Roberto Méndez ha sido el oráculo de los gobiernos desde hace varios años. Las mediciones de la empresa Adimark GfK, que preside, son el termómetro de la opinión que tienen los ciudadanos respecto a los distintos temas. El abanico es amplio: delincuencia, consumo, expectativas y confianza. Pero durante la administración de Sebastián Piñera su foco ha estado en marcar, mes a mes, la aprobación ciudadana del gobierno.
Referente de la derecha y partidario de Andrés Allamand, Méndez sorprendió al mundo político cuando en noviembre pasado decidió suspender la medición. No la publicó porque, esgrimió, las tasas de no respuesta habían aumentado. Durante varios meses reflexionó sobre si debía continuar realizando el estudio. No fue una decisión sencilla. Pero hace pocas semanas se convenció: desde los primeros días de enero mide, en forma experimental, con nuevos instrumentos metodológicos, como la introducción de una amplia base de datos de teléfonos celulares. La encuesta formal la realizará en febrero y, adelanta, dará a conocer los primeros días de marzo cómo la ciudadanía evalúa a Piñera. Está entusiasmado: la gente ha sido mucho más receptiva para dar su opinión. Por eso, la idea es que la clásica encuesta continúe siendo mensual. En esta entrevista, Méndez desmenuza la carrera presidencial, habla de la deuda de la UDI con sus militantes, analiza la figura de Piñera y cómo el empresariado ha perdido poder.
-La gente desconfía de las instituciones, entre ellas las empresas. ¿Está el empresariado en crisis?
-La brutal pérdida de confianza está afectando la vida nacional. Los empresarios están siendo víctimas de la desconfianza y ellos lo están sintiendo. No sólo las relaciones con sus clientes se han puesto complejas. También las que tienen con las entidades regulatorias. Los empresarios deben reconocer que hoy se enfrentan a una crisis de confianza que afecta sus negocios.
-¿Eso implica cambiar normas y la manera de enfrentarse a trabajadores y consumidores?
-Las empresas están revisando los contratos, las tasas de interés que aplican, la forma como venden sus productos, cómo responden en el caso de fallas. Eso implica incurrir en costos altos, que se han visto en las cifras de rentabilidad de las empresas, que este año fueron más bajas. Eso significa que han debido absorber los costos de esa desconfianza. Ello implica aceptar la exigencia de transparencia, de mayor igualdad en las relaciones, de no aprovechar la información que tiene la empresa frente a la que tienen los consumidores, evitar actuar en vacíos legales y generar relaciones más justas. No es una crisis terminal, pero las condiciones son muy distintas.
-¿Ha tardado demasiado el empresariado en asimilar el nuevo escenario?
-Los empresarios se demoraron en ajustar sus normas de acción a las nuevas exigencias. Las críticas que le han hecho a este gobierno de ir en contra de las ideas de la centroderecha son erradas: esta preocupación porque se cumplan las leyes laborales, las normas de protección al consumidor y de libre competencia fortalece la economía de mercado.
-¿Percibe que el empresariado está siendo menos escuchado hoy?
-Mucho menos. Estoy convencido que los empresarios, incluso durante los 20 años de gobierno de la Concertación, estuvieron en un pedestal: no sólo eran empresarios sino que también dictaban cátedra sobre lo humano y lo divino; opinaban y participaban en la política y hacían alianzas con el gobierno. Eso pasó y los empresarios son hoy, desde un punto de vista ideológico, menos relevantes.
-¿Por qué perdieron ese rol?
-Se debe a la desintermediación, que tiene que ver con razones ideológicas y tecnológicas: hoy la gente participa y hace que la sociedad sea más abierta. Incluso hay un fenómeno práctico que se ha generado por las reformas políticas de regular la posibilidad que tiene el empresariado, por ejemplo, de financiar campañas políticas, partidos o candidatos. Eso ha significado una pérdida de poder.
-¿En su opinión, el financiamiento debiera ser totalmente transparente y con topes?
-Hoy una convivencia entre dinero y política es inaceptable. Es correcto poner límites a los aportes políticos, para hacerlos absolutamente transparentes. Tal como ocurre en Estados Unidos, donde existen registros públicos. Algo se ha avanzado, pero debe perfeccionarse más. Eso incluye el financiamiento del Estado a los partidos políticos: nadie sabe de dónde se financian las directivas, los equipos, las campañas.
-Antes los gremios eran poderosos. ¿A qué se debe que los grandes empresarios ya no encabecen estas instituciones?
-Los gremios empresariales han perdido ascendiente. Lloran falta de representatividad, falta de participación, de que no los escuchan. Eso hace que algunas personas no se sientan llamadas a participar en estas actividades. Porque hoy está más claro que representan a un sector o los intereses particulares de un grupo que también está desprestigiado. Eso hace que la influencia sea mucho menor. Ser presidente de alguno de estos gremios empresariales era, hace algunos años, más importante que ser ministro o senador. Eran cargos poderosísimos, que hoy evidentemente no lo son.
-¿No lo son porque la gente no los considera o porque los empresarios se aburrieron de participar?
-Los empresarios ya no influyen en el debate. Pero a mí no me disgusta este empresariado desempoderado. Me parece sano. Cuando los empresarios tienen demasiado poder político, como antes, termina siendo malo.
LA DEUDA DE LA UDI
-Usted señaló hace algunos meses que mientras más rápido salieran los ministros era mejor para la derecha. ¿Sigue pensando así?
-Sí. La campaña presidencial se ha adelantado, en parte porque los ministros salieron, y porque la oposición, con las primarias DC y la candidatura de Velasco se ha desplegado con fuerza. El que se haya adelantado incomoda a Bachelet, y es positivo para las opciones de la centroderecha.
-¿Por qué la incomoda? Sigue disparada en las encuestas…
-Porque “el hablemos en marzo” queda como una postergación injustificada. El no pronunciarse sobre las coyunturas del país hace que ella y sus partidarios aparezcan incómodos. Yo veo al PS y al PPD en una situación bastante difícil en esta espera. El silencio de la ex presidenta comienza a ser cada vez más costoso.
-La gente no le ha pasado la cuenta a Bachelet por su silencio…
-Es probable que sí esté teniendo un costo. Yo no veo que esté ganando. Mi sensación es que marzo es una fecha límite, si no pasa nada sería bastante impresentable. Lo noto en el silencio de sus partidarios. ¿Quién está defendiendo activamente la opción de Bachelet? Yo no lo veo. Hay una división, en su ausencia, entre ser un conglomerado más izquierdizado o más moderado. Eso va a dificultar el regreso de Bachelet, que debe conformar equipos y su programa. El riesgo es que quienes no se sientan representados se descuelguen y se vayan a candidaturas alternativas.
-Usted dijo que era positivo que los candidatos salieran a la cancha, pero Laurence Golborne no ha despegado…
-Cuando un líder así de carismático se incorpora a la lucha política como precandidato, y se arropa en un partido como la UDI, lógicamente despierta una resistencia que antes no generaba.
-¿Laurence Golborne es un buen representante para la UDI?
-No, evidentemente no pertenece a la UDI, a la tradición ni a la cultura de ese partido. Es una relación que debe explicitarse. La UDI tiene que contestar una pregunta: ¿Por qué apoya a Golborne? Hasta ahora pareciera ser una relación pragmática: apoyamos a Golborne porque puede ganar. Para la opinión pública eso no basta. Tiene que haber una identificación, un proyecto, que yo creo que está faltando. No es un problema de Golborne. Es un problema de la UDI.
-¿Por qué la UDI no está generando líderes? Lleva ocho años sin un candidato propio…
-Hay una respuesta pendiente: La UDI debe decir por qué no está levantando un candidato propio. Si es puro pragmatismo, eso no va a entusiasmar a sus militantes. Y pone en riesgo perder la primaria, que se ve bastante complicada. Percibo que habrá mucho transversalismo: la ciudadanía, incluso la que se identifica con la derecha, hoy se siente muy independiente de los partidos. Hay mucha gente dentro de RN, a la que le gusta Golborne, y mucha de la UDI que se identifica con Allamand. Esto debilita a las cúpulas. Lo razonable es que los partidos decretaran libertad, pero eso sería renunciar al poder de las dirigencias, y no va a ocurrir. Aunque el voto cruzado va a ser inmenso.
-¿No hubiese sido mejor para la UDI elegir a un histórico como Longueira, aun cuando no marcara en las encuestas?
-No sé si Longueira, pero un histórico aun teniendo bajo respaldo era mejor para el proyecto en el largo plazo. Por eso celebro lo que hizo la DC. El fenómeno Orrego es lo que debe producir la UDI.
-¿Cree que existe la posibilidad de que no haya finalmente primarias y corran ambos candidatos?
-No creo. Los partidos tienen que cumplir sus compromisos. Sería mal visto por la opinión pública. El tema de las primarias se estableció con mucha fuerza. Hacer un cambio sería muy costoso. Los partidos serían castigados duramente. Lo que sí: es muy difícil prever el resultado de las primarias. Si uno analiza la última CEP, los dos candidatos están prácticamente igualados entre los votantes duros de derecha.
-El “yo soy meritocrático” de Golborne, y el de “la trayectoria política” de Allamand son los atributos correctos.
-Se ajusta a como la opinión pública los ve. El discurso de Golborne es más apropiado para la elección final, para la presidencial, que para la primaria. Hoy estamos compitiendo por quién representa mejor a la derecha.
-¿Están corriendo carreras distintas?
-Tengo esa impresión. El discurso meritocrático de Golborne necesita una base doctrinaria y política que tiene que dársela la UDI y que no se la ha dado. Por eso critico el discurso pragmático de la UDI: me parece insuficiente. Es malo para el partido y para la candidatura de Golborne. La campaña de Allamand, en cambio, está mejor enfocada para las primarias.
-¿Es bueno para Allamand mostrar sus debilidades como lo hizo De la Rúa en Argentina?
-Hay que ser cuidadoso entre la primaria y la presidencial. La parte más humana de los candidatos, de que no es bueno para bailar o contar chistes, es más propia de la elección final. El voto en la primaria es racional. En Chile tenemos poca experiencia en primarias, pero si uno ve lo que ocurre en Estados Unidos, en general, los candidatos en primarias son más duros, más descarnados y más ideológicos en sus posiciones. En la etapa final viene la parte más simpática, más afectiva. Es un error confundir las etapas.
EL DESPEGUE DE PIÑERA
-Usted afirmó que en el último año Piñera subiría en las encuestas. ¿Sigue convencido?
-El presidente está pasando el mejor momento de su gobierno desde el rescate de los mineros. En este 2013 -y no antes- se ha dado esta conjunción de que la economía está andando muy bien, y por primera vez hay un reconocimiento de que ese frente el gobierno lo está ganando. Las personas lo respaldan a través de distintos indicadores: la tendencia a la baja en temas importantes, como la victimización y el temor de la ciudadanía.
-¿La Cumbre Celac-UE levantó la figura del mandatario?
-Le da proyección al presidente Piñera y al país: no había tenido un reconocimiento internacional por el exitoso desarrollo de Chile. El gobierno aparece manejando la agenda de los conflictos sociales. Hay algo que no debe pasar inadvertido: que una cumbre de mandatarios como la que acabamos de tener no haya tenido contramanifestaciones significativas es una cuestión clave. En cumbres en Estados Unidos o Europa los grupos sociales aprovechan de manifestarse por la alta visibilidad que logran. Aquí no hubo nada. Todo esto nos indica que en los próximos meses el gobierno debería mejorar en la aprobación ciudadana.
-En Twitter señaló que al iniciar su último año, el gobierno parece estar ganando en el frente económico ¿la historia se repite? Imagino que se refería a Bachelet…
-Claro. En los tres primeros años de su gobierno -si uno mira las curvas de CEP o Adimark- Bachelet tuvo niveles de aprobación muy bajos, pero al final el clima económico cambió y los chilenos vieron aliviados que la crisis de 2008 y 2009 estaba pasando bien. La dupla Bachelet-Velasco comunicacionalmente funcionó y la presidenta comenzó a subir y llegó a una aprobación de 80%.
-¿Pero saltar de un 30% a un 80% no le parece demasiado optimista?
-No veo a Piñera en esos índices de aprobación, pero sí mejorando. Lo que se repite es que la economía está siendo el tren empujador de la aprobación del gobierno. Lo razonable sería que el gobierno llegara al 40%. No es una cifra arbitraria: es la votación histórica de la centroderecha.
-El “establezcamos relaciones diplomáticas aquí y ahora” del presidente Lagos en la OEA frente al presidente Carlos Mesa subió su popularidad. ¿Considera que la reacción de Piñera frente a Morales puede generar el mismo fenómeno?
-Pienso que sí. Piñera con esa intervención se ganó un punto ante la opinión pública: los chilenos se sintieron protegidos por él. Eso es importante. Lo que hemos visto en la Encuesta Bicentenario de la UC, es que el clima nacionalista de los chilenos -en relación a los conflictos con Perú y Bolivia- es sumamente fuerte. El mandatario logró una identificación y eso debiera traducirse en una mejora para él.
-De hecho, fue aplaudido por todos los sectores…
-La oposición está reconociendo algunos de estos logros. Me llamó la atención que Osvaldo Andrade, presidente del PS, haya reconocido que el gobierno está siendo exitoso en lo económico. Hace un año eso no hubiese pasado. Si por esos eventos del destino, el resultado de La Haya es exitoso, la aprobación del presidente va a llegar a altos niveles. Hay expectativas de que el fallo se conozca a mediados de año. Es una opción grande que haya un fin de fiesta positivo.
-¿Qué debe hacer Piñera para dejar en buen pie su legado?
-Se esperaba el síndrome del pato cojo, después de que la tensión estuvo volcada a la elección municipal, pero hemos visto varias iniciativas, como la reforma en el tema penal. El gobierno debe ser capaz de comunicar un proyecto que le permita mantener su vigencia. Hace unos días publicó una agenda acotada: con cuatro puntos importantes, entre ellos la delincuencia. Eso debe hacer.
-En algún momento usted explicó la falta de popularidad en el carácter del presidente...
-En el último tiempo el presidente ha aprendido a ser presidente. Serlo implica dejar de ser él mismo: no puede permitirse cualquier iniciativa, capricho, actividad o chiste: se debe a su cargo, y ese cargo así como lo eleva, también lo limita. Eso a Piñera le ha costado asumirlo más que a otros presidentes.
-Muchos de sus cercanos han señalado que él ha especulado sobre Piñera 2018, ¿cómo ve usted esa señal?
-Es especulativo y muy fuera de lugar. Además, la experiencia histórica de ex presidentes postulando de nuevo no ha sido positiva: Frei Ruiz-Tagle lo intentó y le fue mal. En otros cargos ha pasado lo mismo: el alcalde Ravinet intentó una segunda oportunidad en la Municipalidad de Santiago y fracasó. A la gente le gusta la renovación, no los segundos platos. Vamos a ver qué pasa con Bachelet…