Por Sebastián Rivas Mayo 2, 2013

“La gente joven tiene una actitud más proclive a buscar entendimiento (...) te diría que respetan la realidad de que Chile es un país de una capacidad económica, política y militar muy superior. ¿Cómo te  vas a pelear con un tipo que es mucho más grande que tú?”, plantea el ex canciller Armando Loaiza.

“¿Quién es el enemigo?”. Pablo Michel recuerda entre risas la pregunta que le hacía su profesora de religión tres décadas atrás. Es martes por la noche y está en un café en el barrio de Sopocachi, uno de los sectores céntricos de La Paz. Michel, que a los 39 años es uno de los historiadores más prestigiosos de Bolivia; creador de una serie sobre la Guerra del Pacífico y cuya opinión es consultada por el presidente Evo Morales; que viaja a lo menos una vez al año a Santiago y que es un convencido de que ambos países tienen mucho más en común de lo que creen, cuenta que la profesora quería que sus alumnos respondieran que el enemigo contra el que tenían que luchar era el diablo. Pero para la mayoría de los pequeños, la respuesta era otra:

-¡Los enemigos son los chilenos!

Unas horas antes, a un par de cuadras del Palacio Quemado, Armando Loaiza confesaba que, hasta última hora, no estuvo convencido de que Bolivia presentara hace dos semanas una demanda ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, exigiéndole a Chile que negociara. Mientras toma desayuno, comenta que minutos antes estuvo con el ex presidente Eduardo Rodríguez Veltzé (2005-2006), de quien fue su canciller y al que Evo Morales designó como agente ante el tribunal, pese a sus reconocidas diferencias ideológicas. Loaiza repite una y otra vez un concepto: Chile y Bolivia están condenados a entenderse.

“Bolivia es un país en que cerca del 55% de su gente tiene menos de 25 años. La gente joven tiene una actitud más proclive a buscar entendimiento con Chile y, además, porque están todo el día en el internet, te diría que respetan la realidad de que Chile es un país de una capacidad económica, política y militar muy superior. ¿Cómo te vas a pelear con un tipo que es mucho más grande que tú?”, plantea Loaiza.

La opinión es minoritaria: en una Bolivia en que la tónica de los últimos años ha sido la división política entre partidarios y opositores de Morales, el apoyo a la demanda ha sido prácticamente unánime. “El concepto que se tiene en Bolivia es que se ha intentado por todas las vías una salida al mar, y el resultado ha sido el mismo: no hemos tenido en más de 100 años una respuesta”, dice el senador Germán Antelo, uno de los más tenaces opositores del mandatario.

Pero al buscar las opiniones sobre Chile, llegan las sorpresas. Si bien todos resaltan que el tema del mar es un elemento central, las élites de Bolivia miran con mucha atención al país y, en muchos casos, tienen una relación profunda. Una dicotomía que, para muchos, explica los constantes vaivenes en la relación bilateral, e incluso la travesía para llegar a La Haya. “No hay un sentimiento de simpatía, pero quizás hay hasta cierta envidia por lo mucho que Chile ha avanzado”, dice el analista Jorge Lazarte. “De hecho, hay mucha gente que va a Chile, a pesar de este concepto existente. Es un sentimiento mezclado”.

 

Orden y progreso

“Cuando tienes un problema médico, para los que pueden pagar, el primer lugar de destino es Chile”. Raúl Peñaranda, director del periódico Página Siete, pone ese caso como uno de los ejemplos de la relación que se da entre ambos países, en especial entre los sectores más acomodados. “Sobre todo las élites son muy proclives a Chile. Siempre se pone como un ejemplo de lo bueno. Tenemos una relación dual: por un lado, admiración a que Chile es un país ordenado, con crecimiento, con muy poca pobreza y poca corrupción. Pero también de rechazo por el tema del mar. Es como la relación que tiene América Latina con Estados Unidos: de resistencia, de crítica, pero también de admiración”, plantea.

El concepto de Peñaranda refleja la percepción que existe en La Paz sobre Chile. En las últimas décadas, se han masificado los viajes desde esa ciudad a Arica para las vacaciones: a seis horas por tierra y 45 minutos en avión, es frecuente ver en enero muchos autos con patente boliviana. Algo similar ocurre con la educación. Las cifras oficiales hablan de que poco más de 25 mil bolivianos viven en Chile, la cuarta comunidad después de peruanos, argentinos y colombianos. Y es habitual encontrar en las clases media y alta a profesionales que viajaron a perfeccionarse a Santiago. Loaiza lo plantea así: “Hay gente que hace un modus vivendi del comercio con Chile. Por Iquique y Arica entra una producción enorme de países asiáticos. En Santiago, hay un grupo bastante grande de estudiantes de posgrado bolivianos -no me refiero a los de las universidades, que son más- que están en universidades privadas chilenas y algunos en la Católica y en la Chile”.

Otro factor que se destaca es el orden del país. El periodista y escritor Fernando Molina plantea que incluso la época de Augusto Pinochet fue seguida con interés. “Las élites más de derecha han admirado a Pinochet. Porque era orden lo que ellos querían. Y luego, el éxito económico ha sido muy importante para esta élite tradicional, que ven a Chile como un país más ordenado”, plantea. “Este grupo piensa que es un país ordenado, progresista, desarrollado, que nos ha ganado la guerra porque lo ha hecho mejor que nosotros ”.

El elogio a ese modelo viene sobre todo desde el mundo empresarial. Óscar Calle, quien hasta esta semana presidió la Cámara Nacional de Comercio de Bolivia, destaca el éxito chileno: “Chile hoy día tiene una economía que está trascendiendo sus propias fronteras. Le ha dado condiciones no sólo para que el país se desarrolle, sino para también atraer inversiones”. Eso, pese a que, a diferencia de Lima, en La Paz no se ven grandes tiendas chilenas, y que el intercambio comercial, aunque creció, es moderado: en 2012 Chile exportó US$1.539 millones -su tercer destino en Latinoamérica-, pero Bolivia sólo envió US$219 millones.

Esa admiración está expandida, pero es a la vez causa de recelo. La explicación que dan en La Paz es que, durante más de un siglo, las élites políticas y económicas bolivianas se dividieron en dos bandos: prochilenos y properuanos. Los primeros abogaban por mantener una buena relación y negociar en la medida de lo posible, algo que además sumaba otro elemento: los fuertes lazos familiares, ya que era común ver matrimonios entre bolivianos y chilenos. En cambio, la postura de los segundos era más extrema y pretendían una completa reivindicación de los territorios perdidos en la Guerra del Pacífico.

La interpretación que circula en la capital es que Evo Morales optó por un camino intermedio entre ambas posturas: si bien tomó la iniciativa, no denunció directamente el Tratado de 1904, como pedían los sectores más radicalizados, sino que buscó una fórmula alternativa, al solicitar a la corte que obligue a Chile a negociar a partir de lo que estiman como compromisos previos.

El ex presidente Carlos Mesa, quien además es uno de los historiadores más reconocidos de su país, afirma que con la demanda se está iniciando una nueva etapa: “Las élites bolivianas pasaron una fase de gran escepticismo, de decir ‘esto no tiene solución, estamos dando vueltas y olvidémonos, vamos a pasar la página’, pero eso no se puede. En el inconsciente colectivo boliviano es imposible pasar la página del tema marítimo sin una solución definitiva. La demanda marca una interrogante interesante: se abre un espacio novedoso, interrogativo y no radicalizado desde la perspectiva boliviana”, señala.

TITICACO Y CONDORITO

Pablo Michel cuenta que cuando hace clases de historia, siempre les pide a sus alumnos que revisen las revistas Condorito para comprender a Chile. “Es el reflejo de la sociedad chilena, por ejemplo, en el tema de los anhelos”, dice. Pero hay un personaje que le llama la atención: Titicaco, inventado por Pepo como un símbolo de Bolivia. “Se habla del amigo Titicaco, pero con un tinte paternalista. El indiecito, que es nuestro hermano. Se habla de los ‘hermanos bolivianos’. Cuando se habla de los argentinos, son los argentinos; igual con los peruanos. Hay un tono condescendiente”, explica.

Una visión extendida en La Paz es que los chilenos no son capaces de comprender a los bolivianos. “A pesar de las dificultades, en los hechos el boliviano conoce más al chileno que el chileno al boliviano, porque ha viajado mucho a Chile”, dice Loaiza. Varios analistas plantean que esa falta de empatía se nota en especial en el tema marítimo. “Las élites chilenas presumían ciertas cosas, o no valoraban la condición de razonamiento, de interpretación y de acción de la diplomacia y del Estado boliviano”, dice Carlos Mesa. “Ha habido una presunción basada en dos criterios, que creo que no eran correctos. Uno: Bolivia no es un interlocutor válido, porque tiene líneas que se van contradiciendo o no tienen continuidad en el tiempo. Y dos: están utilizando el tema de la mediterraneidad de Bolivia como una cuña para sostenerse políticamente. Creo que esos dos prejuicios han distorsionado la lectura de Chile en torno a lo que Bolivia quiere”.

Michel apunta, además, que la propia idiosincrasia boliviana ha llevado a destacar más la derrota ante Chile que los éxitos militares de su país a lo largo de la historia. “En Bolivia estamos muy felices con la autoflagelación, con que el árbitro nos robe el gol o nos cobre un penal. En su historia, Bolivia se regodea más hablando de sus tragedias y de sus fracasos, y no de sus victorias”, plantea.

Pero hay una frase en particular que molesta: aquella que manifiesta que Chile no tiene ningún tema pendiente con Bolivia. “¿Por qué Chile no puede dar una señal de buena voluntad a su vecino pobre? Es la importancia del gesto. Ni siquiera la cesión territorial, sino el gesto verbal”, dice Peñaranda, que recuerda que España se mantiene permanentemente reclamando Gibraltar, pese a que el Reino Unido ejerce soberanía sobre ese territorio desde 1713.  “Si España sigue después de tres siglos pidiendo ese peñón, van a pasar tres siglos más y Bolivia va a seguir pidiendo el mar”.

 

El factor Evo

Todos los analistas concuerdan en que un elemento indispensable para comprender la actual visión de Bolivia sobre Chile es entender a Evo Morales y la nueva élite política que llegó con él al poder. Peñaranda plantea que las élites tradicionales están resignadas a que él seguirá en el poder por un tiempo largo, algo que se ratificó el martes, cuando el Tribunal Constitucional lo habilitó para repostular por cinco años más en 2014. “La élite boliviana al principio pensaba que podía derrotar a Evo. Por eso era un país dividido. Y claramente no pudieron. Entonces, también eso genera una idea de: ‘Bueno, se va a quedar’. Pero también Evo tuvo una grandeza de decir: ‘Oye, los invito y los voy a escuchar’”, afirma.

Para el senador del MAS Eduardo Maldonado, el gesto fue un reflejo del poder que tiene el mandatario: “Si uno compara a Bolivia de hasta una o dos décadas atrás, había un escenario bastante convulso y febril, que estaba matizado con el conflicto. Hoy, habíendose superado esa etapa, la sociedad boliviana ha ingresado a una fase diferente”, señala.

En La Paz no hay grandes sorpresas por el cambio de postura de Morales. Fernando Molina explica que Evo viene de una formación tradicional: nacionalista y militar, donde Chile es un adversario y el tema del mar es algo central. Por eso, plantea, la relación fluida que se dio durante el gobierno de Michelle Bachelet y a inicios del período de Sebastián Piñera fue algo que no estaba en los pronósticos. “Lo realmente extraordinario fue ese período en que un nacionalista, no un liberal, se llevara bien con Chile. Fue una cosa rarísima, que sólo se debe a un momento coyuntural. Ahora estamos en lo normal”, explica.

Carlos Mesa añade que Morales cuenta con una ventaja sobre la clase política tradicional boliviana: al ser un liderazgo inédito, tanto por su origen indígena como por el apoyo popular, no tiene los miedos que enfrentaron los gobernantes anteriores en la relación con Chile. Pone como ejemplo que uno de los grandes traumas fue la solicitud boliviana en 1921, ante la Sociedad de las Naciones, para que se revisara el Tratado de 1904, que finalmente fue rechazada. “Eso marcó la política exterior boliviana. Se decía: ‘Ir a un tribunal internacional tiene riesgos gravísimos que hay que medir demasiado y, por lo tanto, olvidémonos de ese tema’. El presidente Morales carece de ese prejuicio y eso lo lleva a algo que hoy, entiendo, es una decisión correcta, porque termina un ciclo agotado”, señala.

En La Paz hay calma, como si esto fuera el inicio de un proceso largo y que avanza con la misma velocidad pausada con que hay que enfrentar sus 3.650 metros de altura. Los analistas destacan que Evo se anotó un triunfo al lograr una visión única sobre el tema, algo que no ha sido común en la larga historia boliviana. Sin embargo, las opiniones sobre el éxito de la demanda están divididas. Para la mayoría, es un punto de inicio que puede llevar a conversaciones.

En medio de la noche paceña, Pablo Michel dice que hace poco vio la película Lincoln, y que algo de eso le hizo sentido para el caso de Chile y Bolivia. Dice que, tal como en esa ocasión abolir la esclavitud fue un primer paso para llegar a la igualdad de todas las personas, él espera un gesto chileno, como ofrecer un enclave sin soberanía, que abra las puertas a una mejor relación. Cuenta que su sueño es vivir un “muro de Berlín” en La Paz: que alguna noche pueda escuchar que Chile aceptó ceder un corredor y volcarse a la frontera, para conocer un mar que sea boliviano. Para eso, cree, es clave fijar una política de país. Y por eso, en su voz se nota esperanza: “Una de las características de Bolivia es que no hay unidad. Pero en este tema ahora hay unidad. Como boliviano, hoy puedo decirte que es una política de Estado”, dice. “Y tal vez en eso estamos siendo un poco como Chile”.

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