Por Sebastián Rivas Octubre 23, 2013

Álvaro Vargas Llosa (47) es un permanente seguidor de la realidad chilena. El destacado intelectual peruano, que ha sido columnista en medios como el Washington Post y que escribe semanalmente en La Tercera, ha monitoreado con interés el actual gobierno de Sebastián Piñera: de hecho, este año fue uno de los expositores invitados a los “Diálogos Bicentenario” que organiza la Segpres.

Desde esta perspectiva, Vargas Llosa afirma que el mandato de Piñera ha sido un quiebre para el sector. Afirma que en dos décadas la derecha no había podido sacarse de encima, en cuanto a imagen internacional, su lazo con el régimen militar, y que la gestión ha sido exitosa en esa línea.

-¿Cómo se ve a la derecha chilena en el exterior?

-Primero que nada, se ve una democratización de la derecha chilena. Ese sector fue sinónimo en el exterior, durante mucho tiempo, de antidemocracia, o mejor dicho de dictadura. Mucho tiempo después de que ya en Chile un porcentaje muy significativo de la población hubiera aceptado que la derecha se había democratizado, todavía en el exterior se seguía viendo como un proceso pendiente, mucho más que internamente.

-¿Y cómo se refleja eso?

-Era necesario que la derecha pasara por el poder para que se diera ese cambio. Eso ya ocurrió: hoy día la opinión mayoritaria en el extranjero es que la derecha chilena ya es plenamente democrática. Ésta es una gran novedad. Para ustedes no, pero afuera es una gran novedad.

-¿Cuál es el rol del gobierno de Sebastián Piñera en este proceso? Él tuvo una postura muy dura respecto al tema de derechos humanos, por ejemplo…

-Sin duda ha sido importante, pero yo diría que no sólo es eso, sino que los dos partidos, RN y la UDI, a pesar de las tensiones enormes que ha habido y sigue habiendo entre ellos, y que son evidentes, hayan apostado en lo básico por mantener una cierta estabilidad en torno al gobierno, aunque por momentos no lo haya parecido. El hecho de que haya sido así también ha sido muy importante para que en el exterior tuvieran esa percepción.

-En Chile se vio con interés el hecho de que en el exterior hubiera una amplia cobertura de los 40 años del golpe militar. En esa línea, Piñera hizo bastantes gestos. ¿Cómo cree que eso ayudó a desligar a la derecha de la imagen de su pasado vinculado a Pinochet?

-Yo diría que se dio una situación de lo más interesante y paradójica: de cierta forma, el beneficio para Piñera internacionalmente fue inversamente proporcional al perjuicio que se puede haber hecho a un sector interno de la derecha chilena. Es decir, esos gestos de Piñera en el exterior obviamente fueron muy bienvenidos. Internamente, en medio de una campaña electoral, quizás no ayudó demasiado al sector de la derecha chilena, que preferiría no abrir esta vieja polémica sabiendo que le puede costar votos con un sector del centro en el país. Ahora, en términos morales, desde luego que es muy justificado lo que hizo Piñera, y desde luego que en términos de imagen exterior para la derecha chilena también fue bastante útil.

-¿Cuánto se asocia a esta derecha actual con la figura de Piñera?

-Mucho. Él en estos momentos simboliza y encarna la derecha posterior a Pinochet, ese cambio en la imagen de la derecha en el extranjero. Ha habido dos factores que han ayudado a volver más amable la imagen de la derecha en el exterior: uno es el hecho de que el propio Piñera haya hecho algunos gestos evidentemente tendientes a limar un poco los ángulos más puntiagudos de la derecha chilena tradicional. Eso ha ayudado.

-¿Y cuál es el otro factor?

-El otro es el hecho de que su política exterior haya sido altamente conciliadora con enemigos de izquierda tradicionales y con gobiernos populistas. Aunque es algo que no ha caído muy bien en sectores de la derecha chilena, e incluso en sectores de la derecha latinoamericana, desde luego que ha ayudado mucho a esa imagen exterior. Si Piñera, por ejemplo, se hubiera dedicado a pelear con Chávez y luego con Maduro, o con Ecuador, si hubiera tenido confrontaciones ideológicas con estos personajes de la izquierda -porque las ha tenido con Bolivia, pero por razones muy distintas-, eso habría dificultado mucho el proceso de transformación de la imagen chilena de cara al exterior.

-Una de las iniciativas de las que Piñera se enorgullece es la Alianza del Pacífico, que no ha caído tan bien en otros sectores, como los países que impulsan Unasur. ¿Cómo se inserta eso dentro del escenario que describe?

-Diría que en general se ha logrado evitar una confrontación directa. Y eso ha sido en parte gracias a que se ha mantenido una relación muy constante con esos otros bloques, y particularmente con el sector populista de América Latina.

LA NUEVA IDENTIDAD

Álvaro Vargas Llosa plantea que en los próximos meses, gane o pierda la elección, la derecha chilena enfrentará una nueva encrucijada: cómo plantearse hacia el futuro y qué identidad tomar. Según explica, si bien el gobierno de Piñera cumplió con mejorar la imagen del sector, éste no ha logrado diferenciarse de una manera clara con la Concertación.

-¿Cómo se ve la carrera electoral de la derecha en el exterior? Han tenido varios candidatos presidenciales…

-Se ha visto una cierta lucha interna y una cierta asimetría entre la relativa estabilidad y previsibilidad del gobierno del presidente Piñera, visto desde el exterior, y esta inestabilidad y carrera accidentada que ha tenido la derecha electoral en busca de un candidato definitivo. Es muy curioso, porque afuera si algo transmitía Piñera era mucha estabilidad y previsibilidad, y de pronto, visto desde el mundo exterior, se producían una serie de accidentes que parecían hacer muy difícil optar finalmente por un candidato con esas características en la derecha.

-¿Cuáles son los mayores desafíos que tiene el sector?

-El mayor desafío que tiene la derecha en este momento es pasar a la segunda vuelta. Son muy pocos en el exterior, salvo los muy, muy enterados, los que creen que Matthei no va a pasar a segunda vuelta. Por lo tanto, si se diera el caso de que no hubiera una segunda vuelta y Bachelet ganara en primera, el efecto en el exterior sería muy devastador para la imagen de la derecha chilena. Eso ya es un tremendo desafío.

-¿Y más para adelante?

-Yo creo que el mayor desafío es cómo diferenciarse de la Concertación con una mayor nitidez de la que ha tenido el presidente Piñera, sin al mismo tiempo reabrir una batalla ideológica que devuelva a la derecha a su imagen antigua. Es posible que fuera inevitable que el gobierno de Piñera mantuviera el perfil que ha mantenido, y que yo he caracterizado como casi de centroizquierda en ciertos momentos, porque la derecha chilena ha arrastrado un pasivo tremendo y tenía un desafío de demostración muy grande. Pero ya cumplió esa etapa, y quizás el desafío hacia delante es cómo distinguirse en sus propuestas económicas y políticas frente a la Concertación sin caer en el riesgo de que esa distinción polarice a la derecha y vuelva a despertar los fantasmas del pinochetismo. Hay un tema de identidad.

-¿Y hay algo que diferencie a la derecha chilena de otras derechas?

-Hay una cosa muy importante que la diferencia, y eso se ve con claridad: la derecha chilena desde fuera aparece como un bloque relativamente unido, a pesar de las diferencias entre la UDI y RN, y a pesar de lo accidentado que ha sido llegar finalmente a la candidata definitiva. A pesar de ello, se sigue viendo a la derecha como un bloque estable de partidos. En el resto de América Latina la derecha no es un bloque estable de partidos:  está atomizada o está muy debilitada y pasa por una crisis institucional enorme. Yo sí creo que en eso la derecha chilena tiene una cierta ventaja. Quizás también el PAN en México pasa por una situación parecida, pero es una diferencia importante con el resto de Latinoamérica, y particularmente Sudamérica.

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