Por Juan Pablo Sallaberry Mayo 16, 2013

Las apuestas no estaban con ellos. Cuando en marzo de 2010 se nombró a Felipe Larraín y Alfredo Moreno como ministros de Hacienda y de Relaciones Exteriores, muchos fueron los cuestionamientos en público y en privado que recibieron. El primero por ser un académico sin manejo político, que necesariamente quedaría a la sombra de Sebastián Piñera, quien como PhD en Economía sería el verdadero jefe económico del gobierno. El segundo por venir del mundo privado y no tener experiencia diplomática para un tema tan sensible como las relaciones bilaterales. Pero las apuestas se equivocaron. Hoy, los dos figuran entre los ministros mejor evaluados del gabinete (Moreno con un 75% y Larraín 56% de aprobación según Adimark), se volvieron piezas inamovibles del gobierno y sus gestiones son mayoritariamente respaldadas por todos los sectores políticos. Lograron dar vuelta el partido, pero no fue una tarea fácil.  

El pasado miércoles 15 de mayo, en un desayuno de Icare en el hotel W, Felipe Larraín alzó la voz y como nunca se metió de lleno en la campaña presidencial. “Estamos asistiendo a un verdadero festival de anuncios tributarios que parecen dar por sentado que el crecimiento de la economía está garantizado”, lanzó.  Según sostuvo no es posible reducir la desigualdad con una economía estancada, y que si el crecimiento se mantiene en un 5%, Chile  será país desarrollado en 2016, pero que si baja a un 1% habrá que esperar hasta el 2030.

Larraín hablaba de metas nacionales, pero ya había cumplido una preciada meta personal. Finalmente, y luego de tres años de gestión logró convertirse en el jefe económico indiscutido del gobierno. Y lo había conseguido sorteando números obstáculos. El primero, aprender a convivir con Piñera -quien fue su profesor de comercio internacional en la universidad-, y que si tendía a supervisar e involucrarse en extremo con el trabajo de todas las carteras, con Hacienda, su favorita, lo hacía aún más. El mandatario, por ejemplo, protagonizó todas las cadenas nacionales para anunciar el presupuesto de la nación. Larraín entendió que debía ocupar un segundo plano y  discutir los proyectos con Piñera de economista a economista. Pero pronto fue ganándose su espacio y marcando triunfos propios como la emisión el 2012 del bono soberano con la tasa más baja de la historia. 

Larraín enfrentó también la alta figuración de los ministros de Economía. Con Juan Andrés Fontaine -otra carta que  Piñera barajó como posible ministro de Hacienda- rivalizó abiertamente. “No caben dos macroeconomistas en un mismo gabinete”, repetía en privado Larraín. En julio de 2011 Fontaine fue reemplazado por Pablo Longueira, quien opinaba de asuntos de Hacienda como reformas tributarias, pero Larraín salió a frenarlo. La designación la semana pasada de Félix de Vicente al mando de Economía aquietó las aguas.

Sin militancia política, en el Congreso coinciden que logró ganar la confianza de los parlamentarios para sacar todos sus proyectos de ley, el reciente fracaso del salario mínimo fue una excepción. “Larraín se piñerizó, en el sentido de entender que es tan importante la teoría económica como las consideraciones políticas”, dice el senador Carlos Kuschel (RN) de la Comisión de Hacienda. Para el DC Andrés Zaldívar: “A veces era excesivamente ortodoxo, pero ha cumplido  su rol”, aunque a su juicio le ha tocado administrar las buenas políticas económicas de la Concertación. Larraín y Zaldívar se reunieron el lunes para avanzar en la Ley de Presupuesto 2014, e incluso con Ricardo Lagos Weber, con quien ha tenido  roces en el Senado, suele mensajearse y reunirse en privado para lograr acuerdos. 

Está a sus anchas en el cargo. Ha afiatado una alianza con la directora de Presupuesto Rosanna Costa, quien tiene gran influencia dentro de la cartera. En Hacienda creen que la gente está comenzando a percibir los buenos índices económicos y señalan que Larraín -aunque participa en el comité político- nunca tuvo ambición de poder mayor y cuando se retiré volverá a la academia. Hace cuatro meses  decidió quedarse  hasta el final del gobierno, rechazando un alto cargo en un organismo internacional. 

Moreno al abordaje

Alfredo Moreno es el único ministro que se permite tutear a Piñera y tratarlo de “Sebastián”. Esto pese a que el mandatario, por el contrario, trata de “usted” a sus asesores. Asimismo, es el que tiene mayor libertad y autonomía para manejar su ministerio. En un comienzo su experiencia en el mundo privado le había significado cuestionamientos no sólo de la oposición sino desde la propia Alianza, cuando el 2010 Andrés Allamand -quien aspiraba a ser el canciller- puso en duda sus capacidades. 

“Finalmente, sus habilidades de negociador le sirvieron para la diplomacia”, explica Andrés Zaldívar sobre el reconocido papel que ha jugado Moreno al mando de la Cancillería. El senador lo había conocido hace años, cuando era abogado de José Luis del Río y Moreno la mano derecha del empresario. Allí lideró la fusión entre Sodimac y Falabella, tienda de la que luego sería director. 

Definido como un hombre sereno y “a prueba de balas”, en el gobierno Moreno exhibió su capacidad de diálogo, manteniendo al mismo equipo en el ministerio y estableciendo buenas relaciones con los parlamentarios y con los países vecinos, y consiguió logros importantes en materia de política exterior, como la visita del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en 2011, de la canciller alemana Ángela Merkel -quien no suele hacer giras - o la Cumbre Celac-Unión Europea. Incluso consiguió buenas relaciones con Venezuela, donde el actual presidente Nicolás Maduro era uno de sus interlocutores. 

Pese a todo, también tiene deudas pendientes como las promesas de modernización interna de la Cancillería -proyecto que La Moneda impulsará luego del 21 de mayo- o la distante relación que se ha mantenido con Brasil, país que no tiene en el mapa a Chile como aliado, o dudas sobre la estrategia de privilegiar las relaciones comerciales y no haber mantenido una actitud más enérgica frente a Perú en medio de la demanda limítrofe en La Haya, así como el empeoramiento de la relación con Bolivia. 

En cualquier caso, Moreno se ha blindado de las críticas gracias a que en el país persiste la tradición de asumir los temas internacionales como un asunto de Estado y no utilizarlos como arma arrojadiza para la política interna. La gran interrogante es si tendrá algún costo en su imagen un fallo negativo en el tribunal de La Haya. 

 

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