“Cualquiera que quiera ingresar a la Alianza del Pacífico puede hacerlo, basta con que esté de acuerdo con nosotros, porque hay países que, con todo derecho, piensan que el esquema de desarrollo debe ser distinto. Pero bueno, ya dirá el tiempo quién tiene la razón”.
El canciller Alfredo Moreno estaba exultante. La Alianza del Pacífico, el bloque comercial que él impulsó y ayudó a crear hace dos años junto a los gobiernos de México, Colombia y Perú, se robó el protagonismo en la última Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, realizada el pasado 18 y 19 de octubre. Las agencias de prensa y los medios internacionales entrevistaban a las autoridades sobre los logros de esta nueva organización, alabada por Estados Unidos, y dos nuevos países anunciaban su interés en hacerse miembros: Panamá y Costa Rica. “La sólida y exitosa integración económica que ha fraguado la Alianza del Pacífico se ha erigido en el motor del desarrollo de América Latina, eclipsando con su pujanza a otras iniciativas como Mercosur o Unasur”, publicó El País de España.
Es la joya de la administración de Sebastián Piñera en materia de relaciones exteriores. Y los números hablan por sí solos. El pacto se ha convertido, según un estudio del FMI, en la sexta economía del mundo y tiene la envergadura de Brasil tanto en población (210 millones contra 200 millones) como en su Producto Interno Bruto (representa el 35% del PIB de América Latina versus el 45% de Brasil).
El director de la Dirección General de Relaciones Económicas Internacionales, Direcon, Álvaro Jana, agrega: “La Alianza del Pacífico forma parte de los ejemplos de integración abiertos y exitosos del Asia Pacífico que se analizan en foros como APEC. De hecho, ha llamado la atención de muchos países que han querido acercarse al proceso. Actualmente hay 18 países observadores. La circunstancia de que más del 50% de la inversión extranjera en América Latina durante el primer semestre de este año se haya concentrado en los países de la Alianza demuestra que estamos haciendo las cosas bien”.
Sin embargo, una preocupación ronda hoy en los pasillos diplomáticos de los países que componen la alianza. Según explica un embajador latinoamericano, el futuro de la organización puede estar supeditado al color político de los gobiernos que la componen, y teme que un nuevo mandatario en Chile pueda desechar este pacto.
La presión es fuerte. Sobre todo de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la entidad creada bajo el alero de Brasil pocos años antes, en mayo de 2008, como una instancia de integración regional a nivel político, y que hoy se ve amenazada y desplazada por este nuevo eje multilateral. La pregunta que se formulan en Cancillería por estos días es qué hará con la Alianza del Pacífico Michelle Bachelet, en caso de salir electa.
Por lo menos con la candidata del oficialismo, Evelyn Matthei, su respuesta es clara y lo especifica en su programa de gobierno, donde señala que este acuerdo comercial constituye “la piedra angular de un proceso integrador moderno con la región”.
ALIANZA BAJO FUEGO
Los primeros dardos contra el pacto suscrito por Piñera, surgieron del ALBA -la alianza de países bolivarianos- y en particular de Rafael Correa, el presidente de Ecuador, único país sudamericano de la cuenca Pacífico en no sumarse a la nueva alianza. “No entraría en ninguna de esas aventuras neoliberales”, indicó. El 14 de octubre el mandatario boliviano Evo Morales fue más allá y arremetió contra el bloque comercial, declarando que “los países que conforman la Alianza del Pacífico son parte de una conspiración de Estados Unidos para dividir a Unasur”.
La animadversión contra el pacto se explica porque está conformado por países libremercadistas, partidarios de economías abiertas y fomenta los acuerdos comerciales, en contraste con las economías más cerradas y reguladas de naciones como Brasil o Argentina. Del mismo modo los críticos miran con sospecha que la alianza fuera constituida principalmente por gobiernos de centroderecha, como en los casos de Chile, Colombia y México, y advierten que el bloque pueda comenzar a desempeñar un rol de influencia política más allá de su identidad comercial.
Así lo hizo ver el asesor internacional de la presidencia de Brasil, Marco Aurelio García, al declarar durante su última visita a Chile que “si es una integración económica yo no veo tanta relevancia, pero si es un proyecto político me quedaría un poco preocupado”. La alianza es vista en Brasil como un paralelo al Mercosur, bloque conformado por gobiernos de izquierda (Brasil, Argentina, Uruguay y Venezuela), caracterizado por sus políticas proteccionistas y que hoy está en una etapa de estancamiento. Asimismo, se lee que detrás de la alianza está la antigua rivalidad entre Brasil y México por el liderazgo regional.
Álvaro Jana rebate estas aprensiones señalando que “la alianza es un esfuerzo de integración económico y comercial, abierto, flexible y pragmático, sin fines políticos. En toda su trayectoria, la alianza nunca ha hecho alguna declaración política ni respecto de los demás países de la región ni respecto a otras regiones o países del mundo. Además, los países de la alianza seguimos participando entusiastamente de procesos como Unasur y la Celac”.
Demostrando que va más allá de las tendencias políticas, la Alianza del Pacífico ha sabido sobrevivir con éxito a sus primeros cambios de gobierno. Para sorpresa de muchos, el mandatario peruano Ollanta Humala mantuvo en pie el pacto que había forjado su antecesor Alan García, y lo mismo hizo en México Enrique Peña Nieto al reemplazar a Felipe Calderón.
UN PACTO ACOTADO
La sensación instalada es que Bachelet -quien fuera la primera presidenta de Unasur- es recelosa de la Alianza del Pacífico. Sin embargo esto no es tan así, matizan en el equipo bacheletista, más aún cuando la ex mandataria fomentó en su gobierno un acuerdo similar, el llamado Arco del Pacífico, el que no prosperó.
Reconociendo la importancia estratégica de aliarse con los países de la zona para el comercio con Asia, las críticas de la Nueva Mayoría apuntan más bien al tono de algunas declaraciones políticas de los miembros del pacto, remarcando una división ideológica en América Latina y enfrentando a los países del Pacífico con los del Atlántico.
Citan por ejemplo al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, quien ha dicho que “esta alianza está llamada a ser el proceso de integración más importante de la historia de América”, que “el mundo entero la está señalando como una especie de milagro, como un ejemplo a seguir”, y que agrupa a quienes tienen “fe en la democracia, creen en los derechos humanos, en las libertades fundamentales y en las bondades del libre comercio”.
No obstante, en el bacheletismo reconocen que el acuerdo se verá fortalecido cuando comience a exhibir resultados concretos y avance en algunas de sus iniciativas, como la nueva política de visas y tránsito de personas, que los países miembros puedan compartir sedes diplomáticas en Asia, o se desarrolle el Mercado Integrado Latinoamericano, MILA, para facilitar las transacciones bursátiles.
Así, de triunfar Bachelet, la idea no es retirarse del pacto, sino despolitizarlo y acotar sus alcances estrictamente al área comercial, para no interferir con las otras entidades de articulación regional.
Incluso se ha analizado rebautizar al organismo. El analista de Flacso Marcos Robledo, ex asesor internacional del gobierno de Bachelet, explica: “No hay un debate sobre la continuidad de la Alianza del Pacífico, sino más bien sobre la necesidad de ampliarla políticamente y pensar en una estrategia sudamericana para relacionarse con el Asia Pacífico. Hay todo tipo de propuestas, como el cambio de nombre. A mí no me parece mala idea, para terminar con este carácter excluyente con que es percibida”.