Por Sebastián Rivas Septiembre 20, 2012

© Patricio Otniel

 

El próximo 28 de octubre, 13 millones y medio de chilenos despertarán con la posibilidad de ir a votar en las elecciones municipales, el mayor número de la historia y cinco millones más que en los últimos comicios. Sin embargo, también tendrán otra opción:  quedarse en la casa. Porque no habrá ningún castigo.

El hito marcará el cambio de Chile a un régimen político con voto voluntario. Con eso en mente, muchos analistas estudian el caso de otro país que tiene elecciones apenas unas semanas después: Estados Unidos, que tiene la mayor tradición en campañas electorales y cuyo sistema es similar. Allí, los partidos tienen un concepto clave para el “día D”: “get out the vote”, sacar a la gente. Porque, en muchos casos, lo que define las elecciones disputadas es quiénes -y cuántos- votan.

Detrás de este proceso hay una industria que mueve US$4 mil millones al año. Y que en la última década ha cambiado a niveles de sofisticación inéditos. Sasha Issenberg es uno de los principales expertos en el tema: es un periodista que escribe sobre estrategias de campaña para medios influyentes como Slate y The New York Times.

La semana pasada lanzó The Victory Lab, un libro en el que da detalles inéditos de la trastienda de cómo los equipos de Barack Obama y Mitt Romney buscan llegar a los votantes. Su conclusión es sorprendente: el relato, más que de campañas épicas y que buscan convocar a todo el mundo, habla de sofisticadas bases de datos, mensajes específicos para cada votante y técnicas psicológicas para inducir el ir a votar o no. Un mercado profesional, tal como el de cualquier otra industria de nivel.

Al teléfono desde Nueva York, después de asistir a las convenciones de los partidos Republicano y Demócrata, Issenberg afirma que esas técnicas son el secreto mejor guardado de las campañas: verdaderos “cazadores de votos” que trabajan creando algoritmos y tratando de identificar detalles que permitan predecir el comportamiento de cada elector. “Me di cuenta de que había una nueva cultura empírica, con tipos que estaban revisando todo”, comenta. Y anticipa que la forma en que los partidos chilenos sean capaces de desentrañar esos datos puede ser clave en un futuro para lograr diferencias en un sistema incierto y con resultados estrechos.

 

Sé lo que hiciste la elección pasada

La carta que recibieron los vecinos de un barrio de Michigan en 2006, pocas semanas antes de las elecciones legislativas de ese estado de EE.UU., no tenía un remitente conocido. Pero aunque estaban acostumbrados a recibir muchas cartas de los partidos pidiéndoles el voto, este correo era distinto. Contenía los registros del  dueño de casa y de sus vecinos sobre si habían ido a votar en las últimas elecciones. Y advertía que después de los comicios recibirían una actualización de esos datos. La carta, que era parte de una investigación académica, disparó los niveles de votación en el vecindario, siendo diez veces más efectiva que un correo tradicional de los partidos.

“La dinámica de votar es más social. La gente vota más si los llaman para que vayan a votar. Y si les dices que les vas a contar a sus vecinos si no participan en la elección, irán en un porcentaje mayor”, plantea Sasha Issenberg. 

Issenberg cita el ejemplo para explicar algo que está a la base del nuevo modelo de las campañas: entender por qué la gente va a votar. Según explica, hoy sería una ingenuidad creer que las personas sólo lo hacen por motivos políticos. “La dinámica de votar es más social. La gente vota más si los llaman para que vayan a votar. Y si les dices que les vas a contar a sus vecinos si no participan en la elección, irán en un porcentaje mayor”, plantea.

Las campañas estadounidenses destinan gran parte de sus recursos a movilizar a los ciudadanos el día de la votación. Cuentan con verdaderos ejércitos de telefonistas y voluntarios que, hasta hace unos años, iban número por número y casa por casa. Pero el modelo tenía dos puntos débiles: nunca se podía llegar a toda la población, y  se podía llevar a votar a alguien que apoyara al candidato contrario.

Según Issenberg, hoy la situación ha cambiado. Las gigantescas bases de datos y los algoritmos aplicados permiten a los partidos saber con relativa certeza en qué lugares les conviene más buscar los votos, pero también dónde no ir para evitar sumar apoyos para sus adversarios. “Uno de los desafíos más complejos de una campaña es saber a quién no hablarle”, reflexiona. “Por ejemplo, las campañas chilenas que empiezan en octubre deberían estar decidiendo a qué votantes no van a apelar”.

Hay un registro que es la base de todos los esfuerzos: el historial de participación de cada votante. Así, se puede determinar, por ejemplo, si alguien siempre ha sufragado o si nunca ha participado. En ambos casos, dice Issenberg, el consejo es simple: no gastar tiempo y concentrarse en quienes no tienen claro si emitirán su voto.

 

Un mensaje a la medida

El 18 de octubre del año pasado, la Confech entregó en La Moneda un millón quinientas mil firmas. Eran los resultados de un plebiscito convocado sobre posturas como la educación gratuita, la desmunicipalización y el fin al lucro, con más del 90% de apoyo para cada una de las preguntas.

“Ése podría ser un dato interesante”, dice Issenberg. El documento es un ejemplo del tipo de información que usan las campañas estadounidenses para llegar con la mayor precisión posible a sus votantes. En este caso, según el periodista, de la base de datos se podría obtener a un grupo importante preocupado de temas educacionales y que ya tienen una postura clara. Algo invaluable a la hora de decidir cómo intentar convencerlos de votar.

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