar, dejará en la orfandad al partido del presidente.
Ahora bien, sin entrar en detalles, la idea de un primer ministro ratificado por el Congreso no debería ser de difícil trámite legislativo. Del total de los parlamentarios en ejercicio, una porción bastante minoritaria califica hoy dentro de lo que entendemos como un "presidenciable", sin embargo, ya que emana de un acuerdo político entre partidos y coaliciones, el nuevo cargo de jefe de gobierno sí estaría al alcance de muchos honorables en ejercicio.
Al respecto, baste decir que hoy los partidos son de sus benefactores y de sus parlamentarios, por lo que el control de una autoridad elegida en esos términos sería preferentemente de estos últimos, con escasa o nula participación de otras instancias partidarias. Así, si llega a Valparaíso, la figura de un primer ministro debería encontrar los votos necesarios para convertirse en realidad. Es difícil que, en estas condiciones, La Moneda continúe en su esfuerzo por retrasar las vacaciones del mundo político.