Por Juan Pablo Garnham Enero 10, 2013

Con la llegada de Michelle Bachelet a la presidencia, y ya con Maduro como ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, el gobierno de Chávez quiso partir de cero su relación con Santiago. Sin embargo, el camino siguió con sobresaltos. 


Hace unos años, cuando el senador Alejandro Navarro llegó a la entrada de la Cancillería venezolana, en Caracas, supo que Chile no era un país más para el gobierno de Chávez. “En el hall estaban los anteojos de Allende quebrados, tal como quedaron después del combate en La Moneda”, recuerda Navarro. Se trataba de la escultura de Carlos Altamirano titulada “Nunca más”, que reproduce los famosos anteojos, pero a gran escala. A ésta se sumaba una réplica de la puerta de Morandé 80. “El primer piso de la Cancillería estaba dedicado a la memoria de Allende, porque, si hay una figura contemporánea que ha formado parte del proceso bolivariano, ésa es la de Allende”, agrega el líder del MAS.

Pero la vinculación con Allende no se queda sólo en ese edificio. Nicolás Maduro, el dueño de casa, ministro de Relaciones Exteriores, vicepresidente y heredero político de Hugo Chávez, lo tiene como una de sus principales inspiraciones. “Siempre en nuestras conversaciones ha manifestado interés por conocer el proceso de la Unidad Popular e interiorizarse en el pensamiento de Allende”, revela Carlos Moya, dirigente de los Socialistas Allendistas, facción del PS que se separó de esa colectividad cuando Jorge Arrate lanzó su candidatura presidencial en 2009. Moya es uno de las personas que más conocen a Maduro en Chile: lo recibió cuando el actual vicepresidente era un parlamentario más de la Asamblea Nacional Venezolana, a principios de la década pasada. “Me tocó acogerlo, conversar con él sobre la situación de Chile, Venezuela y Latinoamérica”, recuerda. 

Sin embargo, la cercanía ideológica con el legado de Allende no se ha traducido siempre en buenas relaciones con los gobiernos chilenos. En Venezuela todavía muchos recuerdan lo que pasó durante el golpe de Estado de 2002, cuando el embajador chileno Marcos Álvarez hizo declaraciones a favor de los golpistas, y el gobierno de Lagos demoró su condena, aunque finalmente el diplomático fue reemplazado.

Con la llegada de Michelle Bachelet a la presidencia, y ya con Maduro como ministro de Relaciones Exteriores, el gobierno de Chávez quiso partir de cero. Sin embargo, el camino siguió con sobresaltos. En 2006, el embajador venezolano en Chile, Víctor Delgado, criticó a la DC por haber apoyado el golpe de Estado al gobierno de Allende, y el entonces canciller Alejandro Foxley reaccionó airadamente, calificando  los dichos de Delgado como “declaraciones altamente impropias”. “Se involucró en asuntos políticos internos del país ante el cual está acreditado”, declaró Foxley, “eso no existe como norma aceptable en la diplomacia en el mundo”.

La situación complicó a Maduro. “Fue una decisión dura, porque Delgado tenía relación directa con el presidente Chávez: eran parte de la misma generación de militares”, explica el senador Navarro. Con todo, el canciller venezolano llamó a Delgado a Caracas y finalmente lo reemplazó por María Lourdes Urbaneja. Roberto Drago, quien fue embajador de Chile en Caracas entre 2007 y 2009, explica que esta actitud es parte del perfil de Maduro: “No es burocrático, está muy al tanto de los temas que afectan y es un hombre muy resolutivo. No prorroga los temas”.

Más tarde, en abril de 2007, vendría el viaje de Bachelet a Venezuela. El periplo de la ex presidenta generó grandes esperanzas en ese país para alcanzar una mayor cercanía. Sin embargo, esto no sucedió. La mandataria chilena aterrizó sin Alejandro Foxley en su comitiva. El canciller pasó antes por Washington DC, donde tuvo una reunión con Condoleezza Rice, una de las principales detractoras de Chávez en el ámbito internacional. Sólo después de esa cita el canciller viajó a Caracas. “El gobierno venezolano guardó silencio, pero evidentemente le resultó una señal contradictoria y poco amistosa”, explica Esteban Silva, analista internacional cercano a Maduro y presidente del Socialismo Allendista. En la oportunidad se firmó un acuerdo de cooperación para la exploración de petróleo, que aún no se concreta en hechos, y se dijo que Chávez realizaría una visita de Estado recíproca a Chile, lo que tampoco sucedió. “Fue una gira con poca carne, porque el que menos quiso que esa relación se profundizara fue el canciller Foxley”, asegura Silva.

Ese mismo año, en noviembre, la capital chilena albergó la Cumbre Iberoamericana. En ella tampoco se avanzó en la relación bilateral entre ambos países, y el ansiado acercamiento de Maduro al gobierno de Bachelet quedó en nada. “La Cancillería democratacristiana siempre fue hostil a Chávez, a pesar de que él pensó que con Bachelet Chile se incorporaría a esta diplomacia de integración”, explica Carlos Moya. 

El embajador Roberto Drago, quien hoy se desempeña en La Habana, opina diferente: “La relación bilateral fue intensa y el ministro siempre estuvo dispuesto a desarrollarla”. Agrega que Foxley -quien prefirió no participar en este reportaje- tuvo innumerables reuniones con Maduro. Drago, de hecho, recuerda que cada vez que veía a Maduro, éste le decía “saludos a Alejandro”.

 

 

Relacionados