Por Sebastián Rivas Noviembre 15, 2012

“Los carteles de la Pepa están puestos todavía”, dice Sergio Espejo (45)  entre risas al mirar los vidrios de su oficina, en un octavo piso en la avenida Pedro de Valdivia. Dos afiches de Josefa Errázuriz son el único símbolo político en su bufete de abogados. La distancia no es casual. Hace cinco años, fue el ministro encargado de la puesta en marcha del plan Transantiago. Tras el caos inicial y las duras críticas al programa, la entonces presidenta Michelle Bachelet lo sacó del cargo el 27 de marzo de 2007, un mes después del “big bang” del sistema para poner a René Cortázar. Una salida que puso un fin abrupto a una carrera promisoria en la política y que, para muchos, fue una forma de marcar en él el fracaso del sistema de transportes.

Su salida del gobierno lo marcó profundamente. Espejo hizo un giro en 180 grados: se dedicó al sector privado, fundó su propio estudio de abogados y optó por alejarse del mundo político. Hace unos meses, un pedido de Claudio Orrego lo hizo regresar. El alcalde de Peñalolén lo reclutó para su campaña presidencial, y hoy es su representante político en todas las negociaciones.

En esta entrevista, Espejo por primera vez revela su análisis del Transantiago. Su mirada es cruda: dice que el gobierno de Bachelet nunca entendió que el plan de transportes requería de una mirada política y que nadie quiso asumir el costo de defender un programa impopular. Además, critica a los políticos que “están escondidos” y que “hablan a través de otros”.

-¿Por qué guardó silencio por tanto tiempo?

-Hubo un conflicto entre el instinto, que te hace querer salir a defenderte de cuestionamientos que te parecen injustos, y la lealtad con cuestiones fundamentales: con un proyecto en el que yo creía, que era la reforma al sistema de transporte público; con la coalición de gobierno, y con la presidenta Bachelet. Me parecía que si yo intervenía, no había manera de poner el énfasis en lo que importaba, que era que el sistema funcionara.

-¿Cómo fue la etapa tras su salida de Transportes?

-Hay una fase de soledad que es bien fuerte. El mundo político estaba asustado de verse relacionado con un proyecto que estaba generando tantas complicaciones, como era el Transantiago.

-Anímicamente, ¿cómo fueron esos meses?

-Yo viví una distancia del mundo político. Pero el día previo a mi salida, hay una portada de Las Últimas Noticias que se titula: “Increíble, pero cierto: la calle aplaude a Espejo”. Siempre recibí mucho reconocimiento de las personas, de los usuarios del Transantiago. Y eso tiene que ver con una opción: escogí decir la verdad, dar la cara, estar en la calle, y eso fue reconocido.

-¿Y cómo tomó los cuestionamientos a su gestión desde todos los sectores políticos?

-Algunas críticas me parecieron injustas, y otras tenían más que ver con intentar esquivar el bulto y esquivar los problemas del Transantiago.

 

“Transantiago fue visto como un tema sectorial”

-La principal crítica que se le hizo fue no advertir a la ex presidenta Bachelet de lo que se venía.

-Transantiago fue un proyecto político enorme con un traje político pequeño. Es la reforma a un sistema de transporte público de mayor magnitud en el mundo. Pero cuando ves su evolución, previo a mí puedes contar cuatro ministros, cinco o seis coordinadores del Transantiago, escaso presupuesto, y un período brevísimo para implementarlo.

-¿Y por qué usted no dijo: “No se puede”?

-Lo dijimos. Yo postergué Transantiago. Señalé que no podía comenzar en el mes de septiembre de 2006, como estaba planificado por diseño, y pedí que lo postergáramos. Después de consultar a todos los expertos, concluimos que el mejor momento era febrero. Y naturalmente hubo problemas serios de diseño e implementación.

-¿Y eso no lo advirtieron?

-Advertimos todo aquello que era posible advertir. Había cuestiones que no era posible prever. Pero con la perspectiva del tiempo, y pese a todas las molestias que este proyecto provocó, y que yo soy el primero en lamentar, el transporte público en Santiago hoy día es mucho mejor que el sistema de las micros amarillas.

-¿Pero le parece que el problema era más amplio a nivel de gobierno?

-No olvides que el primer año y medio de ese gobierno fue un período muy complejo. Tuvimos la “revolución pingüina”, y un político de la trayectoria de décadas de experiencia como Andrés Zaldívar pudo sostener sólo cuatro meses el Ministerio del Interior. No olvides que Belisario Velasco abandonó el gobierno, según sus propias declaraciones, por no tener capacidad de darle conducción al equipo político.

-¿Qué quiere decir?

-Que ésta fue una etapa donde hubo desorden en la conducción política, con dos jefes de gabinete que no tuvieron la capacidad de dirigir el juego.

-¿Y eso complicó también al Transantiago?

-¡Por supuesto! Porque Transantiago es un proyecto de tal envergadura y en el que participaron tal cantidad de ministros y equipos al interior del gobierno, y también de actores fuera del gobierno, que la capacidad de procesar las diferencias, la anticipación de conflictos, era determinante.

-¿Eso no estuvo?

-El déficit más importante de Transantiago fue un déficit político al interior del gobierno. Tú debieras haber sido capaz de involucrar a las personas en una etapa de diseño, mucho más intensamente; en la implementación y en la evaluación posterior. Y eso todavía está pendiente: hasta hoy Transantiago es tratado como un problema sectorial. Una reforma de esta envergadura, y eso es un aprendizaje para adelante, requiere mucho más tonelaje político, coordinación política.

 

“Hay que recuperar la mirada a largo plazo”

Para Espejo, la situación del Transantiago dejó en evidencia un problema mayor en relación con el rol del Estado. “Lo podríamos denominar como ‘demoesclerosis’. El Estado es incapaz de administrar problemas complejos, más allá de los estándares que ha alcanzado hasta hoy. La gestión del transporte es un detalle. La administración de nuestras ciudades es un problema de mayor envergadura. Y Transantiago es el primer síntoma”, afirma.

-¿Qué se puede hacer para corregir eso?

-Lo que nosotros tenemos que recuperar como país es, primero, la capacidad de mirar a largo plazo. Y yo lo que veo es una clase política que ha perdido la capacidad de poner arriba de la mesa no sólo los beneficios, sino también los costos. A mí me llama mucho la atención cómo gente inteligente, como Andrés Velasco o Franco Parisi, se ha subido a este buque de desprestigiar lo más rápido que puedan a los partidos políticos.

-¿Qué haría distinto hoy en el Transantiago?

-Algunas cuestiones básicas de diseño que uno debiera revisar. La primera tiene que ver con la estructura de financiamiento. Se cometió el error de intentar autofinanciar un sistema que tenía estándares mucho más elevados que el sistema previo, y eso no es posible. Me parece también que un sistema como éste debió haber considerado la totalidad de la infraestructura. Y, por último, un proyecto de esta envergadura requiere espaldas políticas permanentes y con mirada de largo plazo. Nosotros implementamos el diseño que teníamos, y teníamos muy poco margen para modificarlo. De hecho, los meses que yo gané de postergación fueron a base de sangre, sudor y lágrimas.

-¿Cuál es su análisis sobre el impacto del plan?

-Afuera del país es considerado una tremenda reforma. Santiago es una ciudad que hoy día está más ordenada, que tiene elementos para controlar la contaminación, por lo menos desde el punto de vista del transporte público. Está desarrollando infraestructura de Metro y de vías en superficie que no existiría con el sistema antiguo, y tiene todavía enormes desafíos. Pero tenemos absolutamente postergada la discusión sobre el tipo de ciudad que queremos y la forma en que vamos a hacer realidad esas ciudades.

-¿Cómo explica eso?

-Lo que tenemos en Transantiago es al papá que cuando tiene un hijo con fiebre, rompe el termómetro para no ver la fiebre. Nuestras ciudades son segregadas, sobrepobladas. La capital va a concentrar el 50% de la población del país. La discusión sobre la expansión del área urbana va a agregar, de aprobarse, un millón seiscientas personas más. ¿Y qué vamos a hacer? ¿Cómo se va a desplazar esa gente?  Esto no se va a resolver mientras no tengamos una institucionalidad pública capaz de administrar la ciudad. Y para eso nos tenemos que poner de acuerdo. Llegó la hora de que dejemos de mirar el termómetro y nos concentremos en la enfermedad de verdad.

 

 “No hay que subirse al balcón antes de tiempo”

Este fin de semana, Espejo volverá a la primera línea política participando en la Junta Nacional DC, como representante político de Claudio Orrego. El ex ministro de Transportes es uno de los pocos miembros del gabinete de Michelle Bachelet que apoyan públicamente a otro candidato presidencial.

-¿Por qué Orrego, y no Ximena Rincón o Bachelet?

-Creo que Orrego ha dado testimonio de compromiso con cuestiones que para mí son centrales: primero, la valorización de la política. Segundo, la valorización del trabajo diario en la calle, junto a las personas. Tercero, los partidos políticos tienen una gran razón de ser, que es apostar a dar conducción, a proponer ideas, a ejercer el poder para llevar adelante los cambios que promueven.

-Pero Bachelet es quien marca más en las encuestas…

-El “síndrome del balcón” que vivió la derecha es también lo que podríamos enfrentar nosotros. O sea, si mientras la derecha compite en todo el país para elegir un candidato presidencial, con un último año en que sabemos que no van a titubear en ejercer intervención electoral, nosotros en vez de someternos a mecanismos de decisión amplios y participativos nos relegamos al balcón, como intentó hacer Zalaquett con Golborne, no vamos a acceder al gobierno y no vamos a tener buen gobierno.

-¿Por qué?

-Yo espero que esto lo gane quien tenga la capacidad de entender mejor lo que ha ocurrido en los últimos años y de proponer el mejor proyecto para Chile. Con primarias truchas, sin importar su resultado, se amenaza seriamente la posibilidad de tener el gobierno y de tener un buen gobierno. Y eso es colectivo: no es sobre nombres, no es sobre un mesías o un salvador que llega desde un balcón o desde más arriba a conducir los destinos de un país. Eso es lo que cambió. Si no lo entendemos, cometemos un gran error. Podemos incluso ganar la elección presidencial, pero no dar el gobierno que necesitamos.

-¿Es su análisis tras su paso por Transportes?

-En los momentos más difíciles, yo tuve la convicción de que todavía podía contribuir a algo que para mí es clave, que es la valorización de la política. Y eso se hacía dando la cara, diciendo la verdad y estando en la calle todo lo que fuera necesario. La autoridad no es una autoridad que está escondida, inventando lo que va a decir o hablando a través de otros, sino que se hace cargo de lo que está planteando, de las dificultades, lo explica y lo vive junto a las personas. Yo no tengo otra explicación para que frente a la incomodidad, las demoras, los malos ratos que pasaron muchos santiaguinos, el trato que yo recibí en esa época, y el que he continuado recibiendo siempre, sea tan bueno. 

-Este fin de semana es la Junta Nacional de la DC. ¿Qué le parece el grupo de diputados que van a plantear que se proclame a Bachelet como candidata?

-Tengo dudas de que eso vaya a ocurrir este fin de semana. Y me parece un camino político errado. Insisto: la derecha ya nos dio una lección, y gratis, respecto del riesgo que implica subirse al balcón antes de tiempo.

-¿Y cree que Bachelet y Velasco deberían abordar su rol en el Transantiago?

-Chile necesita no tener un solo tema tabú. Si hay algo que distinguió mi paso por el gobierno fue la disposición a no esconder nunca la cara ni las responsabilidades. Y me parece que vamos a tener que hablar de todo esto.

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