Por Juan Andrés Quezada Mayo 16, 2013

El viernes 10 en la tarde, el jefe de Contenidos del gobierno, Ignacio Rivadeneira, le entregó a Sebastián Piñera el primer borrador del mensaje del 21 de mayo, su última cuenta al país, y para muchos la más importante. Ese fin de semana, en su casa, con lápiz Bic rojo, el presidente comenzó a tachar frases, incorporar ideas y, teléfono en mano, a chequear información con sus ministros. Escribió tanto que le dio tendinitis. Por ello, el martes, el mandatario se encerró con Sarita, su secretaria, a hacer las correcciones al texto. Como no podía escribir, Piñera le pidió a Sarita que se sentara en su computador, mientras él, al lado, le dictaba los retoques. Tras varias horas de trabajo, se imprimió el segundo borrador, que volvió a manos de Rivadeneira y a su equipo de ghostwriters.

Piñera está dedicando muchas energías a este discurso, coinciden todos en palacio. Incluso, solicitó que le disminuyeran la cantidad de actividades. Quiere mostrar con hechos y obras que ha realizado un buen gobierno que termina con cifras azules, pese a que las encuestas no lo acompañan. En la Adimark de abril, el 34% de los encuestados respaldaron la forma en que está haciendo su labor, aunque en La Moneda señalan que en sus encuestas ya superó hace rato esa cifra. 

Por ello, a diferencia de los primeros mensajes, en que las ideas-fuerza estaban claras tres semanas antes, hasta el momento no está totalmente definida la línea argumental del discurso, y este fin de semana Piñera continuará haciendo consultas.

De hecho, una de las interrogantes que persistían es si hacer un mensaje dirigido a todo el país o enfocarlo más hacia los 3.074.164  personas que votaron por él en primera vuelta. El debate es profundo: hablarle a la centroderecha para recuperar ese 44% de cara a las presidenciales es la primera prioridad de la Alianza. Sin embargo, si bien el discurso del próximo martes no será sólo una enumeración de logros, se destacarán las obras de su mandato. La explicación, según un alto asesor, es una sola: “Piñera quiere dejar constancia del país que entregará”.

Últimamente, en varias reuniones, Piñera ha reconocido que no terminará siendo un presidente popular, como al principio de su gobierno lo convenció más de una asesora externa. “Los buenos presidentes tienen que lograr dos cosas: hacer un buen gobierno y conseguir aprobación, pero si tuviera que escoger entre estas dos, me quedo con la primera”, es una de las frases que él repite por estos días. 

En el gobierno señalan que, justamente esta idea-fuerza es la que reflejan sus últimos focus group, es decir, que pese a todo -27/F, altas expectativas, protestas estudiantiles, salidas de protocolo y cuestionamientos de la oposición- la gente saca conclusiones como que “Piñera ha hecho la pega”, o que “no me cae bien, pero ha hecho un buen gobierno”, según los mismos estudios que mencionan sus asesores. De ahí, surge la estrategia de intentar buscar un parámetro con Michelle Bachelet que lo beneficie. “Hemos hecho un mejor trabajo que la ex presidenta, reconozco que ella tiene cualidades de cercanía y simpatía que se las envidio, pero distingamos esas características personales de su gobierno”, dijo hace 10 días en una entrevista en radio Bío-Bío.

 

LA NUEVA FORMA DE GOBERNAR

Un detalle que no ha pasado desapercibido en el círculo íntimo del presidente es el de sus horas de sueño. Si hasta el inicio de su mandato estaba acostumbrado a dormir apenas cuatro horas diarias, ahora intenta que sean no menos de seis. Y si bien su ritmo continúa siendo intenso, sus colaboradores más cercanos afirman que, sobre todo en los últimos meses, Piñera se está tomando las cosas con más calma.

En su entorno coinciden en que el gobernante ha aprendido varias lecciones. Si al inicio del mandato era más impulsivo, hoy se toma más tiempo para analizar las cosas. También aceptó no tener tanto protagonismo. Salvo entrevistas radiales quincenales, evita hablar de todos los temas -lo que lo exponía a múltiples críticas- y se acota a áreas específicas, como relaciones internacionales, empleo, educación y salud. Tras las manifestaciones en Aysén y Magallanes, se convenció de que aunque una solución sea impecable técnicamente, siempre hay que evaluarla políticamente. Y cambió hacia un discurso más inclusivo y con un tono más humilde que el del inicio.

Esa evolución se puede ver en los énfasis de los discursos del 21 de mayo. El primer mensaje de Piñera, en 2010, fue muy aplaudido. A tres meses del terremoto, el mandatario descolocó a la Concertación al incorporar varias de sus promesas y anunció muchas medidas con plazos más allá de su gestión, dando a entender que el piñerismo no se agotaba al término de su mandato. Su segundo discurso no es bien recordado en palacio. Fue bajo un ambiente tenso y estuvo marcado por incidentes. En el del año pasado, sin embargo, pidió perdón por los errores cometidos y anunció el puente de Chacao. Sin embargo el objetivo de terminar con el discurso exitista se vio eclipsado por una polémica que se desató luego que, en una entrevista en TV, criticara a Bachelet por su actuar el 27/F. Por ello, este año no habría ronda de entrevistas con los canales.

En privado, Piñera ha admitido que elevar las expectativas al inicio de su mandato jugó en su contra a lo largo del período. A ello, reconoce, ayudó un lenguaje que era percibido como distante, algo que se ha tratado de corregir. Otro secretario de Estado apunta a que el propio presidente se ha ido empapando de su rol. 

También ha comenzado a valorar otras instancias: ha aumentado sus salidas a terreno, expandió su círculo de influencia más allá de sus iniciales asesores de confianza -Hinzpeter y Brahm-, acercándose a políticos que antes fueron sus rivales -como Pablo Longueira y Joaquín Lavín-, e incluso disfruta apareciéndose sorpresivamente en ministerios para reunirse con los funcionarios. 

Pese a los cambios, hay cosas que persisten. Como el malestar del mandatario ante lo que considera como un bajo reconocimiento de sus avances. “A mí como presidente me dan como caja todo el santo día”, dijo hace dos semanas. Por ello, no son pocos los que creen que ya está pensando en el 2018.

 

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