Las intenciones eran buenas. Presentar a Laurence Golborne como un hombre que se ha hecho a sí mismo, quien gracias a su mérito había surgido desde ser el hijo de un ferretero a gerente de retail y ministro de Estado, sólo podía cosechar aplausos y admiración. Sería un buen inicio de campaña, y la fórmula estaba en cualquier manual básico de política. Pero algo falló. A “Es Posible”, su video biográfico lanzado en enero, le llovieron las críticas y no sólo de la oposición y las redes sociales, sino también de sectores del oficialismo. Que estigmatizaba a Maipú, que su historia de vida era una excepción, que no conectaba con la ciudadanía, que le faltaba contenido.
A raíz de esto, en el interior del comando se hizo un mea culpa -el spot fue torpe, poco sutil, un primer intento, dicen-, y aunque lograron el objetivo principal de asociar el nombre del candidato de la UDI a la idea de meritocracia, ahora su discurso es que en Chile existe una meritocracia imperfecta, y su próximo paso será proponer medidas concretas para mejorar el sistema.
Quizás el video podría haber sido un éxito hace 10 años. Pero hay un factor que el equipo de Golborne no contemplaba. Desde hace un tiempo la meritocracia dejó de ser un valor social transversal, destacado por todos como un mecanismo eficaz para terminar con las desigualdades, y comenzaron a surgir los primeros cuestionamientos al concepto. En la centroderecha y los sectores liberales empezaron a matizar el término, señalando que una sociedad de oportunidades requería necesariamente emparejar la cancha, para que la gente pudiera medirse y competir desde un piso común. Y en la izquierda y la socialdemocracia renegaron de la palabra. Ahora acuñan otra, opuesta, como favorita: “inclusión”. Será ésa la que repita Michelle Bachelet como idea fuerza en su desembarco en Chile.
A grandes rasgos, si la meritocracia se preocupa de que el alumno más brillante de la clase pueda triunfar, independiente de su condición social, la inclusión apunta a rescatar a los de la última fila, los rezagados, que estos también puedan gozar de bienestar. Pero con el riesgo -según sostienen los defensores del mérito- de desincentivar el esfuerzo individual.
El sueño americano
Se trata de un debate mundial. En Estados Unidos la polémica está al rojo vivo. El 2012 en el país símbolo de la meritocracia -la tierra de las oportunidades, del sueño americano y donde según la cultura popular un lustrabotas puede ser millonario- se lanzó el libro Twilight of the elites: America after meritocracy (El crepúsculo de las elites: América después de la meritocracia), del periodista Christopher Hayes. A partir de la crisis financiera y la pérdida de confianza en las instituciones, el autor hace una radiografía a las elites construidas en base al mérito para concluir que éstas son cerradas y se reproducen a sí mismas, preservando las desigualdades. El texto señala que la meritocracia es una pirámide que no hace más que reflejar la desigualdad y que los instrumentos para medir el mérito, como las pruebas de acceso a estudios o trabajos, suelen ser imprecisos e injustos.
El libro cita el caso de Justin Hudson, un alumno afroamericano de Harlem que en junio de 2010 fue el encargado de dar el discurso de egreso del Hunter College High School, un prestigioso colegio público y gratuito de Manhattan, que recibe estudiantes de todos los estratos sociales, quienes para ingresar deben pasar un exigente proceso de selección. De los 4.000 postulantes que rinden el examen sólo quedan 185. En su intervención, Justin en vez de mostrar su orgullo por estar en ese colegio, se refirió a la “culpa”, por un privilegio inmerecido. Que un simple examen no debería definir el futuro de niños de 11 años y que los menores que venían de familias pudientes tenían profesores particulares para preparar el examen, y que pasaban por meritorios e inteligentes, cuando sólo tenían más dinero.
El discurso se parecía sorprendentemente al que daría en Chile, en diciembre de 2012, el estudiante Benjamín González en la ceremonia de graduación del Instituto Nacional, el establecimiento de excelencia, representante del mecanismo meritocrático en el país: “No puedo sentirme orgulloso de estar en un colegio cuya sola idea implica discriminación. Si la educación en Chile fuera buena en todos los establecimientos educacionales ¿qué motivo habría para la existencia del Instituto Nacional? ¿Cómo puedo sentirme orgulloso de haber dejado a 40 ex compañeros pateando piedras en mi ex colegio, para yo venir y salvarme?”.
Meritocracia es un concepto reciente. Comenzó a utilizarse en los años 50 por el sociólogo británico de izquierda Michael Young, quien curiosamente lo empleaba con un tono satírico en su libro The Rise Of The Meritocracy (1958), donde proponía una sociedad distópica en que la gente era separada por pruebas de inteligencia y productividad. En 2001 en una columna de The Guardian y poco antes de fallecer condenó que la meritocracia se hubiese transformado en el ideal de sociedad. Era la principal bandera de gobiernos laboristas como el de Tony Blair y de la tercera vía, el gobierno de Ricardo Lagos cultivó la idea del mérito, que quedaba patente en la historia personal del ex mandatario y en sus políticas públicas, por ejemplo, el Sistema de Alta Dirección Pública.
Michael Young fue implaclable en rechazar este sistema: “¡No, no, no, no, no! No me refería a esto como un modelo, lo dije como una crítica y una visión de lo horrible que sería de una sociedad que no tomó en serio nuestro compromiso igualitario, que no tomó en serio la democracia, y en su lugar decidió externalizar las decisiones importantes a las personas que fueron seleccionadas, ya sea por su cerebro u otras características”, escribió.
En defensa del mérito
“Hasta ahora la Concertación compartía el modelo meritocrático -el 2008 cuando Bachelet decía que a los mejores alumnos de los cursos les iba a regalar un computador, eso era meritocracia, premiar el esfuerzo-. Pero dieron un giro y están tratando de exportar el discurso socialdemócrata europeo, con el estado de bienestar y el tema de la universalidad de los derechos”, señala Gonzalo Müller, miembro del comando de Golborne. A su juicio, cometen un error. El país ha cambiado y la marginalidad va en baja, por lo que todas las políticas de inclusión y de ayuda social no son un discurso acorde con los tiempos.
Según la encuesta CEP de agosto, son más los partidarios de “premiar el esfuerzo individual, aunque se produzcan importantes diferencias de ingresos” que los que sostienen que “los ingresos deberían hacerse más iguales, aunque no se premie el esfuerzo individual”. Para el analista los nuevos chilenos que han salido de la pobreza valoran la meritocracia y, en ese sentido “si Bachelet representaba la historia política de Chile, Golborne es un ejemplo de su historia social”. Y ése es el mensaje que necesitan transmitir.
La gestión del presidente norteamericano Barack Obama es una muestra de cómo el debate está dominando la política en ese país. Pese a que, por su trayectoria, el mandatario es el ejemplo más claro de meritocracia, sus medidas apuntan más bien en la dirección de reforzar un estado de bienestar a favor de los más necesitados. Así fue con la reforma sanitaria en su momento y más recientemente con la discusión de un salario mínimo o la universalización de la educación preescolar, anunciada en febrero en el discurso del estado de la Unión. Políticas sociales, que pueden agruparse bajo el concepto de inclusión para quienes estaban quedando marginados del sistema.
Sin embargo, la situación que se vive en EE.UU. no es comparable del todo a la chilena. Por el contrario, son ciclos opuestos. Al menos así lo sostiene el doctor en Economía de la Universidad de Chicago Claudio Sapelli, experto en el tema de la desigualdad en Chile. Norteamérica tiene un sistema educativo estancado y problemas de aumento de la desigualdad y el desempleo en las clases bajas, derivado de los avances tecnológicos que requieren personal más calificado y de la irrupción de China e India, que ofrecen trabajo no calificado barato. Este escenario obliga a una política social que compense a los marginados. En cambio, en Chile las cifras indican que se ha mejorado la distribución del ingreso, según el coeficiente de Gini global y según muestra la tendencia de las encuestas Casen 2009 y 2011, señala el académico, principalmente en las generaciones más jóvenes: “La lógica de la meritocracia en Chile está funcionando para dar generaciones más igualitarias”.
Según Sapelli, “la diferencia entre meritocracia e inclusión es el más tradicional trade off entre eficiencia y equidad de todas las épocas. Esto es la pregunta de cómo ayudar al más desvalido sin proteger a quienes sí tienen como sostenerse. La izquierda tiende a hacer programas sociales más generosos porque le importa menos que gente que no lo merezca los reciba. Obviamente la realidad está en el medio, es un equilibrio difícil, y los políticos se tienen que ganar el sueldo resolviéndolo”.
Coming Apart: The State of White America, es el polémico libro de Charles Murray lanzado el año pasado en EE.UU. que rebate la tesis de que la meritocracia esté en crisis. Su controvertida postura es que la reciente pobreza en el país no se debe a que no funcione el sistema, sino a que los blancos de escasos recuros se mantienen bajo la línea de la pobreza porque no aprovechan adecuadamente las oportunidades.
El dato lo entrega Sergio Urzúa, jefe de estudios del CEP radicado en EE.UU. A su juicio, políticas emblemáticas de la inclusión, como la leyes de cuotas o políticas de paridad para incluir mujeres o minorías en cargos de autoridad resultan nocivas y no son el camino. Según estudios en Norteamérica, ejemplifica, las cuotas que se han dado a afroamericanos para que ingresen a la universidad sólo han repercutido en que las personas de color se esfuercen menos en sus estudios. Insiste en que hay que buscar un equilibrio: “La meritocracia necesita de un Estado y de políticas públicas que la acompañen -eso le faltó destacar a Golborne en su campaña-, mientras que las políticas de inclusión deben estar bien diseñadas para que no desincentiven el esfuerzo”.
Cita el caso del colegio de sus hijos en Maryland. Su hija está en kínder, ya le enseñan a leer y en el curso se formaron tres grupos de lectura, el avanzado, el nivel medio y el atrasado. Cada padre sabe en qué nivel están sus hijos y los niños compiten por superarse, desde pequeños se incentiva el esfuerzo y el mérito, pero también la inclusión, atendiendo especialmente a los que se quedaron atrás.
El autor del debate
“Por años nos hemos visto como un lugar único de movilidad social, que sólo en América alguien puede ascender de limpiador de calles a CEO o que sólo aquí Barack Obama puede ser presidente”, dice Christopher Hayes, el autor del libro Twilight of the elites, que cuestiona el concepto de meritocracia en Estados Unidos y abrió el debate en ese país. Hayes, quien es el editor at large de The Nation y anfitrión del programa político semanal Up with Chris Hayes de MSNBC, afirma que la polémica es global y que también se podría dar en Chile.
-¿Cree que el concepto de meritocracia ya no es visto siempre como una palabra positiva?
-Una de las intenciones de mi libro es conseguir que la gente no la vea en su pensamiento como positiva, pero todavía se invoca como algo positivo. Si tú llamas a algo meritocrático en América, lo estás elogiando, sin dudas.
-¿Estamos hablando sobre una crisis global en el concepto de meritocracia?
-No he hecho suficiente reporteo en otros lugares para dar conclusiones, pero hemos visto una crisis de autoridad alrededor del mundo y una desconfianza real hacia las elites. En España, la gente no tiene un concepto muy afectuoso hacia sus líderes políticos y económicos, y lo mismo es cierto en Grecia. Creo que hay una forma en que la lógica de la meritocracia, así como se desarrolla, se celebra y se exporta desde Estados Unidos, es muy similar y comparte el ADN con la lógica del neoliberalismo.
-¿Piensa que podríamos tener en Chile los mismos problemas que ve ahora en EE.UU.?
-Sí, creo que ustedes van a ver ese escenario. Ese modelo, particularmente en la educación, en que antes que pensar en ella como un bien universal, hecha democráticamente, pública e igualitaria que todos usan, se ve como algo más y más estratificado, va a producir más crisis y más rebelión.