Su personalidad no da lugar a medias tintas. Mientras en el Ejecutivo lo resaltan como “uno de los grandes valores desconocidos de este gobierno”, quienes han sido sus adversarios lo retratan como un hombre inflexible.
“La educación la hacen los maestros, no los gobiernos que encubren el lucro”. En plena ceremonia de premiación a los docentes de excelencia, y en frente del presidente Sebastián Piñera, el pasado martes la profesora Mariela Farías levantó su cartel en forma de protesta, justo cuando iba a ir a recibir su premio, en un gesto que rompía con el protocolo de la instancia.
Pero Fernando Rojas (38) no se inmutó. El ministro de Educación suplente -quedó en el cargo tras la acusación constitucional aprobada por la Cámara de Diputados que suspendió a Harald Beyer- siguió con lo que correspondía hacer en la ceremonia: manteniendo la calma, felicitó a Farías, le dio un beso, le entregó su diploma, e incluso la aplaudió mientras se retiraba a su asiento, al tiempo que se preparaba para entregar el siguiente reconocimiento.
Rojas saltó al protagonismo esta semana. El subsecretario de Educación copó la agenda con apariciones junto a Piñera y entrevistas a la prensa. No sólo defendiendo a Beyer en la antesala de que el Senado decida su continuidad, sino también recalcando una y otra vez los datos de lo que defiende como los avances en educación de este gobierno. El miércoles, durante otra pauta con el mandatario en La Moneda, se basó en una serie de cifras para justificar por qué el movimiento estudiantil debía reconocer los avances de la actual administración.
Su estilo es famoso en palacio. Tiene “línea directa” con el mandatario, quien le consulta frecuentemente por datos de Educación para sus intervenciones. Y algunos dicen que el subsecretario es uno de los hombres que han participado en más reuniones bilaterales con Piñera. Una consecuencia de haber sido el segundo de a bordo de Joaquín Lavín, Felipe Bulnes y Harald Beyer. De hecho, a Rojas le suelen llegar preguntas sobre diferentes ámbitos de la cartera. “Es la enciclopedia del Mineduc de este gobierno”, dicen en La Moneda.
Ser el sobreviviente en una cartera compleja, que administra más de un quinto del presupuesto anual del país, hace que muchos reconozcan que el ingeniero civil de la UC es un hombre clave en el Mineduc y que goza de un importante poder. “Para mí, Fernando Rojas se transformó en un imprescindible. Porque los ministros de Educación no dan abasto: se gastan muchos días en conversaciones para lograr acuerdos políticos. Así que se necesita una persona especial para manejar el ministerio. Y sólo él era capaz de hacerlo”, dice Lavín.
Sin embargo, su personalidad no da lugar a medias tintas. Mientras en el Ejecutivo lo resaltan como un hombre “brillante” y “uno de los grandes valores desconocidos de este gobierno”, quienes han sido sus adversarios lo retratan como un hombre inflexible. Una historia que se arrastra desde sus años universitarios, donde aprendió sus primeras lecciones de política.
UN DURO EN LA FEUC
Ya había demostrado capacidad académica y dotes de liderazgo en el colegio Tabancura, pero fue en la Universidad Católica donde se perfiló como un gestor: compañeros de la época relatan cómo en segundo año de Ingeniería consiguió desde el centro de alumnos armar un convenio con un instituto de inglés para que los estudiantes de la carrera aprendieran un segundo idioma. Así no tardó en ser reclutado por el gremialismo para ocupar en 1997 la vicepresidencia de la Federación de Estudiantes que encabezó Thomas Leisewitz.
En un año de agudas movilizaciones estudiantiles y donde recién se había creado la Confederación de Estudiantes de Chile (Confech), Rojas sin embargo no era partidario de sacar a los estudiantes a la calle y planteaba que la labor de las federaciones debía ser más propositiva. Así se reunieron con el ministro de Educación de la época para entregarle una propuesta de financiamiento universitario y él fue quien promovió al interior del plantel que los alumnos pudieran evaluar a los académicos. Al año siguiente, y como consejero superior de UC fue el contrapeso de Álvaro Ramis, el primer presidente de la Feuc de la izquierda extra Concertación. Ramis no tiene los mejores recuerdos: “Con él era muy difícil concordar posiciones. Rojas jugaba al rol de ‘policía malo’ y el presidente del centro de alumnos de Derecho, Ernesto Silva (hoy diputado UDI), era el ‘policía bueno’. Fernando era mucho más dogmático y obstinado, en cambio Ernesto tenía interés en comprender a sus adversarios. Con Fernando me sentía hablando con un muro”. Un gremialista de ese tiempo agrega que “Fernando no es un político tradicional, no es en ningún caso el gallo carismático que convoca con su discurso. Pero tiene el sello de la eficiencia y con eso logra respeto”.
El 2000 sorprendió a varios de sus amigos cuando les contó de una decisión radical. El ingeniero, que en ese tiempo trabajaba en Unilever, tenía en sus manos una carta de aceptación para ingresar al máster en Políticas Públicas de la Universidad de Harvard. Pero su destino no estaba en el norte, sino en el sur. La Fundación Jaime Guzmán lo había contactado al mismo tiempo para ser uno de los primeros profesionales en participar del programa Jóvenes al Servicio de Chile, que incluía vivir dos años en comunas pobres para hacer servicio social. Rojas decidió postergar la opción de Harvard y viajar a Traiguén, en plena Araucanía, para asumir como secretario ejecutivo de la Asociación de Municipalidades de Nahuelbuta.
Tras un par de años, viajó a Estados Unidos para, ahora sí, estudiar en Harvard con una beca Fulbright. Durante su máster se interesó en estudiar el área educacional. Y a su regreso, le tocó un desafío mayor: ingresó a la Municipalidad de Santiago para ser el secretario de Planificación bajo la alcaldía de Joaquín Lavín, en ese entonces la principal carta presidencial de la Alianza. Uno de los factores que lo hicieron ganarse la atención del edil era su mezcla de formación: ingeniero civil de la UC con posgrado, pero a la vez con experiencia pública previa.
Rojas continuó en ese puesto durante el período de Raúl Alcaíno. “Es un verdadero servidor público: desinteresado, muy competente y sin afanes de figurar”, dice el ex alcalde de Santiago. Después, Rojas pasó al mundo privado: fue gerente de Planificación la AFP Habitat y director de Coaniquem. Al mismo tiempo, colaboró con la Fundación Jaime Guzmán en sus semilleros de liderazgo: era frecuente que él recomendara nombres jóvenes o diera charlas para motivar la participación juvenil.
Pero el triunfo de Sebastián Piñera en la elección presidencial de 2010 cambió las cosas. Rojas les comentó a sus cercanos que tenía ganas de participar en el primer gobierno de su sector. El interés llegó a oídos de Lavín, quien había sido designado en Educación y estaba buscando nombres para posibles subsecretarios. Tras plantear la propuesta a Piñera y su equipo, fue escogido rápidamente: el perfil cuadraba con la que ya se consideraba una de las áreas prioritarias del futuro gobierno. “El ministro tiene que ejercer un rol político fuerte y se necesitaba un subsecretario hipercalificado, que manejara la gestión de la mejor forma posible”, comentan en La Moneda. Aunque entonces nadie se imaginaba que Rojas terminaría siendo el hombre que permanecería en la cartera tras las mayores movilizaciones estudiantiles en las últimas dos décadas.
LA CABEZA DEL EQUIPO
Cuando el subsecretario asumió, en marzo de 2010, se encontró al frente de un ministerio desafiantes en términos de gestión. En esa época, el presupuesto de Educación alcanzaba US$8.900 millones, el segundo más alto; hoy, la cifra llegó a los US$13.500 millones, más del 20% del total del Presupuesto 2013 y el mayor entre todas las carteras. A ello se suma una serie de responsabilidades: supervisar todos los niveles de educación -desde la prebásica hasta la superior-, además de servicios adjuntos, como Conicyt y Junaeb. Cercanos a Rojas cuentan que él fue encomendado por Lavín para que formara el elenco de profesionales de la cartera. Así, dos de sus cercanos, María Francisca Correa y Jorge Poblete, son hoy jefes de la Junji y la Junaeb, respectivamente. También son nombres de su círculo los principales directivos del ministerio: Ricardo Evangelista, de la división de Educación General; Matías Lira, de Planificación; y Magdalena Kuzmanich, de Administración General.
Sin ser militante UDI, sus nexos más políticos los tiene con la generación joven de diputados de ese partido, entre ellos Ernesto Silva, Arturo Squella, Javier Macaya, María José Hoffmann y Romilio Gutiérrez. Al interior del gabinete, sus más cercanos son los subsecretarios Miguel Flores (Subdere), Álvaro Cruzat (Agricultura), Lucas Palacios (Obras Públicas) y Loreto Seguel (Suseso).
Católico practicante -va todos los viernes a la misa de La Moneda-, el subsecretario ha marcado su estilo en el Mineduc. Quienes comparten reuniones con él lo describen como “riguroso, estricto y puntual”. Es habitual que a las reuniones que se realizan en el sexto piso del ministerio él llegue con una carta Gantt que asigna responsabilidades y plazos para resolver los temas. Además, tiene en su oficina frascos llenos de dulces, que comparte con sus visitas. Y desde que asumió ha mantenido un ritual inamovible: dejar un día a la semana para cenar en familia con su esposa y sus siete hijos. Un gesto: ellos lo fueron a ver para su primer 21 de mayo al Congreso.
Adversarios en el camino
Quienes conocen a Rojas recalcan que es un hombre de convicciones fuertes y eso se ha notado en el ministerio: en varias ocasiones se ha mostrado contrario a posiciones de los titulares de la cartera, o ha pedido revaluar iniciativas que a su juicio no están claras. “Cuando Lavín gestionó el acuerdo en Educación en 2010, primero tenía que convencer a la Concertación y luego ir a convencer a Rojas”, recuerda entre risas un ex colaborador del Mineduc. Si bien con Lavín existía una cercanía mayor, los principales roces se dieron durante el período de Felipe Bulnes. Ambos diferían en privado en la estrategia para manejar el conflicto estudiantil y en temas de manejo administrativo. En el caso de Harald Beyer, pese a que en un primer momento se planteó que podían existir diferencias ideológicas sobre temas de educación, la relación ha sido buena. Una muestra es que Rojas dedicó buena parte de sus intervenciones a defender al ministro, y cuando se aprobó la acusación en la Cámara, envió una carta a los funcionarios del Mineduc con un cerrado apoyo al ministro.
La percepción de ser un “duro” se ha extendido al movimiento estudiantil, quienes lo culpan de ser un obstáculo para las negociaciones con el gobierno. El año pasado Rojas, un activo usuario de Twitter, discutió en varias oportunidades en esa red social con el entonces presidente de la FECh, Gabriel Boric, por críticas a temas como el Crédito con Aval del Estado. “Ha estado bajo los tres ministros y es de los sectores más conservadores de la derecha educacional. Es un enclave que no ha permitido hacer cambios más allá del maquillaje”, afirma Boric. En el entorno de Rojas afirman que la imagen es una “caricatura” y que el subsecretario tiene posiciones muy similares a las de sus ministros.
Su relación con el personal de la cartera ha sido tensa. El martes, la asociación de funcionarios (Andime) convocó a una conferencia para denunciar lo que consideran “una actitud autoritaria, represiva y excluyente” del subsecretario, y así intentar evitar que se levante el nombre de Rojas como alternativa para reemplazar a Beyer si prospera la acusación constitucional. Nelson Viveros, presidente de Andime, responsabiliza al subsecretario de 800 despidos en estos tres años de gestión. También da otros ejemplos de su estilo: afirma que debido a las tomas y movilizaciones, Rojas llenó el ministerio de cámaras de seguridad y controles de acceso, y clausuró la entrada principal al edificio por la Alameda.
En La Moneda defienden a Rojas asegurando que debió hacer un “recambio” de personal al interior del ministerio, y que ha logrado mantenerlo sin escándalos como el de las subvenciones escolares bajo el gobierno de Bachelet. En la Alianza, afirman que su desempeño lo ha hecho quedar en primera fila para ocupar un alto cargo en caso de un eventual nuevo gobierno del sector, tanto por ser joven como por la experiencia acumulada. Un integrante del Comité Político lo define así: “Han pasado muchos ministros, pero Fernando permanece. Y eso te dice algo”.