“Espero, si soy electa, estar en Brasil 2014”. La frase con que Michelle Bachelet celebró la clasificación de la selección chilena al mundial no hablaba sólo de fútbol.
La candidata de la Nueva Mayoría tiene los ojos puestos en ese país sudamericano y está monitoreando en detalle los pasos que ha dado el gobierno de Dilma Rousseff. Varios miembros de su comando coinciden en que Brasil, como nunca, puede convertirse en un aliado estratégico, político y comercial, de una futura administración.
Es hora de recomponer relaciones, dicen en el bacheletismo. Pese a que Brasil es la sexta economía a nivel mundial -por lejos la mayor de América Latina- y el segundo receptor de inversión directa de Chile en el exterior (allí se registran las inversiones más cuantiosas de capitales chilenos en los últimos años, como la fusión LAN-TAM y proyectos de Celulosa Arauco, CMPC y Cencosud), en la centroizquierda cuestionan el frío vínculo que ha mantenido el gobierno de Sebastián Piñera con ese país.
Un dato que lo muestra: Rousseff no ha hecho ninguna visita oficial a Chile en sus casi tres años de mandato, a excepción de un breve desayuno con Piñera con motivo de la cumbre Celac-Unión Europea de enero de 2013. Del mismo modo, Piñera sólo viajó a Brasilia una vez, a inicios de su gobierno, para reunirse con Luiz Inácio Lula da Silva.
En la oposición consideran que el mandatario ha cometido un error al privilegiar exclusivamente la Alianza del Pacífico, bloque comercial que suscribió con Perú, Colombia y México, dejando relegada a la cuenca del Atlántico: Brasil, Argentina y Uruguay, y al bloque de Unasur como referente político.
“A mí me sorprende la inactividad total de este gobierno en esa materia. Claramente hay un déficit con Brasil. No miramos para allá, sólo para Asia. Se siente la ausencia de una agenda bilateral importante entre Chile y Brasil y es una tarea principal del próximo gobierno restablecer al mejor nivel una relación constructiva de largo plazo”, sostiene Carlos Furche, ex director de la Dirección General de Relaciones Económicas Internacionales (Direcon) entre 2004 y 2010.
Agrega que sin olvidar su identidad como país del Pacífico, Chile debe equilibrar esto con la integración regional. “No podemos poner todos los huevos en la misma canasta, generar una división entre los países del Atlántico y los del Pacífico es claramente perjudicial”, afirma, y enumera razones de peso: Brasil presenta las mejores condiciones para las exportaciones chilenas de productos con mayor valor agregado (manufactura liviana, línea blanca, productos textiles, vinos, salmones y truchas, etc.). Y dada la necesidad de Brasil, y también de Argentina, de expandir sus vinculaciones comerciales con China, Chile puede convertirse en un país puente, el camino de integración natural poniendo a disposición sus puertos, sus carreteras y sus aeropuertos. “Ofrecer la logística y la cadena de servicios para que las grandes economías del Atlántico puedan mirar al Pacífico”.
Coincide Marcos Robledo, cientista político de Flacso y ex asesor en materias internacionales del gobierno de Bachelet. Y agrega un punto: en un escenario de demanda creciente de China por los productos primarios de América Latina, el próximo gobierno debería iniciar un plan para tender lazos con Brasil con miras a conformar una cadena de valor en la región, una alianza entre países vecinos para no depender únicamente de los commodities y generar productos con mayor valor agregado.
En el mundo se han conformados tres cadenas de valor, la europea, la asiática (un producto ensamblado en China puede tener componentes elaborados en Singapur, Malasia, Indonesia o Vietnam) y la norteamericana del Nafta, en que participa México. Pero Chile ha quedado fuera de todas las cadenas de valor. “El problema de enfocarse en la exportación de materias primas es que están concentradas en pocas empresas, que crean poco empleo, por lo tanto, tienen poco impacto en un crecimiento inclusivo. ¿Es posible en el largo plazo construir una cadena de valor sudamericana? No sabemos, pero creemos que no hay que cerrar la puerta a eso en este nuevo escenario mundial, donde la demanda del Asia Pacífico excede la capacidad de los países por sí solos”, afirma Robledo.
Y en ese escenario, “Brasil está creciendo tanto que en los próximos años es muy esperable que esté mucho más interesado en desarrollar un proceso de integración sudamericano en lo comercial”.
DILMA EN LA MIRA
Con la atención puesta en Brasil y consciente que un acuerdo económico pasará por recomponer lazos políticos, Bachelet sigue paso a paso lo que ha sido la administración de Rousseff. Tanto, que un miembro de su comisión de relaciones exteriores lo define así: “Brasil es el laboratorio de lo que puede ser el segundo gobierno de Bachelet”.
En el equipo bacheletista han estudiado en detalle los aciertos y errores de la gestión de la mandataria brasileña. Por ejemplo, su política de bonos y transferencias directas de dinero a familias de escasos recursos para reducir la tasa de pobreza. Se trata del programa Brasil Cariñoso, modelo que está siendo estudiado en todo el mundo y que, según el gobierno de ese país, sacará de la extrema pobreza a dos millones de familias.
Pero, en el comando de la Nueva Mayoría, también tomaron nota del fallido intento de la Rousseff de convocar a una asamblea constituyente para descomprimir las movilizaciones sociales que comenzaron en junio de este año. La mandataria debió echar pie atrás a su anuncio luego de evaluar que los obstáculos políticos que enfrentaría para cambiar la Constitución retrasarían los proyectos más urgentes de su gobierno. La ola de protestas de estudiantes, ciudadanos y grupos indígenas que piden una mejor distribución de los ingresos -fenómeno que se ha comparado al registrado en Chile- hizo caer la popularidad de la presidenta en casi 30 puntos. Pero de a poco se ha ido recuperando, según los analistas, gracias a las buenas cifras de empleo e inflación de Brasil.
Más allá de las coincidencias políticas y biográficas entre Bachelet y Rousseff, una posible alianza entre Brasil y Chile enfrenta una dificultad mayor: el real interés que pueda tener el gigante sudamericano en forjar un acuerdo estratégico con un país que tiene una población menor a la de São Paulo.
Según Furche, “yo aseguro, porque lo he vivido, que si uno va a hablar con la federación de industrias de São Paulo, ellos tienen gran interés en la posibilidad que se abra la red de acuerdos comerciales de Chile, sobre todo para ir a Asia Pacífico, pero también para ir a la UE o a EE.UU., con los cuales Brasil no tiene acuerdos comerciales. En fin, todo depende de cómo las cosas se planteen y con quién se converse. Ahora, es evidente que dada la asimetría de tamaño económico, la iniciativa la tiene que tener Chile, o sea, no nos van a venir a buscar”.
Más escéptico es el ex senador Carlos Ominami. Según reconoce, “Brasil tiene un cierto déficit de política exterior hacia América del Sur. De repente uno tiene la sensación de que Brasil asume que nosotros estamos obligados a entendernos con ellos sin que ellos hagan mayores esfuerzos. La política de Dilma ha sido una política mucho más volcada a asuntos internos. Hasta sus países vecinos, como Uruguay, tienen problemas para entrar al mercado brasileño”.
Ominami -quien mantiene una fluida relación con Marco Aurelio García, asesor de asuntos internacionales del gobierno brasileño y quien estuvo hace pocas semanas en Chile invitado por la Fundación Chile 21- señala que la actitud distante de Brasil para involucrarse con la región puede deberse a cierto “complejo” que arrastra la izquierda desde los años 70, cuando el país era acusado de ser una potencia subimperial. “Es un complejo absurdo porque uno lo que le pide a Brasil es que asuma su liderazgo, no es cualquier país, es la principal potencia regional y tiene que comportarse como tal”.