Por Daniel Hojman Febrero 9, 2012

La democracia chilena vive una seria crisis de representación  y necesita arreglos mayores. Desde la regulación del dinero en política y el lobby hasta el sistema electoral, pasando por el balance entre los poderes Ejecutivo y Legislativo.

Por muchas razones, el sistema binominal es reconocido como una fuente importante del malestar: inhibe la conformación de mayorías parlamentarias, propiciando el empate permanente; disminuye la competencia, bloquea la entrada de nuevos actores, reduce la representatividad, y goza de baja legitimidad, entre otros problemas.

Aunque han existido decenas de  propuestas para reformarlo, la presión ciudadana y el apoyo mayoritario de los partidos políticos por impulsar la reforma son inéditos. El 60% de la población considera necesario su reemplazo (según arrojaron los resultados de la encuesta CEP de noviembre-diciembre), el acuerdo RN-DC lo propone derechamente y tanto los ex presidentes como el presidente Piñera señalan que el binominal cumplió un ciclo.

El momento de los diagnósticos ha terminado y se requiere definir cómo se decidirá el nuevo sistema y cuál será esa alternativa.

La importancia del proceso

La experiencia de países tan diversos como Colombia, México, Italia o Nueva Zelandia muestra que la viabilidad política y la legitimidad ciudadana de una reforma electoral exitosa pasan por atender al procedimiento. Cambiar el sistema electoral impacta directamente las carreras políticas de los parlamentarios y el poder relativo de sus partidos. Los incumbentes del sistema -hoy fuertemente cuestionados- tienen un serio conflicto de interés al momento de definir las reglas que regulan su propios intereses corporativos.

Cada país debe buscar sus propios caminos, pero no existen sistemas electorales perfectos en abstracto, sino distintas opciones que pueden ajustarse a sus circunstancias.

Aun si gobierno y oposición logran consensuar una propuesta, no es obvio que sea la más apropiada para enfrentar los problemas del actual sistema. Por ejemplo, la Alianza y la Concertación podrían acordar un sistema que privilegie a los parlamentarios actuales en desmedro de partidos y movimientos que aspiran a representar a electores que no se identifican con las dos grandes coaliciones.

Hace una década, frente a crecientes cuestionamientos a su sistema electoral, el gobierno de Nueva Zelandia convocó a una comisión de expertos, diversa en su composición ideológica, racial, religiosa y disciplinaria. La propuesta de esa comisión fue sometida a un plebiscito, aprobada, y tras implementarse para tres elecciones, el proceso consideró una consulta para ratificar un sistema probado.

Cada país debe buscar sus propios caminos, pero no existen sistemas electorales perfectos en abstracto, sino distintas opciones que pueden ajustarse mejor o peor a las circunstancias sociales y políticas "idiosincráticas".

En Chile, parece razonable la conformación de una comisión que represente diversas perspectivas disciplinarias e ideológicas, cuyo mandato considere todas las posturas políticas -incluyendo posibles consensos- y un mecanismo para dirimir disputas e incorporar consideraciones ciudadanas por encima de los conflictos de interés, a fin de equilibrar el conocimiento técnico con preocupaciones políticas y de legitimidad.

Las preguntas importantes

El sistema electoral define los mecanismos que permiten seleccionar a los representantes, incluyendo la fórmula de elección, tipo de lista y el distritaje. A nivel mundial, existe gran variedad de arreglos electorales, que se ordenan según las dos grandes familias de sistemas electorales, mayoritarios y proporcionales, además de los mixtos, donde se utilizan ambos (por ejemplo, la mitad de los escaños electos con un sistema mayoritario y la otra con uno proporcional). En las últimas décadas, la tendencia en reformas electorales ha sido hacia esquemas más proporcionales, con un aumento significativo de países optando por esquemas mixtos, que buscan equilibrar los efectos más positivos de los distintos arreglos electorales.

La gran elección

Los sistemas mayoritarios suelen destacarse por favorecer mayorías parlamentarias fuertes y por su simplicidad. Los proporcionales por su representatividad y pluralismo. La definición de un sistema para Chile debiese comenzar por identificar los objetivos de la reforma. ¿Para qué queremos un sistema nuevo, cuáles han sido los problemas del binominal? Esbozamos una respuesta preliminar, pero la legitimidad del proceso exige definir los objetivos en forma democrática por un amplio espectro de la sociedad.

Hay a lo menos dos problemas graves del binominal. El primero dice relación con la escasa competencia. Con dos grandes coaliciones, en la mayoría de los distritos los escaños se reparten entre ambas, aunque existan diferencias importantes en votaciones (la ley del empate). La falta de competencia suele asociarse a cuoteos entre los partidos, blindaje de incumbentes al no presentar competidores fuertes, poca renovación y desafección de los votantes. Ahora, con un sistema proporcional puro, un aumento en el porcentaje de votos se traduce en el mismo aumento en escaños. En un mayoritario uninominal a la inglesa se escoge sólo un representante por distrito, la primera mayoría. En consecuencia, tanto los sistemas mayoritarios como los proporcionales usados en democracias avanzadas pueden ser muy competitivos y romperían la ley del empate.

El segundo problema grave del binominal es la distorsión de la representatividad. El binominal premia a las dos principales fuerzas políticas en desmedro de otras coaliciones y tiende a sobrerrepresentar a la segunda mayoría, excluyendo terceras o cuartas fuerzas.  Por ejemplo, si el PRO u otro partido obtuviera el 20% que obtuvo en la elección presidencial podría quedar excluido del Congreso, mientras un partido pequeño con menos del 5% de los votos en la lista de la Alianza o la Concertación podría tener tres o cuatro parlamentarios.

Un sistema proporcional o mixto es la alternativa más coherente con las demandas de cambio y la realidad plural del Chile actual.

La distorsión de la representación afecta no sólo la dimensión ideológica: el sistema  impone altas barreras para jóvenes, mujeres e independientes.

Los sistemas proporcionales buscan casi por definición ser representativos y expresan el pluralismo político subyacente, especialmente en sociedades marcadas por el multipartidismo. En contraste, en los sistemas mayoritarios uninominales tienden a predominar dos partidos. En Chile, profundizaría el duopolio, agudizando los déficits de representación. Nuevas coaliciones más pequeñas pero con apoyo electoral estable y de carácter nacional más que regional (como el PC o la propia DC) podrían quedar excluidas del Congreso. Además, los sistemas mayoritarios pueden favorecer proyectos individuales por sobre plataformas colectivas partidarias y se asocian a barreras de entrada para las candidatas mujeres. Vale decir, no contribuiría a revertir una de las tasas de representación femenina más bajas en América Latina.

Así, un sistema mayoritario en Chile permitiría resolver la falta de competencia, pero mantendría o profundizaría los déficits de representatividad.

Un sistema proporcional o mixto es la alternativa más coherente con las demandas de cambio y la realidad plural del Chile actual. El diseño de un nuevo sistema debe atender al riesgo de un exceso de fragmentación generando incentivos, que junto a otras dimensiones del sistema político, promuevan coaliciones estables, para lo cual existen en el mundo fórmulas probadas.

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