Por Nicolás Alonso Abril 26, 2012

-Somos carabineros, estamos haciendo un procedimiento. Necesitamos entrar con urgencia.

La frase fue ésa. Y la escuchó a través del citófono la empleada de la casa. Era casi la medianoche del 30 de marzo y para entonces las amenazas contra el RN Cristián Barra (47) -uno de los asesores más conocidos del Ministerio del Interior- eran tales, que ya no era llegar y  abrir la reja. Por eso, y porque los niños estaban en la casa, la mujer prefirió salir a mirar. Estaba oscuro, pero alcanzó a distinguirlos. Unos 20 tipos con aspecto de barristas esperaban en silencio para ingresar al pasaje. Asustada, tomó el teléfono y llamó a su jefe. Cristián Barra inmediatamente se comunicó con la policía.

La historia la cuenta desde su oficina en La Moneda, a la cual no es posible acceder sin pasar por la vigilancia de un mudo agente que, por seguridad, lo sigue a todos lados. El despacho del jefe del programa Estadio Seguro, que en las últimas semanas ha llevado al límite la polémica cruzada del gobierno por hacer desaparecer las barras bravas del país, consta de poco más que un escritorio, pero por todas partes se ven recuerdos de las operaciones en que le ha tocado intervenir. Recortes de diarios junto a los 33 mineros en la mina San José. Una bandera de Magallanes. Una distinción de la UK Football Policing Unit, símbolo de su tarea actual.

“Sabía que al meterme en esto iba a asumir costos personales y que iba a ser duro, pero jamás pensé que a este nivel”, dice mostrando un papel impreso. “No creí que iba a encontrarme con personas dispuestas a amenazar a mis propios hijos o a mi señora”. El papel contiene una de las 50 amenazas de muerte que ha recibido en los últimos meses, entre cientos de mails con insultos, y que él mismo ha investigado y entregado a la justicia. Dice que tiene identificados a los autores y a qué barras pertenecen. Y que lejos están de hacerlo dar pie atrás.

El programa Estadio Seguro comenzó en abril de 2011, impulsado por el Ministerio del Interior, pero fue recién con la llegada de Barra, en octubre, que se empezaron a tomar medidas drásticas. Su predecesor en el cargo, Matías Eguiguren, de perfil técnico y ex Celfin, había elaborado un pretencioso plan centrado en mejorar la infraestructura de los estadios, que fue rechazado por su elevado costo de US$50 millones. La llegada de Barra, un asesor sin título universitario pero de gran experiencia política, significó el comienzo del ataque frontal contra las barras bravas. En pocos meses, fueron prohibidos el ingreso de fuegos artificiales, bombos, lienzos y papel picado al estadio; se intentó instaurar la prohibición de permanecer de pie durante un partido; y el jueves pasado se modificó el código penal de la ANFP con durísimas sanciones para los clubes que tengan  nexos con las barras.  “Antes a los barreros les entregaban ayuda económica: entradas para vender, recursos para transporte. Se quedaban en el hotel y viajaban con los dirigentes”, afirma.

En La Moneda lo describen como un tipo duro, capaz de soportar presiones con inteligencia, y como un gran negociador. Muchos en la oposición, en cambio, lo definen como un simple operador político que se encarga de hacer el trabajo sucio del gobierno.

En este momento se están discutiendo con suma urgencia en el Senado dos proyectos de ley, que de ser ratificados allanarán el camino para acabar con las barras bravas. Establecen fuertes penas para quienes ejerzan la violencia en los estadios y mejoran la infraestructura de seguridad, con un plazo de dos años para adoptar control de identidad mediante huella digital o carné. La meta final de Barra es llegar a un sistema de público totalmente abonado, y a la ausencia absoluta de policías en los estadios. La mayor parte de las iniciativas surgieron de un viaje a Europa que realizó al asumir el cargo, visitando estadios en España e Inglaterra. También lo han aconsejado Marcelo Salas e Iván Zamorano, ambos amigos suyos.

“Aquí llegó el momento. Vamos a implementar y decidir, aunque a los barristas no les guste”, dice Cristián Barra. “Es un tema de largo aliento, pero también un camino sin retorno. Después no va a poder venir una autoridad a revertir las decisiones que estamos tomando”.

Decisiones que han despertado el repudio de las barras bravas, y en buena parte de los hinchas corrientes, quienes lo acusan de estar destruyendo la “fiesta” del fútbol. La fuerte polémica por la prohibición que cayó sobre la histórica “bandita de Magallanes”, la semana pasada, terminó de poner los focos sobre su gestión. Hasta el año pasado, solía ir domingo por medio a ver a la Universidad Católica junto a sus hijos. Hoy ya no puede. Tampoco los va a dejar al colegio, ni revela en qué comuna queda la casa a la cual se acaba de cambiar.

Ahora asiste al estadio solo, o junto a la intendenta metropolitana, Cecilia Pérez, a ver los partidos en las casetas de seguridad, desde donde coordina a Carabineros. Sabe que tiene en sus manos la papa más caliente. Pero también que de eso se trata, justamente, su trabajo.

Barra brava

El apagaincendios

-Don Lucho, le habla Cristián Barra del Ministerio del Interior. Le quiero hacer extensivo un saludo del Presidente de la República. Él ha estado en cuatro oportunidades en la mina…

El diálogo ocurre el 22 de agosto de 2010, en la mina San José, y es la primera vez que uno de los 33 mineros, Luis Urzúa, se comunica por teléfono con el exterior. Primero habla Laurence Golborne, e inmediatamente toma la batuta Barra, recalcando enérgicamente la figura del presidente. “En la mina tuvo gestos muy valorados por el gobierno” dice uno de los organizadores del rescate. “Se encargó de reivindicar en todo momento que era una operación del gobierno y no de Golborne. Así se transformó en el nexo directo del presidente”.

Hasta el rescate de los mineros, Cristián Barra -ex presidente regional de RN en la Región Metropolitana y luego en La Araucanía- era uno más entre los asesores del ministro Hinzpeter, aunque ya había mostrado capacidad para manejar situaciones de crisis, participando en el Comité de Emergencia por el terremoto. Pero fue en Copiapó, dicen en La Moneda, donde se empoderó, al punto de tomar las riendas del campamento Esperanza y solucionar buena parte de las situaciones de conflicto que se dieron durante el rescate, especialmente con los familiares de los mineros.

Apenas regresó a Santiago, su nuevo estatus hizo que lo enviaran a Isla de Pascua a destrabar el conflicto por los terrenos del hotel Hangaroa, y luego a Concepción por el escándalo de la intendenta Van Rysselberghe. Desde entonces, se ha transformado en uno de los principales hombres en terreno del gobierno para destrabar conflictos, especialmente en regiones. “Está metido en todo. Genera gran confianza en los ministros y en el Segundo Piso”, dice un alto funcionario de gobierno. “Tiene visión política y puede soportar amenazas o entrar en guerra con la garra blanca. Es una marca de poder en Interior”.

Dentro del ministerio, Barra es uno de los hombres más cercanos a Hinzpeter -de quien es amigo desde que fue vocal de Ingeniería Comercial en la U. de Chile, poco antes de abandonar la carrera por el embarazo de su primera mujer-, y, a través de su cargo como asesor  ministerial de gobiernos regionales y provinciales está constantemente coordinándose con los gobernadores e intendentes por los distintos escenarios de conflicto. En un mismo fin de semana, por ejemplo, le toca encargarse de organizar la ayuda benéfica que el gobierno enviará a Paraguay, preparar la seguridad del clásico de este domingo y resolver un problema en Chiloé. Según sus cercanos, no descansa, ni tiene espacio para vacaciones.

En La Moneda lo describen como un tipo duro, capaz de soportar presiones con inteligencia, y como un gran negociador. Las tres cualidades que lo llevaron a Estadio Seguro. Muchos en la oposición, en cambio, lo definen como un simple operador político que se encarga de hacer el trabajo sucio del gobierno. “Yo no creo que exista la pega sucia, lo que hay son situaciones límites”, dice Barra. “Se requiere tener la capacidad de tomar decisiones y muchas veces son polémicas. Siempre supe que los conflictos serían parte de mi trabajo”.

Cuando habla de esas acusaciones, Cristián Barra permanece imperturbable. Pero hay otros ataques que sí lo alteran, que tienen que ver con las historias judiciales de su pasado. Un pasado con el que hoy, en su momento de mayor figuración, varios intentan derribarlo.

Sombras recurrentes

-La intendenta dijo que no se reunía con personas con antecedentes… ¿tengo que recordar la situación de Cristián Barra? -dice el diputado Gabriel Ascencio.

La acusación ocurre el martes pasado en la Cámara de Diputados, donde analizan el tema de las barras bravas. Ascencio lee una lista donde tiene anotados todos los problemas con la justicia que ha tenido el jefe de Estadio Seguro: prisión durante dos días por giro doloso de cheques, querella por hurto de un equipo de música en la discotheque Studio 54 -que tuvo con Miguel “Negro” Piñera en Vitacura- y orden de arraigo por no pago de pensión a su primera esposa. Un par de semanas antes, el líder de la barra de Colo Colo, Pancho “Malo”, lo acusó por los mismos cargos en televisión, y dijo que no tenía autoridad moral para perseguirlos.

“Cuando hay que entrar al estadio sin camiseta. Cuando tienes que tratar de no cruzarte con nadie en el camino. Cuando tienes que irte cinco minutos antes de que termine. Eso no es una fiesta”, dice Barra. “Eso es una verdadera tortura”.

Cristián Barra piensa que están utilizando una serie de problemas, que surgieron de un descalabro económico en su vida producto del fracaso de un restaurante que instaló en Recoleta en el año 2000, para desviar la discusión de fondo. “Un fracaso comercial le puede pasar a cualquiera, y decir que por esa razón uno no puede tener nuevos desafíos en la vida me parece increíble”, se defiende. “No sólo no me avergüenza, sino que me da orgullo recordar los momentos que pasamos junto a mi familia y cómo con mucho esfuerzo nos pudimos levantar”.

En 2005, aún saliendo de esa situación, Barra se fue a La Araucanía como jefe de campaña del senador Alberto Espina, su mentor político. Instalado en Victoria, perdió ese año y en 2009 sus dos candidaturas a diputado, ambas a mano del UDI Enrique Estay, por muy pocos votos. Sus competidores lo recuerdan como un tipo muy duro en campaña y lo acusan de contratar matones para romper propaganda política. “Le hicieron dos campañas asquerosamente sucias, con ataques arteros por el tema de los cheques”, dice Espina. “Ésa fue la clave de sus derrotas”. Las mismas historias que lo persiguen cada vez que adquiere relevancia pública, y que han vuelto a salir a flote desde que en 2010 Rodrigo Hinzpeter lo reclutó para el gobierno.

Es el mediodía del martes y Cristián Barra camina por el Estadio Nacional, ultimando los detalles del clásico entre U. de Chile y Colo Colo. Es un partido importante, que pondrá a prueba las medidas que han causado polémica en los últimos días. Barra recorre la cancha y da instrucciones de dónde dejar espacios libres en las tribunas. Luego sube a la sala de vigilancia, desde donde verá el partido, y revisa las modernas cámaras que apuntan a los asientos del estadio. Con ellas vigila y puede observar el rostro de cada persona que esté sentada en el Nacional.

Detrás suyo, las tribunas desiertas y en absoluta calma son la antítesis perfecta de lo que le ha tocado vivir en las últimas semanas. Y también de lo que con total seguridad vivirá el domingo, cuando nuevamente lo ataquen por arruinar la “fiesta” del fútbol. Pero él no tiene dudas de que está haciendo lo correcto. “Cuando hay que entrar al estadio sin camiseta. Cuando tienes que tratar de no cruzarte con nadie en el camino. Cuando tienes que irte cinco minutos antes de que termine. Eso no es una fiesta”, dice Barra. “Eso es una verdadera tortura”.

Relacionados